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viernes, 30 de noviembre de 2018

2448. SEVILLA** (DCCCLXXIII), capital: 18 de octubre de 2017.

5932. SEVILLA, capital. Vasijas en el inicio de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II.
5933. SEVILLA, capital. Restos de animales domésticos en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II.
5934. SEVILLA, capital. Restos de ciervos y puntas de flechas en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II.
5935. SEVILLA, capital. Vasos cerámicos en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II.
5936. SEVILLA, capital. Artesanías para el día a día de hueso y cobre en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II.
5937. SEVILLA, capital. Artesanías para el día a día pétreas pulimentadas en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II.
5938. SEVILLA, capital. Tallas líticas en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II.
5939. SEVILLA, capital. Núcleos para grandes hojas en la sala II del Museo Arqueológico.
5940. SEVILLA, capital. Placa de ídolo de ojos-soles de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II.
5941. SEVILLA, capital. Ídolos, placas antropomorfas y sonajero en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II.
5942. SEVILLA, capital. Ídolos antropomorfos de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II.
5943. SEVILLA, capital. Ídolos ojos-soles cilíndricos de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II.
5944. SEVILLA, capital. Gran vasija de la sala II del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (DCCCLXXIII), capital de la provincia y de la comunidad: 18 de octubre de 2017.
Museo Arqueológico* - Sala II.
LA EDAD DEL COBRE (3.000 - 2.000 a.C.)
LOS POBLADOS
   El aumento demográfico iniciado en el Neolítico como consecuencia de la mayor producción de alimentos y el control de los excedentes que permite la sedentarización, no se detiene y, paulatinamente, el hombre va abandonando las cuevas como lugares de habitación para empezar a construir sus poblados al aire libre, en lugares más amplios donde, junto a sus cabañas, puede excavar en el terreno silos, a modo de graneros, en los que deposita los alimentos que produce y que no necesita de momento, por lo que decide guardarlos y protegerlos, tanto de los agentes atmosféricos como de los animales que le rodean, formando en ocasiones agrupaciones tan numerosas que ahora nos causan asombro, pero que no son más que lógica consecuencia del mayor número de personas que entonces pueden dedicarse a tareas productivas.
   La economía por lo demás, continúa siendo en lo esencial la misma que en el Neolítico, mixta, agrícola y ganadera, complementada hasta donde es necesario con la caza, la pesca y la tradicional recolección espontánea de frutos.
   La producción alfarera se ha desarrollado asimismo de manera considerable, desapareciendo los antiguos vasos a la almagra, con formas por lo general ovoides y rica decoración, para dar lugar a otra de vasos lisos con una gran variedad de formas adecuadas a las nuevas necesidades.
   Adaptados a éstas están también los nuevos útiles y herramientas, que no son también más que una continuación de lo anterior, hachas y azadas de piedra pulimentada, acompañados ahora de numerosos objetos de silex, industria que va a experimentar un extraordinario desarrollo, produciéndose, de acuerdo con las antiguas técnicas, multitud de hojas, láminas, denticulados, dientes de hoz, puntas de flecha, etc., todos los cuales, convenientemente engarzados en palos o huesos adecuados, constituirán la mayor parte de los nuevos útiles para el trabajo de la tierra, la caza, el descuartizamiento y la preparación de los animales y de sus pieles, el desbrozamiento del campo, la construcción de sus casas y de sus tumbas, etc.
   Tiene también un enorme desarrollo el trabajo del hueso para producir por lo general pequeños objetos, sobre todo punzones, agujas, espátulas, unas veces muy bien terminados y pulidos y otros simplemente conseguidos con el simple aguzamiento del hueso de un animal. Y junto a todos esos elementos de antigua tradición, que no son más que el desarrollo y la intensificación de los que se venían utilizando desde hacía centenares de años, un elemento nuevo que será el que dé nombre a este período cultural: el cobre. Por primera vez, en los ajuares de las casas y de las tumbas de ese hombre prehistórico, del que ya apenas nada nos separa, empezamos a encontrar pequeños objetos de metal, leznas, punzones, cuchillos, sierras, más tarde también hachas planas y puñales. Un universo de útiles que poco a poco se irán imponiendo y sustituyendo a los antiguos de piedra, al ser más duros y resistentes que ellos, en un proceso, como es habitual, muy lento que se va desarrollando a lo largo de unos mil años, entre el 3.000 y el 2.000 a.C., y se continuará como cultura plenamente formada, ya como Cultura del Bronce, con diversas variantes formales, a lo largo de más de otros mil, hasta que, hacia el s. VIII a.C., el hierro empiece a ser conocido y utilizado.
   Los objetos de adorno son escasos en esta época, y, cuando aparecen, nos muestran un mundo que está en relación con el Mediterráneo Oriental, poniendo de manifiesto que aquellos primeros contactos marítimos que dieron lugar al Neolítico, no se habían detenido, sino que continuaban. Y veremos, junto a los productos indígenas, objetos de marfil de origen egipcio, y cuentas de collar en piedras exóticas, y puntas de jabalina siropalestinas, y figuras de dioses con precedentes en el Mar Egeo. De Oriente pudo venir por tanto el conocimiento del metal y el modo de trabajarlo. Y de allí pudo venir también el nuevo rito de enterrar a los muertos, todavía en cuevas, pero ahora artificiales, excavando en el terreno el lugar donde se va a construir el monumento funerario, a base de mampuestos con los que se levantan pequeñas cámaras al fondo de largos corredores donde se depositarán los cadáveres acompañados de sus ajuares, los tholoi a que antes nos referíamos.
   El cobre no será el único metal que ahora conozcamos, ya que en esos ajuares funerarios empezamos a encontrar también pequeñas láminas de oro, seguramente utilizado ya como signo de distinción social, para quienes de una manera u otra ostentaban el mando y la responsabilidad, del poblado, del clan, de la familia, de las relaciones con la divinidad, en un incipiente sacerdocio, quizá necesario en una sociedad en la que observamos también un enorme desarrollo del mundo espiritual, puesto de manifiesto a través de la multiplicación de las figuras de ídolos o idolillos de diversas formas, pero todas tendiendo hacia la antropomorfización, más o menos esquemática, en la que el elemento esencial parece ser siempre un par de ojos de mirada frontal, ojos-soles se les ha llamado. El resto de los rasgos, facciones o miembros puede faltar o no, pero nunca los ojos, que están al menos insinduados, en los ejemplares más esquemáticos, por medio de un par de puntos para indicar las pupilas, o del par de líneas de los párpados o del tatuaje que los resaltaba.
   Todo un mundo nuevo del que tenemos en Sevilla uno de los más importantes yacimientos conocidos, el de Valencina de la Concepción.
   A la presentación de los materiales recogidos en las excavaciones realizadas en el poblado de este yacimiento se dedica por completo la sala II. A los de la necrópolis, la sala III.
   En la Sala II, en la gran vitrina 8, mostramos los materiales hallados en todo ese complejo mundo de cabañas, pozos, silos y zanjas, que constituyen el poblado del yacimiento, separados de los encontrados en los ajuares funerarios del yacimiento, que presentamos en la Sala III, aunque en algún caso los materiales de uno y otro ámbito coincidan.
   Se presentan en el primer cuerpo de esa gran vitrina, frente al acceso a la sala, los llamados ídolos megalíticos o calcolíticos, con sus característicos ojos soles. Al conjunto de Valencina se ha añadido un ejemplar de mármol procedente de El Arahal, de la Colección Rabadán, depositada en el Museo. Y en la Sala V, con las joyas de oro, podremos ver tres ejemplares espectaculares hallados juntos en un monumento funerario de Morón de la Frontera y donados al Museo por los hermanos Durbán Sánchez.
   De gran interés es el instrumento musical de cerámica, una especia de maraca, que presentamos unto a los ídolos, para dar a entender que tuvo que emplearse sobre todo en ceremonias rituales, ya de carácter funerario o festivo. Tiene forma de tronco de animal, como para adaptarse más fácilmente a la mano cerrada. Es hueco y en su interior conserva dos pequeñas bolitas, también de cerámica, que pueden moverse con libertad, Al ser agitado produce un ruido característico, que podemos imaginar multiplicado por centenares en las solemnidades del poblado. Para facilitar la audición se halla perforado, aunque sólo por uno de los extremos, para no perder resonancia. Es, sin duda, uno de los más antiguos instrumentos musicales que ha llegado hasta nosotros.
   En la parte central de la vitrina se muestran diversos tipos de vasos de cerámica que aparecen rellenando las distintas estructuras del poblado. Entre ellos hay que destacar los grandes platos de borde engrosado, y la vasija pintada con zigzags verticales en negro sobre una capa de engobe rojizo, técnica característica de este momento, que podemos decir es el que ofrece las más antiguas cerámicas decoradas con motivos pintados, siempre geométricos, aunque en algunos lugares se pueden llevar al parecer a finales del Neolítico, período del que nada hallamos en Valencina. Junto al vaso completo, fragmentos de otras vasijas decoradas con la misma técnica y parecidos motivos, todas las cuales podemos pensar que tuvieron alguna finalidad religiosa o cultual, más allá del la vulgar dedicación a la mesa, la cocina o la despensa de los otros recipientes, aunque suele ser característico de todos los vasos del yacimiento su buena terminación, con las superficies muy bien alisadas e incluso bruñidas, si es que no se hallan cubiertas de engobe, como en el cuenco hemisférico de color rojo Todas las vasijas están realizadas a mano, poniéndose de manifiesto en algunas ocasiones que los grandes platos o fuentes que se han modelado con ayuda de un molde, sobre el que se apoyó la pella de barro, lo que explica que tengan normalmente la cara superior muy bien terminada y la inferior, que queda oculta, sólo alisada, quedando en ella a veces en ocasiones las huellas del molde.
   Un cuerpo más allá se presentan los objetos de hueso, punzones, espátulas, con algunos restos significativos de los animales de los que proceden, cabras, ciervos, bueyes, a los que acompañan algunos cráneos de perro, uno de los animales más frecuentes en el poblado.
   Al extremo de la vitrina, los objetos de piedra y de metal, el nuevo elemento que se va introduciendo paulatinamente en la vida del hombre, inicialmente por medio de pequeños útiles, agujas, punzones, más adelante con otros más elaborados, sierras, cuchillos, pequeños puñales, todos los cuales pudieron muy bien ser realizados en el mismo poblado, como parece indicarlo el fragmento de crisol con una gota de bronce aherida al borde de su boca. Muy curioso es también el pequeño punzón que conserva completo su mango de madera mineralizada.
   A los elementos de metal acompañan los ahora frecuentes útiles de piedra pulimentados, entre los que debemos destacar la pequeña gubia de boca en U, el gran hacha, de fuertes aristas, que ocupa el centro de la vitrina, de tan grandes dimensiones que se ha pensado pudiera tratarse de una especie de reja de arado, aunque no se observan señales de uso en su superficie, y la delicada alabarda de pizarra, a la que hemos de conceder por su fragilidad un uso exclusivamente votivo, que sin duda tuvo también el pequeño vaso de piedra.
   Y junto a los útiles pulimentados, los de sílex, que ahora lo invaden todo Son puntas de flecha, dientes de hoz, perforadores, cuchillos o láminas, y un pequeño puñal o alabarda. Con ellos, pequeños núcleos de piedra de los que pudieron extraerse algunas de las piezas anteriores.
   En la parte inferior de la vitrina dos piedras de moler que, aunque carecen de contexto arqueológico, podemos situar también en este momento. Son planas o de tipo barquiforme, de vaivén, que estarán en uso hasta que, casi 2.000 años más tarde, en la Edad del Hierro avanzada, se introduzca la piedra circular, de rotación.
   En un extremo de la sala, junto a las fotografías de la planta de cabaña descubierta en el poblado, dos grandes vasijas de provisiones. La mayor fue descubierta en el lugar denominada El Goro. La otra es la misma que aparece en la fotografía de la cabaña, una vez restaurada.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:

jueves, 29 de noviembre de 2018

2447. SEVILLA** (DCCCLXXII), capital: 18 de octubre de 2017.

5913. SEVILLA, capital. "Reloj de la historia" en la antesala de la Sala I del Museo Arqueológico.
5914. SEVILLA, capital. Parte de la vitrina 1 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5915. SEVILLA, capital. Resto de la vitrina 1 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5916. SEVILLA, capital. Parte de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5917. SEVILLA, capital. Otra parte de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5918. SEVILLA, capital. Otra imagen de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5919. SEVILLA, capital. Más imágenes de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5920. SEVILLA, capital. Una última instantánea de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5921. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5922. SEVILLA, capital. Más de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5923. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5924. SEVILLA, capital. Final de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5925. SEVILLA, capital. Material cerámico en la vitrina 4 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5926. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina 4 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5927. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina 5 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5928. SEVILLA, capital. Resto de la vitrina 5 del Museo Arqueológico, en la sala I,
5929. SEVILLA, capital. Vitrina 6 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5930. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina 7 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5931. SEVILLA, capital. Final de la vitrina 7 del Museo Arqueológico, en la sala I.
SEVILLA** (DCCCLXXII), capital de la provincia y de la comunidad: 18 de octubre de 2017.
Museo Arqueológico* - Sala I.
PAISAJE Y HOMINIZACIÓN EN EL BAJO GUADALQUIVIR.
   Está dedicada esta sala a mostrar los inicios de la vida en lo que hoy son tierras de la provincia de Sevilla, y más por extenso en lo que es el Bajo Valle del Guadalquivir, tanto en lo que hace referencia a la geomorfología como a la Paleontología y a la vida misma del hombre, cuyos primeros testimonios de su presencia en nuestro suelo podemos fijar alrededor de un millón de años atrás. Pero hasta que ese hombre en continua evolución puso aquí su planta, nuestra tierra había sufrido notables transformaciones, como podemos comprobar a través de los objetos que se muestran en las vitrinas.
   Antes, en la antesala, hemos podido contemplar en un cuadro, el "Reloj de la historia". Tratamos de facilitar con él la comprensión de las grandes cifras del tiempo, a base de cientos de miles e incluso de millones de años, a las que no estamos acostumbrados, pero que nos vemos obligados a manejar en la Prehistoria para situar con cierta aproximación las distintas etapas culturales del hombre en sus etapas iniciales, desde que aparece hasta que podemos darle la categoría de sapiens, en los cuales unos miles de años hacia arriba o hacia abajo no significan nada. En cualquier caso, lo que pretendemos mostrar gráficamente con él, no es la duración de una u otra cultura en términos absolutos, sino que la vida del hombre que podemos llamar moderno en su forma de vivir, apenas alcanza los últimos cinco minutos de ese Reloj de la historia.
   En la vitrina 1 una serie de fósiles nos permiten conocer algunas de las plantas y animales que vivieron en lo que hoy es el valle del Guadalquivir durante el periodo Precámbrico, hace unos 700 millones de años, época en la que surgen los primeros animales, de estructura muy simple.
   En ella se muestran también diversos ammonites, del Período Secundario, la época de los dinosaurios, de los primeros mamíferos, de las primeras aves, de las primeras plantas con flores, que se desarrollaron entre 250 y 50 millones de años atrás. Con ellos, diversos erizos de mar, dientes de tiburón de distintos tamaños, corales y algunos huesos de ballena, una fauna, como se observa, esencialmente marina, pues cubierta por el mar o a sus orillas se hallaba entonces la mayor parte de nuestra tierra.
   Los primates, de los que había de proceder el hombre, aparecen y se diversifican a lo largo del Periodo Terciario, hace unos 60 millones de años. Eran inicialmente pequeños y vivían en los árboles. Su adaptación a la vida en el suelo y el desarrollo de la postura erguida les abriría el camino hacia la hominizacion.
   En un pequeño mapa se muestra la evolución geomorfológica de las tierras meridionales de la Península Ibérica hasta dar lugar a la formación del Valle del Guadalquivir y del Estrecho de Gibraltar, en un proceso iniciado hace unos 6 millones de años, que hace que hoy podamos ver, por ejemplo, en las tierras altas del Aljarafe y los Alcores, fósiles de moluscos y peces que reposaron en un fondo marino. Y por las tierras altas de Gerena, Villaverde y Villanueva del Río, conchas de ostras y ostiones que en su día estuvieron adheridas a las rocas del borde de ese mar primario. 
   La vitrina 2 es una continuación de la anterior, pero reducida a mostrar algunos animales del Periodo Cuaternario, aquél al que pertenece el hombre. Se trata sobre todo de huesos y defensas de elefantes y cérvidos, recogidos en las graveras de las terrazas del Guadalquivir, el río que nació entre las orillas del antiguo mar y que ha ido progresivamente encajando y reduciendo su cauce, dejando en este proceso una serie de terrazas, más altas cuanto más antiguas, en las que el hombre fue dejando su huella y el testimonio de las técnicas y medios que utilizaba en su vida diaria.
   En un cuadro se muestra la evolución del hombre a partir del Australopithecus, entre 3 y 1,5 millones de años, época en la que consigue básicamente el aspecto que hoy presenta, erguido y con una capacidad craneana, desarrollada. En otro, el proceso de ocupación de la Tierra por el hombre, con la reproducción de un cráneo de Homo Erectus (1,8 millones de años), el Antecessor de Atapuerca (800.000 años), y de sus derivados, el Homo Sapiens Neanderthalensis (130.000 - 30.000 años) y el Homo Sapiens Sapiens (desde 40.000 años), identificado con los restos hallados en Cro-Magnon, en los Pirineos, y considerado como el más antiguo represetante del hombre moderno en Europa.
   Terminamos la exposición de lo que fue esta primera etapa de la vida del hombre en nuestro suelo con la presentación en la vitrina 3 de algunos de los más característicos útiles hallados en ella a lo largo del Pleistoceno, nombre que recibe la primera parte del Cuaternario, aquélla durante la que se desarrollan las diferentes glaciaciones que irán configurando el aspecto actual de la Tierra y, simultáneamente, las diversas fases de la Cultura Paleolítica (1,8 millones de años - 10.000 años).
   Los más antiguos pertenecen al que llamamos Homo Habilis, del Paleolítico Inferior Arcaico, fechado en África, en sus lugares de origen, hacia los 2,5 millones de años. Es un hombre que se habría servido exclusivamente de cantos rodados tallados por una sola cara (choppers) o por las dos (chopping-tools). Son las industrias propias del Paleolítico Inferior Arcaico, recogidas fundamentalmente en las terrazas altas, las más antiguas, del río Guadalquivir, y de las orillas del Corbones, afluente suyo, en las inmediaciones de Carmona, en lugares que sirvieron de acampada provisional a aquellos hombres, capaces ya, no sólo de tallar la piedra, sino también de organizar sus habitats al aire libre y de llevar a cabo las primeras manifestaciones rituales.
   El Homo Erectus es el encargado de domesticar el fuego y tallar las primeras hachas de mano en lo que llamamos industrias achelenses. Son picos, triedros, hendedores, etc., que hay que pensar fundamentalmente relacionadas con la caza, el descuartizamiento de los animales y la preparación de las pieles, dentro de lo que llamamos Paleolítico Inferior Clásico, hace 1,8 millones de años.
   El Homo Sapiens Neanderthalensis es el encargado de desarrollar las industrias musterienses del Paleolítico Medio. Son útiles de menor tamaño, realizadas sobre cantos, núcleos, como sobre lascas, con los que logran raederas, raspadores, puntas, perforadores, denticulados, cuchillos, etc., cuya factura requiere ya una mayor habilidad manual. Es el periodo al que pertenecen algunos de los más importantes yacimientos andaluces. Gibraltar, Zafarraya, la Cueva de la Carigüela, y otros.
   Durante el Paleolítico Superior las orillas de nuestros ríos parecen despoblarse. No encontramos en ellos al menos industrias que podamos situar en este periodo, cuyos inicios se sitúan hace unos 40.000 años, a cargo ya del Homo Sapiens Sapiens. A él pertenecen, sin embargo, procedentes de la Cueva de la Victoria (Málaga), el par de arpones magdalenienses labrados en hueso, similares a los que podemos encontrar en los yacimientos del Cantábrico, que se muestran en la vitrina.

EL NEOLÍTICO (6.000 - 3.000 a.C.)
   A partir de la vitrina 4 podemos decir que comienza la verdadera historia del hombre moderno, del homo sapiens que hemos visto surgir y manifestarse a través de las industrias del Paleolítico, o Edad de la Piedra Antigua. Ahora, tras un vacío demográfico en nuestro suelo de unos 25.000 años, a lo largo de los cuales se han desarrollado en otros lugares las industrias del Paleolítico Superior y del Epipaleolítico, el hombre comienza a poblar de nuevo nuestra tierra en un ambiente climático muy parecido al de hoy, aunque con ligeras oscilaciones de temperatura y humedad, dentro ya del Holoceno o Periodo Postglacial.
     Al nuevo periodo cultural se le denomina Neolítico, o Edad de la Piedra Nueva, para distinguirlo del anterior, y tiene diversos focos difusores. En el Mediterráneo este foco debemos situarlo en Oriente Medio hacia el año 8.000 a.C. Desde allí, confirmando la existencia de unos medios de navegación que lo harán posible, se extenderá por todo el Mediterráneo, y progresivamente hacia las tierras del interior, para alcanzar las costas de la Península poco después del 6.000. Es la fecha que se ha dado para algunos materiales procedentes de la Cueva de Santiago (Cazalla de la Sierra, Sevilla) y la que podemos aceptar como inicial para el resto de los yacimientos con materiales neolíticos, los cuales se habrían generalizado hacia el año 5.000, y perdurado aproximadamente hasta el 3.000, que podemos considerar como inicial de la Edad de los Metales.
   El Neolítico entraña una auténtica transformación en lo que había sido hasta entonces, y durante cientos de miles de años, el modo de vida del hombre. Y tiene su más clara manifestación en un par de sencillos descubrimientos, que a la larga resultarán trascendentales: su capacidad para domesticar algunos animales por un lado, y para hacer crecer en la tierra las plantas que necesita, por otro.
   Se trata de dos procesos distintos, pero parecen desarrollarse en todas partes de manera simultánea. Suele admitirse, no obstante, que el hombre fue pastor antes que agricultor.
   Y es natural que así fuese, pues desde hace cientos de miles de años ese hombre anda vigilando, persiguiendo y cazando a los animales que lo rodean, por lo cual conoce perfectamente sus costumbres, su agresividad o docilidad, los beneficios que su caza o su posesión le reporta. Y, llegado determinado momento, se siente capaz de mantener junto a él a algunas especies, de cuidarlos, de agruparlos, de pastorearlos, de controlar a sus crías, de matar a los excedentes, o a los que son menos útiles. Forma los primeros rebaños y se convierte en pastor, sin abandonar por completo la caza, pero cada vez más restringida a los animales incontrolables, a los que no se adaptan a vivir junto a él. No tenemos constatación arqueológica, pero entre los animales que más pronto se acercarían espontáneamente al hombre, estaría el perro, que sin duda ya le ayudaba a acosar a los animales que deseaba cazar. Y le ayudará después a vigilar los rebaños, los primeros que forma, rebaños fundamentalmente de cabras y ovejas, también de vacas, y piaras de cerdos; y manadas de caballos. Animales que le proveen de carne, de leche y sus derivados, de pieles, que le ayudan incluso en su trabajo y en sus desplazamientos. Y hasta en sus traslados, como animales de tiro, pues ya se ha descubierto la rueda. El porcentaje de cazadores irá disminuyendo en la misma proporción que aumenta el de pastores, y el de hombres que se van quedando a vivir en lugares fijos, con sus rebaños, cada vez mayor que el de los nómadas. Y comienzan a surgir núcleos de población estables. Primero en cuevas, siguiendo en una tradición milenaria. Después también al aire libre.
   En un proceso paralelo, quizás ligeramente posterior, el hombre se da igualmente cuenta de que todos esos vegetales y plantas que acostumbra a recoger en el campo para alimentarse, el puede hacerlos crecer donde quiera sin más requisito que preparar mínimamente la tierra y poner en ella las simientes que la Naturaleza le ofrece espontáneamente. Y cultiva las primeras plantas, aquellas que más necesita y crecen con más facilidad, entre nosotros fundamentalmente diversos cereales, trigo, cebada, centeno, y más raramente algunas leguminosas, lentejas y guisantes. Pero al hacerlo se obliga a sedentarizarse, a pararse, a abandonar el nomadismo, al menos hasta que recoja los frutos de lo cultivado. Y esas paradas estacionales se irán prolongando cada vez más, hasta acabar haciéndose definitivas, seguramente, al menos, para las mujeres, que además pueden de esa manera atender más fácilmente a sus hijos, lo que implica a su vez un progresivo aumento demográfico.
   Son dos procesos independientes, pero paralelos, que confluyen en una misma necesidad de pararse, de estabilizarse, de sedentarizarse. Y crecen los primeros núcleos de población, el germen de las futuras ciudades. El hombre va abandonando las cuevas y estableciéndose en poblados al aire libre, en cabañas, que parecen haber sido en un principio de planta circular, con cubiertas de ramajes, aunque de ellas no se conserva en nuestro suelo ninguna evidencia arqueológica.
   El surgimiento de los núcleos de población lleva aparejado cierto desarrollo de la organización social, que parece haber estar basado en la familia, y la aparición de cierta jerarquización; con un responsable del grupo encargado de velar por el bien de la comunidad.
   El sedentarismo conduce a otro descubrimiento de enorme importancia cultural: la cerámica. La capacidad de conseguir, a partir del barro endurecido al fuego, y a imagen de lo que sucede con el que se endurece al sol, vasijas en las que poder guardar los alimentos, tanto sólidos como líquidos, que el cultivo de las plantas le permite producir en exceso y desea guardar. Puede incluso calentarlos y cocinarlos en ellos, si es preciso, y servirse de ellos para comer, sustituyendo sin duda a contenedores de origen vegetal o animal, más adecuados quizá para una vida nómada, pero menos estables y resistentes en una vida sedentaria en la que no es necesaria trasladar las vasijas de unos lugares a otros.
   La conversión, pues, de una economía de cazadores-recolectores a otra de productores, con la domesticación de los animales y el inicio de la agricultura, el surgimiento de los primeros núcleos de población estables y la aparición de la cerámica, son descubrimientos que habrán de ir marcando lentamente, en procesos que duran generaciones, imperceptibles por tanto para quienes los viven, la vida del hombre a partir de entonces. Y ya para siempre, pues son descubrimientos de los que nos seguimos sirviendo todavía hoy, en que difícilmente podemos imaginarnos una vida sin agricultura, sin ganadería, sin ciudades. El proceso, por tanto, continúa y sigue desarrollándose, no sabemos si siempre en la dirección más adecuada, con la selección y mejora de las semillas, con la consecución de los productos transgénicos, con la clonación de los animales más útiles, con los núcleos de población espaciales. Y todo ello, cuando los habitantes del Sahel, por ejemplo, no han terminado aún de hacerse sedentarios.
   A la nueva edad cultural no se le ha dado, sin embargo, el nombre de ninguno de esos trascendentales descubrimientos, sino el de otro de mucha menor importancia: Neolítico, Edad de la Piedra Nueva. Y es que ahora comienza también una nueva manera de trabajar la piedra, de la que el hombre se sigue sirviendo para producir los útiles que necesita en su nueva manera de vivir. Pues si ha estado durante más de un millón de años, desde los lejanos choppers del que llamábamos Homo Habilis, trabajándola a base de golpes, tallándola, ahora será capaz de pulirla cuidadosamente para conseguir unos instrumentos de una enorme perfección técnica, hachas, azadas, azuelas, cinceles, todo un repertorio de objetos que tienen en común el pulimento de sus superficies, tan bien terminadas que todavía hoy nos causan admiración y nos cuesta creer que pudiera emplearse tanto tiempo y tanto trabajo en dar un aspecto bello a lo que no pasaba de ser una simple herramienta para enmangar en el extremo de un palo.
   Y si el perfecto pulimento de la piedra nos llena de asombro, no menos dignos de admiración son los instrumentos de silex, cuya materia prima procede tanto de yacimientos al aire libre como subterráneos, explotados por medio de galerías, y para cuya distribución se establecen algunas de las primeras rutas comerciales. De ellos se va a servir el hombre a partir de ahora cientos de años. Son, sin embargo, todavía muy escasos en nuestras cuevas, sobre todo las hojas y láminas, algunas de tamaño muy pequeño, logradas con un simple golpe de percutor sobre un núcleo previamente preparado, por medio sobre todo del calentamiento. El hombre consigue así unos útiles de una enorme perfección técnica y de una gran eficacia, para aumentar la cual se retocan en ocasiones estas hojas en sus bordes para tener mejores filos, que luego se insertan en palos adecuados para lograr cuchillos y hoces.
   Se manifiesta por otra parte en este período el gusto del hombre por el adorno, tanto en lo personal como en los objetos que utiliza, sobre todo en las cerámicas. Y encontraremos en sus yacimientos brazaletes de piedra, colgantes de hueso y de concha, vasos cubiertos de una capa de engobe rojo, de almagre, un óxido de hierro con el que también adornó su cuerpo desde los lejanos tiempos de los neanderthales, incluso para enterrarse, como hacen todavía hoy muchos pueblos primitivos, y que entonces será típico del Neolíticos Andaluz Occidental. A otros vasos, o a esos mismos, los enriquecerá con dibujos geométricos mediante incisiones a buril, o impresiones de conchas, o de dedos, o aplicación de cordones. Está claro que el hombre de aquel tiempo sentía ya un innato gusto por la belleza, por la perfección, por los objetos artísticos, por el trabajo bien hecho aun en los objetos más vulgares.
   Aquel hombre fue capaz también de trascenderse, de vislumbrar el concepto de divinidad, un paso más allá de lo que había sido capaz el hombre del Paleolítico Superior que había pintado, convertido en santuario, las cuevas de Altamira (Santander) o La Pileta (Ronda, Málaga), en un intento, quizá, de poseer mágicamente a los animales que deseaba cazar. O pescar, pues peces hay también en La Pileta. Y modela, labra o talla las primeras figuras de dioses, diosas, en las que se evidencia la relación en que quiere ponerlas con la fertilidad. Y es que ese hombre, capaz de cultivar el cangrejo y sembrarlo, y de domesticar los animales y poseerlos, se da cuenta de que no es capaz de dominar por sí mismo los secretos principios de la germinación o la procreación.
   Nuestra tierra conoce la presencia de ese hombre que vive esa lenta evolución, en algunas de las cuevas abiertas en las sierras que hoy limitan la provincia por el Norte y por el Sur. Por el Norte, fundamentalmente en el complejo de Cuevas de Santiago, de Cazalla de la Sierra. Por el Sur, tanto en las abiertas en la sierra de Ubrique que la separan de la provincia de Cádiz, al Oeste, como en las que la separan de Málaga, al Este. De ellas proceden los objetos que se muestran a continuación, sin que podamos decir si se trataban de cuevas de habitación o funerarias, o si desempeñaban ambas funciones a la vez, pues son objetos recogidos en su interior, pero fuera de contexto, arrastrados por el agua que ha entrado en ellas a lo largo de los siglos y las ha depositado en algunos remansos o recovecos, en los que han sido hallados.
   En la vitrina 4 se exponen los materiales recogidos en las Cuevas de La Veredilla y El Tembleque (Benaocaz, Cádiz). Se trata fundamentalmente de vasos de cerámica a mano, lisos o decorados, cubiertos de almagra o con motivos geométricos incisos, impresos o con cordones adheridos en disposición también geométrica.
   Típico del Neolítico Andaluz serán también, junto a la almagra, de la que se muestra cierta cantidad encontrada en el interior de un pequeño vaso, las asas pitorro, agujereadas para poder tener el vaso colgado y servirse de él para poder tener el vaso colgado y servirse de él para beber, como en los modernos botijos, aunque no siempre están los pitorros perforados, por lo que fueron también en ocasiones simples elementos decorativos. Para colgar también pudieron servir, más que como elementos de aprehensión, las pequeñas asas de cinta laterales que vemos en otras vasijas. Como asas reales debieron funcionar, por el contrario, los pequeños mamelones o protuberancias que vemos adheridos a la parte alta de otros vasos, como para asegurar su manejo evitando que pudieran escurrirse.
   De la Cueva del Tembleque proceden los adornos personales que se exponen, el brazalete de mármol con estrías paralelas y los colgantes de hueso. Los que llamamos alisadores, de la misma cueva, quizá se utilizaron para pulverizar el almagre, para poderlo utilizar ya como engobe para cubrir la cerámica, ya como tintura con que adornar su cuerpo.
   Se completa la vitrina con un mapa de Europa y el Mediterráneo, en el que se muestra el modo como se difunde el Neolítico, a modo de onda expansiva, con fechas cada vez más modernas desde Oriente Medio hacia Occidente.
   En la vitrina 5 se presentan algunos fragmentos de cerámica a la almagra y con decoración incisa e impresa de la Cueva de San Doroteo (Algámitas, Sevilla) y de la Cueva de la Mora (Jabugo, Huelva).
   En una esquina, procedentes de cuevas levantinas, algunos fragmentos de cerámica con decoración cardial, así llamada por estar realizada mediante impresiones de la concha del cardium edule, un tipo de berberecho. Se extendieron en esta época por todo el Mediterráneo, confirmando la difusión marítima inicial de esta cultura, pero no se dan nunca entre nosotros, en el Bajo Guadalquivir, tal como se muestra en el cartel explicativo de la difusión esencial de cada uno de los tipos de cerámica.
   Se completa la vitrina con una serie de útiles de piedra pulimentada, hachas, azadas, cinceles, piedras de moler, de diversas procedencias y de distintos tamaños, que han de ponerse en relación con las nuevas funciones a que van a ser destinados, aunque algunos son tan pequeños que se han pensado en la posibilidad de que no se trate propiamente de útiles, sino de objetos votivos.
   En algunos dibujos se muestra la reconstrucción gráfica del modo como pudieron ir enmangados, en hueso o madera, esos útiles de piedra.
   La vitrina 6 representa un mundo de transición, muestra objetos de la vida de un hombre que sigue habitando en cuevas y depositando en ellas a sus muertos, pero que culturalmente pertenece ya a la nueva Edad de los Metales. Proceden todos de la que durante mucho tiempo se llamó Cueva de don Juan, por haberla explorado durante algunos años el que fuera jefe del partido nazi en Bélgica, León Degrelle, refugiado en España al finalizar la Guerra Mundial, en el pequeño pueblo de Constantina, en la Sierra Norte de Sevilla, donde se le conocía popularmente con el apelativo de "don Juan". El nombre auténtico de la cueva, con el que siempre se la había conocido, es, sin embargo, el de La Sima.
   En curso de estudio en la actualidad, los materiales que presentamos corresponden en su mayor parte a hallazgos de mediados del pasado siglo, fuera de contexto arqueológico seguro, pero suficientes para poder situar cronológicamente a la cueva de principios de la Edad del Cobre. Se trata de un numeroso conjunto  de láminas de sílex y cuentas de collar, acompañados de un ídolo plaza de pizarra y de diversos vasos de cerámica de aspecto tosco y pequeño tamaño, entre los que son dignos de destacar, sobre todo una especie de cucharones con cazoletas interiores cuya finalidad no está clara. Todos parecen estar en relación con enterramientos humanos, entre cuyos huesos se encuentran también los de diversos animales, algunos ya desaparecidos de nuestra tierra, como el oso o la hiena, mientras otros, el toro salvaje, el ciervo, la cabra montés, el jabalí, siguen siendo típicos de ella en esta zona de la sierra.
   En la vitrina 7 avanzamos un paso más dentro de ese mundo de transición, mostrando los ajuares procedentes de enterramientos en monumentos funerarios de tipo dolmen, a base de grandes piedras, de orígenes inciertos, pero que en la actualidad, basados sobre todo en las fechas aportadas por el Carbono 14, se tienden a poner en el Suroeste de Portugal, desde donde habrían tenido una difusión esencialmente atlántica, para llegar a las costas de las Islas Británicas e incluso hasta los Países Nórdicos, tal como se muestra en el mapa colocado junto a la vitrina.
   El Gandul (Alcalá de Guadaira) es una zona de extraordinaria riqueza arqueológica en la que se mezclan los túmulos megalíticos con los orientalizantes y los romanos. Algunos de los primeros, aunque expoliados de antiguo y semiarrasados por trabajos modernos, han podido ser estudiados de nuevo. Se trata tanto de auténticos dólmenes como de monumentos del tipo tholos, con cámara circular cubierta con falsa cúpula rematada en ortostatos de gran tamaño, enterrados bajo túmulos reforzados mediante anillos de piedras, algunos de los cuales pueden ser visitados. De los ajuares de sus enterramientos proceden los dos vasos de marfil incompletos, el hacha de serpentina, auténtica obra de arte del nuevo modo de tratar la piedra, la gran placa triangular, posible raspador, y la larga hoja de sílex, y el conjunto de puntas de flechas de base cóncava, el tipo más frecuente en nuestra tierra en este momento.
   Del Dolmen de La Cañada Real (Los Molares) proceden la cuentas de calaíta, nombre con el que se conocen diversos tipos de roca de coloración verdosa que se emplean en este momento para preparar colgantes y cuentas de collar de formas irregulares, y un pequeño hacha de piedra pulimentada.
   El Dolmen del Hoyo del Gigante (Morón de la Frontera) es uno de los más espectaculares que ha llegado hasta nosotros, sobre todo por las dos gigantescas losas de piedra que forman parte de su cubierta. El monumento en su conjunto, con una galería de más de 5 m. de longitud, se hallaba enterrado bajo un túmulo de tierra delimitado por un anillo de piedras, tal como se muestra en el dibujo de la vitrina. El ajuar de los enterramientos que guardara había sido expoliado en época antigua. En su reciente excavación se han recogido sólo algunos fragmentos de cerámica y diversas piedras de sílex.
   En El Castillo de las Guardas se conoce un valioso conjunto de dólmenes de construcción más sencilla, en los que, expoliados también de antiguo, nunca se han realizado excavaciones científicas. De allí proceden los dos pequeños cuencos hemisféricos de cerámica a mano y un pequeño hacha de piedra pulimentada.
   El contenido de la vitrina se completa con un peine de hueso recogido en el Dolmen de Hidalgo (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz), al que faltan las púas, y con una curiosa pieza que no procede de ningún dólmen, como todas las anteriores, sino de un hallazgo casual en el término de Gerena. Se trata de la vértebra de un jabalí, que lleva incrustada junto al canal medular una punta de flecha de sílex de pequeño tamaño, que nos sirve de valioso testimonio para probar que la caza mayor seguía constituyendo un complemento económico digno de tener en cuenta todavía en estos momentos de la Edad del Cobre, y que para llevarla a cabo eran suficientes esas pequeñas puntas de flecha, pues se conocía perfectamente la anatomía del animal y sus puntos vitales. En este caso la punta de flecha, como vemos en el dibujo, no llegó a cortar, como se pretendía, la médula del animal, el cual pudo escapar y vivir con ella integrada en el hueso.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

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miércoles, 28 de noviembre de 2018

2446. SEVILLA** (DCCCLXXI), capital: 18 de octubre de 2017.

5904. SEVILLA, capital. Fachada principal del Museo Arqueológico.
5905. SEVILLA, capital. Puerta principal de acceso al Museo Arqueológico.
5906. SEVILLA, capital. Fachada principal en toda su extensión del Museo Arqueológico.
5907. SEVILLA, capital. Cuerpo central del edificio del Museo Arqueológico.
5908. SEVILLA, capital. Ala lateral del edificio del Museo Arqueológico.
5909. SEVILLA, capital. Detalles decorativos de los paramentos exteriores del Museo Arqueológico.
5910. SEVILLA, capital. Parte trasera del Museo Arqueológico.
5911. SEVILLA, capital. Vista de la galería lateral del Museo Arqueológico.
5912. SEVILLA, capital. Vista de la plaza de América desde la galería del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (DCCCLXXI), capital de la provincia y de la comunidad: 18 de octubre de 2017.
Museo Arqueológico* - Edificio.
   El edificio es un bello ejemplar neorrenacentista construido por Aníbal González entre 1911 y 1919 con ocasión de la Exposición Iberoamericana. Las colecciones arqueológicas se hallan aquí instaladas desde 1942, habiendo residido anteriormente en otros lugares.
   La creación de todos los museos y de éste en particular es consecuencia de la exclaustración de 1835, en que, archivos, bibliotecas y objetos de arte de los conventos pasaron a ser propiedad del Estado. En Sevilla, como en las demás ciudades, se formó una Junta de Museos que se dedicó a reunir las piezas artísticas. Desde 1875 el Museo Provincial se instaló en el Convento de a Merced, hoy Museo de Bellas Artes, y allí estuvo la colección arqueológica hasta 1942 en que se trasladó al edificio actual. El edificio ha sido sometido a obras de ampliación y adaptación para poder instalar las nuevas colecciones que habían llegado al museo en los años posteriores a su inauguración.
   El contenido del museo lo hace estar situado entre los primeros de España, no solamente por la abundancia de sus piezas, sino por su excelente calidad. Las colecciones más importantes son las romanas e hispano-romanas, que proceden fundamentalmente de Itálica, aunque también hay piezas importantes de Écija, Estepa, Alcalá del Río, Villanueva del Río, etc., además de las procedentes de donaciones particulares o del Ayuntamiento de Sevilla. Aunque la mayor parte de los fondos del museo son de época romana, hay que destacar piezas de gran calidad de etapas prerromanas, así como restos visigodos, musulmanes y mudéjares.
   El edificio del museo tiene una gran sala elíptica en el centro, de la que parten dos alas. En la de la derecha se instalan las antigüedades ibéricas y romanas, y en la de la izquierda continúan las romanas, dedicándose algunas salas a las piezas medievales. En los sótanos se exponen, en diez salas, todos los restos arqueológicos de las Edades de Piedra, Bronce y Hierro, así como los objetos importados por los colonizadores fenicios, griegos y cartagineses.
Textos de:
ARJONA, Rafael: Guía Total: Andalucía. Ed. Anaya. Madrid, 2005.
ARJONA, Rafael y WALLS, Lola: Guía Total: Sevilla. Ed. Anaya. Madrid, 2007.
MORALES, Alfredo J.; SANZ, María Jesús; SERRERA, Juan Miguel y VALDIVIESO, Enrique: Guía artística de Sevilla y su provincia [I]. Fundación José Manuel Lara y Diputación provincial de Sevilla. Sevilla, 2004.

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martes, 27 de noviembre de 2018

2445. SEVILLA** (DCCCLXX), capital: 14 de octubre de 2017.

5899. SEVILLA, capital. El paso de palio de la Virgen de la Salud por la c/ San Pablo.
5900. SEVILLA, capital. Ntra. Sra. de la Salud, ya coronada, camino de su barrio.
5901. SEVILLA, capital. Otra visión de Ntra. Sra. de la Salud.
5902. SEVILLA, capital. Perfil de Ntra. Sra. de la Salud.
5903. SEVILLA, capital. Última instantánea del paso de palio de la Hdad. de San Gonzalo.
SEVILLA** (DCCCLXX), capital de la provincia y de la comunidad: 14 de octubre de 2017.
   Se muestran imágenes de la procesión extraordinaria de Ntra. Sra. de la Salud tras ser coronada canónicamente en la Catedral, a su paso por la calle San Pablo, a su regreso a la iglesia parroquial de San Gonzalo, su sede canónica donde se fundó en 1942, siendo sus imágenes titulares Nuestro Padre Jesús en su Soberano Poder ante Caifás y Nuestra Señora de la Salud, ambas talladas por Luis Ortega Bru en 1975.

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lunes, 26 de noviembre de 2018

2444. SEVILLA** (DCCCLXIX), capital: 14 de octubre de 2017.

5889. SEVILLA, capital. Retablo mayor de la igl. de la Magdalena.
5890. SEVILLA, capital. Retablo de la Virgen del Amparo, en la igl. de la Magdalena.
5891. SEVILLA, capital. Ntra. Sra. del Amparo, en su retablo de la igl. de la Magdalena.
5892. SEVILLA, capital. El retablo de San Joaquín, Sta. Ana y la Virgen, en la igl. de la Magdalena.
5893. SEVILLA, capital. El retablo de la Virgen de la Antigua y Siete Dolores, en la igl. de la Magdalena.
5894. SEVILLA, capital. Capilla de la Hdad. de la Quinta Angustia, en la igl. de la Magdalena.
5895. SEVILLA, capital. Retablo mayor de la cap. de la Hdad. de la Quinta Angustia, en la igl. de la Magdalena.
5896. SEVILLA, capital. Ntra. Sra. del Rosario, en besamanos, en la igl. de la Magdalena.
5897. SEVILLA, capital. Los titulares de la Hdad. de Montserrat de forma provisional en la igl. de la Magdalena.
5898. SEVILLA, capital. El retablo de la Hdad. del Calvario en la igl. de la Magdalena.
SEVILLA** (DCCCLXIX), capital de la provincia y de la comunidad: 14 de octubre de 2017.
Iglesia de la Magdalena.
calle San Pablo.
   Una cruz y una espada. Y un lema borroso: "levántate Señor y juzga tu causa". Es el escudo de la Inquisición, apenas visible, la espada de Damocles que se sitúa sobe los visitantes de la actual parroquia de la Magdalena para recordar el pasado dominico de una espectacular iglesia. Porque el título parroquial de la Magdalena no tuvo en este lugar su origen. La primitiva parroquia estuvo ubicada en la actual plaza de la Magdalena, y fue derribada por los franceses en 1810 como parte del proyecto de reformas urbanísticas de la ciudad. Se perdió así buena parte de su notable patrimonio, que incluía el lugar donde se enterraron los restos de Martínez Montañés. Aunque hubo intentos de edificación de un nuevo templo en el solar, se traslado en 1842 administrativamente al antiguo convento dominico de San Pablo que, a su vez, había sido desamortizado en 1835.
   El origen del convento está en fechas inmediatamente posteriores a la conquista de la ciudad por Fernando III. En el reparto de los nuevos terrenos confiscados al Islam, el Rey realizó una división en la que participaron órdenes nobiliarias y órdenes religiosas. La Orden de los dominicos edificó en las cercanías de la Puerta de Triana su casa grande, de enorme importancia en los siglos XVI y XVII por su vinculación con la evangelización de América y por el protagonismo de los dominicos en el tribunal de la Inquisición sevillana. La iglesia medieval se hundió, en parte, en el año 1691, hecho que motivó la construcción del impresionante templo actual entre 1692 y 1724. Las trazas de la nueva iglesia fueron realizadas por Leonardo de Figueroa. Las sucesivas reformas urbanísticas de los siglos XIX y XX eliminaron buena parte del recinto, perdiéndose el compás del convento, por la actual apertura de la calle San Pablo, y todo el claustro barroco, donde hoy se levanta un conocido hotel y otras edificaciones modernas. También quedó exenta en este proceso la antigua capilla de la Virgen de la Antigua, hoy sede de la hermandad de Montserrat.
   La iglesia presenta al exterior dos portadas barrocas de comienzos del siglo XVIII, la de los pies suele estar cerrada y presenta en un lateral un artístico retablo cerámico de la Virgen del Amparo. La portada lateral, la habitual de acceso al templo, se encuentra flanqueada por un retablo cerámico del Cristo del Calvario, existiendo otra pequeña portada lateral en el mismo muro que está coronada por una escultura de Santo Domingo de Guzmán, situándose en el frontón el perro con la antorcha encendida que anticipó su nacimiento. Una triple espadaña suple la falta de torre. Difícilmente visible es el coronamiento exterior de la cúpula, con los característicos elementos barrocos de Leonardo de Figueroa: apilastrados mixtilíneos, formas curvas, decoración vegetal, empleo de la bicromía ... De gran originalidad son los relieves con cabezas de indígenas que se sitúan en el tambor de la cúpula, que también se decora con una corona de bronce.
   El fastuoso interior de la iglesia presenta tres naves sobre grandes pilares cruciformes, estando la nave central cubierta por bóveda de cañón con arcos fajones y las laterales por bóvedas de arista. La zona del crucero se cubre por una cúpula. Todo el templo presenta una profusa decoración de pinturas murales realizada en la segunda década del siglo XVIII. La mayor parte de esta decoración fue pintada por Lucas Valdés, con escenas que glorifican la Orden de los dominicos. Los pilares están decorados con apóstoles pintados por Clemente Torres, Alonso Miguel de Tovar, y Germán Lorente. En las pechinas de la cúpula aparecen unos relieves realizados por Pedro Roldán, correspondiendo la decoración pictórica a Lucas Valdés. De gran interés iconográfico son las escenas de la zona del crucero. La del muro derecho representa la entrada de las tropas de San Fernando en la ciudad de Sevilla en 1248, mostrando el cortejo con las representaciones de órdenes religiosas y con la procesión de la Virgen de los Reyes bajo palio. En el muro derecho se representa un auto de fe de la Inquisición, con el cortejo, los ajusticiados revestidos con sus sambenitos y una interpretación iconográfica de la ciudad desde la perspectiva del siglo XVIII.
   El espectacular retablo mayor es de principios del XVIII, probablemente diseñado por Pedro Duque Cornejo, que realizaría todas las esculturas excepto la Magdalena que lo preside, notable talla realizada en 1704 por el escultor Felipe Malo de Molina, que procede de la antigua parroquia. Fue realizado entre 1709-1724 y consta de banco, dos cuerpos con tres calles y ático. Columnas compuestas por fustes salomónicos y con relieves subdividen los cuerpos de un retablo dedicado a la figura de San Pablo, cuya imagen preside la hornacina central del segundo cuerpo. En el primer cuerpo aparecen también las tallas de la Magdalena y de San Francisco, mientras que en el segundo cuerpo se sitúan San Pío V y San Benedicto XI. En el ático, entre Santa Catalina de Siena y Santa Rosa de Lima, se sitúa la escena de la conversión de San Pablo. Diversos santos y santas de la Orden dominica se reparten entre los intercolumnios. Destacan, a ambos lados del retablo mayor, dos grandes lienzos de Lucas Valdés que representan escenas eucarísticas: David ante el Arca de la Alianza y la Ofrenda del Sumo Sacerdote Melquisedec. Bajo estos cuadros se sitúan dos originales puertas de mármol enmarcadas con columnas salomónicas y que están rematadas por esculturas que representan a la Esperanza y a la Caridad.
   El recorrido por el muro del Evangelio, comenzando a la izquierda del presbiterio, comienza en la capilla de la Virgen del Amparo. Presenta una reja y un retablo del XVIII, obra de Juan de Valencia. La imagen titular es obra del XVI atribuida a Roque Balduque, aunque reformada en el siglo XVIII. Es imagen de gran devoción histórica, según se constata en los numerosos grabados de siglos pasados que la representan. Posee hermandad propia, muy relacionada con la nobleza en otro tiempo, siendo su  elegante procesión a comienzos de noviembre la que cierra el ciclo "de las Glorias" de invierno de la ciudad. Le sigue la capilla de la Milagrosa, con retablo y reja del XVIII, siendo la imagen contemporánea. Mayor interés tienen los relieves con escenas de la vida de San Pablo, cercanos al taller de Pedro Roldán.
   Ya en el muro del crucero se sitúa el retablo dedicado a San Joaquín, Santa Ana y la Virgen, una obra de cronología dispar ya que San Joaquín es obra de Cristóbal Ramos del tercer cuarto del siglo XVIII; mientras que Santa Ana y la Virgen están atribuidas a Francisco Antonio Gijón, datándose hacia 1675. El siguiente retablo cobija la talla de la Virgen de las Fiebres, excepcional imagen que esculpió en 1565 Juan Bautista Vázquez el Viejo y que muestra toda la delicadeza del Renacimiento, una imagen que mantiene una vieja advocación de origen medieval. Contiguo está el retablo dedicado a Nuestra Señora de la Antigua y Siete Dolores. Esta imagen fue la titular de una de las hermandades de penitencia que contó en Sevilla con mayor devoción hasta el siglo XVIII. Es una dolorosa de talla completa, con ciertos rasgos propios de la escuela castellana, siendo obra temprana de Pedro Roldán. Contó con capilla propia en el convento, hoy ocupada por la hermandad de Montserrat. Del rico patrimonio de la hermandad se conserva la imagen del Nazareno (actual titular de la Hermandad de la Candelaria) y los ricos bordados del actual paso de palio del Valle. Ya en la nave encontramos, a modo de trampantojo, una curiosa pintura mural de 1996 que representa la entrada y visión del claustro que había en esta zona hasta su derribo en el siglo XX. De notable interés la imagen que le sigue, el llamado Cristo  del Gonfalón, talla renacentista de la primera mitad del siglo XVI que se suele atribuir a Nicolás de León. En el mismo muro se sitúa el retablo del XVIII con la Virgen del Buen Consejo, talla de mediados del siglo XX que realizó Sebastián Santos. En la pared opuesta se encuentra se encuentra el retablo dedicado al Nazareno de las Fatigas, obra anónima del XVII realizada en papelón, que tuvo en siglos pasados una notable devoción según apunta el abad Alonso Sánchez Gordillo. Ya a los pies de la nave, un discreto retablo neoclásico acoge al grupo escultórico de la Sagrada Familia. Pasando por la puerta de los pies y por la zona del coro, llegaremos al muro derecho, donde se sitúa, junto a la puerta lateral de entrada, la capilla de la hermandad de la Quinta Angustia. Hay que entenderla como una pequeña iglesia dentro de la iglesia, siendo su alargada nave el único resto del templo medieval. Seguramente la reja nos recibirá con una austera necrológica de algún hermano fallecido, detalle propio de tiempos pasados que nos introducirá en la nave mudéjar del siglo XIV. Presenta tres bóvedas ochavadas sobre trompas, con decoración de lacería y ataurique, estando realizada en fina labor de ladrillo y con algunos elementos en barro vidriado. La capilla está ocupada por la hermandad de la Quinta Angustia, que es el fruto de dos hermandades: la del Descendimiento y la del Dulce Nombre de Jesús, ambas fundadas en el siglo XVI. Se encuentra presidida por el grupo escultórico del Descendimiento, uno de los mejores conjuntos de la Semana Santa. El Cristo es obra de Pedro Roldán (1659); la Virgen fue realizada por Vicente Rodríguez Caso (1934); el resto de las figuras son de Pedro Nieto (1633). Componen un perfecto conjunto de teatralidad barroca que sigue los modelos del barroco europeo, como el que representó Rubens en la Catedral de Amberes. Todavía gana mayor expresividad en la procesión de la tarde del Jueves Santo ya que la imagen del Crucificado se mueve al estar sostenida por una bisagra al madero. También se encuentran en esta capilla dos importantes esculturas de Jerónimo Hernández del último tercio del XVI: el Niño Jesús, que forma parte del cortejo del Corpus de la Magdalena, y el Resucitado, notable talla de suaves formas que sigue los postulados estéticos del manierismo. Toda la capilla se encuentra decorada por una serie de nueve lienzos que Valdés Leal pintó para el convento de San Benito de Calatrava, destacando las grandes composiciones de la Inmaculada y del Calvario. De regreso al muro de la nave nos encontramos un fresco enmarcado por yeserías que nos muestra la Batalla de Lepanto, con la consagración de esta victoria por Pío V a la Virgen del Rosario. Esta obra fue realizada por Lucas Valdés, siendo un muestrario de diversas embarcaciones de la época y un reflejo de la devoción de la Orden dominica a la Virgen del Rosario. A continuación se sitúa la acogedora capilla sacramental, cerrada por una reja de 1588. Presenta un retablo del XVIII, ya cercano a los presupuestos del academicismo, estando presidido por una dinámica talla de la Inmaculada de hacia 1740, flanqueada por imágenes de los arcángeles San Miguel y San Rafael. El interior de la capilla se encuentra decorado por dos lienzos de Francisco Zurbarán, la Curación del beato Reginaldo de Orleans y Santo Domingo in Soriano, cuadros que formaban parte de un ciclo pictórico que el pintor extremeño contrató con la comunidad dominica. También destaca la excelente custodia procesional de plata comenzada a fines del XVII por el orfebre Cristóbal Sánchez de la Rosa y concluida por Juan Laureano de Pina. Fue reformada en el siglo siguiente, momento en el que se le añadió la peana actual por el platero Blas de Amat. Es la pieza que sale en la señorial procesión del Corpus de la Magdalena.
   Saliendo de nuevo a la nave lateral de la iglesia, el siguiente retablo es el de la Asunción de la Virgen, conjunto que realizó en 1619 el cordobés Juan de Mesa. Ya en la pared del crucero, bajo la pintura mural del Auto de Fe, se sitúa el retablo dedicado a San José y es una obra atribuida a José Montes de Oca, de mediados del siglo XVIII. Le sigue el retablo dedicado a la Virgen del Carmen, imagen de vestir, también de mediados del siglo XVIII. Del primer cuarto del siglo XVIII es el retablo de la Virgen del Rosario, obra documentada de Cristóbal Ramos de finales del mismo siglo, con tallas de San Francisco de Asís y de Santo Domingo de Guzmán. Ya en la cabecera del crucero hay dos capillas, la primera dedicada a San Antonio de Padua, con reja y retablo del siglo XVIII con pinturas en los muros laterales que representan escenas de la vida de Santo Domingo, el fundador de la Orden dominica. La siguiente capilla es la de la hermandad del Calvario ubicada en la antigua capilla de la Orden Tercera de los dominicos. Esta hermandad tiene su origen en la antigua hermandad de los Mulatos fundada en 1527 en la iglesia de San Ildefonso, un ejemplo de las hermandades "de raza" que existieron en Sevilla. En 1731 realizó su última estación de penitencia, extinguiéndose unos años más tarde. En 1798 llegó a San Ildefonso el Cristo del Calvario procedente del convento de San Francisco. Esta imagen sustituye al antiguo Cristo de los Mulatos. En 1820 llega una nueva talla de la Virgen de la Presentación. En 1882 unos devotos refundan la cofradía que vuelve a salir el Miércoles Santo de 188, pasando posteriormente a procesionar en la Madrugada del Viernes Santo. En 1908 se trasladan a San Gregorio; y en 1916 a la Parroquia de la Magdalena. El Cristo del Calvario es de Francisco de Ocampo (1611), una excelente talla que sigue el modelo montañesino del Cristo de la Clemencia aunque con elementos peculiares en su nacarada policromía. La Virgen de la Presentación fue realizada por Juan de Astorga a principios del siglo XIX. El testero derecho del crucero suele ser empleado por la parroquia como lugar de celebración de algunos cultos o lugar de ubicación temporal de algunas imágenes, por lo que son habituales los cambios de ornamentación del espacio. Aunque sea menos accesible, la parroquia guarda una importante colección de orfebrería ya que aglutinó las piezas del antiguo convento y las de la parroquia derribada. Numerosas personalidades tuvieron alguna relación con el templo, desde Fray Bartolomé de las Casas, que formó parte de la comunidad, pasando por Bartolomé Esteban Murillo, que fue aquí bautizado, o Juan Martínez Montañés, de cuya boda y cuyo entierro guarda documentación el archivo parroquial. 
Textos de:
ARJONA, Rafael: Guía Total: Andalucía. Ed. Anaya. Madrid, 2005.
ARJONA, Rafael y WALLS, Lola: Guía Total: Sevilla. Ed. Anaya. Madrid, 2007.
MORALES, Alfredo J.; SANZ, María Jesús; SERRERA, Juan Miguel y VALDIVIESO, Enrique: Guía artística de Sevilla y su provincia [I]. Fundación José Manuel Lara y Diputación provincial de Sevilla. Sevilla, 2004.
ROLDÁN, Manuel Jesús: Iglesias de Sevilla. Almuzara. Sevilla, 2010.

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