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martes, 31 de octubre de 2023

3896. ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DEL ARA - Fuente del Arco (II), Badajoz: 25 de febrero de 2023

















ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DEL ARA - Fuente del Arco (II), provincia de Badajoz: 2 de septiembre de 2017.
     Mostramos una reseña e imágenes de la Ermita de Nuestra Señora del Ara, situada a unos kilómetros de la localidad de Fuente del Arco, en la provincia de Badajoz.
   Situada en las estribaciones de Sierra Morena, la llamada "capilla sixtina" extremeña se encuentra a pocos kilómetros del municipio de Fuente del Arco, contemplándose desde ella la Sierra de San Miguel, la Sierra del Viento y la ribera del Ara, resultando ser de gran riqueza arqueológica todo el paraje que lo circunda, aflorando sobre todo restos romanos, lo que nos lleva a sospechar de la posible existencia de algún centro religioso y cultural pre-cristiano.
   El santuario lo mandó edificar, casi a sus expensas, el prior santiaguista don García Ramírez. La construcción data de finales del siglo XIV y principios del XV, y en un principio no existía nada más que la iglesia sin espadaña ni camarín, y unas construcciones anexas de las que hay aún hoy quedan restos.
   Concluida la iglesia en 1494, existían dos casas de morada junto a la ermita, la ocupada por el santero y la que acogía a los que venían a velar, más una bodega. En 1549 ya existía la sacristía, aunque reformada posteriormente para la construcción y acceso al camarín. Los arcos tapados que se observan indican que formaron una galería abierta, como se refleja en la documentación de 1549.
   La arquería de la fachada sur de la iglesia, de estilo mudéjar está compuesta por arcos muy peraltados que se apoyan sobre pilares poligonales (los únicos que hoy permanecen al descubierto), los de oeste y norte fueron cegados al levantar las construcciones anexas. Tras la arquería observamos una una puerta de acceso al interior del templo con arco de herradura enmarcado en alfiz, donde aparecen restos de columnas romanas.
   A finales del siglo XVI la iglesia era la misma que ahora contemplamos, salvo que no contaba con la espadaña ni con el camarín. Se debió contar con algún pequeño campanil sobre el arco toral, ya que encima de dicho arco, hasta 1494 se encontraba una esquila y en 1603 se compró la campana de la ermita de Ntra. Sra. del Ara.
   La espadaña se levanta sobre los muros de los pies de la iglesia y se compone de dos cuerpos. El primero con dos vanos con arcos de medio punto, y el cuerpo superior con un solo vano y dos aletones triangulares curvos. Los dos cuerpos tienen medias columnas adosadas y el superior se corona con un frontón triangular. La espadaña se finalizó a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII.
   La única nave de la iglesia se cubre con bóveda de cañón, y tiene una longitud de 17 metros y una anchura de 8 metros y medio. Todo el edificio se encuentra orientado hacia saliente. Entrando en el patio  que forman los pies del templo y las construcciones anexas, en la documentación de la Orden de Santiago estas construcciones aparecen como aposentamientos, casa del santero, bodega con lagar, molino de aceite (del que se hace ya mención en 1575). En el suelo de una de las salas del molino aparecen las bocas de las tinajas empotradas en el suelo, donde se guardaba el aceite. En esta sala como único adorno aparece el escudo oval de armas de la Orden de Santiago. El patio cuenta con una fuente en la que los feligreses arrojan monedas y piden sus deseos. En la parte norte, en el cercado interior de los aposentamientos mandados a construir por el prior García Ramírez, se puede contemplar un cierto número de tumbas de diferentes tamaños excavadas en el suelo rocoso, pendientes de estudio.
   En cuanto al interior, la única nave de la ermita se cubre mediante bóveda de cañón de estructura poco frecuente, presenta diseño con acusado peralte sustitutivo quizás, de una cubierta de madera anterior.
   En 1736 se finalizó las pinturas de la bóveda del santuario, con un magnífico programa iconográfico desarrollado sobre la bóveda de la iglesia, de autor desconocido aunque probablemente de la escuela llerenense, y evocando de forma directa creaciones de grandes maestros. Por estas fechas debió colocarse el retablo mayor.
   El camarín se terminó a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, lo que exigió la ampliación de la antigua sacristía, prolongándose más allá del espacio ocupado por la capilla mayor hasta el límite del propio camarín. Es de planta cuadrada, sobre la que emerge un cuerpo octogonal con linterna de media naranja, de clara influencia renacentista-barroca.
   La capilla mayor, que se abre a la nave central por un gran arco toral, reduce su anchura a poco más de 5 metros y su profundidad es de 4,75 metros. Dicha capilla se divide en dos tramos, señalados en superficie  por delgadas columnas adosadas y se cubre con bóveda de crucería. El testero queda ocupado por un hermoso ejemplar de retablo barroco de tres calles, con abundante profusión de elementos escultóricos casi de bulto redondo, que se adaptan a los ochavos de aquel también en altura, al dotársele de cascarón de paños triangulares. En la calle central a los pies de la imagen titular, se colocan las imágenes de bulto del rey Jayón y su hija, a través de un gran ventanal (lugar en el que se coloca la imagen) queda abierto el camarín, estancia de planta cuadrada con pilastras en los ángulos que facilitan el paso a las pechinas de la cúpula. El acceso a dicho camarín se logra por espaciosa escalera que arranca de la sacristía, estancia también abovedada por cañón sobre lunetos y dividido por dos tramos en fajón, con una superficie de 9,15 x 4,25 metros.
   Los maestros pintores recurrieron a compartimentar el espacio de la bóveda de la nave de la iglesia en grandes recuadros, insertos en una retícula formada por una fantasía grutesca a base de figuras femeninas aladas de raíz vegetal y carnosos roleos. De esta manera logran veinticuatro rectángulos que, junto con los dos cuartos de círculo del muro del coro alto, hacen posible el desarrollo de otras tantas escenas del libro del Génesis. Cada una de estas escenas se numeran, del 1 al 26, para formar determinados bloques, ya que no siguen linealmente el texto bíblico y se acompañan de la pertinente leyenda extraída del mismo texto. La historia de la creación, paraíso, destierro e hijos de Adán y Eva (Caín y Abel), se distribuye en doce escenas (nº 1 - 12), la de Abraham desde su encuentro con Melquisedec hasta el sacrificio de su hijo, en otras cinco (nº 13 - 17), la del Diluvio desde la Torre de Babel hasta el Sacrificio de Noé, en cinco (nº 18 - 22). Las cuatro restantes se destinan a la historia de Isaac y Rebeca (nº 23 - 26).
   En la bóveda del coro se han dispuesto, a los ángulos, cuatro bellas figuras femeninas, acompañadas de diversos atributos, que vienen a representar los cuatro puntos cardinales y los signos correspondientes del Zodiaco.
   La superficie de los muros se decoran en la parte superior con un simulado entablamento por el que discurre un original friso de poderosos roleos vegetales, en el que se insertan figurilla y algunos animales. Un continuo de rectángulos, bajo este entablamento, acoge alternamente, un tema floral y una estación del Vía Crucis. Por fin, en la parte inferior, aflora un continuo de cuerpos prismáticos en sesgo, en cuyos netos se dibuja una ventana de arco conopial, produciéndose así la ilusión de un ordenado paisaje arquitectónico.
   Entre 1550 y 1575 varios elementos del templo se cubrieron con azulejería (de la Cartuja de Sevilla) las gradas del Altar Mayor, los asientos que rodean el templo y los frontales de los altares laterales.
   En la actualidad se encuentran restauradas la mayor parte de las pinturas excepto las que hay tras los retablos laterales y el altar mayor, cuyo retablo también está en proceso de recuperación (Alfredo J. Ramos, y Santiago Llorente. Guía total: Extremadura. Anaya. Madrid, 2005 -  y www.fuentedelarco.org)

Enlace a la Entrada anterior de Ermita de Nuestra Señora del Ara - Fuente del Arco:
2402. ERMITA DE NUESTRA SEÑORA DEL ARA - Fuente del Arco (I), Badajoz: 2 de septiembre de 2017.

jueves, 26 de octubre de 2023

3895. SEVILLA** (MDCCLXIII), capital: 24 de febrero de 2023.























SEVILLA** (MDCCLXIII), capital de la provincia y de la comunidad: 24 de febrero de 2023.
     Mostramos una reseña e imágenes de la Iglesia del Convento de Santa Clara, que se encuentra en la calle Santa Clara, 40; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo.
     Un monasterio, hoy sin monjas, inmerso en un largo proceso de restauración que ya permite conocer la grandeza del que fuera uno de los grandes edificios conventuales de la ciudad. Poblado por franciscanas clarisas hasta su abandono en el año 1998, debió fundarse en los años posteriores a la reconquista de la ciudad (1248), dentro del proceso de repartimiento y entrega de tierras a órdenes militares y monásticas que repoblarían la ciudad conquistada a los musulmanes. De hecho, a escasos metros se sitúa el monasterio de cistercienses de San Clemente, quizás la primera fundación monacal femenina de la Sevilla reconquistada. 
    El acceso tradicional al conjunto se realizaba por la calle Santa Clara, a través de una hermosa portada manierista de comienzos del siglo XVII, con decoración geométrica y un azulejo de Santa Clara del siglo XVIII. Tras el pasillo de entrada se llegaba a un atrio que antaño fue espacio variopinto donde se mezclaban locutorios conventuales, con viejos talleres artesanales y almacenes. A un lado queda el acceso a la torre de don Fadrique. Al frente se abre el acceso a la iglesia, un original espacio porticado con recuerdos de Andrea Palladio, que fue diseñado por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga, siendo llevado a cabo por Diego de Quesada. Su influencia ha sido notable en la arquitectura sevillana, llegando a ser copiadas sus proporciones en el atrio de la basílica de la Macarena. De fines del siglo XVI es la espadaña que sobresale del conjunto, obra documentada de los alarifes Juan de Vandelvira y Diego Coronado.
   La iglesia tiene una sola nave muy alargada, la planta de cajón habitual de los conventos sevillanos que presenta coro alto y bajo en la zona de los pies. Su cabecera es poligonal, tardogótica (siglo XV), con bóveda de nervadura gótica en piedra que fue policromada en época muy posterior. El cubrimiento del resto de la nave se realiza mediante un artesonado de madera con tres paños, con lacería de inspiración mudéjar. El conjunto se debió realizar en el siglo XV aunque la decoración se prolongó hasta el siglo XVII: en 1620 se añadieron los estucos de los muros según diseños de Oviedo y de Zumárraga. Antes se habían colocado los azulejos del presbiterio, obra de Alonso García y los que decoran el resto de la nave, obra de Hernando de Valladares (1622).
   De gran calidad es el monumental retablo mayor que preside la iglesia, una pieza en cuyo proceso se pusieron de manifiesto las contradicciones de los rígidos sistemas gremiales del siglo XVII. La obra fue contratada en 1621 por Juan Martínez Montañés, que tasó el precio de su arquitectura y sus imágenes en 4.500 ducados. Días más tarde se atrevió a contratar la policromía de la obras, tasándola solo en 1.500 reales. En la rígida sociedad gremial de la época el hecho fue tomado como una provocación por alguien que no debía participar en la pintura, ya que no tenía el correspondiente título, siendo también una provocativa comparación entre la escultura y la pintura. Las ordenanzas gremiales de Sevilla prohibían de forma clara la cuestión: "ningún maestro entallador, ni carpintero, ni de otra calidad, no pueda tomar ninguna obra de pintura, salvo los mismos maestros examinados de pintura del mismo taller". La intromisión del escultor conllevó un pleito gremial e incluso la publicación de un panfleto por parte del pintor Francisco Pacheco en cuyo título se dejaban clara sus intenciones: Sobre la Antigüedad y honores del Arte de la Pintura y su comparación la escultura, contra Juan Martínez Montañés. Un enfrentamiento y una presión que terminó en 1623, cuando Martínez Montañés decidió ceder la policromía al pintor Baltasar Quintero. En 1722 se reformó el cuerpo central del retablo, eliminándose un relieve que representaba a Santa Clara entre las monjas de su comunidad, añadiéndose un camarín donde se situaría la talla de la Virgen que preside el retablo. La arquitectura de la obra se adapta a la forma cóncava del presbiterio, articulándose mediante columnas que enmarcan, alternativamente, hornacinas con relieves y tallas de bulto redondo. Sigue arquitectónicamente las habituales formas de Montañés, con frontones curvos, columnas estriadas, tarjas, guirnaldas de flores y frutas y ángeles que juguetean sobre los frontones. En el primer cuerpo, se sitúan dos relieves alusivos a la vida de Santa Clara, su profesión y una de sus milagros. Flanquean a la Virgen de la calle central las tallas de San Buenaventura, con la pluma y la maqueta de la iglesia como símbolo de su condición de Doctor de la Iglesia y segundo fundador de la Orden Franciscana, y de San Antonio de Padua, con el Niño en sus manos. El segundo cuerpo está presidido por una talla de bulto redondo de Santa Clara, con un ostensorio en sus brazos que recuerda el suceso milagroso por el que ahuyentó a los sarracenos que querían invadir el convento de Asís mediante la organización de un cortejo sacramental. La flanquean dos imágenes, Santa Inés (con el cordero en sus manos que hace alusión a su nombre) y María Magdalena (con el frasco de perfume como símbolo de su iconografía). En los extremos de este cuerpo aparecen dos relieves con las escenas de la Adoración de los Pastores y la Anunciación, dos escenas relacionables con el retablo del monasterio de San Isidoro del Campo, pieza que también realizó el taller de Montañés. El ático del retablo está ocupado por una original composición de Dios Padre que sostiene en sus manos a un Crucificado, situándose las Cinco Llagas de la Orden Franciscana en las tarjas laterales. El retablo tiene a sus pies un excelente frontal cerámico de Hernando de Valladares (1622), que muestra una imagen de San Juan Evangelista al centro, situándose a sus lados San Francisco de Asís y Santa Clara. En la parte superior del frontal se sitúa el sagrario de plata, enmarcado por dos pequeñas tallas de San Pedro y San Pablo. Los muros laterales de la zona del presbiterio están recubiertos por un zócalo de azulejos realizado por Alonso García en 1575.
   Los retablos laterales forman un conjunto homogéneo, ya que todos fueron diseñados por Martínez Montañés, aunque se advierte la participación de su taller en algunas de las imágenes. Se estructuran como tabernáculos enmarcados por columnas estriadas que soportan un frontón recto en cuyo ático se sitúa un relieve. Están dedicados a San Juan Evangelist, San Juan Bautista, la Inmaculada y San Francisco de Asís. Los dos primeros entran en la tradición conventual de los retablos dedicados a los Santos Juanes, el Bautista identificable por su cordero y por la escena del Bautismo que se sitúa en el ático; el Evangelista porta la pluma con la que escribe el Apocalipsis en la isla de Patmos, estando coronado el ático por un relieve de su legendario martirio en una tinaja. La imagen de San Francisco de Asís es una de las más conseguidas por su autor y sigue las indicaciones que dio Francisco Pacheco en su libro El Arte de la Pintura: "Era el padre san Francisco de estatura mediana, la cabeza redonda y proporcionada, el rostro un poco largo, la frente llana; los ojos llenos y apacibles; tenía los cabellos de la cabeza y de la barba, negros... hace de pintar a la redonda de los clavos sangre, que todos los días se refrescaba, y un golpe de hábito por donde se descubra la llaga del costado". Los relieves del ático de la Inmaculada y del Bautista son obra de Francisco de Ocampo. A los pies del muro derecho se sitúa una monumental pintura sobre tabla de San Roque, el protector contra las epidemias de peste, obra del siglo XVI que se atribuye a Hernando de Esturmio y que sigue los modelos habituales de pintura colosal con la que se suele representar a San Cristóbal. El acceso al coro se realizaba por dos puertas de finales del siglo XVI que realizó Juan de Vandelvira, presentando notables relieves de los Evangelistas, las que funcionaban como comulgatorio de las monjas, talla realizada por Pedro de la Cueva en 1592. La parte superior del muro del coro está decorada con yeserías que muestran el ostensorio de Santa Clara dentro de diferentes tarjas o escudos. El coro bajo estaba decorado con diferentes pinturas barrocas que fueron trasladadas al monasterio de Santa María de Jesús, el mismo destino correspondió a la imagen de la Virgen de la Esperanza, que hoy preside el coro alto del convento de la calle Águilas (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
     El ingreso al convento se hace a través de un bello compás,  al cual se accede por medio de una portada del primer tercio del siglo XVII, en cuyo cuerpo superior figura un azulejo de Santa Clara de fines del XVIII. A la izquierda del compás se encuentra una pequeña portada gótica de principios del XVI que procede del desaparecido Colegio de Maese Rodrigo, antigua Universidad de Sevilla. Pasando por ella se entra en lo que fue palacio del Infante D. Fadrique, del cual sólo subsiste la torre de su nombre. Levantada en 1252, es de planta cuadrada y consta de tres cuerpos. En el primero, cubierto con una bóveda ojival, se sitúa la puerta de ingreso y una serie de saeteras; en el segundo, cubierto asimismo con bóveda ojival, aparecen ventanas de tipología románica y en el tercero, cubierto con bóveda octogonal, aparecen ventanas góticas. La iglesia se sitúa al fondo del compás, respondiendo su estructura a la tipología de las iglesias mudéjares sevillanas del siglo XV, si bien fue reformada decorativamente  en  el  primer tercio del siglo XVII. Se trata de un  edificio  de  una  sola  nave, planta  rectangular y cabecera poligonal. El cuerpo de la nave se cubre con una armadura mudéjar y el  presbiterio con bóveda de nervaduras. Los muros de la cabecera se decoran con zócalos de azulejos de dos épocas. Los de la primera están fechados en 1575, relacionándose con la producción de Alonso García, y los de la segunda son de principios del siglo XVII. De esa misma época son los zócalos de los muros de la nave, obra de Hernando de Valladares. La decoración de estuco, que transforma estilísticamente el inte­rior, responde a  las trazas que, en 1620, propusieron Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga. Esos mismos maestros fueron quienes proyectaron el soberbio pórtico de entrada a la iglesia, ejecutado por Diego de Quesada, quien lo concluyó en 1622.
     El retablo mayor consta de sotabanco, banco, dos cuerpos de tres calles y ático. Las trazas del retablo y los modelos de las figuras los presentó Martínez Montañés en 1621, aunque serían sus discípulos y continuadores quienes lo llevaron a cabo, terminándolo en 1626. A ambos lados del sagrario figuran dos pequeñas esculturas de San Pedro y San Pablo; en el primer cuerpo de la calle central aparecen las esculturas de San Antonio de Padua y San Buenaventura y en los registros laterales los relieves de la Imposición del hábito a Santa Clara y un Milagro de esta Santa. El registro cen­tral del segundo cuerpo se reformó en 1722. En la gran hornacina central, flanqueada por estípites, figura una escultura de Santa Clara, realiza­da por Juan de Remesal en 1629, y en las laterales las de Santa Inés y Santa María Magdalena, representándose en los relieves laterales el Nacimiento de Cristo y la Asunción de la Virgen. Remata el retablo el grupo escultórico de la Trinidad. En el muro izquierdo figuran dos reta­blos, ejecutados por Martínez Montañés y sus colaboradores entre 1625 y 1630. El primero está dedicado a la Inmaculada, figurando una escultura de esa advocación en la hornacina del primer cuerpo. La representación alegórica de la Inmaculada que aparece en el ático es obra de Andrés de Ocampo. El segundo retablo está dedicado a San Juan Evangelista, y contiene una escultura de ese santo en la hornacina central y un relieve de San Juan en la tina, en el ático. En el muro derecho se sitúan otros dos retablos de igual cronología y estructura, trazados y, en parte, ejecutados, por Martínez Montañés. En la hornacina del primero aparece una escultura de San Francisco, figurando en el ático un relieve con la Estigmatización de ese Santo, realizado por algunos de los discípulos o continuadores del maestro. El segundo retablo está dedicado a San Juan Bautista, debiéndose a Francisco de Ocampo el relieve del Bautismo de Cristo que aparece en el ático. La última hornacina del muro derecho la ocupa una pintura sobre tabla de hacia 1555 que representa a San Roque y es atribuible a Hernando de Esturmio.
     A los pies de la iglesia se halla el coro, dispuesto en dos plantas. El inferior está cubierto por un artesonado de principios del XVII y la solería es de olambrillas del XVI. Destacan en la zona del coro el facistol y la sillería, ejecutados en 1594 por Diego López Bueno; una copia del siglo XVIII de la Virgen de la faja de Murillo y un comulgatorio, de ese mismo siglo, con pinturas sobre tabla de mediados del XVI.
     Recientemente la reducida comunidad de monjas clarisas que habitaba el monasterio se ha trasladado al Convento de Santa María de Jesús de Sevilla, perteneciente a la misma orden, llevándose consigo el ajuar litúrgico que se conser­vaba en la clausura conventual. Entre las piezas que lo integran destaca un copón renacentista, de peana lobulada y adorno de campanitas en la copa, que va fechado en 1546 y 1547 y se atribuye a Juan Ruiz el Vandalino. De estilo barroco es el libro de plata que lleva la imagen de San Antonio, datado en 1738, y de la misma época es un rosario de filigrana de plata. Muy elegantes de líneas son la jarra y bandeja fechadas en 1791 y 1767, y con los punzones de Amat y Carmona res­pectivamente. Magníficos relieves lleva un cáliz neoclásico, de estilo francés, fechado en 1787 (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     El monasterio se sitúa en el barrio de San Lorenzo, originalmente debió ocupar toda la manzana, pero ha ido reduciendo su extensión de forma progresiva, para ocupar actualmente sólo el centro de la misma. El perímetro ha sido vendido de forma gradual, careciendo Santa Clara prácticamente de fachada a la calle.
     El complejo es una combinación de espacios libres y edificados, en el que el claustro principal actúa como elemento articulador que dota de orden a las construcciones, callejas y plazuelas que componen el conjunto. Entre los espacios libres encontramos el propio claustro, el jardín que hace las veces de compás del convento, la huerta, frontera con una de las medianeras, y el vacío que rodea a la Torre de Don Fadrique. Los espacios edificados más significativos, tanto por su entidad, como por su significación en la vida conventual, son la iglesia y el refectorio.
     La portada que conduce al estrecho pasillo que da paso al compás es el único contacto con la calle de la clausura. Dicha portada es obra del primer tercio del siglo XVII y está presidida por la imagen en azulejería de la Santa titular.
     El compás es un patio-jardín con naranjos y palmeras que sitúa una fuente en su centro y en cuyo perímetro se sitúan edificaciones, abren a este espacio libre el pórtico de entrada a la iglesia, ubicado frente al pasillo de entrada, la portada de ingreso a la zona de la torre de Don Fadrique, situada al fondo del patio a la izquierda, y el callejón que conduce a la puerta seglar, enfrentado a la portada anterior.
      Las pequeñas edificaciones acogen las viviendas del portero y el mandadero, el torno, junto al cual se dispone la provisoría y una serie de locales que en los últimos años las monjas dedicaron al alquiler como medio para obtener ingresos. El pórtico de entrada al templo fue proyectado por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga en el primer tercio del s. XVII, y a él abren la vivienda del capellán y la sacristía de afuera. La portada tardogótica, de principios del XVI, que sirve de acceso al área donde está la Torre de Don Fadrique, perteneció al colegio de Maese Rodrigo y que fue trasladada aquí por el Ayuntamiento. Y por último, en el callejón que da acceso a la puerta reglar, junto a la cual se sitúa la clavería, se ubican los locutorios.
     La Torre de Don Fadrique, único resto conservado del palacio del Infante del mismo nombre que fue el germen del convento, se dispone al fondo de un espacio de planta próxima al rectángulo que se sitúa tras el ábside de la iglesia, separándose de la huerta tan solo por una tapia. A la huerta abren la sacristía interior, alguna de las viviendas de la época de la "vida particular" y alguna celda dormitorio, comunicándose mediante una callejuela con el claustro principal.
     Este hermoso claustro, fechado en 1532, es de planta cuadrada y dos cuerpos de altura, con arquerías sobre columnas.
     Éstas se componen de columnas sobre las que voltean ocho arcos de medio punto en el orden bajo y carpaneles en el alto, todos ellos enmarcados por alfiz, excepto en la galería oeste del nivel superior, que aparece cegada y en la que sólo se abren tres pequeñas ventanas de raigambre mudéjar. En la planta baja las paredes se decoran con un zócalo de azulejos de los llamados de Cuenca.
     En torno al claustro se disponen la iglesia, la provisoría, el despacho de la abadesa, la Capilla del Nacimiento, la enfermería baja, algunas celdas, el refectorio, la sal de consultas, la celda prioral y la escalera principal.
     El refectorio y la iglesia presentan una disposición inusual, ya que entestan perpendicularmente con el claustro por uno de sus lados menores, disponiéndose ambas piezas en lados enfrentados del mismo, aunque el refectorio se sitúa a eje de la cara sur y la iglesia en una esquina, la noroeste.
     El refectorio es de planta rectangular y dimensiones muy alargadas, se accede a él desde el anterrefectorio y a un lado encontramos la cocina y la provisoría.
     El inicio de la construcción la iglesia data del siglo XV y es de estilo gótico mudéjar. Su planta es del tipo denominado de cajón, por poseer una única nave, que presenta cabecera ochavada y cuyos coros alto y bajo se sitúan a los pies. En el muro de la Epístola, a la derecha, se encuentra la zona destinada a sala de "Profundis" y cementerio, así como la sacristía interior y los confesionarios. En el otro muro abre la sacristía de afuera, que se comunica con la vivienda del capellán y el pórtico de entrada y el pórtico de entrada a la iglesia anteriormente descrito.
     La cabecera se cubre con bóveda ojival nervada hasta el arco toral y la nave con un magnífico alfarje de carpintería mudéjar.
     Otros elementos a destacar en el templo son los bellos zócalos de azulejos, que sobrepasan los dos metros de altura, fechados los del presbiterio en 1565, la espadaña, ejecutada por Juan de Vandelvira y Diego Coronado, y el sepulcro del Obispo de Silves don Álvaro Peláez, con una estatua yacente sobre sarcófago de estilo gótico de la mitad del siglo XIV situado en la zona de enterramiento de las monjas.
     La imponente caja de la escalera principal se cubre con un artesonado, al igual que los dormitorios altos. Éstos se disponen sobre los bajos, en la zona este del convento y fronteros con la calle Becas tras la crujía donde se sitúa la Capilla del Nacimiento. El muro de la calle Becas se presenta al exterior completamente ciego, preservando la clausura.
     El Real Monasterio de Santa Clara es uno de los primitivos establecimientos conventuales que se crean en la ciudad de Sevilla tras su conquista a los musulmanes.
     Se encuentra documentación de la ubicación de las religiosas en su actual monasterio en fecha tan temprana como 1289, año en que se fecha una carta de Sancho IV el Bravo por la que el monarca hace donación a las clarisas de las casas y jardines que constituían el palacio de su tío, el Infante Don Fadrique.
     El monasterio contó siempre con el apoyo de la Corona, así la reina doña María de Molina contribuyó a sufragar los costos de la edificación de la iglesia y del propio convento. El palacio se fue modificando paulatinamente para acoger la estructura conventual, dejando como último testimonio de éste la Torre de Don Fadrique.
     El siglo XVI y el comienzo del XVII vieron el período más intenso en la construcción del actual monasterio.
     Doña María Coronel, huyendo del asedio de Pedro I, estuvo refugiada en este convento en el que profesó para posteriormente fundar el de Santa Inés, segundo convento de clarisas de la ciudad.
     El Convento de Santa Clara no llegó a sufrir la exclaustración, aunque durante esa época tuvieron que renunciar a la vida en comunidad, adoptando la "vida particular" que obligaba a acoger huéspedes en el recinto. Su clausura acogió además a los moradores del vecino convento de San Clemente durante la dominación francesa (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Volviendo a la calle Santa Clara, en el número 28, está el palacio de los Condes de Santa Coloma, construido en el siglo XVII y conservado en su integridad. En la acera de enfrente, algo más adelante, se encuentra la portada que da paso al precioso compás del convento de Santa Clara, fundación franciscana del siglo XIV. En este compás, a la izquierda, se encuentra la portada gótica que tuvo la primera Universidad de Sevilla, fundada por el arcediano Rodrigo Fernández de Santaella, de la que queda, como se recordará, la capilla, sita en la puerta de Jerez. Al otro lado de esta portada, en un espacioso jardín, se levanta la llamada torre de Don Fadrique, único vestigio del palacio que aquí tuvo el desgraciado hermano de Alfonso X, mandado ejecutar por el rey en Toledo en 1277, como consecuencia de los amores que sostuvo con su madrastra Juana de Pointheu, viuda de Fernando III. Levantada hacia 1253, tiene planta rectangular, de 10,15 por 8,30 m, y se alza sobre un potente basamento de 2,40 m de alto. Consta de tres plantas rematadas por un antepecho coronado de almenas.
     El convento, cuyas monjas se trasladaron no hace mucho al de Santa María de Jesús, se encuentra actualmente en restauración. La iglesia aparece al fondo del compás, tras un precioso pórtico obra de Diego Quesada, quien siguió el proyecto realizado en 1620 por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga, los mismos que proyectaron también la decoración de estuco que aparece en los muros interiores de su única nave. El presbiterio lleva bóveda ojival de nervaduras, mientras un zócalo de azulejos decora la parte baja de los muros. A los pies de la nave se sitúan dos coros, alto y bajo; el inferior tiene un precioso pavimento de olambrillas datable en el siglo XVI y un artesonado de principios del XVII. El retablo mayor tiene la traza de Martínez Montañés, aunque tanto su ejecución como la mayoría de las imá­genes fue realizada por su taller en 1626. Es un importante conjunto manierista compuesto por sotobanco, banco, dos cuerpos con tres calles a base de columnas corintias de hélice y ático. Entre las imágenes, hay que destacar, la Santa Clara que figura en la hornacina central, tallada por Juan de Remesal en 1629. El resto de los retablos son también de Montañés y de su taller. Entre sus bellísimas piezas sobresalen el Bautismo de Cristo, situado en el retablo de San Juan Bautista del muro de la Epístola, obra de Francisco de Ocampo, así como la alegoría de la Inmaculada, en su correspondiente retablo (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
                   
Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
3894. SEVILLA** (MDCCLXII), capital: 24 de febrero de 2023.

miércoles, 25 de octubre de 2023

3894. SEVILLA** (MDCCLXII), capital: 24 de febrero de 2023.

















SEVILLA** (MDCCLXII), capital de la provincia y de la comunidad: 24 de febrero de 2023.
     Mostramos una reseña e imágenes de la Iglesia del Convento de Santa Clara, que se encuentra en la calle Santa Clara, 40; en el Barrio de San Lorenzo, del Distrito Casco Antiguo.
     Un monasterio, hoy sin monjas, inmerso en un largo proceso de restauración que ya permite conocer la grandeza del que fuera uno de los grandes edificios conventuales de la ciudad. Poblado por franciscanas clarisas hasta su abandono en el año 1998, debió fundarse en los años posteriores a la reconquista de la ciudad (1248), dentro del proceso de repartimiento y entrega de tierras a órdenes militares y monásticas que repoblarían la ciudad conquistada a los musulmanes. De hecho, a escasos metros se sitúa el monasterio de cistercienses de San Clemente, quizás la primera fundación monacal femenina de la Sevilla reconquistada. 
    El acceso tradicional al conjunto se realizaba por la calle Santa Clara, a través de una hermosa portada manierista de comienzos del siglo XVII, con decoración geométrica y un azulejo de Santa Clara del siglo XVIII. Tras el pasillo de entrada se llegaba a un atrio que antaño fue espacio variopinto donde se mezclaban locutorios conventuales, con viejos talleres artesanales y almacenes. A un lado queda el acceso a la torre de don Fadrique. Al frente se abre el acceso a la iglesia, un original espacio porticado con recuerdos de Andrea Palladio, que fue diseñado por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga, siendo llevado a cabo por Diego de Quesada. Su influencia ha sido notable en la arquitectura sevillana, llegando a ser copiadas sus proporciones en el atrio de la basílica de la Macarena. De fines del siglo XVI es la espadaña que sobresale del conjunto, obra documentada de los alarifes Juan de Vandelvira y Diego Coronado.
   La iglesia tiene una sola nave muy alargada, la planta de cajón habitual de los conventos sevillanos que presenta coro alto y bajo en la zona de los pies. Su cabecera es poligonal, tardogótica (siglo XV), con bóveda de nervadura gótica en piedra que fue policromada en época muy posterior. El cubrimiento del resto de la nave se realiza mediante un artesonado de madera con tres paños, con lacería de inspiración mudéjar. El conjunto se debió realizar en el siglo XV aunque la decoración se prolongó hasta el siglo XVII: en 1620 se añadieron los estucos de los muros según diseños de Oviedo y de Zumárraga. Antes se habían colocado los azulejos del presbiterio, obra de Alonso García y los que decoran el resto de la nave, obra de Hernando de Valladares (1622).
   De gran calidad es el monumental retablo mayor que preside la iglesia, una pieza en cuyo proceso se pusieron de manifiesto las contradicciones de los rígidos sistemas gremiales del siglo XVII. La obra fue contratada en 1621 por Juan Martínez Montañés, que tasó el precio de su arquitectura y sus imágenes en 4.500 ducados. Días más tarde se atrevió a contratar la policromía de la obras, tasándola solo en 1.500 reales. En la rígida sociedad gremial de la época el hecho fue tomado como una provocación por alguien que no debía participar en la pintura, ya que no tenía el correspondiente título, siendo también una provocativa comparación entre la escultura y la pintura. Las ordenanzas gremiales de Sevilla prohibían de forma clara la cuestión: "ningún maestro entallador, ni carpintero, ni de otra calidad, no pueda tomar ninguna obra de pintura, salvo los mismos maestros examinados de pintura del mismo taller". La intromisión del escultor conllevó un pleito gremial e incluso la publicación de un panfleto por parte del pintor Francisco Pacheco en cuyo título se dejaban clara sus intenciones: Sobre la Antigüedad y honores del Arte de la Pintura y su comparación la escultura, contra Juan Martínez Montañés. Un enfrentamiento y una presión que terminó en 1623, cuando Martínez Montañés decidió ceder la policromía al pintor Baltasar Quintero. En 1722 se reformó el cuerpo central del retablo, eliminándose un relieve que representaba a Santa Clara entre las monjas de su comunidad, añadiéndose un camarín donde se situaría la talla de la Virgen que preside el retablo. La arquitectura de la obra se adapta a la forma cóncava del presbiterio, articulándose mediante columnas que enmarcan, alternativamente, hornacinas con relieves y tallas de bulto redondo. Sigue arquitectónicamente las habituales formas de Montañés, con frontones curvos, columnas estriadas, tarjas, guirnaldas de flores y frutas y ángeles que juguetean sobre los frontones. En el primer cuerpo, se sitúan dos relieves alusivos a la vida de Santa Clara, su profesión y una de sus milagros. Flanquean a la Virgen de la calle central las tallas de San Buenaventura, con la pluma y la maqueta de la iglesia como símbolo de su condición de Doctor de la Iglesia y segundo fundador de la Orden Franciscana, y de San Antonio de Padua, con el Niño en sus manos. El segundo cuerpo está presidido por una talla de bulto redondo de Santa Clara, con un ostensorio en sus brazos que recuerda el suceso milagroso por el que ahuyentó a los sarracenos que querían invadir el convento de Asís mediante la organización de un cortejo sacramental. La flanquean dos imágenes, Santa Inés (con el cordero en sus manos que hace alusión a su nombre) y María Magdalena (con el frasco de perfume como símbolo de su iconografía). En los extremos de este cuerpo aparecen dos relieves con las escenas de la Adoración de los Pastores y la Anunciación, dos escenas relacionables con el retablo del monasterio de San Isidoro del Campo, pieza que también realizó el taller de Montañés. El ático del retablo está ocupado por una original composición de Dios Padre que sostiene en sus manos a un Crucificado, situándose las Cinco Llagas de la Orden Franciscana en las tarjas laterales. El retablo tiene a sus pies un excelente frontal cerámico de Hernando de Valladares (1622), que muestra una imagen de San Juan Evangelista al centro, situándose a sus lados San Francisco de Asís y Santa Clara. En la parte superior del frontal se sitúa el sagrario de plata, enmarcado por dos pequeñas tallas de San Pedro y San Pablo. Los muros laterales de la zona del presbiterio están recubiertos por un zócalo de azulejos realizado por Alonso García en 1575.
   Los retablos laterales forman un conjunto homogéneo, ya que todos fueron diseñados por Martínez Montañés, aunque se advierte la participación de su taller en algunas de las imágenes. Se estructuran como tabernáculos enmarcados por columnas estriadas que soportan un frontón recto en cuyo ático se sitúa un relieve. Están dedicados a San Juan Evangelist, San Juan Bautista, la Inmaculada y San Francisco de Asís. Los dos primeros entran en la tradición conventual de los retablos dedicados a los Santos Juanes, el Bautista identificable por su cordero y por la escena del Bautismo que se sitúa en el ático; el Evangelista porta la pluma con la que escribe el Apocalipsis en la isla de Patmos, estando coronado el ático por un relieve de su legendario martirio en una tinaja. La imagen de San Francisco de Asís es una de las más conseguidas por su autor y sigue las indicaciones que dio Francisco Pacheco en su libro El Arte de la Pintura: "Era el padre san Francisco de estatura mediana, la cabeza redonda y proporcionada, el rostro un poco largo, la frente llana; los ojos llenos y apacibles; tenía los cabellos de la cabeza y de la barba, negros... hace de pintar a la redonda de los clavos sangre, que todos los días se refrescaba, y un golpe de hábito por donde se descubra la llaga del costado". Los relieves del ático de la Inmaculada y del Bautista son obra de Francisco de Ocampo. A los pies del muro derecho se sitúa una monumental pintura sobre tabla de San Roque, el protector contra las epidemias de peste, obra del siglo XVI que se atribuye a Hernando de Esturmio y que sigue los modelos habituales de pintura colosal con la que se suele representar a San Cristóbal. El acceso al coro se realizaba por dos puertas de finales del siglo XVI que realizó Juan de Vandelvira, presentando notables relieves de los Evangelistas, las que funcionaban como comulgatorio de las monjas, talla realizada por Pedro de la Cueva en 1592. La parte superior del muro del coro está decorada con yeserías que muestran el ostensorio de Santa Clara dentro de diferentes tarjas o escudos. El coro bajo estaba decorado con diferentes pinturas barrocas que fueron trasladadas al monasterio de Santa María de Jesús, el mismo destino correspondió a la imagen de la Virgen de la Esperanza, que hoy preside el coro alto del convento de la calle Águilas (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
     El ingreso al convento se hace a través de un bello compás,  al cual se accede por medio de una portada del primer tercio del siglo XVII, en cuyo cuerpo superior figura un azulejo de Santa Clara de fines del XVIII. A la izquierda del compás se encuentra una pequeña portada gótica de principios del XVI que procede del desaparecido Colegio de Maese Rodrigo, antigua Universidad de Sevilla. Pasando por ella se entra en lo que fue palacio del Infante D. Fadrique, del cual sólo subsiste la torre de su nombre. Levantada en 1252, es de planta cuadrada y consta de tres cuerpos. En el primero, cubierto con una bóveda ojival, se sitúa la puerta de ingreso y una serie de saeteras; en el segundo, cubierto asimismo con bóveda ojival, aparecen ventanas de tipología románica y en el tercero, cubierto con bóveda octogonal, aparecen ventanas góticas. La iglesia se sitúa al fondo del compás, respondiendo su estructura a la tipología de las iglesias mudéjares sevillanas del siglo XV, si bien fue reformada decorativamente  en  el  primer tercio del siglo XVII. Se trata de un  edificio  de  una  sola  nave, planta  rectangular y cabecera poligonal. El cuerpo de la nave se cubre con una armadura mudéjar y el  presbiterio con bóveda de nervaduras. Los muros de la cabecera se decoran con zócalos de azulejos de dos épocas. Los de la primera están fechados en 1575, relacionándose con la producción de Alonso García, y los de la segunda son de principios del siglo XVII. De esa misma época son los zócalos de los muros de la nave, obra de Hernando de Valladares. La decoración de estuco, que transforma estilísticamente el inte­rior, responde a  las trazas que, en 1620, propusieron Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga. Esos mismos maestros fueron quienes proyectaron el soberbio pórtico de entrada a la iglesia, ejecutado por Diego de Quesada, quien lo concluyó en 1622.
     El retablo mayor consta de sotabanco, banco, dos cuerpos de tres calles y ático. Las trazas del retablo y los modelos de las figuras los presentó Martínez Montañés en 1621, aunque serían sus discípulos y continuadores quienes lo llevaron a cabo, terminándolo en 1626. A ambos lados del sagrario figuran dos pequeñas esculturas de San Pedro y San Pablo; en el primer cuerpo de la calle central aparecen las esculturas de San Antonio de Padua y San Buenaventura y en los registros laterales los relieves de la Imposición del hábito a Santa Clara y un Milagro de esta Santa. El registro cen­tral del segundo cuerpo se reformó en 1722. En la gran hornacina central, flanqueada por estípites, figura una escultura de Santa Clara, realiza­da por Juan de Remesal en 1629, y en las laterales las de Santa Inés y Santa María Magdalena, representándose en los relieves laterales el Nacimiento de Cristo y la Asunción de la Virgen. Remata el retablo el grupo escultórico de la Trinidad. En el muro izquierdo figuran dos reta­blos, ejecutados por Martínez Montañés y sus colaboradores entre 1625 y 1630. El primero está dedicado a la Inmaculada, figurando una escultura de esa advocación en la hornacina del primer cuerpo. La representación alegórica de la Inmaculada que aparece en el ático es obra de Andrés de Ocampo. El segundo retablo está dedicado a San Juan Evangelista, y contiene una escultura de ese santo en la hornacina central y un relieve de San Juan en la tina, en el ático. En el muro derecho se sitúan otros dos retablos de igual cronología y estructura, trazados y, en parte, ejecutados, por Martínez Montañés. En la hornacina del primero aparece una escultura de San Francisco, figurando en el ático un relieve con la Estigmatización de ese Santo, realizado por algunos de los discípulos o continuadores del maestro. El segundo retablo está dedicado a San Juan Bautista, debiéndose a Francisco de Ocampo el relieve del Bautismo de Cristo que aparece en el ático. La última hornacina del muro derecho la ocupa una pintura sobre tabla de hacia 1555 que representa a San Roque y es atribuible a Hernando de Esturmio.
     A los pies de la iglesia se halla el coro, dispuesto en dos plantas. El inferior está cubierto por un artesonado de principios del XVII y la solería es de olambrillas del XVI. Destacan en la zona del coro el facistol y la sillería, ejecutados en 1594 por Diego López Bueno; una copia del siglo XVIII de la Virgen de la faja de Murillo y un comulgatorio, de ese mismo siglo, con pinturas sobre tabla de mediados del XVI.
     Recientemente la reducida comunidad de monjas clarisas que habitaba el monasterio se ha trasladado al Convento de Santa María de Jesús de Sevilla, perteneciente a la misma orden, llevándose consigo el ajuar litúrgico que se conser­vaba en la clausura conventual. Entre las piezas que lo integran destaca un copón renacentista, de peana lobulada y adorno de campanitas en la copa, que va fechado en 1546 y 1547 y se atribuye a Juan Ruiz el Vandalino. De estilo barroco es el libro de plata que lleva la imagen de San Antonio, datado en 1738, y de la misma época es un rosario de filigrana de plata. Muy elegantes de líneas son la jarra y bandeja fechadas en 1791 y 1767, y con los punzones de Amat y Carmona res­pectivamente. Magníficos relieves lleva un cáliz neoclásico, de estilo francés, fechado en 1787 (Alfredo J. Morales, María Jesús Sanz, Juan Miguel Serrera y Enrique Valdivieso. Guía artística de Sevilla y su provincia. Tomo I. Diputación Provincial y Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2004).
     El monasterio se sitúa en el barrio de San Lorenzo, originalmente debió ocupar toda la manzana, pero ha ido reduciendo su extensión de forma progresiva, para ocupar actualmente sólo el centro de la misma. El perímetro ha sido vendido de forma gradual, careciendo Santa Clara prácticamente de fachada a la calle.
     El complejo es una combinación de espacios libres y edificados, en el que el claustro principal actúa como elemento articulador que dota de orden a las construcciones, callejas y plazuelas que componen el conjunto. Entre los espacios libres encontramos el propio claustro, el jardín que hace las veces de compás del convento, la huerta, frontera con una de las medianeras, y el vacío que rodea a la Torre de Don Fadrique. Los espacios edificados más significativos, tanto por su entidad, como por su significación en la vida conventual, son la iglesia y el refectorio.
     La portada que conduce al estrecho pasillo que da paso al compás es el único contacto con la calle de la clausura. Dicha portada es obra del primer tercio del siglo XVII y está presidida por la imagen en azulejería de la Santa titular.
     El compás es un patio-jardín con naranjos y palmeras que sitúa una fuente en su centro y en cuyo perímetro se sitúan edificaciones, abren a este espacio libre el pórtico de entrada a la iglesia, ubicado frente al pasillo de entrada, la portada de ingreso a la zona de la torre de Don Fadrique, situada al fondo del patio a la izquierda, y el callejón que conduce a la puerta seglar, enfrentado a la portada anterior.
      Las pequeñas edificaciones acogen las viviendas del portero y el mandadero, el torno, junto al cual se dispone la provisoría y una serie de locales que en los últimos años las monjas dedicaron al alquiler como medio para obtener ingresos. El pórtico de entrada al templo fue proyectado por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga en el primer tercio del s. XVII, y a él abren la vivienda del capellán y la sacristía de afuera. La portada tardogótica, de principios del XVI, que sirve de acceso al área donde está la Torre de Don Fadrique, perteneció al colegio de Maese Rodrigo y que fue trasladada aquí por el Ayuntamiento. Y por último, en el callejón que da acceso a la puerta reglar, junto a la cual se sitúa la clavería, se ubican los locutorios.
     La Torre de Don Fadrique, único resto conservado del palacio del Infante del mismo nombre que fue el germen del convento, se dispone al fondo de un espacio de planta próxima al rectángulo que se sitúa tras el ábside de la iglesia, separándose de la huerta tan solo por una tapia. A la huerta abren la sacristía interior, alguna de las viviendas de la época de la "vida particular" y alguna celda dormitorio, comunicándose mediante una callejuela con el claustro principal.
     Este hermoso claustro, fechado en 1532, es de planta cuadrada y dos cuerpos de altura, con arquerías sobre columnas.
     Éstas se componen de columnas sobre las que voltean ocho arcos de medio punto en el orden bajo y carpaneles en el alto, todos ellos enmarcados por alfiz, excepto en la galería oeste del nivel superior, que aparece cegada y en la que sólo se abren tres pequeñas ventanas de raigambre mudéjar. En la planta baja las paredes se decoran con un zócalo de azulejos de los llamados de Cuenca.
     En torno al claustro se disponen la iglesia, la provisoría, el despacho de la abadesa, la Capilla del Nacimiento, la enfermería baja, algunas celdas, el refectorio, la sal de consultas, la celda prioral y la escalera principal.
     El refectorio y la iglesia presentan una disposición inusual, ya que entestan perpendicularmente con el claustro por uno de sus lados menores, disponiéndose ambas piezas en lados enfrentados del mismo, aunque el refectorio se sitúa a eje de la cara sur y la iglesia en una esquina, la noroeste.
     El refectorio es de planta rectangular y dimensiones muy alargadas, se accede a él desde el anterrefectorio y a un lado encontramos la cocina y la provisoría.
     El inicio de la construcción la iglesia data del siglo XV y es de estilo gótico mudéjar. Su planta es del tipo denominado de cajón, por poseer una única nave, que presenta cabecera ochavada y cuyos coros alto y bajo se sitúan a los pies. En el muro de la Epístola, a la derecha, se encuentra la zona destinada a sala de "Profundis" y cementerio, así como la sacristía interior y los confesionarios. En el otro muro abre la sacristía de afuera, que se comunica con la vivienda del capellán y el pórtico de entrada y el pórtico de entrada a la iglesia anteriormente descrito.
     La cabecera se cubre con bóveda ojival nervada hasta el arco toral y la nave con un magnífico alfarje de carpintería mudéjar.
     Otros elementos a destacar en el templo son los bellos zócalos de azulejos, que sobrepasan los dos metros de altura, fechados los del presbiterio en 1565, la espadaña, ejecutada por Juan de Vandelvira y Diego Coronado, y el sepulcro del Obispo de Silves don Álvaro Peláez, con una estatua yacente sobre sarcófago de estilo gótico de la mitad del siglo XIV situado en la zona de enterramiento de las monjas.
     La imponente caja de la escalera principal se cubre con un artesonado, al igual que los dormitorios altos. Éstos se disponen sobre los bajos, en la zona este del convento y fronteros con la calle Becas tras la crujía donde se sitúa la Capilla del Nacimiento. El muro de la calle Becas se presenta al exterior completamente ciego, preservando la clausura.
     El Real Monasterio de Santa Clara es uno de los primitivos establecimientos conventuales que se crean en la ciudad de Sevilla tras su conquista a los musulmanes.
     Se encuentra documentación de la ubicación de las religiosas en su actual monasterio en fecha tan temprana como 1289, año en que se fecha una carta de Sancho IV el Bravo por la que el monarca hace donación a las clarisas de las casas y jardines que constituían el palacio de su tío, el Infante Don Fadrique.
     El monasterio contó siempre con el apoyo de la Corona, así la reina doña María de Molina contribuyó a sufragar los costos de la edificación de la iglesia y del propio convento. El palacio se fue modificando paulatinamente para acoger la estructura conventual, dejando como último testimonio de éste la Torre de Don Fadrique.
     El siglo XVI y el comienzo del XVII vieron el período más intenso en la construcción del actual monasterio.
     Doña María Coronel, huyendo del asedio de Pedro I, estuvo refugiada en este convento en el que profesó para posteriormente fundar el de Santa Inés, segundo convento de clarisas de la ciudad.
     El Convento de Santa Clara no llegó a sufrir la exclaustración, aunque durante esa época tuvieron que renunciar a la vida en comunidad, adoptando la "vida particular" que obligaba a acoger huéspedes en el recinto. Su clausura acogió además a los moradores del vecino convento de San Clemente durante la dominación francesa (Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía).
     Volviendo a la calle Santa Clara, en el número 28, está el palacio de los Condes de Santa Coloma, construido en el siglo XVII y conservado en su integridad. En la acera de enfrente, algo más adelante, se encuentra la portada que da paso al precioso compás del convento de Santa Clara, fundación franciscana del siglo XIV. En este compás, a la izquierda, se encuentra la portada gótica que tuvo la primera Universidad de Sevilla, fundada por el arcediano Rodrigo Fernández de Santaella, de la que queda, como se recordará, la capilla, sita en la puerta de Jerez. Al otro lado de esta portada, en un espacioso jardín, se levanta la llamada torre de Don Fadrique, único vestigio del palacio que aquí tuvo el desgraciado hermano de Alfonso X, mandado ejecutar por el rey en Toledo en 1277, como consecuencia de los amores que sostuvo con su madrastra Juana de Pointheu, viuda de Fernando III. Levantada hacia 1253, tiene planta rectangular, de 10,15 por 8,30 m, y se alza sobre un potente basamento de 2,40 m de alto. Consta de tres plantas rematadas por un antepecho coronado de almenas.
     El convento, cuyas monjas se trasladaron no hace mucho al de Santa María de Jesús, se encuentra actualmente en restauración. La iglesia aparece al fondo del compás, tras un precioso pórtico obra de Diego Quesada, quien siguió el proyecto realizado en 1620 por Juan de Oviedo y Miguel de Zumárraga, los mismos que proyectaron también la decoración de estuco que aparece en los muros interiores de su única nave. El presbiterio lleva bóveda ojival de nervaduras, mientras un zócalo de azulejos decora la parte baja de los muros. A los pies de la nave se sitúan dos coros, alto y bajo; el inferior tiene un precioso pavimento de olambrillas datable en el siglo XVI y un artesonado de principios del XVII. El retablo mayor tiene la traza de Martínez Montañés, aunque tanto su ejecución como la mayoría de las imá­genes fue realizada por su taller en 1626. Es un importante conjunto manierista compuesto por sotobanco, banco, dos cuerpos con tres calles a base de columnas corintias de hélice y ático. Entre las imágenes, hay que destacar, la Santa Clara que figura en la hornacina central, tallada por Juan de Remesal en 1629. El resto de los retablos son también de Montañés y de su taller. Entre sus bellísimas piezas sobresalen el Bautismo de Cristo, situado en el retablo de San Juan Bautista del muro de la Epístola, obra de Francisco de Ocampo, así como la alegoría de la Inmaculada, en su correspondiente retablo (Rafael Arjona, Lola Walls. Guía Total, Sevilla. Editorial Anaya Touring. Madrid, 2006).
                   
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