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jueves, 29 de febrero de 2024

3974. ROMA** (VII), capital: 7 de septiembre de 2023.















ROMA** (VII), capital de la provincia, de la región, y de Italia: 7 de septiembre de 2023.
     Los peregrinos medievales que recorrían miles de kilómetros a pie desde todos los rincones del mundo para ver al menos una vez en su vida al sumo pontí­fice y orar ante la tumba de Pedro son hoy día riadas de turistas en cómodos autocares apiñados en la columnata de Bernini. Con tanta gente que abarrota la plaza y la basílica -insuficiente para acoger a tantos fieles, por gigantescas que sean sus dimensiones- resulta algo difícil ver la basílica como lugar de recogimiento y meditación. A ello se une su imagen de museo, resultado de la gran predilección de los papas por el arte en todas sus facetas, lo que contribuyó a la formación de un patrimonio de valor incalculable.
Un poco de historia
     El Concordato de Letrán, o Pactos Lateranenses, de 11 de febrero de 1929 entre Italia y la Santa Sede, reconoció a la Ciudad del Vaticano como Estado independiente bajo la soberanía del papa, el sumo pontífice, cabeza de la Iglesia católica. Se trata del Estado más pequeño del mundo (0,44 km2 y poco más de 600 habitantes), con moneda, correo, periódico, estación de ferrocarril, telecomunicaciones y policía propios. Comprende la basílica y plaza de San Pedro, los Palacios Vaticanos con los museos, jardines y demás edificios y las basílicas mayores de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros con sus edificios anejos, los palacios de la Cancelleria, Propaganda Fide y el ex Vicariato, hospital del Niño Jesús y el palacio de Castel Gandolfo.
     El Vaticano forma desde sus orígenes un núcleo con personalidad propia den­tro de la ciudad, configurado a lo largo de diecisiete siglos, a través de una serie ininterrumpida de actuaciones con motivaciones ideológicas y funcionales que confirman la intención de convertir la residencia del vicario de Cristo en ciudad de la fe, la sabiduría, la belleza y la "fortaleza"), como una proyección terrenal de la ciudad celestial. Una "ciudad sagrada" que, aunque pensada y vivida como algo autónomo, se ha reflejado inevitablemente en la ciudad "terrenal", condicionando en particular el nacimiento, crecimiento y fundación del vecino distrito de Borgo.
     Fue Calígula quien erigió un circo en la propiedad imperial del "ager Vaticanus", donde Pedro sufrió el martirio. Hacia el año 320, Constantino fundó la basílica dedicada al apóstol en la vecina necrópolis donde se hallaba su tumba. Por aquel entonces, el papa residía en el palacio de Letrán, hasta que se construyó otro mucho más modesto en San Pedro en tiempos del papa Símaco (501-506). León IV levantó la primera muralla defensiva, a raíz del saqueo de la basílica por los árabes en el año 846.
     Eugenio III construyó un palacio e Inocencio III lo amplió con dependencias para la Curia y los servicios. A Nicolás III se deben, aparte del "pa­sadizo" de la muralla Leonina para comunicarse con el Castel Sant'Angelo, nuevas salas de representación, la capilla palatina (futura Capilla Sixtina), las galerías (sustituidas por las de Bra­mante) y el jardín cerrado donde Inocencio VIII levantaría la villa-belvedere. 
     El Vaticano es la residencia pontificia estable desde el regreso de los papas de Aviñón, si bien hasta mediados del siglo XV no se acometieron las grandes obras que lo convertirían en el eje ideológico, político y cultural del mundo cristiano. Nicolás V concibió un grandioso proyecto urbanístico que incluía la "ciu­dad Leonina" y el Borgo, la sustitución de la basílica constantiniana y la construcción de una nueva ala en el palacio pontificio (con frescos de Fra Angelico en la capilla de Nicolás V), así como el refuerzo del sistema defensivo, del que solo se realizó una parte. Sixto IV fundó la Biblioteca Apóstolica Vaticana y la Capilla Sixtina; Inocencio VIII construyó el Belvedere y Alejandro VI la torre Borgia y la decoración de las salas del mismo nombre.
     Julio II encargó a Bramante la reconstrucción total de la basílica. Bramante proyectó el grandioso patio del Belvedere y las galerías de tres plantas (la central la decoraron discípulos de Rafael); este último empezó la decora­ción de las Estancias y Miguel Ángel pintó los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina y el Juicio Universal y los frescos de la Capilla Paulina (de Pablo III), creada por Antonio da Sangallo el Joven, igual que la Sala Regia y la nueva muralla, sin terminar, con la porta di Santo Spirito. Pirro Ligorio terminó el patio del Belvedere y construyó el pabellón de Pío IV en los jardines.
     En el primer cuarto del siglo XVII se terminaron la basílica y la residencia papal, sacrificando a la funcionalidad las concepciones espaciales de Miguel Án­gel y Bramante. Sixto V encargó a Domenico Fontana la terminación de la cúpula, colocó en su sitio actual el obelisco, construyó el nuevo palacio pontificio y el cuerpo de la Biblioteca que corta el patio del Belvedere. Pablo V optó definitivamente por la cruz latina y encargó a Carlo Maderno la prolongación de la basílica y la fachada. En tiempos de Urbano VIII, Gian Lorenzo Bernini inició la fastuosa decoración in­terior de San Pedro y la terminó en tiempos de Inocencio X y Alejandro VII. A este último se debe la manifestación más espectacular del triunfalismo barroco: la inmensa plaza elíptica porticada cuyo brazo derecho conduce por la puerta de bronce a la apoteosis de la Scala Regia.
     Con la sacristía de Carlo Marchionni se completó la sustitución de la vieja basílica por la nueva, de manera que las intervenciones de los siglos XVIII y XIX se limitaron a labores de conservación y disfrute de las obras de arte (Museos Pío-Clementino, Chiaramonti y Braccio Nuovo, Gregoriano Egipzio y Gregoriano Etrusco).
     Entre las numerosas intervenciones posteriores al año 1929, destacan la nueva entrada monumental a los museos, el edificio de la Pinacoteca Vaticana, la Sala de Audiencias Pablo VI, la nueva ala de los museos ex Lateranenses y la creación de la Colección de Arte Religioso Moderno. Las últimas actuaciones fueron las relacionadas con las celebraciones del Jubileo del principio del tercer milenio (2000).
EL PRIMER TEMPLO DE LA CRISTIANDAD
Plaza de San Pedro**. Luzca el sol o llueva a cántaros, miles de fieles se dan cita los domingos en espera de la aparición del pontífice en el majestuoso recinto de la columnata diseñada por Gian Lorenzo Bernini. En tiempos de la basílica antigua, la elipse estaba ocupada en parte por iglesias y oratorios, hasta que entre 1656-1667 se levantó la cuádruple hilera de columnas (284 en total, más 88 pilares), dispuestas de manera que desde los ejes solo se ven las de la primera fila. Bernini realizó además muchos de los modelos de cera para las 140 estatuas de santos que rematan la columnata.
Obelisco Vaticano. Costó mucho levantarlo en el centro de la plaza, pero así lo quería Sixto V y Carlo Fon­tana no podía oponerse. A falta de maquinaria más moderna, se recurrió a las tradicionales sogas y empezó a al­zarse en medio de un silencio sepulcral. El obelisco lo había traído Calígula de Alejandría en el año 37 para adornar el circo. El silencio debía haber durado hasta que terminara la operación, pero lo rompió un tal Bresca al observar que algunas sogas estaban a punto de romperse. Gritando "¡Agua a las sogas!" impidió que el monolito (en cuya punta hay una cruz con un frag­mento de la Vera Cruz, en sustitución del globo de bronce que, según se creía entonces, contenía las cenizas de Julio César) se desplomara, y el pontífice agradecido le otorgó el monopolio del abastecimiento de palmas al Vaticano para las festividades.
     Los leones de bronce se deben a Prospero Antichi y las fuentes son de Carlo Maderno (derecha, 1613) y Carlo Fontana (izquierda, 1617).
Basílica de San Pedro**. Piazza San Pietro, (visita, de octubre a marzo, de 7 h a 18.30 h; de abril a septiembre, de 7 h a 19 h. Las visitas se suspenden durante las celebraciones litúrgicas; www.vaticanstate.va, www.museivaticani.va). Incluso los visitantes más experimentados encuentran dificultades para  hacerse  una  idea de sus proporciones. Quizá sirvan de ayuda las cifras, empezando por los 22.067 m2 de superficie que la convierten en la mayor iglesia del mundo. Impresionan en particular la altura del edificio (136 m hasta la cruz de la cúpula de Miguel Ángel) y el diámetro (42 m) de la propia cúpula. Igual que las vicisitudes históricas que han dado lugar al templo actual y que se remontan a los orígenes del cristianismo.
     La primera basílica constantiniana se construyó hacia el año 320 y la consagró el papa Silvestre I en el año 326, aunque no se terminó hasta el año 349. Presentaba cinco naves divididas por columnas y un gran atrio con cuádruple pórtico y la pila para las abluciones, en la que el agua brotaba de la piña, actualmente en el patio del mismo nombre de los Palacios Vaticanos. A mediados del siglo XV, la reconstrucción total del edificio era ya una tarea inaplazable. Nicolás V se la encargó a Bernardo Rossellino (1453), pero las obras comenzaron realmente en tiempos de Julio II a cargo de Bramante, a quienes siguieron otros arqui­ectos partidarios de una planta en cruz griega (Bramante, Peruzzi y Miguel Ángel) o latina (Rafael y Sangallo el Joven). Pablo V resolvió la cuestión adoptando la cruz latina y encomendó la prolon­gación de la basílica a Carlo Maderno, quien la terminó en 1614. Urbano VIII la abrió al culto el 18 de noviembre de 1626, en el 1300 aniversario de su primera consagración. A Maderno le su­ cedió Gian Lorenzo Bernini, pero problemas de diversa índole le impidieron terminar la fachada con dos grandes campanarios.
     Exterior. Bernini proyectó la amplia escalinata de tres niveles, a cuyos lados colocó dos estatuas de San Pedro (iz­quierda, Giuseppe Fabris) y San Pablo (derecha, Adamo Tadolini), que conduce a la fachada de Carlo Maderno, rematada por ocho columnas con pilares laterales y tímpano. En la parte inferior se abre el pórtico (ver más adelante) con arcadas en los extremos (la iz­quierda lleva a la Ciudad del Vaticano). En la parte superior de la fachada (con las estatuas del Redentor, el Bautista y los apóstoles menos San Pedro en la balaustrada) hay nueve balcones. El del medio es el utilizado para las bendiciones papales y el anuncio de la elección de nuevo pontífice. Los dos grandes re­lojes fueron añadidos por Giuseppe Valadier.
     Miguel Ángel no pudo ver terminada su cúpula**, pues murió cuando se es­taba construyendo el tambor; el cas­quete con doble moldura, dividido por aristas en 16 segmentos, fue realizado por Giacomo Della Porta y Domenico Fontana (1588-1589). Vignola añadió las dos cúpulas laterales, con función puramente decorativa.
     En el pórtico, aparte de la puerta que da paso al vestíbulo de la Scala Regia, puede verse la estatua ecuestre de Constantino, de Bernini (1670). La inscripción original de Bonifacio VIII relativa al primer Jubileo (1300) se ve sobre la Porta Santa, que solo se abre en los años santos. Los postigos* de bronce de la puerta me­diana son un encargo de Eugenio IV a Filareto (1439-1445), y proceden de la basílica constantiniana. Encima de la entrada mediana del pórtico puede verse el mosaico de 1a Navecilla, de Giotto (1298) y rehecho completamente en el siglo XVII. Los batientes de bronce del resto de las puertas son modernos; los de la última a mano izquierda (puerta de la Muerte) son obra de Gia­como Manzú (VV.AA. Guía total: Roma y el Vaticano. Anaya. Madrid, 2020).

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3973. ROMA** (VI), capital: 7 de septiembre de 2023.

miércoles, 28 de febrero de 2024

3973. ROMA** (VI), capital: 7 de septiembre de 2023





















ROMA** (VI), capital de la provincia, de la región, y de Italia: 7 de septiembre de 2023.
     Los peregrinos medievales que recorrían miles de kilómetros a pie desde todos los rincones del mundo para ver al menos una vez en su vida al sumo pontí­fice y orar ante la tumba de Pedro son hoy día riadas de turistas en cómodos autocares apiñados en la columnata de Bernini. Con tanta gente que abarrota la plaza y la basílica -insuficiente para acoger a tantos fieles, por gigantescas que sean sus dimensiones- resulta algo difícil ver la basílica como lugar de recogimiento y meditación. A ello se une su imagen de museo, resultado de la gran predilección de los papas por el arte en todas sus facetas, lo que contribuyó a la formación de un patrimonio de valor incalculable.
     Las admirables colecciones de los Mu­seos Vaticanos** tienen ya más de cinco siglos de vida. Fueron inauguradas en 1506 por Julio II, quien fue el primero en exponer las esculturas más bellas de su colección en el patio de las Estatuas (el actual Octógono), que era parte del palacete del Belvedere.
     Organizadas en su disposición actual entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, las colecciones pontificias constituyen un conjunto de excepcional importancia, tanto por la riqueza y valor de las obras reunidas como por la magnificencia de las salas que las albergan. El "itinerario de las obras maestras imprescindibles" es suficiente para darse cuenta de que los papas fueron los grandes mecenas del arte italiano.
     Desde el año 2000 se accede al com­plejo a través de una moderna y funcional entrada donde se encuentran todos los servicios. Ordenadas en dos plantas (más una tercera destinada a exposiciones), el visitante accede a las salas de exposición a través de una gran rampa helicoidal que cruza el patio de las Corazas, cubierto por una estructura de vidrio y acero.
     Para la visita (de 9 h y 16 h; los festivos y domingos cerrado excepto los últimos de cada mes en que la entrada es gratuita, de 9 h a 12.30 h; www.museivaticani.va), en el plano de los museos se indica la ubicación de las colecciones con distintos colores. Antes de ini­ciar la visita conviene comprobar en el tablón qué museos están abiertos y cuáles cerrados.
Galería de los Tapices y los Mapas. Son las dos salas que preceden a las estancias de Rafael, autor de los tapices que ahora se exponen en la Pinacoteca Vaticana y que en su origen adornaban la primera galería, sustituidos por tapices de Bruselas, hechos en el siglo XVI por Pieter van Aelst.
     La segunda galería ofrece un pequeño ensayo de geografía de Italia ya que está decorada con frescos de 1580-1583 que representan 40 mapas de las regiones italianas y de las posesiones de la Iglesia a finales del siglo XVI; los estucos y pinturas de la bóveda son de Girolamo Muziano y Cesare Nebbia.
Estancias de Rafael**. Etapa obligada de la visita de los Museos Vaticanos, formaban parte de los aposentos de Nicolás V, aunque fue Julio II quien encargó su espléndida decoración a Rafael y sus colaboradores (1508-1525).
     Rafael hizo los diseños sobre los que trabajaron en la sala de Constantino Giulio Romano, Raffaellino del Calle y Giovanni Francesco Penni hasta 1525; el primero pintó en la pared enfrente de la ventana la Victoria de Constantino sobre Majencio y en la pared siguiente la Aparición de la Cruz a Constantino; Penni realizó, entre figuras de pontífices en el trono y virtudes, el Bautismo de Constantino (pared de comunicación con la sala de Heliodoro) y la Donación de Constantino (pared de las ventanas). 
     Bramante empezó la galería de Rafael (visita solo previa solicitud y por motivos de estudio) que este terminó en 1512-1518, confiando la decoración a sus discípulos Giovanni da Udine, Giulio Romano, Polidoro da Ca­ravaggio y Perin del Vaga: 12 frescos de episodios del Antiguo Testamento y el último con escenas del Nuevo Testamento decoran las bóvedas de la galería, intercalados con decoración "grutesca'' en columnas y pilastras.
     A continuación se encuentran la sala de los Palafreneros o de los Claroscuros (con apóstoles y santos de Federico y Taddeo Zuccari) y la capilla de Nicolás V, con frescos de historias de los mártires Esteban y Lorenzo* (1448-1450) pintados por Fra Angelico. Más adelante está la primera sala con frescos del propio Rafael (1512-1514). Se trata de la estancia de Heliodoro con temas probablemente sugeridos por Julio II para exaltación de la Iglesia: Encuentro entre San León Magno y Atila* (en la pared divisoria con la estancia de la Signatura), Misa de Bolsena* (en la pared derecha), Expulsión de Heliodoro* (enfrente del primero, en colaboración con Giulio Romano y Giovanni da Udine) y Liberación de San Pedro*.
     Exceptuando parte de la decoración de la bóveda, obra de Sodoma y Bra­mantino, Rafael pintó entre 1509-1511 toda la estancia de la Signatura, así denominada porque en ella se reunía a mediados del siglo XVI el tribunal supremo de la Santa Sede, la Segnatura Gratiae et Iustitiae. Los frescos son una de sus obras maestras y muestran la trabazón de los ideales de la cultura humanista con la tradición clásica y los ha­llazgos del siglo XV en materia de pers­pectiva.
     En la pared que comunica con la estancia del Incendio de Borgo se en­cuentra la famosa Disputa del Sacramento*; a los lados de la ventana Gregorio IX aprobando los Decretales* y Justiniano entregando las Pandectas a Treboniano (en el luneto de la ventana Prudencia, Fortaleza y Templanza); enfrente de la Disputa la célebre Escuela de Atenas**, con figuras que representan a personajes de la época (Bramante es el del compás y Miguel Ángel el que apoya la cabeza en el brazo); en la pared de la ven tana que da al patio del Belvedere está el Parnaso*, terminado en 1511. El zócalo de madera se sustituyó por los claroscuros de Perin del Vaga, aunque las representaciones de las Ciencias y las Artes son de Rafael.
     En la estancia del Incendio, termi­nada en el pontificado de León X, los discípulos se valieron de cartones y diseños de Rafael para parte de los fres­cos de la pared, con motivos alusivos a los papas de nombre León. Enfrente de la ventana puede verse el Incendio de Borgo*, apagado por León IV con la señal de la cruz, la Coronación de Car­lomagno por León III (pared derecha), la Victoria de León IV sobre los sarracenos (pared izquierda) y el Juramento de León III (pared de las ventanas). Las pinturas de la bóveda son de Perugino.
Apartamento Borgia. Alejandro VI Borgia encargó en 1492-1498 a Pinturic­chio y sus colaboradores los frescos (la Sala de los Santos es su obra maestra) que lo decoran. En él se exhibe la Colección de Arte Religioso Moderno inau­gurada por Pablo VI en 1973, con escul­turas, cuadros y obra gráfica de lo más granado del arte contemporáneo.
Capilla Sixtina**. Cuando el papa Sixto IV hizo construir (1475-1481) esta sala rectangular con bóveda rebajada no podía imaginar que aquí se plasmaría una de las obras más importantes de la pintura italiana renacentista. El papa había demostrado su sensibilidad al encargar a Mino da Fiesole, Andrea Bregno y Giovanni Dalmata la elegante cancela de mármol que divide en dos la sala y la balaustrada de la tribuna del coro. La misma que mostró al encar­gar los frescos de las paredes laterales y del altar a los maestros más célebres de la época, como Sandro Botticelli, Luca Signorelli, Piero di Cosimo, Perugino, Domenico Ghirlandaio y Pinturicchio. 
     En 1506, Julio II reanudó su proyecto de decoración  confiándoselo  a Miguel Ángel, quien pintó la bóveda entre los años 1508-1512 y la pared del fondo en el pontificado de Pablo III. La zona inferior de las paredes laterales y del altar está decorada con falsos cor­tinajes pintados con los emblemas de Sixto IV, mientras que en la mediana pueden verse episodios de la vida de Moisés (derecha) y de la vida de Cristo (izquierda) y en la superior, del lado de enfrente del altar, 24 retratos de papas. 
     La superficie de la bóveda está ocu­pada por un gran ciclo pictórico, en una extraordinaria fusión de elementos arquitectónicos y plásticos resaltados por brillantes tonalidades cromáticas. La grandiosa composición se articula en tres niveles superpuestos.
     La zona central está ilustrada con nueve escenas soberbias del Génesis**: Separación de la luz y las tinieblas, Creación de los astros y las plantas, Separación de tierra de las aguas, Creación de Adán, Creación de Eva, El pecado original y la expulsión del Paraíso terrestre, El sacrificio de Noé, El diluvio universal y La embriaguez de Noé; entre los recuadros se ven parejas desnudas* sosteniendo medallones. El siguiente nivel lo componen las figuras de sibilas y profetas que se hallan sentados en tronos. En los triángulos y ángulos de la parte inferior de la bóveda hay otros episodios bíblicos y en los lunetos de las ventanas, los antepasados de Cristo. 
     Una grandiosa escena en movimiento dentro de un espacio sin límites. Así concibió Miguel Ángel en 1536-1541, superando modelos y perspectivas del arte renacentista, el magnífico Juicio Universal** de la pared del fondo. En él domina la majestuosa e implacable figura de Cristo como juez supremo*, con la Virgen al lado y los santos, patriarcas y mártires que llenan el Paraíso; a su derecha, los buenos suben al cielo, y a la izquierda los malos se precipitan en el infierno, donde los reciben Caronte y Minos. Abajo está representada a la izquierda la Resurrección de los muertos, en el centro, los Ángeles tocando las trompetas del Juicio y, en los lunetos, los Ángeles con los símbolos de la Pasión. El papa Pío IV consideró que las figuras desnudas eran escandalosas y ordenó cubrirlas en 1564; el encargado de pintar los drapeados, llamados "bragas", fue Daniel de Volterra, desde entonces apodado el "Braghettone".
Sala de las Bodas Aldobrandinas. Así llamada por el espléndido fresco* sobre los preparativos de boda entre Alejandro Magno y Rosana, descubierto en 1605 en el arco de Galieno. En el resto de paredes hay pinturas como Odisea (siglo I a.C.) y procesiones de niños (siglo III).
Sala de los Papiros y Museo Sacro. La sala de los papiros nació para exponer en ella los papiros de Rávena, mientras que el Museo Sacro lo creó Benedicto XIV en 1756 para guardar las antigüedades cristianas anteriores a la disolución del Imperio Romano.
Biblioteca Apostólica Vaticana. La creó Sixto IV en 1475 y sus fondos comprenden 75.000 volúmenes manuscritos, 70.000 documentos, 100.000 autógrafos separados y más de 800.000 libros im­presos. Es notable el Salone Sistino* de D. Fontana (1587-1589). En el Museo Profano se exponen materiales de época etrusca, romana y medieval procedentes de las colecciones Albani y Carpegna y otras excavaciones.
Museo Misionero-Etnológico. Contiene piezas de artes aplicadas y documentos de civilizaciones no europeas procedentes de la Exposición Misionera del jubileo celebrado en el año 1925 y donaciones de congregaciones o particulares. Instalada en primer lugar en San Juan de Letrán, debe su organización actual a Pablo VI.
     Los medios de transporte de los papas pueden verse en una sección del Mu­seo Histórico Vaticano-Pabellón de las Carrozas.
     Desde los Museos Vaticanos se puede acceder a la necrópolis romana (visita previa reserva. Compra de entradas en bi­glietteriamusei.vatican.va. Más informa­ción en www.museivaticani.va), parte de un antiguo cementerio dispuesto a lo largo de la via Triumphalis. Las excavaciones han sacado a la luz unos 40 edificios funerarios y sepulcros (algunos con decoración al fresco y estuco y con pavimentos de mosaico) y más de 200 sepulturas señaladas con cipos, estelas, altares y lápidas, que datan de finales del siglo I a.C. a comienzos del IV d.C. (VV.AA. Guía total: Roma y el Vaticano. Anaya. Madrid, 2020).

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3972. ROMA** (V), capital: 7 de septiembre de 2023.

martes, 27 de febrero de 2024

3972. ROMA** (V), capital: 7 de septiembre de 2023















ROMA** (V), capital de la provincia, de la región, y de Italia: 7 de septiembre de 2023.
     Los peregrinos medievales que recorrían miles de kilómetros a pie desde todos los rincones del mundo para ver al menos una vez en su vida al sumo pontí­fice y orar ante la tumba de Pedro son hoy día riadas de turistas en cómodos autocares apiñados en la columnata de Bernini. Con tanta gente que abarrota la plaza y la basílica -insuficiente para acoger a tantos fieles, por gigantescas que sean sus dimensiones- resulta algo difícil ver la basílica como lugar de recogimiento y meditación. A ello se une su imagen de museo, resultado de la gran predilección de los papas por el arte en todas sus facetas, lo que contribuyó a la formación de un patrimonio de valor incalculable.
     Las admirables colecciones de los Mu­seos Vaticanos** tienen ya más de cinco siglos de vida. Fueron inauguradas en 1506 por Julio II, quien fue el primero en exponer las esculturas más bellas de su colección en el patio de las Estatuas (el actual Octógono), que era parte del palacete del Belvedere.
     Organizadas en su disposición actual entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, las colecciones pontificias constituyen un conjunto de excepcional importancia, tanto por la riqueza y valor de las obras reunidas como por la magnificencia de las salas que las albergan. El "itinerario de las obras maestras imprescindibles" es suficiente para darse cuenta de que los papas fueron los grandes mecenas del arte italiano.
     Desde el año 2000 se accede al com­plejo a través de una moderna y funcional entrada donde se encuentran todos los servicios. Ordenadas en dos plantas (más una tercera destinada a exposiciones), el visitante accede a las salas de exposición a través de una gran rampa helicoidal que cruza el patio de las Corazas, cubierto por una estructura de vidrio y acero.
     Para la visita (de 9 h y 16 h; los festivos y domingos cerrado excepto los últimos de cada mes en que la entrada es gratuita, de 9 h a 12.30 h; www.museivaticani.va), en el plano de los museos se indica la ubicación de las colecciones con distintos colores. Antes de ini­ciar la visita conviene comprobar en el tablón qué museos están abiertos y cuáles cerrados.
Pinacoteca Vaticana**. La primera toma de contacto con las colecciones papales corresponde a la pintura de tema religioso, inaugurada en 1816 por Pío VI tras reunir obras dispersas por los palacios pontificios y organizadas según criterios cronológicos o escuelas. Entre los primitivos, cabe mencionar el Juicio Universal, de Giovanni y Nicolò; y las Historias de San Esteban, de Bernardo Daddi; de Giotto es el famoso políptico Stefaneschi, pintado en Roma por el artista y sus alumnos para la basílica de San Pedro, y de la misma época las obras de Pietro Lorenzetti, Simone Martini, Gentile da Fabriano y Sassetta. Los toscanos Filippo Lippi, Be­nozzo Gozzoli y Fra Angélico dan paso a dos obras maestras de Melozzo da Forlì (fragmentos del fresco de la Ascensión* y el gran fresco de Sixto IV nombrando al prefecto de la Biblioteca Vaticana*, 1477), los Milagros de San Vicente Ferrer, de Ercole de Roberti; la Pietà, de Lucas Cranach el Viejo; un nutrido grupo de polípticos (entre ellos, una Pietà de Carlo Crivelli) y obras de escuela umbra del siglo XV. Los visitantes suelen pararse ante las obras de Rafael: diez tapices encargados por León X para la Capilla Sixtina (1515-1516); la Transfiguración** (1517), terminada por Giulio Romano y Giovanni Francesco Penni; la espléndida Virgen de Foligno de 1512-1513; la Coronación de la Virgen*, su primera gran composición (1503).
     El San Jerónimo**, de Leonardo da Vinci (hacia 1480) precede a las obras del siglo XVI, como la magnífica Virgen de los Frari (1528) y el Retrato del dux Nicoló Marcello, de Tiziano; el Sacrificio de Isaac, atribuido a Ludovico Carracci; y la Anunciación, de Cavalier d'Arpino (1606). Al siglo XVII perte­necen el Descendimiento** de Caravaggio (1602-1604); la Comunión de San Jerónimo, de Domenichino (1614); y la Crucifixión de San Pedro, de Guido Reni. Estas dos últimas son expresión del estilo barroco de buena parte del siglo XVIII, representado por el Benedicto XV, de Giuseppe María Crespi y el Reposo en Egipto, de Francesco Mancini.
Museo Gregoriano Profano*. Los papas sufrieron una auténtica "fiebre del oro" en los Estados Pontificios cuando las excavaciones iban sacando a la luz restos antiguos. Los materiales griegos y romanos expuestos aquí son de esa procedencia (el museo lo creó Gregorio XVI en el Palacio de Letrán, aunque se trasladó aquí en 1970), mientras que la colección de inscripciones se añadió a finales del siglo XIX. Entre los originales griegos, cabe mencionar la estela ática del Palestrita* (mediados del siglo V a.C.), fragmentos de esculturas del Partenón y una cabeza de Atenea* de la Magna Grecia (mediados del siglo V a.C.). Entre las copias romanas destaca la Níobe Chiaramonti*, derivada de un grupo de Escopas o Praxíteles; y el sepulcro de Vicovaro, del 30-40. El relieve que representa las ciudades etruscas de Tarquinia, Vulci y Vetulonia documenta la escultura romana de los siglos I y II, junto con el relieve del ara de los Vicomasgistri* (hacia 30-40) y 39 fragmentos* del sepulcro de los Haterios. En cuanto a escultura romana de los siglos II y III destaca un torso de estatua con loriga quizá de Adriano o Trajano.
     El Museo Pio-Cristiano también estaba en el Palacio de Letrán, donde Pío IX había reunido en 1854 los mate­riales procedentes de las catacumbas y primeras iglesias cristianas: fragmentos arquitectónicos, esculturas y mosaicos. En 1963 Juan XXIII ordenó su traslado a este edificio, terminado por Pablo VI. Se inauguró en 1970.
Museo Gregoriano-Egipcio*. La reorganización de 1989 dio nuevo significado a las colecciones iniciadas por Pío VII, aunque no se convirtieron en verdadero museo hasta la intervención de Gregorio XVI en 1839. Las piezas están ordenadas por dinastías, ilustradas me­diante inscripciones entre 2600 a.C. y el siglo VI, esculturas (una estatua colosal de la reina Tuya**, 1279-1213 a.C.; estatua acéfala de Udya-hor-res-ne, de finales del siglo VI a.C.; cabeza de estatua del faraón Menthuhotep II, 2060-2040 a.C.), sarcófagos y estelas funerarias, documentos y hallazgos relativos a ritos funerarios y obras de época romana inspiradas en el arte egipcio (como las del Canopo de la villa Adriana de Tívoli, entre las que destaca la estatua de Osiris Antinoo**,de 131-138 d.C.).
     El legado testamentario de Federico Zeri llevó a la creación de una sección para las Antigüedades de Oriente Próximo, donde se exhiben objetos de los siglos I-III procedentes de Palmira (Siria), Palestina, Israel, Jordania, Lí­bano, Irak, Irán y Turquía: relieves funerarios, vajilla, estatuillas, armas, objetos de lujo y tablillas cuneiformes, entre las que destaca un cilindro de Nabucodonosor II (602-562 a.C.).
Patio de la Piña. Hoy colocada en un rellano de la escalera de doble rampa, delante del nicho de Bramante, la piña de bronce, que dio nombre al barrio me­dieval y después a esta zona de los Palacios Vaticanos, es de época romana y después se colocó en el atrio de la primitiva San Pedro para alimentar la fuente de las abluciones.
     Puede verse en medio del patio la Es­fera con esfera de Arnaldo Pomodoro (1990); en realidad el patio es parte del patio del Belvedere, ideado por Bramante para enlazar el palacete de Inocencio VIII con el Palacio Vaticano, separados en 1587-1588 al levantar Do­menico Fontana un ala de la Biblioteca y nuevamente al construir Rafael Stern el Brazo Nuevo.
Museo Chiaramonti. Antonio Canova, con una amplitud de miras precursora de los tiempos posteriores, insistió en dejar a lo largo de la Vía Appia Antica las estatuas y hallazgos de las excavaciones. El artista se ocupó también de la instalación como museo del gran y va­riado repertorio de estatuaria antigua y la rica colección de inscripciones expuestas en esta institución por voluntad de Pío VII.
     El Museo Chiaramonti propiamente dicho ocupa la mitad de la galería (300 m) realizada por Bramante y con­tiene obras romanas originales y copias de obras griegas (cabe destacar el Retrato de romano de la segunda mitad del siglo I a.C.). La Galería Lapidaria acoge 4.000 inscripciones precristianas y cristianas reunidas por Clemente XIV, Pío VI y Pío VII. En el Ala Nueva, con mosaicos* del siglo II en el pavimento, se encuentran las obras más interesantes, casi siempre copias de originales griegos: la estatua de Augusto de Prima Porta**, hallada en 1863 en la villa "ad Gallinas Albas", es copia de un original en bronce que representa al emperador a la edad de 40 años; la llamada Pudor, obra romana del siglo II; la Amazona herida, réplica romana de original griego (brazos y piernas son de Bertel Thorvaldsen); el Nilo* del siglo I, procedente del templo de Isis y Serapis; la Atenea Justiniani de mármol, copia del original griego en bronce; y el Sátiro descansando inspirado en el de Praxíteles; y el Doríforo, réplica romana del original griego de Policleto.
Museo Pio-Clementino*. En el Vati­cano existía ya en el siglo XVI un núcleo de esculturas griegas y romanas, aunque debió parecerles poca cosa a Clemente XIV y Pío VI, porque lo aumenta­ron antes de transformarlo en el museo actual, inaugurado en 1771 y convertido en un destino irrenunciable para los estudiosos del arte antiguo.
      El sarcófago de Lucio Comelio Es­cipión Barbudo (siglo III a.C.) introduce, tras pasar el vestíbulo redondo, al célebre Apoxyomenos*, réplica romana del original en bronce de Lisipo (siglo IV); a sus espaldas puede verse la escalera de Bramante* de rampa helicoidal, construida en la primera década del siglo XVI para el acceso a caballo en el palacio. .
     En  el  patio  Octogonal, diseñado por Bramante y modificado en el siglo XVIII, los "gabinetti" (pequeñas salas pensadas para contener una escultura cada una) de los cuatro ángulos del pórtico ofrecen una excepcional colección de estatuas. En la primera de la izquierda está el Apolo del Belvedere**, copia de época imperial de un original griego del siglo IV atribuido a Leocare y descubierto a finales del siglo XV en las inmediaciones de San Pietro in Vincoli. En la siguiente está el célebre grupo del Laocoonte**, copia en mármol griego de Agesandro y sus hijos Polidoro y Atenodoro en el siglo I según original helenístico; el grupo se encontró en la Domus Aurea en 1506 y ejerció una gran influencia sobre Miguel Ángel.
     En la tercera está el Hermes (antes considerado Antinoo), copia de época de Adriano de un original griego, y en la cuarta el Perseo de Antonio Canova. En la Sala de los Animales pueden verse la estatua de Meleagro (hacia 150), copia de un original de Scopas, y dos pequeños mosaicos de la villa Adriana de Tívoli, mientras que en la galería de las Estatuas, la panorámica de la estatuaria antigua prosigue con el Apolo Sauróctono, réplica romana de un bronce de Praxíteles; son espléndidos los candelabros Barberini* (siglo II) de la villa Adriana.
     La sala de los Bustos está llena de efigies de dioses y emperadores; en el gabinete de las Máscaras antiguos mosaicos polícromos (siglo II) incrustados en el pavimento acompañan a la Venus de Cnido*, elegante réplica de la obra de Praxíteles. Otra de las obras maestras de los Museos es el célebre torso del Belvedere** de Apolonios de Nestor (siglo I a.C.), encontrado a principios del siglo XV, influyó en los artistas del Renacimiento y en particular en Miguel Ángel, quien se inspiró en él para los "desnudos" de la Capilla Six­tina. Otras obras destacables son el Júpiter de Otrìcoli*, copia del siglo I de original griego del siglo IV a.C.; la colosal estatua de Hércules en bronce dorado, ejemplar romano del siglo II sobre modelo griego del siglo IV a.C.; y dos grandes  sarcófagos de pórfido rojo (siglo IV) de Santa Elena y Constantina*, procedente del mausoleo de Santa Constanza.
Museo Gregoriano Etrusco*. Los estudiosos del mundo etrusco pasan a menudo días enteros ante las vi­trinas de este museo, fundado en 1837 por Gregorio XVI e instalado en el palacete de Inocencio VIII (l484-1492) y en un edificio anexo de tiempos de Pío IV (1559-1565, con frescos originales). Pocos otros del mundo ilustran de manera tan completa la civilización del "pueblo misterioso", ya que la mayoría de las piezas proceden de tumbas y se­pulturas descubiertas en el siglo XIX en el Alto Lazio. El panorama cultural de la primera Edad del Hierro (siglos IX-VIII a.C.) llega hasta época helenística y comprende una buena colección de vasijas griegas e italiotas. Son piezas únicas los hallazgos de estilo orientalizante des­cubiertos en 1836-1837 en Cervèteri, de donde proceden también las joyas** de la tumba Regolini Galassi; la urna Calabresi de la segunda mitad del siglo VII a.C.; el célebre Marte de Todi**, esta­tua de bronce de finales del siglo V a.C., que representa a un guerrero de tamaño casi natural, donada por un rico personaje de aquella ciudad; la colección Guglielmi* de bronces, cerámica etrusca y griega, con 800 piezas desde época villlanoviana hasta el helenismo; el ánfora de figuras negras (Aquiles y Áyax jugando a los dados) de Exequias (550-525 a.C.); la crátera tardocorintia (Ulises y Menelao exigiendo la devolución de Elena en Troya) de la colección Astarita.
Sala de la Biga. Camporese hizo esta sala de planta circular en mármol de Carrara, a la que da nombre la biga (carro) que hay en el centro, restaurada en 1788 por Francesco Antonio Franzoni con piezas de época romana. En los nichos hay estatuas romanas copias de origina­les griegos. Materiales de época clásica acompañan en la Galería de los Candelabros, así llamada por los de mármol que se ven bajo cada arcada (VV.AA. Guía total: Roma y el Vaticano. Anaya. Madrid, 2020).

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3971. ROMA** (IV), capital: 6 de septiembre de 2023.

domingo, 25 de febrero de 2024

3971. ROMA** (IV), capital: 6 de septiembre de 2023











ROMA** (IV), capital de la provincia, de la región, y de Italia: 6 de septiembre de 2023.
San Giovanni dei Fiorentini*. Via Acciaioli, 2 (visita de 7.25 h a 12 h y de 17 h a 19 h; museo, de 9.30 h a 12 h. Gra­tuito). La iglesia tiene un sobrio frente, en parte suavizado en época barroca, y recuerda el clima de austeridad que se respiraba tras el concilio de Trento. Para el proyecto, León X acudió a los más grandes de su época, pero fue Sansovino, que comenzó los trabajos en 1519. La cúpula y el transepto son de Cado Maderno (1602-1620); de Alessandro Galilei la fachada (1734). El interior, dividido en tres naves con pilares y cinco capillas por cada lado, conserva en el presbiterio, un Bautismo de Jesús de Antonio Raggi; en el centro descuella el majestuoso altar de Borromini. El gran artista de Bissone reposa aquí, así como Maderno, cuya sepultura está señalada por una lápida en la nave cen­tral. Desde 2001 cuenta con un museo dedicado al arte sacro. La iglesia se si­túa a poca distancia del Vaticano: para llegar a San Pedro basta con atravesar el puente Amadeo d'Aosta. 
Puente de Sant' Angelo**. El gentío que acudió al Jubileo de 1450 provocó el derrumbe parcial del pons Aelius, del que quedaron en pie solo los arcos centrales, construido por Adriano para unir su mausoleo (posteriormente pasaría a formar parte del Castillo de Sant' Angelo) con la orilla opuesta. Nicolás V encargó su reconstrucción a Bernini, cuyo genio creó el espectacular espacio barroco y la escolta de diez ángeles con los símbolos de la Pasión (esculpidos por sus discípulos y ayudantes), así como su colocación. Aquí era donde la comu­nidad hebrea de Roma rendía pleite­sía al nuevo pontífice (VV.AA. Guía total: Roma y el Vaticano. Anaya. Madrid, 2020).

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