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jueves, 11 de marzo de 2021

3280. SEVILLA** (MCDXVIII), capital: 17 de noviembre de 2019.











SEVILLA** (MCDXVIII), capital de la provincia y de la comunidad: 17 de noviembre de 2019.
   Mostramos imágenes del Convento de la Encarnación, situado en la plaza de la Virgen de los Reyes.
   Hoy está a la sombra de la Giralda, un recoleto convento de agustinas en un marco que resume parte de la historia de Sevilla: restos musulmanes hoy reconvertidos, hospitales cristianos, monjas agustinas que dan nombre a otra plaza hoy llena de setas, invasión francesa que derriba piedras históricas, devoción popular a Santa Marta, desamortizaciones y hasta sorprendentes manifestaciones de monjas por el centro de la ciudad. Una larga historia generalmente desconocida por el gran público, que suele conocer al pequeño convento por el torno donde se venden los recortes de las formas litúrgicas que allí se elaboran.
   La larga historia del convento de la Encarnación comienza en la plaza de su nombre, que algunos intentan titular como Mayor, donde la comunidad de agustinas llegó ocupar tres cuartas partes del solar de la plaza. Las monjas de la Orden de San Agustín, conocidas como agustinas, pertenecen a la orden religiosa mendicante fundada por el papa Inocencio IV en el siglo XIII (1244), ante la necesidad de unificar una serie de comunidades de monjes en la Toscana (Italia) que seguían las directrices conocidas como la Regla de San Agustín, dictadas por San Agustín de Hipona en el siglo V. En Sevilla, además del convento de la Encarnación y del monasterio de San Leandro, hubo otros conventos de agustinas hoy desaparecidos: el de la Paz (hoy sede de la hermandad de la Mortaja) y el del Dulce Nombre de Jesús (hoy sede de la hermandad de la Vera Cruz).
   La fundación del convento de la Encarnación, según Ortiz de Zúñiga, se remonta al año 1591, momento en el que don Juan de la Barrera “noble y piadoso sevillano que habiendo militado en sus primeros años en las conquistas de las Indias de Occidente logró sus afanes en opulentas riquezas a que, faltándole sucesor, dio empleo en muerte, como lo daba en vida a obras pías de largueza y ejemplo grande”. El devoto patrocinador de la nueva fundación estipulaba su entierro en la capilla mayor del nuevo convento, disponiendo que en el retablo mayor debería estar representado el tema de la Encarnación, así como dos altares dedicados a los Santos Juanes, una de las grandes devociones de la época. Las obras del nuevo cenobio debieron avanzar a buen ritmo, en 1598 ya estaba terminada su puerta principal, en la que participaron Alonso de Vandelvira, Andrés de Ocampo y Martín Alonso de Mesa. La fundación propiamente dicha llegaría con la bula concedida por el papa Clemente VII en enero del año 1600, siendo elegida como primera abadesa del convento una monja del convento cisterciense de Santa María de Dueñas, hoy desaparecido, situado en las cercanías del palacio de los duques de Alba.
   Fueron años, quizás por una mala gestión, de precariedad económica, llegándose a una situación límite a mitad del siglo, cuando los bienes del convento llegaron a ser embargados por deudas. La situación pareció mejorar con el cambio de la administración de los bienes del convento, que pasaron a ser regidos directamente por la comunidad. Avanzamos así, a mejor ritmo, las tareas de decoración de la iglesia, con la realización del retablo mayor, así como la ampliación del edificio con la adquisición de nuevas casas. Pero la inestabilidad económica del convento parecía no tener solución. Un grave contratiempo fue el necesario cambio que debió hacerse de la madera del retablo mayor, afectado por la polilla, siendo sustituido por una nueva remesa de pino de Flandes. El dinero aportado por una hermana del convento que tenía prevista la construcción de unas celdas nuevas y que donó al convento sus bienes para la terminación del retablo. Las obras del retablo fueron realizadas por Francisco Dionisio de Ribas, que en su testamento del año 1679 declaraba no haber cobrado todavía a pesar de su finalización. Una vez formalizado el pago, el dorado y estofado de la obra lo concluiría Miguel de Parrilla, ya en el año 1693.
   El siglo XVIII conoció un nuevo episodio de dificultad económica que dio lugar a un hecho insólito en la historia de la ciudad. En los primeros años de la nueva centuria se abordaron gastos extraordinarios que obligaron incluso al empleo de las dotes para la compra de alimentos y a la petición de ayuda al cabildo eclesiástico. La falta de respuesta se tradujo en una sorprendente procesión de las trece monjas que formaban la comunidad precedidas de cruz alzada, en dirección hacia la sede arzobispal. La insólita comitiva fue interceptada por el deán de la Catedral, que llevó a las monjas a la Catedral y ordenó el traslado a su convento en coches de caballo para evitar las miradas de curiosos. La peculiar manifestación se saldó con la destitución de la abadesa y el prendimiento del sacristán, aunque las monjas consiguieron el aumento de los donativos al convento en 200 fanegas de trigo y 200 ducados. La situación debió mejorar a lo largo del siglo, especialmente tras la solución de un largo pleito con un heredero del antiguo patronato de la iglesia que demandaba presuntos derechos. Las obras de reforma de finales de siglo o la fundición de una nueva campana en 1792 nos hablan de una recuperación económica del convento que queda definitivamente constatada con la renovación de la custodia que hizo en 1807 el platero Juan Ruiz, una obra desaparecida que debió tener gran valor, en plata y oro, con 332 diamantes, 88 esmeraldas y otras piedras preciosas. Poco tardaría la estabilidad. El 1 de febrero de 1810 las tropas francesas invaden Sevilla y, en abril, el propio Napoleón firma el decreto por el que se expulsaba a las monjas de su edificio para proceder a su derribo y a la creación de una plaza, una calamitosa actuación para el patrimonio que también realizaron con la iglesia de Santa Cruz y con la antigua parroquia de la Magdalena. Aunque se pensó en su fusión con las monjas agustinas del convento de la Paz (actual sede de la hermandad de la Mortaja), la comunidad sería trasladada finalmente al ex-convento de los Terceros, que luego sería sede de los Escolapios y que actualmente acoge a la hermandad de la Cena. Según narra González de León “las monjas fueron en coche acompañadas del señor obispo auxiliar, del gobierno francés, de la municipalidad y de muchos clérigos y personas distinguidas”. Tras el traslado, el convento fue derribado aunque no en su totalidad. Con la invasión francesa la comunidad perdió importantes piezas de su patrimonio, destacando el lienzo de la Inmaculada, obra de Juan de Roelas que hoy se conserva en el Staatliche Museum de Berlín y que presidía, en el antiguo edificio, el retablo bajo el que estaba enterrado el venerable Fernando de Mata. Con el regreso de Fernando VII las monjas no pudieron volver a su casa y el regreso de la Orden Tercera motivó la búsqueda de un nuevo enclave. La solución llegó, tras la negativa a la ocupación de San Antonio Abad,  con la donación de su gran mecenas, el cardenal Cienfuegos, que les entrega el antiguo Hospital de Santa Marta, frente a la Catedral, lugar al que se unirían dos edificaciones adyacentes procedentes de una donación particular. El día 19 de diciembre de 1819 comenzaba la nueva historia del convento, justo a los pies de la Giralda en una plaza que se sitúa sobre parte del antiguo Corral de los Olmos, centro de los cabildos civil y catedralicio de la ciudad durante siglos. Fue aquí donde se fundó a comienzos del siglo XV el Hospital de Santa Marta, según disposición testamentaria del arcediano Ferrán Martínez, tristemente conocido en la ciudad por su funesta predicación contra la comunidad judía. La placita aledaña, un adarve musulmán sin salida convertido en un rincón turístico de la ciudad, mantiene todavía el recuerdo del recinto hospitalario. Del conjunto también formó parte la antigua mezquita de los Osos, de la cual todavía quedan restos en algunas ventanas.
   La capilla del antiguo hospital es la que hoy sirve de iglesia a la comunidad. La iglesia, de enorme sencillez al exterior, presenta en su interior una planta de una sola nave. La parte del presbiterio tiene planta cuadrada, cubierta con bóveda de ocho paños sobre trompas, siendo un sector que corresponde a la antigua mezquita y que probablemente correspondía a una antigua capilla de tipo qubba, habitual construcción de inspiración musulmana de planta cuadrada y cubrimiento con cúpula que pervivió largo tiempo en las iglesias mudéjares sevillanas. La nave de la iglesia se cubre con bóvedas de nervaduras, destacando las ménsulas con los signos de los cuatro Evangelistas que se sitúan como elemento sustentante. Este sector correspondería a la fundación hospitalaria (año 1385) y es fechable en la segunda mitad del siglo XIV. En el siglo XIX, con la llegada de la comunidad agustina, se añadieron el coro alto y bajo, se abrió una linterna en la cúpula, se abrió la puerta a la plaza de la Virgen de los Reyes y se hicieron algunas reformas en la fachada, entre ellas la erección de la actual espadaña.
   El retablo mayor es una estructura recompuesta con esculturas procedentes del antiguo retablo mayor de la iglesia desaparecida. Sobre una estructura neoclásica se sitúa el grupo escultórico de la Encarnación o Anunciación, de gran dinamismo en las figuras del ángel frente a la Virgen arrodillada. Queda flanqueado por las tallas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista, los “Santos Juanes” que tanta devoción tuvieron en los conventos sevillanos de la Edad Moderna. No hay constancia del autor del grupo de la Encarnación, atribuyéndose al taller de Francisco Dionisio de Ribas las tallas del Bautista y el Evangelista. Pertenecieron al antiguo retablo mayor, obra que fue realizada entre 1674 y 1675 y de la que también formaban parte otras tallas como un San Agustín y un San Pedro de las que no se tiene referencias en la actualidad. Debió ser una obra que satisfizo tanto al titular del taller como a la propia comunidad ya que la mujer de Ribas, albacea testamentaria de su marido narró “que la dicha abadesa además de la estipulada cantidad por vía de regalo le había dado para que repartiese entre los oficiales que hiciesen dicha obra la cantidad de quinientos cincuenta reales de vellón”. De otra mano  son los relieves del banco y la pequeña imagen de Santa Marta, con el hisopo y el acetre en la mano como símbolos iconográficos. Es la gran devoción del convento, cuya iglesia abre todos los martes en su recuerdo. La devoción a Santa Marta hunde sus raíces en los mismísimos Evangelios. Identificada como la hermana de María y de Lázaro, que fue resucitado por Jesús. Su iconografía se explica por una leyenda provenzal que narraba cómo ella y sus hermanos llegaban a Marsella después de la ascensión, lugar donde vencieron a un dragón fluvial, conocido como Tarasca, con ayuda de la cruz y el agua bendita que portaba en un hisopo. Sería enterrada en Tarascón y muy venerada en la Provenza, siendo símbolo de la vida activa frente a su hermana María, que encarnaría a la contemplativa. Al ser un retablo recompuesto, todavía mantiene algún recuerdo del primitivo retablo mayor del hospital, obra realizada por Francisco de Barahona en 1705. Se trata de dos casetones alusivos a la vida de Santa Marta que se conservan en el banco del retablo actual. En el primero aparecen cuatro personajes sobre una barca cruzando el mar, quizás una representación de la llegada de Marta y sus hermanos a la Provenza. La otra escena, con una arquitectura de fondo, representa el momento de la resurrección de Lázaro por Jesucristo, siendo los dos únicos restos del primitivo retablo mayor que debieron encontrar las monjas en su traslado.
   Dos retablos neoclásicos de escaso interés flanquean el retablo mayor, en el del muro derecho aparecen San José y el Ángel de la guarda, tallas del siglo XVIII junto al franciscano San Antonio de Padua del siglo XIX. En el muro izquierdo aparecen San Vicente Ferrer y San Agustín, del siglo XVIII junto a un pequeño Cristo atado a la columna ya del siglo XIX.
   Ya en los muros de la nave aparecen nuevos retablos neoclásicos, en el lado izquierdo aparecen la Inmaculada, San Francisco de Paula, fundador de los Mínimos,  Santa Teresa de Jesús, la reformadora carmelita. El grupo de más interés está en el muro derecho. Se trata de un Calvario completo del siglo XVII, de tallas completas de gran expresividad y notable policromía. Lo forman la imagen del Crucificado, la Virgen a sus pies en la iconografía del Stabat Mater, María Magdalena  arrodillada abrazando la Cruz y San Juan. Fue una composición muy repetida en el Barroco sobre todo en cofradías penitenciales de Semana Santa.
   Por los muros del templo se reparten lienzos de diversa factura representando la Adoración de los Pastores, la Epifanía o al Niño Jesús  y San Juanito. Sobre la reja del coro destaca uno que representa a la Trinidad con San Agustín, Santa Mónica, Santo Tomás de Villanueva y San Nicolás de Tolentino, conjunto de santos de la orden agustina que parecen de finales del siglo XVIII.
   En el muro izquierdo  de la nave se abre una pequeña capilla confesionario, en la zona cercana al coro. En sus muros se pueden contemplar otros lienzos del siglo XVIII como el de la Inmaculada y los de los Arcángeles, recordándose en una lápida al que fuera fundador del Hospital de Santa Marta: “Este hospital dotó el muy magnífico Sr. Don Ferrán Martínez, arcediano de Écija y canónigo de la Santa Iglesia de Sevilla, el cual falleció a 19 de agosto de 1405 años. Rogad a Dios por él”.
   El coro se sitúa a los pies de la iglesia, presentando una puerta a cada uno de los lados de la reja. Una de ellas es un artístico comulgatorio del siglo XVIII, decorado con una profunda decoración rocalla, una abundante decoración vegetal  y numerosos espejos y reliquias de diversa procedencia. Sobre el hueco destinado a facilitar la comunión de las monjas se sitúa el corazón ardiente, símbolo de la Orden Agustina, estando enmarcado por pinturas dieciochescas que representan a San José con el Niño y a San Lorenzo con la parrilla de su martirio. En el interior del coro se acumulan diversas obras de arte entre las que destaca el grupo escultórico de la Adoración de los Pastores, cobijado entre fanales, columnas salomónicas y una decoración rocalla posterior a la cronología del conjunto. Aunque en algunas ocasiones se ha atribuido a Francisco Dionisio de Ribas, no consta en la documentación que pudiera pertenecer al primitivo retablo mayor de la iglesia por lo que debe ser tratado como obra anónima de la segunda mitad del siglo XVII. En las vitrinas-fanales de los laterales se representa a Santa María Magdalena y Santa María Egipciaca. Otras vitrinas se distribuyen por las estancias aportando un barroquismo minucioso propio de las estancias conventuales. Destaca la talla de un San Juanito sobre la reja del coro que se suele atribuir a la Roldana y la imagen orante de la Virgen, conocida como “la porterita”, obra de la primera mitad del siglo XVII que estuvo en la portería del convento, lo que explica su advocación. Otras piezas que destacan en la estancia es el fascistol central, lugar para colocar los libros corales, coronado por una escena de la Encarnación, así como un relieve de la Virgen de la Misericordia, que representa a la Virgen arrodillada ante la Trinidad y que parece de la segunda mitad del siglo XVIII. El coro bajo se ilumina por un gran óculo en la parte central de su cubierta que comunica con el coro superior. En el coro alto destacan los restos encontrados de pintura medieval gótica, que fueron repintados en siglos posteriores y, en algunas zonas, picados para su enlucimiento. Son excepcionales muestras de pintura de finales del siglo XV en las que se pueden ver algunas representaciones florales, de animales o de cresterías tardogóticas y que podrían ser relacionadas con las pinturas murales del monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce.
   La zona de clausura no sigue la disposición habitual del mundo conventual, al ser el fruto de la adaptación a edificios anteriores y a la progresiva adquisición de solares colindantes. El acceso se realiza por la puerta reglar, en los límites con la Plaza del Triunfo, en cuyo torno se venden los famosos recortes, desechos de las obleas destinadas a hostias, cuya fabricación constituye el trabajo fundamental de las monjas agustinas. En el pasillo de acceso destaca un pequeño retablo barroco con un relieve de Jesús Nazareno del siglo XVI. Cercano se sitúa un altar del siglo XVIII presidido por una talla de Cristo atado a la columna entre imágenes barrocas de San Juan Evangelista y San Fernando. El claustro principal o patio de la Inmaculada acoge las celdas-dormitorio de las monjas y es de reciente factura ya que se realizó en 1971 siguiendo las directrices de José Espiau y Manuel Tarascón. Es una obra funcional, rectangular, con dos plantas realizadas en hormigón y cuyos arcos y soportes se revistieron de ladrillo visto. Sus arcos de medio punto son tres en su lado más corto y cinco en su lado más largo. En la escalera principal destaca un lienzo de la Virgen de Guadalupe firmado por N. Enrique en el año 1761. En los pasillos destacan otros lienzos como una Inmaculada del siglo XVIII y un San Antonio de Padua que se atribuye al sevillano Juan del Castillo, en la primera mitad del siglo XVII. El patrimonio del convento se completa con algunas piezas de orfebrería conservadas en la sacristía de la iglesia, estancia donde se conservan algunos lienzos barrocos y alguna imagen decimonónica del Niño Jesús. En la orfebrería destaca un cáliz de plata dorada fechado en 1684, de origen italiano, con el contraste de Giovanni Omodea, siendo probablemente una pieza que llegó a la ciudad a través del cardenal Palafox, que había sido obispo de la capital siciliana. La otra pieza destacable es un relicario de filigrana de plata en forma de águila bicéfala, de la segunda mitad del siglo XVII.
   Además, el convento alberga una zona de huerta y de jardín en uno de cuyos flancos se sitúan las salas de labor de la comunidad. En este sector se conservan restos de una torre que debió pertenecer a la muralla musulmana de defensa interior realizada en tiempos de Abu Yacub, hacia 1172.
   En su zona exterior el convento se asoma a las plazas de la Virgen de los Reyes, la Plaza del Triunfo y en parte a la calle Joaquín Romero Murube. En la parte posterior, sus muros configuran uno de los límites de la llamada plazuela de Santa Marta, una especie de compás creado en una antigua barreduela o adarve musulmán (calle sin salida), sector hoy presidido por el antiguo crucero de San Lázaro, traído desde el antiguo camino situado a las afueras de la ciudad, cruz sobre pedestal de mármol que fue diseñado por Hernán Ruiz II, el arquitecto cordobés que diseñó el campanario cristiano de la Giralda, hoy tan cercano.
Textos de:
Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
3277. SEVILLA** (MCDXVII), capital: 9 de noviembre de 2019.

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