Las primeras 450 entradas de este blog las puedes consultar en el enlace Burguillos Viajero.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

3925. SEVILLA** (MDCCLXXI), capital: 21 de marzo de 2023










SEVILLA** (MDCCLXXI), capital de la provincia y de la comunidad: 21 de marzo de 2023.
     Mostramos imágenes y una reseña del Convento de Madre de Dios de la Piedad, que se encuentra en la calle San José, 4; en el Barrio de San Bartolomé, del Distrito Casco Antiguo.
       Al igual que otras muchas ciudades europeas, Sevilla mantuvo un barrio judío desde la Edad Media, atravesando diferentes situaciones que fueron desde la convivencia pacífica hasta el enfrentamiento y la persecución. Especialmente grave fue el asalto al barrio promovido en 1391 por el arcediano de Écija Ferrán Núñez, con más de mil muertos y una destrucción tras la que los judíos sevillanos nunca volvieron a su antiguo esplendor. La definitiva expulsión en 1492 dejó importantes solares vacíos. Uno de ellos, correspondiente a una de sus sinagogas, transformó su uso como convento de monjas, las monjas de Madre de Dios, una comunidad que ha sobrevivido casi a todo: a las inundaciones, a los incendios, a las desamortizaciones y a las revoluciones. Un convento que llegó a organizar un Corpus propio y que tuvo como protectora nada menos que a la reina Isabel la Católica, y que vio cómo parte de su patrimonio terminó en el Museo de Bellas Artes y se asentaba una escuela de comercio en uno de sus antiguos claustros.
   Las monjas dominicas son la rama femenina de la conocida como Orden de Predicadores (del latín ordo praedicatorum u O.P.) conocida también como Orden Dominicana, una orden mendicante de la Iglesia que fundó Santo Domingo de Guzmán en Toulouse durante la cruzada albigense, y que fue confirmada por el papa Honorio III en diciembre de 1216. Cincuenta años más tarde eran 10.000 los monjes dominicos que se expandían por Europa.
   Confirmada la Orden de Predicadores, fray Domingo fundó un monasterio de monjas de Madrid (año 1218), reunió en el monasterio de San Sixto a las monjas procedentes de otras comunidades monásticas romanas (año 1221) y algunos le atribuyen la incorporación a la orden de las monjas de San Esteban de Gormaz que después se establecieron en el monasterio de Caleruega. De forma paralela nacería la Milicia de Jesucristo, después conocida como Tercera Orden de la Penitencia de Predicadores, que sería la rama seglar de la organización. En la actualidad es conocida como Orden Seglar Dominicana, y sus miembros como seglares de la orden de predicadores. Fueron los primeros pasos de una orden que destacó en el campo de la teología de la doctrina, con nombres fundamentales como Alberto Magno o Tomás de Aquino. Fundadora de la Escuela de Salamanca, muchos de sus miembros fueron dirigentes de la Inquisición, aspecto que contrasta con la labor misionera llevada a cabo en América, África o Asia, donde la labor ejercida por personajes como fray Bartolomé de las Casas es fundamental para entender el desarrollo de los derechos humanos.
   En Sevilla llegaron a existir hasta 11 conventos de la Orden de los dominicos, entre fundaciones masculinas y femeninas. Fundaciones masculinas fueron San Pablo (actual parroquia de la Magdalena), San Jacinto (en Triana), Porta Coeli (en los actuales terrenos del centro educativo del mismo nombre), Santo Tomás de Aquino (junto al Archivo de Indias), Regina Angelorum (en el sector de la actual calle Regina) y Monte-Sión. De la rama femenina, además de Madre de Dios, coexistieron los conventos de Santa María de Gracia (en las cercanías a la Campana), de las Monjas de la Pasión (en la calle Sierpes), de Santa María la Real (en la calle San Vicente, hoy en Bormujos) y de Santa María de los Reyes (calle Santiago).
   La fundación de Madre de Dios se remonta al año 1472, siendo la promotora Isabel Ruiz de Esquivel, viuda del alcaide mayor de Sevilla, Juan Sánchez de Huete, en un edificio propiedad del hospital de San Cristóbal y Santiago junto a la puerta vieja de Triana. Esta primera casa hay que entenderla como un beaterio, comunidad de mujeres, llamadas beatas, que se recogían siguiendo la regla de determinada congregación, generalmente masculina y cercana, en este caso, de los dominicos de San Pablo en 1476 recibirían el hábito de la orden y la regla de Santo Domingo. La comunidad sufrió constantes inundaciones en 1485, que dejaron en estado ruinoso el edificio conventual. Las monjas acudieron a la reina doña Isabel la Católica en demanda de auxilio, petición que fue atendida por la reina por el especial afecto que profesaba a la comunidad, ya que había convivido con ellas en alguna de sus estancias en Sevilla. Intervino en la petición el propio inquisidor general, el dominico fray Tomás de Torquemada, para "que les hiciesen merced de unas casas principales a la collación de San Nicolás que habían sido confiscadas a judaizantes...". La reina concedía a las monjas dominicas unas casas en la antigua judería sevillana en la que se había situado una de las antiguas sinagogas principales de la ciudad (las otras ocuparon los actuales emplazamientos de Santa María la Blanca, San Bartolomé y la Plaza de Santa Cruz). El traslado se produjo en 1486 y las obras comenzaron gracias a generosas aportaciones de particulares y a contribuciones como la del que fuera arzobispo de la ciudad, fray Diego de Deza, muy vinculado al convento desde sus orígenes. Sería un largo proceso constructivo que se prolongaría hasta el siglo XVI. A partir de mediados del siglo XVI comenzaron a añadirse nuevas dependencias, realizándose entre 1551 y 1580 la edificación de la mayor parte del templo. Tan costosa inversión motivó que la priora del convento solicitará nuevas concesiones económicas al rey Felipe III en 1598, recién llegado al trono. La acumulación de donaciones, capellanías, tierras o explotaciones diversas se vio acompañada de la vinculación de la casa con algunos de los más señeros linajes de la ciudad. Desde la familia de Hernán Cortés, que sería patrona de la capilla mayor en la cual sería enterrada, hasta apellidos ilustres como los Venegas o los Neve. Como curiosidad representativa de una época, el convento acogió como monja a una hija de Bartolomé Esteban Murillo, sor Francisca de Santa Rosa, que profesó en el convento en 1671, sin haber cumplido los dieciocho años. Algunos años más tarde el pintor donaría al convento una esclava berberisca para la atención de su hija, un dato que explica la elevada posición social que podía alcanzar una monja en los siglos XVI y XVII. De la vinculación con la monarquía destaca otro dato: en 1692 una real provisión concedía al convento la facultad de colocar cadenas y armas reales en la puerta del edificio, toda una confirmación de la condición de real que se otorgaba al monasterio. El esplendor de la época queda confirmado por la existencia desde 1688 de una hermandad del Santísimo Sacramento que con ayuda del mecenazgo del capitán Andrés Bandorne llegó a organizar una suntuosa procesión sacramental que recorría las calles de la feligresía.
   La comunidad se mantuvo estable hasta el siglo XVIII, periodo en el que descendió el número de vocaciones, aunque la gran crisis de la casa llegaría en el siglo XIX, con los procesos desamortizadores y con la Revolución de 1868. Un dato: no hubo profesión alguna de monjas desde 1832 hasta 1854, ni en el periodo entre 1868 y 1881.
     El proceso desamortizador de 1835 conllevó en Sevilla la supresión de nueve conventos de monjas, entre ellos dos de monjas dominicas, el de Santa María de Gracia y el de Santa María de la Pasión, yendo a parar a Madre de Dios las monjas de éste último. El convento de Madre de Dios sobrevivió al proceso pero perdió, definitivamente, numerosas tierras e importantes rentas que recibía de tributos, censos, donaciones, etc., un quebranto del sostén económico de la casa del que ya nunca se recuperarían.
     Más graves, si cabe, fueron las consecuencias de la llamada Revolución Gloriosa de 1868, que destronaría a Isabel II mandándola al exilio. La junta revolucionaria decretó la incautación del convento y el consiguiente traslado de la comunidad, llegando a proyectarse el derribo del edificio, algo que afortunadamente se pudo evitar, entre otras cuestiones, por la decidida intervención del erudito Francisco Mateos Gago, miembro de la Comisión de Monumentos de la ciudad. Se llegó a plantear la construcción de un mercado de abastos siguiendo un proyecto del arquitecto municipal Juan Talavera. La comunidad pasó por uno de los peores momentos de su historia al ser incautado el edificio, teniendo que refugiarse en el monasterio de San Clemente, lugar que habitaron durante nueve largos años. El abandono conllevó la ocupación del edificio por la Escuela Libre de Medicina y Cirugía, iniciándose un proceso de derribo de algunas dependencias y de adaptación a los nuevos usos. El resultado fue demoledor, no solo en la pérdida patrimonial (algunos lienzos y notables ejemplares de azulejería se pueden contemplar hoy en el Museo de Bellas Artes), sino en la misma extensión del conjunto, que vio reducido su tamaño a una cuarta parte de la superficie original. Además del sector perdido en detrimento de la Escuela de Medicina, las monjas perdieron definitivamente otro sector del edificio en la actual calle Muñoz y Pabón, frente a la portada de la iglesia de San Nicolás El sector del antiguo claustro principal pasó por diversos usos; siendo escuela de Medicina sufrió un importante incendio en 1931 que obligó a su restauración, siendo ocupado posteriormente por la Escuela de Comercio o la Facultad de Ciencias del Trabajo. En la actualidad es sede del CICUS, organismo cultural de la Universidad de Sevilla. El regreso de la comunidad supuso el inicio de un lento programa de restauraciones y labores de mantenimiento, apenas apoyado por benefactores particulares, que se prolongó durante el siglo XX. En la década de los sesenta la comunidad abordó el necesario trabajo hacia el exterior, concretado en la actualidad en la realización una amplia variedad de dulces conventuales y de algunos recuerdos alusivos a una de las grandes devociones del convento, la del dominico San Martín de Porres.
     En el aspecto patrimonial destaca la espectacular iglesia del conjunto, terminada en el año 1572, es de una sola nave, quizás una de las altas y profundas de las iglesias conventuales sevillanas. Presenta portada de acceso lateral y coro (alto y bajo) a los pies. Se ignora la autoría de las trazas de la iglesia aunque las obras fueron dirigidas en algún momento por Juan de Simancas y Pedro Díaz Palacios, el primero era maestro de obras del Alcázar y el segundo había sucedido a Hernán Ruiz II como maestro mayor de la Catedral de Sevilla.
     La portada, abierta en el muro izquierdo, debe fecharse en torno a 1590-1600. Se labra en piedra y presenta los escudos dominicos y de la casa real, símbolo del patronazgo de la monarquía. Su esquema arquitectónico se basa en el Cuarto Libro de Arquitectura del italiano Sebastián Serlio. En la parte superior, en una hornacina, aparece la imagen de la Virgen entregando el Rosario a Santo Domingo, con el Padre Eterno en el ático. A sus pies aparece un pequeño perro con una antorcha en la boca, una alusión al sueño que tuvo Juana de Aza, la madre del santo, que vio en sueños a un perro con una antorcha, imagen que fue interpretada como la luz de la palabra salida por la boca del fundador. El relieve es obra de Juan de Oviedo relacionable con la portada del monasterio de Santa María de Jesús.
     Tras acceder al interior, destaca el excelente cancel barroco que sirve de transición al templo, una obra fundamental en la carpintería sevillana cuya carta de pago fue firmada en noviembre de 1775 por el tallista Manuel Barrera. Ya en el interior, llama la atención un suelo de barro cocido y pintado en almagra salpicado de enterramientos y un excepcional artesonado, solo comparable en la ciudad al del monasterio de San Clemente. Sigue las características formas mudejáricas aunque presenta cinco paños, frente a la tradicional compartimentación en tres paños en forma de artesa, lo que le da una importante altura. Se sabe que fue contratado en 1564 por Francisco Ramírez, Alonso Ruiz y Alonso Castillo. En la zona del presbiterio forma una cúpula ochavada.
     Respecto a los enterramientos destacan los sepulcros de doña Juana de Zúñiga, la viuda de Hernán Cortés y de sus hijas Catalina y Juana, todos en los muros laterales del presbiterio. Parece que las tallas pétreas originales fueron realizadas por Diego de Pesquera y corresponderían a las esculturas orantes que hoy se conservan en el monasterio sevillano de la Cartuja. También se conservan los sepulcros de religiosas como la venerable Bárbara de Santo Domingo o personajes de la vida sevillana como el licenciado Diego Venegas, Beltrán de Cetina, Cristóbal de Fonseca o Juan Pérez de Armijo, por citar tan solo algunos ejemplos, ya que la iglesia acogen un número de veintitrés enterramientos a los que se pueden añadir los diez que se sitúan en el coro bajo.
     El imponente retablo mayor es obra de Francisco de Barahona por orden del capitán Andrés Bandorne y fue realizado entre 1702-1704. Sustituyó a otro anterior que había realizado Juan de Oviedo y de la Bandera entre 1570-73 con imaginería de Jerónimo Hernández y con dorado y policromía de Antonio Alfián y de Luis Fernández Valdivieso. De este antiguo retablo se conservan la monumental Virgen del Rosario (también conocida como Madre de Dios de la Piedad), el escenográfico relieve de la Última Cena y el Calvario del ático (con dudas en torno a la autoría de la Magdalena). En la zona de la clausura se conserva también una talla de un Resucitado que coronaba el primitivo retablo conventual. Del retablo actual destaca su gran estructura compartimentada por columnas salomónicas de gran profusión en la Sevilla de comienzos de 1700. A esta estructura se añade una profusa decoración vegetal. En las calles laterales pueden distinguirse a San Andrés con la cruz en forma de aspa, San Pedro con las llaves, Santo Tomás de Aquino como doctor y a San Vicente Ferrer como predicador, completándose con diferentes santos de iconografía dominica, destacando la talla de Santo Domingo del tercer cuerpo, imágenes realizadas por Barahona y sus colaboradores. Las labores de dorado y estofado de las imágenes fueron contratadas en 1705 con José López, realizándose su cobro también del fondo donado por el capitán Andrés Bandorne.
   En el muro izquierdo, junto al acceso, un retablo recompuesto en 1620 muestra pinturas de Pedro Villegas Marmolejo (San Andrés, Santiago y la Visitación), datables hacia 1575, otras son pinturas del XVII. La central es una interesante tabla del siglo XVI con el tema del entierro de Cristo, de clara influencia flamenca, atribuida por algunos autores a Juan Gui. La estructura del retablo parece corresponder a Miguel Adán. De interés es el frontal de azulejos del altar, con zócalo de azulejos que muestran a la Virgen con la luna a sus pies. El retablo de San Juan Evangelista se encaja en un arcosolio siguiendo los esquemas anárquicos del Manierismo del siglo XVI de MIguel Adán (1580-82), con un esquema arquitectónico inspirado en el libro Medidas del Romano de Diego de Sagredo, posteriormente desarrollado por Hernán Ruiz en algunas de sus obras. Muestra al santo titular en el momento de escribir el Apocalipsis en la isla de Patmos, también aparecen escenas de la vida del santo, la representación de la Última Cena y el Apocalipsis. En el ático se muestra un Calvario rodeado por las figuras de los apóstoles. De gran interés son los paños de azulejos del banco, del siglo XVI, de tema apocalíptico. Se pueden diferenciar las escenas que representan a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, el dragón con las siete cabezas y con las llaves de los abismos. Los estudios realizados a este excelente conjunto atribuyen con seguridad su autoría a Cristóbal de Augusta, autor que realizó numerosas piezas para los Reales Alcázares en el último tercio del siglo XVI.
     Tras pasar el presbiterio, en el muro derecho aparece el retablo de San Juan Bautista, también de Miguel Adán, policromado por el pintor Agustín Colmenares. En el gran arco central se narra la escena del Bautismo de Cristo, una representación muy habitual en los conventos sevillanos para mostrar la figura del Bautista como precursor de Cristo. Alrededor aparecen diversas escenas de la vida del titular en relieves planos con una llamativa policromía característica del Manierismo de finales del siglo XVI, pudiendo datarse entre 1575 y 1585. Tras superar el acceso al torno interior  del convento se nos muestra el retablo de la Virgen del Rosario, obra anónima de finales del siglo XVI que acoge las figuras de Santo Domingo de Guzmán, la Virgen titular y Santo Tomás. Diferentes relieves con pasajes de la vida de Cristo inspirados en los libros de grabados del Renacimiento se sitúan en los laterales y en los cuerpos del ático superior. Al final de la nave está una pequeña capilla de origen particular, la de don Rodrigo Jerez, correo mayor de Sevilla, que la patrocinó en 1570. Su retablo, deteriorado y excesivamente repintado muestra una interesante pintura con el tema de la Sagrada Lanzada y suele atribuirse al círculo de Pedro de Campaña. En sus muros laterales se conservan unos paneles de azulejos del siglo XIV del gran originalidad en su diseño de motivos vegetales.
    La única pieza sin interés artístico es una imagen moderna de San Martín de Porres, colocada en un sencillo altar a los pies de la nave de la iglesia, el "fray escoba" que concentra la devoción de muchos fieles que todos los jueves del año visitan el convento de dominicas de la calle San José.
     De la decoración pictórica mural de la iglesia destacan los frescos de la capilla mayor, con una técnica mixta de pintura al fresco y retoques con óleo que era habitual en Lucas Valdés (hacia 1700), a quien se atribuye el conjunto. A pesar de su mal estado de conservación, gracias a las inscripciones inferiores se pueden identificar a San Pío V, San Alberto Magno, San Antonio de Padua y San Agustín. La zona del arco toral y sus columnas presenta una abigarrada decoración de roleos, ángeles, elementos de orfebrería, etc. Entre los lienzos dignos de destacar entre las paredes de la iglesia están el que representa el tema de Santo Domingo in Soriano, obra barroca de Juan del Castillo, la barroca Santa Rosa de Lima, copia de Murillo, que se sitúa en la capilla mayor; un lienzo de San Juan Bautista (siglo XVII) que se sitúa a los pies de la nave de la iglesia o el situado sobre la puerta de acceso a la sacristía, que representa la escena del Martirio de San Lorenzo y que suele atribuirse al flamenco Pieter van Lint.
     A los pies de la nave se sitúa la doble reja que separa el coro bajo del resto de la iglesia. Es una estancia de planta rectangular cubierta con un gran artesonado de comienzos del siglo XVII de grandes vigas de madera que se decoran con rosetas. En el muro de la reja se conservan pinturas murales de comienzos del siglo XVIII en las que se puede intuir un tema inmaculadista, con representaciones de San Joaquín y Santa Ana. Tanto la sencilla sillería de coro, con ochenta asientos, como el facistol (lugar donde se colocan los libros corales en la parte central) son piezas de finales del siglo XVI. En esta estancia destacan especialmente dos notables tallas en madera que representan a Santo Domingo orante con el perro y la antorcha a sus pies y a Santa Catalina con el Rosario, también arrodillada. Ambas formaban parte del retablo mayor, siendo por tanto obras de Jerónimo Hernández que formaban un conjunto con la Virgen del Rosario que preside el camarín central. Al centro se sitúa ahora el antiguo Crucificado de la Enfermería, excepcional talla datada hacia 1500 y que algunos autores sitúan en el círculo de Pedro Millán. Con elementos tardogóticos e indicios de las primeras notas naturalistas del XVI, su restauración para una exposición del V Centenario de la Universidad permitió la revalorización de una talla que, quizás, formó parte de una primitiva viga de imaginería. Otra pieza notable es la llamada Virgen de Copacabana, imagen de comienzos del siglo XVII que se suele atribuir al escultor boliviano Acostopa Inca. Se sitúa en la vitrina de un altar lateral, decorado con profusas yeserías barrocas, a cuyos pies se sitúa la tumba de sor Bárbara de Santo Domingo (1842-1872) la conocida como "Hija de la Giralda" hija del campanero que nació en la torre mayor de Sevilla. Una aproximación a su biografía la sitúa como una de las monjas más destacadas que dio la ciudad de Sevilla en el fecundo siglo XIX. Su nacimiento en la Giralda vino motivado por el oficio de su padre, Casimiro Jurado, que junto a su mujer, Josefa Antúnez, notaron desde la infancia las ansias de santidad de aquella niña que "nunca lloraba" y que, desde muy joven, se complacía en ayunos y oraciones. A medio camino entre el juego y la devoción, cuentan que ya invitaba a sus amigas a subir las rampas de la Giralda de rodillas, como una forma de mortificación. Quiso orientar en principio su vocación como monja capuchina, aunque finalmente ingresó en el monasterio de dominicas, donde fue recibida según las crónicas "como un ángel" que contaba con solo 17 años. Su ingreso en el convento supuso la recuperación de la vida contemplativa en unos tiempos de crisis, en los que la decadencia económica llegó a afectar la vida diaria de las comunidades de monjas. Su vida en la clausura se caracterizó por su austeridad, su humildad, sus mortificaciones y su acentuado misticismo. Orientada por el padre Torres Padilla, fueron numerosas las apariciones milagrosas que llegó a vivir, en la línea de las grandes místicas del siglo de oro, siendo también llamativas sus continuas penitencias espirituales y físicas (conserva la comunidad su túnica de lana con cilicios o sus duras disciplinas). De carácter enfermizo pero con eterna alegría, sufrió el traslado forzoso a San Clemente en 1868, monasterio en el que su multiplicó su fama de santidad y donde destacó su atención en la enfermería del monasterio. Probablemente contagiada de tifus por una enferma, falleció a la temprana edad de 30 años, permaneciendo su cuerpo incorrupto durante días en el monasterio que las acogía, donde se acumularon numerosos devotos para darle su último adiós. Su cuerpo fue definitivamente trasladado al coro bajo de la iglesia dominica el 16 de noviembre de 1877, tras la recuperación del edificio por la comunidad dominica. A pesar del tiempo transcurrido, sus restos no dieron muestra alguna de descomposición en el traslado de su féretro, volviendo a ser expuesta durante unos días antes de su descanso definitivo junto a la reja del coro bajo. Sus escritos y su fama de santidad la colocan como una de las grandes religiosas que dio la ciudad en el siglo XIX, estando en la actualidad en proceso de canonización.
     De forma provisional está situado en el suelo del coro bajo el Crucificado de Jerónimo Hernández que formaba parte del retablo mayor, a la espera de una restauración de una imponente obra que debió realizar el artista castellano hacia 1573.
     En el piso superior, el coro alto presenta menor interés artístico, estando presidido por una imagen de la Virgen del Rosario de candelero, pieza del siglo XVI que se acompaña por un San José con el Niño de comienzos del siglo XVII. Muy interesante es la imagen de un Resucitado que se sitúa en una pequeña sala que funciona como antecoro, imagen de Jerónimo Hernández que formó parte del retablo mayor original de la iglesia, situándose en la elevada zona del ático. Esto puede explicar las imperfecciones de su acabado, a lo que habría que añadir la policromía que mantiene, muy posterior a la cronología original de la talla. En el acceso al coro superior, en una pequeña estancia con algunas piezas menores de escultura, se conserva la imagen de la Magdalena que formaba parte del ático del retablo mayor y que fue descendida junto a la imagen del Crucificado. La otra gran pieza escultórica de la clausura es una imagen de la Virgen con el Niño situada en el antecoro bajo, de origen gótico y atribuida generalmente a la plástica de Lorenzo Mercadante de Bretaña, aunque su rica policromía corresponde a época barroca.
     La pérdida de terrenos en el siglo XIX explica la modesta extensión del interior conventual, estructurado fundamentalmente en torno a un claustro cuadrangular, adintelado, con columnas de mármol sobre pedestales y con vigas de madera en sus dos pisos. Es un ejemplo de patio doméstico del siglo XIX que no sigue los habituales modelos monumentales de otros conventos y en cuyos frentes se sitúan las celdas de las monjas, el refectorio y el acceso a los locutorios. También cuenta la clausura con un patio jardín de la segunda mitad del siglo XVI con varias galerías desiguales, mezclándose los arcos de medio punto, los arcos carpaneles y las galerías adinteladas en el último piso.
     Este monasterio hace dulces desde hace relativamente poco tiempo, pues antes se dedicaban a la confección de flores de flamenca y trabajos bancarios. En sencillas cajas con la inconfundible marca de "La Hija de la Giralda" destacan sus naranjitos sevillanos, los almendrados de chocolate, las delicias de almendra, las tradicionales magdalenas, los llamados bocaditos árabes, los cordiales, las perrunillas, los bocaditos de almendra o la excelente gallina de leche, torta a caballo entre la técula extremeña y la tarta de Santiago. El título de bienmesabe que se da a una de sus elaboraciones podría aplicarse no solo a sus dulces sino a la degustación de todo el tesoro patrimonial y devocional que ha conservado a lo largo de los siglos, a pesar de las calamidades vividas, la comunidad de dominicas de la calle San José (Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011).
                   
Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
3924. SEVILLA** (MDCCLXX), capital: 17 de marzo de 2023.

No hay comentarios:

Publicar un comentario