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jueves, 25 de marzo de 2010

57. TORDESILLAS* (I), Valladolid: 23 de julio de 2005.

1. TORDESILLAS, Valladolid. Plaza Mayor con el Ayuntamiento en primer término.
2. TORDESILLAS, Valladolid. Igl. de San Antolín.
3. TORDESILLAS, Valladolid. Casas del Tratado.
4. TORDESILLAS, Valladolid. Fachada del antiguo palacio, del Cvto. de Sta. Clara.
5. TORDESILLAS, Valladolid. Una de las estancias del Cvto. de Sta. Clara.
6. TORDESILLAS, Valladolid. Cúpula de una de las estancias del Cvto. de Sta. Clara.
7. TORDESILLAS, Valladolid. Detalle de la decoración de la armadura de la igl. del Cvto. de Sta. Clara.
8. TORDESILLAS, Valladolid. Decoración mudéjar del intradós de un arco del Cvto. de Sta. Clara.
9. TORDESILLAS, Valladolid. Vista general de la capilla mayor de la igl. del Cvto. de Sta. Clara.
10. TORDESILLAS, Valladolid. Retablo de campaña de la Cap. de los Saldaña en el Cvto. de Sta. Clara.
11. TORDESILLAS, Valladolid. Vista general de la igl. del Cvto. de Sta. Clara.
TORDESILLAS* (I), provincia de Valladolid: 23 de julio de 2005.
   Su intenso pasado de ciudad cortesana aún invade el presente de este importante nudo de comunicaciones que se alza junto al Duero.
Murallas. En el medievo se encontraba el caserío rodeado de una cerca amurallada que se abría a cuatro puertas (del Puente, Nueva, del Mercado y Valverde) y de la que hoy sólo se conserva, en forma de resto, la torre de Sila (formada por sillarejo y ladrillo) y algunos lienzos muy reconstruidos. Y tenía muchas casas blasonadas, hechas de piedra y de ladrillo, con escudos heráldicos, balcones de forja y aleros de madera, que todavía campean en diversas calles aunque sometidas al olvido y a las rehabilitaciones que los actuales tiempos exigen.
Casco histórico. Recorriendo el centro histórico se pueden encontrar rincones sugestivos y advertir los restos palaciegos del esplendor pasado. En la plazuela de Cristo Rey se ubica uno de esos escenarios no excesivamente adulterados por las nuevas construcciones, formado por los muros del convento del Carmelo y la iglesia de San Juan, que aporta al recinto una sobria portada barroca de ladrillo.
   En la calle de San Antón, rodeados de bares de copas y estruendo, surgen fachadas nobiliarias con arcos de medio punto insertos en alfiz.
   Buenos sillares configurando arcos dovelados y portadas ilustres hay en la calle A. Román del Castillo, vía que desemboca en la plaza donde eleva su fábrica la iglesia de Santa María. Precisamente en dicha plaza, frente a los contrafuertes del ábside, se sitúa una buena fachada que encierra una gran puerta dovelada y enmarcada en alfiz.
Plaza Mayor*. La calle de Santa María permite acceder a la Plaza Mayor, centro urbanístico y vivencial de la villa a partir del siglo XVI.
   La plaza primitiva, mandada construir en 1485 por el obispo de Segovia don Juan Arias Dávila para que la población tuviera un espacio público acorde con su categoría, se remodeló a finales del siglo XVI conformando un escenario de casas porticadas con dos pisos en altura y grandes ventanales, desde los que se podían contemplar los espectáculos públicos prodigados por la cultura barroca.
   De estilo castellano y planta cuadrada, refuerza su singularidad por abrirse perpendicularmente en sus cuatro costados a otras tantas calles principales: San Antolín, San Antón, Santa María y San Pedro. El aspecto uniforme y regular que presenta se debe a la sucesión de soportales, a las columnas toscanas de piedra, a las zapatas de madera y a la viguería vista.
   La calle de San Antolín conduce precisamente a la fachada monumental que se extiende frente a las aguas del Duero y dibuja uno de los perfiles característicos de la villa, fachada que está formada por las Casas del Tratado, la iglesia de San Antolín y la iglesia de San Juan.
   Antes de llegar conviene detenerse ante la gran casa de piedra que fue de los Alderete, familia poderosa que habría de dejar su huella en forma de capillas funerarias y obras de arte. Presenta puerta dovelada de mucha reciedumbre y muro posterior con dibujo de almenas.
Casas del Tratado*. Las llamadas Casas del Tratado son dos edificios actualmente unidos.
   En uno, el más antiguo, que se postula como el lugar donde se firmó el tratado, las obras se iniciaron en 1484. Perteneció a don Alonso González de Tordesillas (caballero que ostentó el cargo de repostero de cama) y a su esposa, doña Leonor de Ulloa, señora principal que se hizo construir en la iglesia de San Antolín la capilla que prolonga el presbiterio. Ambos exhiben sus blasones en la portada del palacio, en compañía de las armas de los Reyes Católicos.
   La casa más moderna, edificada en el siglo XVII, muestra una larga fachada de piedra, varios balcones de forja y un mirador que sirve para asomarse al Duero. Con motivo de los fastos conmemorativos del V Centenario del Tratado, fue rehabilitada y convertida en casa de cultura. Esconde un pequeño patio con columnas de piedra que da paso a un espacio abierto donde se expone un conjunto de maquetas que representan seis de los edificios más característicos de Castilla y León.
   En las dos casas citadas se ubica el Museo del Tratado. La exposición persigue dar a conocer las claves culturales, territoriales y políticas que obligaron a firmar un acuerdo entre las dos grandes potencias emergentes de la época (España y Portugal) para dividirse las tierras conocidas y las que se podrían conocer. El papa Alejandro VI intervino como mediador entre las cabezas hegemónicas de los dos reinos: los Reyes Católicos y Juan II de Portugal.
   El Tratado de Tordesillas se firmó el 7 de julio de 1494 y en él se fijaron los límites que cada corona debía respetar. Se trazó así una línea imaginaria, situada a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, que dividía el Atlántico en dos teóricas mitades, quedando el hemisferio occidental dentro de los dominios castellanos y el oriental dentro de los portugueses.
Iglesia de San Antolín*. Contigua a las Casas del Tratado se levanta la iglesia de San Antolín, hoy convertida en museo que acoge valiosas obras de arte procedentes de los templos tordesillanos.
   Se trata de un edificio erigido entre los siglos XVI y XVII, que emplea ladrillo en la torre y sillería en el resto. Tiene varias capillas adosadas a la cabecera, entre las que destaca la levantada a mediados del siglo XVI por la familia de los Alderete, que se cierra con buenas rejas de la misma época.
   Precisamente en dicha capilla es donde se concentran las piezas de mayor relieve artístico. En el centro de la misma descansa, en un sepulcro plateresco, el caballero don Pedro de Alderete, comendador de la Orden de Santiago y regidor de la villa. Es un sepulcro muy historiado en los lados (figuras de evangelistas y santos) que fue realizado en alabastro por Gaspar de Tordesillas en el año 1550. A los pies yace un yelmo sobre el reposan dos niños.
   El ilustre regidor, que quiso ser inmortalizado con atavíos guerreros y barba pronunciada, examina con ojos asombrados el excelente retablo que cubre uno de los muros. Ensamblado por el activo Gaspar de Tordesillas, combina pinturas atribuidas a Antón Pérez y esculturas que se cree salieron de la gubia de Juan de Juni y su taller. Como curiosidad, llama la atención la lejanía de los dos ladrones acompañando a la figura principal de Cristo, que aparece en lo alto y en el centro de la composición bajo la imagen de Dios Padre.
   Desde la propia capilla parte una escalera de caracol que permite acceder al coro. Y desde allí se puede subir a la terraza para admirar, en atractiva vista panorámica, las espadañas de ladrillo, la torres de los templos, la geometría de las tejas y la lámina del río, que brilla con temblor de música y cristal. Todo envuelto en el rumor permanente del agua, que tras sobrepasar el puente se rompe con estrépito.
   Otras obras notables engalanan el museo: una talla de la Piedad que recuerda el estilo del Maestro de San Pablo de la Moraleja; un Calvario ubicado en la capilla de los Acevedo; una imagen de la Inmaculada, obra de Pedro de Mena; y dos Cristos yacentes (no situado en la nave central y otro en el centro del presbiterio) de la escuela de Gregorio Fernández.
   Desde San Antolín se llega al convento de Santa Clara siguiendo la calle de Alonso Castillo y dejando a la derecha los jardines de Palacio. Precisamente en la terraza ocupada actualmente por los citados jardines se levantó (hasta que en 1771 fue mandado derribar por Carlos III debido a su estado ruinoso) el palacio donde estuvo viviendo 46 años la reina doña Juana de Castilla.
Convento de Santa Clara**. Visitar el convento de Santa Clara significa vivir una apasionante experiencia estética, ya que se tiene la ocasión de admirar uno de los conjunto artísticos más relevantes de España. Debe decirse, a modo de introducción, que es una mezcla de palacio y monasterio. O mejor, un palacio convertido en monasterio. Eso explica la riqueza y el refinamiento ornamental que adornan muchas dependencias y, al mismo tiempo la sobriedad que define algunas zonas de la clausura. Y el hecho de haber sido residencia real justifica la abundancia y la extraordinaria calidad de los tesoros artísticos que encierra.
   Los orígenes del palacio se sitúan en torno a 1340, año en el que el rey Alfonso XI, para conmemorar la victoria obtenida en la batalla del Salado, ordenó la construcción de un complejo palacial donde se pudiera alojar su favorita, doña Leonor de Guzmán. Su hijo Pedro I el Cruel siguió la costumbre del padre y permitió que viviera en las estancias su amante doña María de Padilla. Hasta que en 1363 la infanta doña Beatriz, de acuerdo con el mandato testamentario de su padre, mandó convertir el edificio real en convento de monjas clarisas.
   Tras contemplar en el patio de ingreso la portada del antiguo palacio y el pórtico que forman los seis arcos rebajados, comienza la visita en el vestíbulo, lugar donde se pueden apreciar restos de la policromía que originalmente recubría la ornamentación de yeserías, así como pinturas murales mal conservadas.
   La capilla dorada, que era el oratorio privado del rey, presenta una cúpula semiesférica con decoración de lacería y diversas pinturas góticas en las paredes como un Calvario o una Virgen con el Niño y un rey Mago. Se adorna con instrumentos musicales como el realejo u órgano portátil que perteneció a Juana la Loca, el clavicordio del siglo XVIII o el virginal, instrumento de tecla y cuerda pinzada que se fabricó en Amberes en el siglo XVI y muestra la tapa decorada con una pintura flamenca.
   Tras caminar por el patio del Vergel, sobrio claustro de estilo clasicista construido en el siglo XVII por Francisco de Praves, se llega al refectorio, que exhibe una hilera de bancos hechos con madera de nogal.
   El antecoro es una estancia singular que cobija diez capillas donde se pueden admirar sobresalientes piezas de madera dorada y policromada terminadas en los siglos XVI y XVII. Los cristales emplomados impiden apreciar con precisión la belleza de una espléndida Piedad del siglo XV ejecutada en piedra policromada y estilo hispano-flamenco.
   Al final del coro largo, estancia que, antes de convertirse en sala capitular, fue el salón del trono del palacio, se encuentra la capilla mayor, separada por una reja de madera que, a modo de arrocabe de alfarje, se remata con una viga decorada con pinturas del Maestro de Manzanillo. Los muros de la capilla se hallan totalmente cubiertos con pinturas murales del siglo XVI, en las que se advierte la influencia de Juan de Borgoña. Dichos muros albergan también, en la parte del testero, un retablo plateresco con escenas de la Pasión.
   La iglesia conventural, cuya construcción se inició en la segunda mitad del siglo XIV, posee en la capilla mayor una espléndida armadura mudéjar de madera dorada y policromada, que presenta labor de lacería con piñas de mocárabes. Es una obra maestra del arte mudéjar castellano. Alberga en el arrocabe una colección de 43 pinturas sobre tabla, de influencia flamenca, atribuidas a Nicolás Francés. Preside el altar mayor un retablo renacentista de alabastro compuesto de banco, dos cuerpos y tres calles.
   Desde la iglesia se puede acceder a la sacristía y a varias capillas laterales. La sacristía, que era otro de los antiguos salones del palacio real, contiene una valiosa colección de pinturas, entre las que sobresalen las tablas que muy probablemente formaban parte del antiguo retablo mayor y fueron pintadas por el Maestro de Portillo.
   Entre todas las capillas existentes, es imprescindible detenerse en la construida a expensas de don Fernán López de Saldaña, contador mayor del rey Juan II, que se levantó en el siglo XV en estilo flamenco-borgoñón, modalidad del gótico que por primera vez se introducía en Castilla. Alberga en su interior no sólo uno de los grupos escultóricos más relevantes de la época, sino una pieza excepcional: el retablo anónimo, del siglo XV y madera policromada, que salió de talleres flamencos y que, al ser también políptico, ofrece pinturas atribuidas a Nicolás Francés.
   Termina la visita a la parte religiosa ante las rejas que impiden acceder al coro bajo. Una reja románica y otra gótica protegen la intimidad de las once monjas que todavía agitan sus tocas en el coro y mueven sus labios en la penumbra de los aposentos.
   Falta por reseñar los baños árabes. Estrechamente relacionados con los modelos islámicos del siglo XI encontrados en otros lugares de la Península, repiten el esquema de la sala fría, templada y caliente. Entre los elementos decorativos existentes destacan las pinturas, que desarrollan motivos geométricos y vegetales y esbozan siluetas de animales. La llamada sala templada (tepidarium) descuella por su amplitud, los arcos de herradura y las bóvedas de arista. Todas las estancias se iluminan con unos tragaluces en forma de estrellas de ocho puntas.
Iglesia de San Pedro. En la plaza de Roma, frente a la iglesia de San Pedro, alza sus muros una casona nobiliaria. Envuelta en un aire general de desamparo, luce un soberbio blasón, una torre lateral de mediana altura y tres valiosas rejas renacentistas situadas en el piso inferior.
   La iglesia de San Pedro es un edificio del siglo XVI que emplea sillería en gran parte de su fábrica y acude al recurso del ladrillo para configurar varios cuerpos en la torre.
   Posee tres naves separadas por grandes columnas romboidales, sobre las que se apoyan unos arcos apuntados que sostienen bóvedas de crucería. Estas bóvedas trazan fantasías en la nave central y en el crucero, y de cañón con lunetos en las laterales.
   En la capilla mayor refulge un fastuoso retablo barroco con columnas salomónicas, cuya calidad ha sido destacada por los estudiosos. Terminado a finales del siglo XVII, está dedicado a la Epifanía y al titular de la iglesia, que no es otro sino San Pedro en Cátedra.
   Pero lo más destacado del templo es la capilla adosada a la cabecera y abierta en el lado de la epístola, que la familia Gaitán comenzó a construir en 1674. Profusamente decorada con pinturas, alberga una cúpula con yeserías y dos estatuas orantes donde se rinde homenaje y memoria a los fundadores.
Museos. Cerca de la iglesia de San Pedro y ocupando una casa del siglo XVI, se encuentra el Museo y Centro Didáctico del Encaje en Castilla y León.
   Este museo, inaugurado en el año 2000, es un centro de investigación que se dedica a recuperar los encajes históricos de Castilla y, al mismo tiempo, a exponer un muestrario de trabajos textiles pertenecientes a diversos siglos y épocas.
   En sus tres pisos y 18 salas se muestran unas 1.500 piezas de las 30.000 que forman la colección. A los encajes y bordados, detalles de indumentaria, piezas litúrgicas, paños de ritual y elementos del ajuar doméstico se suma una extensa biblioteca especializada en artes textiles que alcanza los 15.000 volúmenes.
   En sus aulas se puede aprender la historia del encaje, los procedimientos de diseño y las técnicas europeas. Se hace especial hincapié en los encajes históricos de Castilla y León, que fueron patrimonio de los monasterios y de las casas nobiliarias.
   Completa la oferta el Museo del Farol, que se ubica en lo que fue el monasterio de San Francisco y acoge una moderna interpretación de las tradiciones y fiestas tordesillanas.
Otras iglesias y hospitales. Muy cerca, en el corro del Sol, languidecen las ruinas consolidadas de la iglesia de Santiago. En uno de los lados se percibe una sucesión de arcos que van disminuyendo progresivamente de tamaño mientras el central se enmarca en alfiz. A pesar de las pintadas que se han apoderado de la parte baja de los muros, el interior conserva todavía el pálpito de la evocación.
   Para finalizar el recorrido monumental, es preciso citar la iglesia de Santa María, templo levantado en el siglo XVI que combina en su fábrica la piedra y el ladrillo. El retablo mayor es barroco.
   La iglesia de San Juan Bautista, edificio de origen medieval con muchas modificaciones realizadas en los siglos XVI y XVII, ha sido recuperado de la ruina y guarda en el crucero una cúpula decorada con frescos.
   El hospital de Peregrinos, fundado en 1499 por el arcipreste de la villa don Juan González, sufrió grandes reformas en el siglo XIX y hoy se utiliza como centro asistencial.
   Y el hospital de Mater Dei, fundado en el año 1467 por doña Beatriz, hija de don Dionís de Portugal, que conserva un patio porticado y una iglesia de mediado del siglo XVI decorada con yeserías.

Textos de:
RAMOS, Alfredo J. Guía Total: Castilla y León. Ed. Anaya. Madrid, 2004.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Valladolid. Ed. Anaya. Madrid, 2008.

miércoles, 24 de marzo de 2010

56. VALLADOLID** (II), capital: 22 de julio de 2005.

14. VALLADOLID, capital. Retablo mayor de la igl. de San Martín.
15. VALLADOLID, capital. Igl. de Sta. Mª de la Antigua.
16. VALLADOLID, capital. Fachada de la Catedral.
17. VALLADOLID, capital. Interior de la Catedral.
18. VALLADOLID, capital. Retablo mayor de la Catedral.
19. VALLADOLID, capital. Fachada de la Universidad.
20. VALLADOLID, capital. Fachada del Colegio de Sta. Cruz.
21. VALLADOLID, capital. Imagen de Jesús Caído, en la igl. de la Vera Cruz.
22. VALLADOLID, capital. Ábside de la igl. del cvto. de San Benito el Real.
23. VALLADOLID, capital. En la Plaza Mayor.
24. VALLADOLID, capital. Interior de la igl. de Santiago.
25. VALLADOLID, capital. Retablo de la Epifanía de la igl. de Santiago.
VALLADOLID** (II), capital de la provincia y de la comunidad: 22 de julio de 2005.
Iglesia de San Martín
  En la calle del mismo nombre, la iglesia de San Martín, conserva como única señal de identidad que recuerda sus orígenes, la esbelta torre edificada a comienzos del siglo XIII. El templo primitivo se demolió en 1588, salvándose sólo la torre. Diego de Praves dio la traza de la nueva fábrica, que había de terminar su hijo en 1621.
   Fachada muy austera donde sobresale la portada de piedra, que se enriquece con un altorrelieve bajo frontón triangular ejecutado en 1721 por Antonio Tomé.
   El interior ha sido recientemente rehabilitado, habiéndose recuperado gran parte de las tumbas que se extendían por el presbiterio. La capilla barroca de don Gaspar de Vallejo, caballero de la Orden de Santiago y miembro del Consejo de Castilla, posee en la cúpula un interesante conjunto de yeserías policromadas con figuras de apóstoles y siluetas femeninas que rodean, entre flores y flautas, el relieve de la Inmaculada. Entre los elementos más sobresalientes, es preciso citar la reja que cierra la capilla y una espléndida Piedad de Gregorio Fernández.
Iglesia de Santa María la Antigua*
   Bien desde la plaza de la Universidad bien desde la plaza de Portugalete, se ve la airosa torre de la iglesia de Santa María la Antigua. No sólo la torre, sinto toda la fábrica. Es uno de los edificios característicos de la ciudad y a fe que reúne mérito suficiente para ello. La historia del templo se remonta al siglo XI, cuando era capilla del conde Ansúrez. Pero a la capilla condal se le añadieron a comienzos del XIII el pórtico y la torre, que se yergue esbelta y poderosa sobre la línea de tejados. En el siglo XIV se sustituyó la fábrica primitiva por un templo nuevo que, con las restauraciones efectuadas a comienzos del XX, es el que hoy podemos admirar.
   Convienve detenerse ante la torre**, que se alza atrevida como un insobornable desafío vertical ante las asechanzas del ladrillo. Considerada una de las más bellas del románico tardío en Castilla, se estructura en cuatro cuerpos de planta cuadrangular. Las ventanas pueblan los tres últimos, ofreciendo arcos de medio punto y capiteles. Una cubierta de teja en forma de pirámide remata el conjunto.
   El claustro o pórtico, que parece como disminuido por la cercanía de las nuevas edificaciones y el estruendo que generan los bares de copas, responde al modelo de galería porticada visible en las iglesias románicas castellanas. Presenta arcos de medio punto y capiteles adornados con motivos vegetales de inspiración cisterciense.
   Muestra el interior la belleza de la piedra desnuda, de la arquitectura hecha plegaria. En 1922 se trasladó a la catedral el retablo de Juan de Juni que adornaba los muros de la iglesia. En las últimas excavaciones se han descubierto restos arqueológicos de época romana: una cloaca, un muro y una porción de suelo.   
Catedral*
Historia. Lo que hoy puede verse de la catedral de Santa María de la Asunción responde en gran parte al diseño efectuado por Juan de Herrera sobre un proyecto iniciado en 1527 (cuya construcción había avanzado muy poco en los años siguientes), que marca las pautas de un clasicismo largamente repetido en la provincia y en la Nueva España.
   El templo fue elevado en 1595 a la categoría de catedral, encontrándose todavía inacabado en 1668, debido a las escasas rentas del cabildo. Ejecutaron las obras diversos maestros del clasicismo vallisoletano, entre los que destacan Pedro de Tolosa, Diego de Praves y Pedro de Mazuecos el Mozo.
   Se apartan del proyecto de Herrera la torre octogonal, levantada en el siglo XIX y coronada en 1923 por la estatua del Corazón de Jesús, y también el último cuerpo de la fachada principal, reinterpretado en el siglo XVIII en clave barroca por Alberto Churriguera. Y falta la torre del lado del evangelio, que se hundió en 1841 como consecuencia del terremoto de Lisboa.
Exterior. Al final de la calle Cascajares se muestra la fachada principal, que articula con sobria solemnidad dos cuerpos: el primero está ocupado por el gran arco de triunfo tetrástilo; y el segundo, el reinterpretado por Churriguera, despliega escudos y estatuas y se corona con frontón triangular.
Interior. Al entrar sorprende la grandiosidad de formas, la pureza de líneas, la robustez de los volúmenes. Es un templo de grandes dimensiones, desnudo y elegante. A veces suena música de órgano en la penumbra ensimismada.
   Las piedras se engalanan de forma espectacular al llegar a la capilla mayor, donde refulge el fastuoso retablo de Juan de Juni. Fue tallado para la iglesia de la Antigua, pero en 1922 se trasladó a la catedral. Considerada una obra maestra de la estética manierista, ofrece un complejo universo de escenas e imágenes llenas de impetuosidad y dramatismo que se relacionan con la vida de la Virgen y su Hijo e incluyen también figuras de profetas y santos. Espléndido Calvario en el ático. Se dispone en la capilla la sillería de coro procedente del monasterio de San Pablo, que fue diseñada siguiendo el modelo escurialense.
   En el recorrido  por las capillas laterales conviene detenerse ante la de San José. Allí se puede contemplar la imagen policromada del santo, obra de Pedro de Ávila, y las esculturas funerarias realizadas en alabastro por Francisco Rincón, que fueron traídas del convento de San Francisco y representan a miembros de la familia Venero y Leiva.
   También se aconseja leer el mensaje esculpido en una lápida que, con retórica de tiempos pasados, exalta la colocación de estatua del Sagrado Corazón de Jesús.
Plaza de la Universidad
   Junto a la catedral, junto a las ruinas de la colegiata de Santa María la Mayor, en el centro de la plaza, en compañía de bancos y palomas, se alza una imagen agraviada por la incontinencia de los pájaros. Es la estatua de Cervantes, monumento con el que la ciudad rinde homenaje al novelista que vivió en ella y la incluyó entre sus escenarios literarios y vitales. Fundida en bronce, es una obra modelada por el escultor Nicolás Fernández de la Oliva e inaugurada en 1877. Sujeta el escritor con la mano izquierda un libro que casi roza la empuñadura de la espada y apoya la derecha sobre un rimero de páginas del que nace una péñola. Quizás con la nostalgia de las letras no cursadas, Miguel de Cervantes mira la fachada de la Universidad.
   Frente a las ruinas de la colegiata subrayan su prestancia las solemnes piedras de la Universidad. La Universidad de Valladolid es una de las más antiguas de Europa, estando documentado su funcionamiento desde finales del siglo XIII, aunque no fue sino en la centuria siguiente cuanto se ampliaron cátedras y materias de estudio y alcanzó categoría de auténtica Universidad. Ocupaba un edificio de finales del siglo XV, sustituido en el XVIII por uno nuevo del que se conserva la monumental fachada barroca. Fray Pedro de la Visitación fue el autor del proyecto y la familia Tomé de las esculturas. El énfasis vertical de la portada contrasta con el discurso horizontal de los dos cuerpos que conforman la fachada y dispone una sosegada línea de balcones y ventanas. En la exuberante portada se acumulan guirnaldas, escudos y figuras alegóricas de las artes liberales y las ciencias. Remata el conjunto la Sabiduría, que tiene bajo sus pies, completamente derrotado, el cuerpo montaraz de la ignorancia. Cuatro monarcas vinculados a la historia de la Universidad coronan la balaustrada.
   A comienzos del siglo XX se volvió a derribar el inmueble, conservándose tan sólo la fachada. Campea en las columnas del atrio un cerco de leones que exhiben el escudo de la Universidad.
Colegio de Santa Cruz*
   El colegio de Santa Cruz ocupa uno de los lados de una plaza muy concurrida por grupos de escolares. Es un grandioso inmueble que acoge la institución fundada en 1483 por don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo y cardenal de Santa Cruz, con el fin de alojar y proporcionar enseñanza a estudiantes sin recursos. Las iniciales trazas góticas del proyecto fueron alteradas a partir de 1488 cuando intervino en las obras el arquitecto Lorenzo Vázquez de Segovia, quien introdujo el estilo renacentista entonces incipiente. Los detalles platerescos son visibles en la portada (una de las creaciones más tempranas realizadas en este estilo), la cornisa y el patio. Las obras se terminaron en 1491. Los balcones y ventanas de formas neoclásicas que aparecen en la fachada principal fueron un añadido hecho en 1764 por Manuel Godoy, de acuerdo con los planos de Ventura Rodríguez.
   Por su desnuda filigrana de silencio, impresiona el patio de tres pisos. Mientras el segundo presenta antepechos góticos, el tercero tiene balaustres barrocos. Son dignos de verse en el colegio la capilla del Cristo (a la entrada), que guarda en la cabecera el equilibrado Cristo de la luz, una de las mejores tallas realizadas por Gregorio Fernández; el Aula Triste (situada en una esquina del claustro bajo), capilla gótica que se adorna con bóveda de crucería y conserva los ángeles portablasones de las ménsulas que fueron esculpidas por Alejo de Vahía, además de una sillería isabelina con cátedra y estrado.
   Una pequeña puerta abierta en el espléndido patio de tres pisos permite visitar un jardín de rosales y parterres geométricos que se alegran con el agua de un estanque. Forman parte del conjunto dos portadas: la del antiguo colegio jesuita de San Ambrosio y la de la hospedería. La primera ofrece un claro ejemplo de retablo barroco columnario repleto de hornacinas. La segunda franquea el paso al Colegio Mayor de Santa Cruz, edificio construido  en el año 1675 que muestra un sencillo patio de dos pisos con los nombres marcados en rojo de los rectores y de los antiguos alumnos que han llegado a ser profesores o catedráticos.
Iglesia de la Vera Cruz
   Para acercarse a la iglesia de la Vera Cruz es preciso recorrer la calle Leopoldo Cano y luego la llamada Rúa Oscura, vía esta última que no precisa largas explicaciones para esclarecer el misterio de su nombre.
   La citada iglesia penitencial acoge la cofradía de la Vera Cruz, considerada la más antigua de la ciudad. Dicha agrupación de hermanos cofrades encargó en 1581 al maestro Pedro de Mazuecos el Viejo la edificación de un templo, en cuya fachada intervinieron no se sabe bien si Juan de Nates o Diego de Praves. Fue concebida como telón de fondo de la calle Platerías, vía urbana que, tal como confirma un cuadro pintado en 1656 y atribuido a Felipe Gil de Mesa, aparece como un gran escenario barroco donde triunfan al mismo tiempo la religiosidad más superficial y la escenografía más aparatosa. Muestra una puerta preparada para la salida de imágenes y un balcón presidencial dispuesto para que las autoridades de la cofradía pudieran recrearse en la contemplación de los pasos.
   En el siglo XVII se amplió el proyecto original, pasando a ser un templo de tres naves con tribunas para alojar a los cofrades.
   Guarda una amplia y valiosa colección de tallas procesionales salidas de la gubia de Gregorio Fernández, entre las que se cuentan los pasos más célebres que embellecen la Semana Santa vallisoletana: el Cristo de la Caña o de los Artilleros (1622), la Dolorosa (1623), Cristo atado a la columna (1619) y el Descendimiento (1623-24).
Convento de San Benito el Real*
   Siguiendo las calles Encarnación y San Benito, desde la entrada al museo Patio Herreriano se recorre el perímetro del antiguo cenobio benedictino hasta llegar a la puerta de la iglesia monacal. Antes se tiene la ocasión de contemplar la fachada de una vivienda que hace esquina con General Almirante. Una placa recuerda que allí estuvo situada la casa-taller de Alonso de Berruguete durante el tiempo que el artista palentino permaneció en Valladolid.
   El convento de San Benito el Real fue fundado por el rey Juan I en el último tercio del siglo XIV aprovechando los restos del Alcazarejo (alcázar real) y la muralla medieval. Un total de doce monjes acompañaba al prior Antón de Ceínos integrando una comunidad que se habría de convertir en uno de los focos más destacados de la reforma monástica acometida en España. A finales del siglo XV se renovó el cenobio al haberse convertido en cabeza de la orden y aumentando su poder, rentas e influencia.
   Surge así la iglesia monacal, cuyas obras se iniciaron en 1499 y se terminaron en 1515, obras que fueron dirigidas por el maestro Juan de Arandía y su ayudante García de Olave. Para completar la monumentalidad del templo, el arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón añadió, en el último tercio del siglo XVI, el grandioso pórtico de dos pisos que adelanta dos sólidos pilares octogonales. Finalmente, a finales del siglo XVI y siguiendo los planos del arquitecto leonés Rivero Rada, se levantó el edificio conventual que incluía la fachada principal (actual hospedería) y los tres patios.
   El interior resulta ser una excelente muestra de la expresión de poder mediante el lenguaje de la arquitectura. La amplitud de las naves, la altura de las bóvedas, la robustez de los pilares y las dimensiones catedralicias ratifican un inequívoco discurso de poder. Es un templo verdaderamente grandioso y sorprendente, cuya belleza se halla incrementada por la desnudez. Pocas obras de arte quedan en las capillas, tras haber sido instalados en el Museo de Escultura su gran retablo mayor y su célebre sillería renacentista. Destacan dos rejas: la que define el espacio final de las naves, obra forjada en 1571 por Juan Tomás Celma, y la reja renacentista que cierra la capilla del licenciado Francisco Butrón. Precisamente en esta capilla se encuentra un Crucifijo de Gregorio Fernández, que llama la atención por su serenidad y sutileza. En la capilla mayor se localiza el sepulcro del obispo Alonso de Valdivieso, obra del gótico florido que se adorna con grupos escultóricos y motivos propios de este estilo.
Plaza Mayor*
   Tras contemplar el edificio que alberga el centro comercial de La Esfera y aloja el rótulo de la Caja de Burgos, edificio que parece haber sido levantado en el primer tercio del siglo XX y dispone cuatro grandes columnas sobre las que se asienta un friso de figuras alegóricas coronadas por un torreoncillo, se desemboca en el amplio espacio urbano de la Plaza Mayor.
   Tras la última remodelación, la Plaza Mayor exhibe un retablo cromático de blancos y almagres. El blanco corresponde a los sillares que adornan las columnas y los áticos. Y el almagre, a las fachadas. En el centro geométrico se alza la estatua del conde Ansúrez, ejecutada en 1901 por el escultor Aurelio Carretero, que muestra la imagen en bronce sosteniendo en una mano un pendón y en la otra el pliego donde se recoge la fundación de la ciudad.
   Y en una de las pandas se sitúa el flamante Ayuntamiento. Se trata de un edificio construido en 1908 por Enrique Repullés y Vargas siguiendo el proyecto realizado por Antonio Iturralde de acuerdo con los modelos historicistas, que presenta signos de simetría, elegancia y monumentalidad. Sustituyó al levantado tras el incendio de 1561. Fachada principal, que distribuye dos torres laterales y un pórtico-tribuna central formado por dos cuerpos. El inmueble, que se organiza alrededor de un patio interior, dispone de salones suntuosamente decorados y una escalera monumental. Conserva una estimable colección de pintura.
Iglesia de Santiago*
   Varios escaparates más adelante, emerge la iglesia de Santiago, templo cuyo origen se sitúa en una ermita del siglo XII. A finales del XV, el mercader, prestamista de reyes y de grandes figuras nobiliarias, reo de la Inquisición y judío converso Luis de la Serna se ofreció a reedificar un nuevo templo para alejar las sospechas desatadas por la actuación de los inquisidores, reservando la cabecera para enterramiento familiar. Terminaron las obras de la capilla mayor en el año 1500 y poco después se inició la torre, que quedaría configurada en cinco cuerpos y habría de suscitar las protestas y los pleitos de los frailes franciscanos, que se quejaban de que su excesiva altura violaba la intimidad monacal y la clausura de su cercano monasterio. Tofo fue edificado con piedra de Fuensaldaña, siguiendo los planos diseñados por el arquitecto Juan de Arandia. Tras arruinarse parte de la nave a comienzos del siglo XVII, fue trazada de nuevo en 1615 por el arquitecto Francisco de Praves. Tal como se refleja en El hereje, última novela de Delibes, esta iglesia gozó de mucha fama en el siglo XVI porque en ella difundía sus mensajes eremistas el predicador dominico conocido como doctor Cazalla.
   A simple vista, parece no tener una riqueza monumental acorde con el pasado de la urbe, pero a poco que se indaga se comprueba que el interés artístico se concentra en el fastuoso retablo barroco (siglo XVIII) que cubre la totalidad del ábside. Ensamblado por Alonso de Manzano, guarda algunas imágenes talladas por Juan de Ávila como el vistoso Santiago Matamoros que, rodeado de columnas salomónicas, racimos de una y pámpanos, ocupa el centro de la composición. Y también en el retablo de la Adoración de los Reyes, ejecutado por Alonso de Berruguete, que se esconde en la capilla sufragada por el banquero Diego de la Haya. El artista nacido en Paredes de Nava logra un conjunto escultórico que deslumbra por el dinamismo de las figuras, la perfección de talla y el acierto de la policromía.
   Merece la pena detenerse ante el artesonado de comienzos del siglo XVI que recubre el coro bajo y exhibe casetones con veneras doradas. Y en los sepulcros que se sitúan tanto en los brazos del crucero como en los muros de la capilla mayor. Éstos últimos ocupan cuatro arcosolios -descubiertos en 1974- con esculturas funerarias labradas en alabastro que (a excepción de la perteneciente a doña Blanca López de Calatayud, esposa del converso, que es renacentista) se atribuyen a Alonso de Vahía y forman un notable conjunto de escultura funeraria de finales del siglo XV - comienzos del XVI.
   Destaca también la imagen del Cristo de la luz, talla de finales del siglo XVI que en Semana Santa recorre las calles de la ciudad custodiada por la cofradía de las Siete Palabras y enfatiza su patente desamparo en la semioscuridad de una capilla, a pesar de estar acompañada por los dos ladrones. Se cree que es obra de Francisco de la Maza, discípulo de Juan de Juni, quien la labró a finales del siglo XVI.
   Y las siguientes piezas de Francisco Rincón: el grupo escultórico de Santa Ana, la Virgen y el Niño, que se expone en un retablo barroco del crucero; el San Antonio Abad, y el altorrelieve de San Jerónimo penitente que se encuentra en el muro de la epístola.

Textos de:
RAMOS, Alfredo J. Guía Total: Castilla y León. Ed. Anaya. Madrid, 2004.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Valladolid. Ed. Anaya. Madrid, 2008.

Enlace a la Entrada anterior de Valladolid**:

martes, 23 de marzo de 2010

55. VALLADOLID** (I), capital: 22 de julio de 2005.

1. VALLADOLID, capital. Fachada de la igl. del cvto. de San Pablo.
2. VALLADOLID, capital. Ventana de esquina del pal. de los Pimentel.
3. VALLADOLID, capital. "San Cristóbal" del Museo Nac. de Escultura.
4. VALLADOLID, capital. "Entierro de Cristo" de Juan de Juni, en el Museo Nac. de Escultura.
5. VALLADOLID, capital. "San Antonio penitente" de Martínez Montañés, en el Museo Nac. de Escultura.
6. VALLADOLID, capital. Detalle del "Cristo Yacente" de Gregorio Fernández, en el Museo Nac. de Escultura.
7. VALLADOLID, capital. "Entierro de Cristo" del Museo Nac. de Escultura.
8. VALLADOLID, capital. Belén napolitano del Museo Nac. de Escultura.
9. VALLADOLID, capital. Capilla funeraria del Colegio de San Gregorio.
10. VALLADOLID, capital. Fachada del Colegio de San Gregorio.
11. VALLADOLID, capital. Detalle de la fachada del Colegio de San Gregorio.
12. VALLADOLID, capital. El paso de la Crucifixión, en el Museo Nac. de Escultura.
13. VALLADOLID, capital. El paso de Jesús atado a la Columna, del Museo Nacional de Escultura.
VALLADOLID** (I), capital de la provincia y de la comunidad: 22 de julio de 2005.
      La ciudad del Pisuerga, es una urbe pujante, con un importante legado monumental disperso entre sus modernizadas calles. Posee numerosos museos, entre ellos algunos de visita imprescindible. Destaca también como importante centro industrial, universitario, comercial y administrativo.
   Presidiendo la amplia plaza homónima, se levanta la iglesia del convento de San Pablo*, con su bellísima fachada** de estilo gótico isabelino, verdadera filigrana en piedra en cuya realización, iniciada a finales del siglo XV, intervino Simón de Colonia, si bien la parte superior, clasicista, corresponde al XVII. El interior del templo es de una sola nave, con capillas abiertas entre los contrafuertes. Además de dos destacables portadas góticas en ambos extremos del crucero, acoge varias esculturas de Gregorio Fernández, entre ellas un espléndido Cristo yacente*, con cavidad en el pecho para guardar la Sagrada Forma el día de Jueves Santo.
   El colegio de San Gregorio alberga, desde 1933, el Museo Nacional de Escultura** con una importante colección de obras de los siglos XIII al XVIII. En su interior se exponen, principalmente, tallas en madera policromada de tema religioso, procedentes en su mayoría de antiguos conventos afectados por las desamortizaciones del siglo XIX.
   Son numerosísimas las obras maestras con las que cuenta este imponente museo, por lo que iremos destacando las imprescindibles, iniciando el recorrido en la sala 1 con el Retablo de la vida de la Virgen, anónimo flamenco de hacia 1515-1520, obra que presenta una excepcionalidad que la la aparta de la retablística castellana, en aspectos como su forma de la caja, la configuración de las escenas o detalles de la indumentaria y las arquitecturas, actualizadas para responder a los ideales de la "devotio moderna", movimiento piadoso que reclamaba una espiritualidad íntima y cercana. En su factura se advierten dos manos diferentes, y todo parece indicar que es Amberes el lugar con más posibilidades a la hora de proponer un centro productor para este retablo. Es destacable asímismo la escultura de La Muerte, perteneciente al ambicioso conjunto escultórico encargado al flamenco Gil de Ronza hacia 1522 para una capilla funeraria en el convento de San Francisco de Zamora. Atestigua la vigencia ya avanzado el siglo XVI de una visión de la muerte marcada por el miedo, el sentido de lo macabro y la conciencia de la miseria humana, y representada como una anatomía humana en descomposición. Cubierta con su sudario y sosteniendo la trompeta del Juicio Final, ilustraba el momento de la Resurrección de los muertos.
   En las salas 3, 4 y 5, encontramos el Retablo de San Benito el Real, enorme máquina arquitectónica, obra de Alonso Berruguete, contratado en 1526 y que es un perfecto ejemplo del manierismo expresivo castellano.
   En la sala 7, admiramos el Coro de San Benito el Real, una magnífica muestra de la sillería coral castellana, realizada por Andrés de Nájera y otros entre 1525 y 1529.
   La sala 8, la llena por completo el grupo del Santo Entierro, de Juan de Juni (1541-1544), que destaca por su marcado carácter escenográfico. Fue pensado para ser visto de frente, dentro de un retablo, y está compuesto por siete figuras. La principal, Cristo Muerto, articula la disposición de las seis restantes, que concentran en sus manos el mayor peso expresivo. El eclesiástico y escritor Antonio de Guevara encargó esta obra para su sepulcro.
   De la sala 9, lo más interesante es el Calvario de la capilla de los Águila, obra de Juan de Juni en 1556-7. Todo el conjunto escultórico es obra de hondo dramatismo y de una extraordinaria potencia y espectacularidad, acentuada por el movimiento de paños que envuelven la figura de la Virgen y culminada por el grito desgarrador que parece emitir la figura de San Juan. La constatación de la pérdida generalizada de la policromía de ambas esculturas condujo al levantamiento del repinte que presentaban y a la supresión de la capa de yesos modernos que las envolvían, descubriéndose la extraordinaria calidad de su formidable acabado escultórico.
   De la sala 14, mencionaremos el Retablo Relicario de la Anunciación, obra de Vicente y Bartolomé Carducho en 1604-1606, en el que la vinculación de estas obras a la figura del Duque de Lerma explica la sorprendente suntuosidad que presentan, destinadas a expresar la protección del convento franciscano de San Diego por parte del poderoso valido de Felipe III. Su diseño recuerda al de los armarios relicarios de El Escorial, y combina los elementos arquitectónicos, pictóricos y escultóricos, disponiendo de toda una galería de figuras sagradas, con un viril en el pecho destinado a albergar la reliquia correspondiente.
   En la sala 15, hemos escogido el Cristo Yacente, de Gregorio Fernández realizado hacia 1627, en el que la representación de Cristo muerto y tendido sobre un sudario, cuya iconografía aparece ya en el último cuarto del siglo XVI, estaba destinada normalmente al banco de los retablos para poder ser colocado el Jueves Santo y recibir adoración. Como es habitual en la obra de Gregorio Fernández, el estudio anatómico es todo un alarde, y aúna la talla, la policromía y los postizos para convencer de la realidad humana del cadáver de Cristo.
   En la sala 16, destacamos la imagen de San Juan Evangelista, obra de Juan Martínez Montañés, hacia 1638, cuando ya el maestro contaba con 70 años, en la que destaca la clásica serenidad, la talla minuciosa y la disposición de los paños.   
   En la sala 18, admiramos el San Juan Bautista (1638), una de las más originales de la escasa producción escultórica de Alonso Cano, presentado en su fase adolescente, sentado sobre una peña, dialogando ensimismado con el cordero. Los finos rasgos del rostro envuelto en un halo de melancolía y los cabellos de aspecto humedecido reunidos en largos mechones responden al gusto del maestro granadino.
   En la sala 19, encontramos La Magdalena Penitente, obra de Pedro de Mena, en 1664, una de las creaciones más personales de Mena y una obra cumbre de la escultura hispana, por la magistral fusión de la policromía naturalista, la maestría de la talla y la expresión de arrepentimiento. Envuelta en una estera de palma y con el rostro marcado por la penitencia, la santa arrepentida dirige su mirada al crucifijo al tiempo que su mano dibuja un gesto de arrobamiento místico.
   En la Sala temática de los pasos procesionales, destacamos el Paso procesional de Sed Tengo, obra de Gregorio Fernández en 1612-1616, en el que la calidad artística del primer paso conocido de Gregorio Fernández es insuperable, reflejándose en las dinámicas pero equilibradas actitudes y en el dominio de las anatomías y expresiones.
Textos de:
RAMOS, Alfredo J. Guía Total: Castilla y León. Ed. Anaya. Madrid, 2004.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Valladolid. Ed. Anaya. Madrid, 2008.

domingo, 21 de marzo de 2010

54. PALENCIA* (I), capital: 22 de julio de 2005.

1. PALENCIA, capital. Fachada de la igl. de Ntra. Sra. de la Calle.
2. PALENCIA, capital. Retablo mayor y cúpula de la igl. de Ntra. Sra. de la Calle.
3. PALENCIA, capital. Puerta del Obispo, de la Catedral.
4. PALENCIA, capital. Torre de la Catedral.
5. PALENCIA, capital. Bóvedas de la Catedral.
6. PALENCIA, capital. Retablo renacentista de la Catedral.
7. PALENCIA, capital. Trascoro de la Catedral.
8. PALENCIA, capital. Otra zona del trascoro de la Catedral.
9. PALENCIA, capital. Imagen de la Virgen con el Niño de una exposición temporal en la Catedral.
10. PALENCIA, capital. Vista de la nave de la igl. de la Soledad.
11. PALENCIA, capital. Retablo mayor de la igl. de San Francisco.
12. PALENCIA, capital. Bóveda de una de las capillas de la igl. de San Francisco.
13. PALENCIA, capital. Vista del conjunto de las igl. de la Soledad y de San Francisco.
PALENCIA* (I), capital de la provincia: 22 de julio de 2005.
   Presidiendo las vastas llanuras de la Tierra de Campos y bajo la esbeltez vigilante del Cristo del Otero, símbolo moderno de la ciudad, la capital palentina aúna su carácter de centro comercial, textil y metalúrgico con un patrimonio monumental que, sin poseer la rotundidad y amplitud del de otras urbes de Castilla, sí ofrece ejemplos de indiscutible importancia. Los propios palentinos, conscientes de esa situación, han difundido el lema de la "bella desconocida" como calificativo que, si resulta justo aplicado a su catedral, no cuesta mucho extenderlo a una ciudad provista de un interesante centro urbano y repleta de apacibles rincones.
   En la plaza de Isabel la Católica encontramos la Iglesia de Nuestra Señora de la Calle, templo del siglo XVI que originariamente perteneció a la Compañía de Jesús. Muestra una monumental y sobria fachada coronada por una espadaña, y en su interior, de una sola nave, se abren diversas capillas dispuestas a modo de hornacinas y provistas de altares barrocos. En ella se venera a la patrona de la ciudad, la Virgen de la Calle, una talla del siglo XV sobre cuyos orígenes existe una curiosa leyenda.
   La Catedral** palentina es un templo gótico edificado entre 1321 y 1516 sobre la catedral románica erigida por Sancho III el Mayor en el siglo XI, que, a su vez, se levantó sobre una basílica visigoda del siglo VII. A ese triple origen responde la superposición de estilos que, bajo el predominio de lo gótico, aúna elementos que van desde lo visigótico y románico hasta lo renacentista.
   El aspecto externo es severo, de una austeridad sólo animada en la cabecera poligonal, donde las diversas capillas de la girola se disponen en forma de corona, al modo burgalés, en torno a la elevada Capilla Mayor, uniéndose a ella mediante airosos arbotantes. La adornan pináculos, balaustradas y gárgolas, algunas de éstas con curiosas y anacrónicas representaciones, fruto de las numerosas reformas y restauraciones de que ha sido objeto hasta tiempos recientes. Hermosos ventanales ojivales rasgan el conjunto. En el lado meridional, hacia la plaza de la Inmaculada, se alza la torre, baja y maciza, flanqueada por dos portadas. A la derecha se abre la puerta del Salvador, más conocida como puerta de los Novios, realizada a finales del siglo XV en estilo gótico flamígero. Su nombre popular aún mantiene el recuerdo del lugar por donde accediera al templo el doliente príncipe Enrique, futuro Enrique III de Castilla, cuando siendo aún niño contrajo matrimonio, en 1338, con Catalina de Lancaster. Más elaborada es la puerta del Obispo*, decorada con blasones y buenas, aunque deterioradas, esculturas de la Virgen, profetas, santos y apóstoles. A su izquierda queda el exterior del claustro, en cuya realización intervino Gil de Hontañón. En el lado septentrional, frente a una placita ajardinada, se abre la puerta de San Juan o puerta de los Reyes, de estilo plateresco, mientras que la fachada occidental es más sencilla, con una portada clasicista de reciente ejecución (1980).
   El interior** de la Catedral supera en mucho lo visto en la parte externa. Tiene planta de cruz latina, con tres esbeltas naves cubiertas con bóvedas estrelladas y ventanales calados con vidrieras polícromas sobre la nave central, doble crucero, girola con capillas y amplio triforio, elementos que en su articulación evidencian las sucesivas ampliaciones. Del valioso contenido artístico merecen citarse el gran retablo plateresco (siglo XVI) de la Capilla Mayor, con tallas de Felipe Vigarny, tablas de Juan de Flandes y, como remate, un Calvario, de Juan de Valmaseda. En la capilla del Sagrario, abierta en el presbiterio hacia 1440, puede verse una arca que contiene los restos de doña Urraca, reina de Navarra y segunda hija del emperador Alfonso VII. Entre otros sepulcros, destaca el de Inés de Osorio (siglo XV), obra gótica con una bella estatua yacente de madera. Las capillas de la girola están decoradas con retablos renacentistas, entre ellos uno de Alonso Berruguete, y hay también obras interesantes en las capillas de las naves laterales. La reja que cierra la capilla del Sacramento es un valioso ejemplar románico. Son detalles curiosos la figura del Papamoscas negro, que forma parte de un reloj situado sobre el brazo derecho del crucero, y el retablo de la capilla de San Cosme y San Damián, al final de la nave de la izquierda, en el que se representa una operación de trasplante de una pierna de un hombre negro a otro blanco (en realidad se trata de un milagro atribuido a los santos médicos).
   Pieza destacada, cerrada por una reja, es el coro, con sillería gótico-renacentista y órgano barroco. Y aún más sobresaliente es el trascoro*, profusamente adornado con bajorrelieves atribuidos a Gil de Siloé y precedido por un tríptico con pinturas flamencas. A su izquierda se sitúa un púlpito renacentisa y, frente a él, una escalera plateresca da acceso a la cripta, la llamada cueva de San Antolín**, correspondiente a los restos de los dos templos precedentes. El primer tramo, una pequeña nave rematada por un ábside semicircular y cubierta por una bóveda de medio cañón, pertenece al románico primitivo (siglo XI). Al fondo se sitúa lo que queda de la iglesia visigótica del siglo VII: tres estancias de desigual anchura separadas por recias arquerías y arcos de herradura laterales. Se cree que fue mandada construir por el rey Wamba en el año 672 para custodiar los restos del mártir francés San Antolín, que él mismo había traído desde Narbona.
   La visita concluye en el Museo Catedralicio*, situado en el claustroy sus dependencias. En él destacan, además de la portada románica (siglo XII) de la ermita de Quintanello de Ojeda: los tapices flamencos de los siglos XV y XVI, el lienzo de San Sebastián, de El Greco, y obras de Alejo de Vahía, Valdés Leal, Zurbarán, Felipe Vigarny, un díptico de Pedro Berruguete, etc., así como un curioso "retrato oculto" de Carlos V, atribuido a Lucas Cranach. Es magnífica, para terminar, la colección de orfebrería religiosa, encabezada por la custodia renacentista de Juan de Benavente (siglo XVI).
   En la Plaza Mayor encontramos esquinada, la Iglesia de San Francisco, templo perteneciente a un antiguo convento franciscano del siglo XIII precedido por una galería porticada con arquerías entre los contrafuertes. Un hermoso rosetón se abre en el perfil zigzagueante de la fachada principal, coronada por una espadaña. El interior es de gran esbeltez y luminosidad, y la sacristía, barroca, posee un buen artesonado mudéjar (siglo (XIV).
   Adosada al convento, aunque construida en 1620, está la Iglesia de la Soledad. Su decoración interior, con bóvedas de yeserías, un retablo neoclásico y pinturas en los muros laterales, data del siglo XVIII.

Textos de:
RAMOS, Alfredo J. Guía Total: Castilla y León. Ed. Anaya. Madrid, 2004.