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jueves, 29 de febrero de 2024

3974. ROMA** (VII), capital: 7 de septiembre de 2023.















ROMA** (VII), capital de la provincia, de la región, y de Italia: 7 de septiembre de 2023.
     Los peregrinos medievales que recorrían miles de kilómetros a pie desde todos los rincones del mundo para ver al menos una vez en su vida al sumo pontí­fice y orar ante la tumba de Pedro son hoy día riadas de turistas en cómodos autocares apiñados en la columnata de Bernini. Con tanta gente que abarrota la plaza y la basílica -insuficiente para acoger a tantos fieles, por gigantescas que sean sus dimensiones- resulta algo difícil ver la basílica como lugar de recogimiento y meditación. A ello se une su imagen de museo, resultado de la gran predilección de los papas por el arte en todas sus facetas, lo que contribuyó a la formación de un patrimonio de valor incalculable.
Un poco de historia
     El Concordato de Letrán, o Pactos Lateranenses, de 11 de febrero de 1929 entre Italia y la Santa Sede, reconoció a la Ciudad del Vaticano como Estado independiente bajo la soberanía del papa, el sumo pontífice, cabeza de la Iglesia católica. Se trata del Estado más pequeño del mundo (0,44 km2 y poco más de 600 habitantes), con moneda, correo, periódico, estación de ferrocarril, telecomunicaciones y policía propios. Comprende la basílica y plaza de San Pedro, los Palacios Vaticanos con los museos, jardines y demás edificios y las basílicas mayores de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros con sus edificios anejos, los palacios de la Cancelleria, Propaganda Fide y el ex Vicariato, hospital del Niño Jesús y el palacio de Castel Gandolfo.
     El Vaticano forma desde sus orígenes un núcleo con personalidad propia den­tro de la ciudad, configurado a lo largo de diecisiete siglos, a través de una serie ininterrumpida de actuaciones con motivaciones ideológicas y funcionales que confirman la intención de convertir la residencia del vicario de Cristo en ciudad de la fe, la sabiduría, la belleza y la "fortaleza"), como una proyección terrenal de la ciudad celestial. Una "ciudad sagrada" que, aunque pensada y vivida como algo autónomo, se ha reflejado inevitablemente en la ciudad "terrenal", condicionando en particular el nacimiento, crecimiento y fundación del vecino distrito de Borgo.
     Fue Calígula quien erigió un circo en la propiedad imperial del "ager Vaticanus", donde Pedro sufrió el martirio. Hacia el año 320, Constantino fundó la basílica dedicada al apóstol en la vecina necrópolis donde se hallaba su tumba. Por aquel entonces, el papa residía en el palacio de Letrán, hasta que se construyó otro mucho más modesto en San Pedro en tiempos del papa Símaco (501-506). León IV levantó la primera muralla defensiva, a raíz del saqueo de la basílica por los árabes en el año 846.
     Eugenio III construyó un palacio e Inocencio III lo amplió con dependencias para la Curia y los servicios. A Nicolás III se deben, aparte del "pa­sadizo" de la muralla Leonina para comunicarse con el Castel Sant'Angelo, nuevas salas de representación, la capilla palatina (futura Capilla Sixtina), las galerías (sustituidas por las de Bra­mante) y el jardín cerrado donde Inocencio VIII levantaría la villa-belvedere. 
     El Vaticano es la residencia pontificia estable desde el regreso de los papas de Aviñón, si bien hasta mediados del siglo XV no se acometieron las grandes obras que lo convertirían en el eje ideológico, político y cultural del mundo cristiano. Nicolás V concibió un grandioso proyecto urbanístico que incluía la "ciu­dad Leonina" y el Borgo, la sustitución de la basílica constantiniana y la construcción de una nueva ala en el palacio pontificio (con frescos de Fra Angelico en la capilla de Nicolás V), así como el refuerzo del sistema defensivo, del que solo se realizó una parte. Sixto IV fundó la Biblioteca Apóstolica Vaticana y la Capilla Sixtina; Inocencio VIII construyó el Belvedere y Alejandro VI la torre Borgia y la decoración de las salas del mismo nombre.
     Julio II encargó a Bramante la reconstrucción total de la basílica. Bramante proyectó el grandioso patio del Belvedere y las galerías de tres plantas (la central la decoraron discípulos de Rafael); este último empezó la decora­ción de las Estancias y Miguel Ángel pintó los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina y el Juicio Universal y los frescos de la Capilla Paulina (de Pablo III), creada por Antonio da Sangallo el Joven, igual que la Sala Regia y la nueva muralla, sin terminar, con la porta di Santo Spirito. Pirro Ligorio terminó el patio del Belvedere y construyó el pabellón de Pío IV en los jardines.
     En el primer cuarto del siglo XVII se terminaron la basílica y la residencia papal, sacrificando a la funcionalidad las concepciones espaciales de Miguel Án­gel y Bramante. Sixto V encargó a Domenico Fontana la terminación de la cúpula, colocó en su sitio actual el obelisco, construyó el nuevo palacio pontificio y el cuerpo de la Biblioteca que corta el patio del Belvedere. Pablo V optó definitivamente por la cruz latina y encargó a Carlo Maderno la prolongación de la basílica y la fachada. En tiempos de Urbano VIII, Gian Lorenzo Bernini inició la fastuosa decoración in­terior de San Pedro y la terminó en tiempos de Inocencio X y Alejandro VII. A este último se debe la manifestación más espectacular del triunfalismo barroco: la inmensa plaza elíptica porticada cuyo brazo derecho conduce por la puerta de bronce a la apoteosis de la Scala Regia.
     Con la sacristía de Carlo Marchionni se completó la sustitución de la vieja basílica por la nueva, de manera que las intervenciones de los siglos XVIII y XIX se limitaron a labores de conservación y disfrute de las obras de arte (Museos Pío-Clementino, Chiaramonti y Braccio Nuovo, Gregoriano Egipzio y Gregoriano Etrusco).
     Entre las numerosas intervenciones posteriores al año 1929, destacan la nueva entrada monumental a los museos, el edificio de la Pinacoteca Vaticana, la Sala de Audiencias Pablo VI, la nueva ala de los museos ex Lateranenses y la creación de la Colección de Arte Religioso Moderno. Las últimas actuaciones fueron las relacionadas con las celebraciones del Jubileo del principio del tercer milenio (2000).
EL PRIMER TEMPLO DE LA CRISTIANDAD
Plaza de San Pedro**. Luzca el sol o llueva a cántaros, miles de fieles se dan cita los domingos en espera de la aparición del pontífice en el majestuoso recinto de la columnata diseñada por Gian Lorenzo Bernini. En tiempos de la basílica antigua, la elipse estaba ocupada en parte por iglesias y oratorios, hasta que entre 1656-1667 se levantó la cuádruple hilera de columnas (284 en total, más 88 pilares), dispuestas de manera que desde los ejes solo se ven las de la primera fila. Bernini realizó además muchos de los modelos de cera para las 140 estatuas de santos que rematan la columnata.
Obelisco Vaticano. Costó mucho levantarlo en el centro de la plaza, pero así lo quería Sixto V y Carlo Fon­tana no podía oponerse. A falta de maquinaria más moderna, se recurrió a las tradicionales sogas y empezó a al­zarse en medio de un silencio sepulcral. El obelisco lo había traído Calígula de Alejandría en el año 37 para adornar el circo. El silencio debía haber durado hasta que terminara la operación, pero lo rompió un tal Bresca al observar que algunas sogas estaban a punto de romperse. Gritando "¡Agua a las sogas!" impidió que el monolito (en cuya punta hay una cruz con un frag­mento de la Vera Cruz, en sustitución del globo de bronce que, según se creía entonces, contenía las cenizas de Julio César) se desplomara, y el pontífice agradecido le otorgó el monopolio del abastecimiento de palmas al Vaticano para las festividades.
     Los leones de bronce se deben a Prospero Antichi y las fuentes son de Carlo Maderno (derecha, 1613) y Carlo Fontana (izquierda, 1617).
Basílica de San Pedro**. Piazza San Pietro, (visita, de octubre a marzo, de 7 h a 18.30 h; de abril a septiembre, de 7 h a 19 h. Las visitas se suspenden durante las celebraciones litúrgicas; www.vaticanstate.va, www.museivaticani.va). Incluso los visitantes más experimentados encuentran dificultades para  hacerse  una  idea de sus proporciones. Quizá sirvan de ayuda las cifras, empezando por los 22.067 m2 de superficie que la convierten en la mayor iglesia del mundo. Impresionan en particular la altura del edificio (136 m hasta la cruz de la cúpula de Miguel Ángel) y el diámetro (42 m) de la propia cúpula. Igual que las vicisitudes históricas que han dado lugar al templo actual y que se remontan a los orígenes del cristianismo.
     La primera basílica constantiniana se construyó hacia el año 320 y la consagró el papa Silvestre I en el año 326, aunque no se terminó hasta el año 349. Presentaba cinco naves divididas por columnas y un gran atrio con cuádruple pórtico y la pila para las abluciones, en la que el agua brotaba de la piña, actualmente en el patio del mismo nombre de los Palacios Vaticanos. A mediados del siglo XV, la reconstrucción total del edificio era ya una tarea inaplazable. Nicolás V se la encargó a Bernardo Rossellino (1453), pero las obras comenzaron realmente en tiempos de Julio II a cargo de Bramante, a quienes siguieron otros arqui­ectos partidarios de una planta en cruz griega (Bramante, Peruzzi y Miguel Ángel) o latina (Rafael y Sangallo el Joven). Pablo V resolvió la cuestión adoptando la cruz latina y encomendó la prolon­gación de la basílica a Carlo Maderno, quien la terminó en 1614. Urbano VIII la abrió al culto el 18 de noviembre de 1626, en el 1300 aniversario de su primera consagración. A Maderno le su­ cedió Gian Lorenzo Bernini, pero problemas de diversa índole le impidieron terminar la fachada con dos grandes campanarios.
     Exterior. Bernini proyectó la amplia escalinata de tres niveles, a cuyos lados colocó dos estatuas de San Pedro (iz­quierda, Giuseppe Fabris) y San Pablo (derecha, Adamo Tadolini), que conduce a la fachada de Carlo Maderno, rematada por ocho columnas con pilares laterales y tímpano. En la parte inferior se abre el pórtico (ver más adelante) con arcadas en los extremos (la iz­quierda lleva a la Ciudad del Vaticano). En la parte superior de la fachada (con las estatuas del Redentor, el Bautista y los apóstoles menos San Pedro en la balaustrada) hay nueve balcones. El del medio es el utilizado para las bendiciones papales y el anuncio de la elección de nuevo pontífice. Los dos grandes re­lojes fueron añadidos por Giuseppe Valadier.
     Miguel Ángel no pudo ver terminada su cúpula**, pues murió cuando se es­taba construyendo el tambor; el cas­quete con doble moldura, dividido por aristas en 16 segmentos, fue realizado por Giacomo Della Porta y Domenico Fontana (1588-1589). Vignola añadió las dos cúpulas laterales, con función puramente decorativa.
     En el pórtico, aparte de la puerta que da paso al vestíbulo de la Scala Regia, puede verse la estatua ecuestre de Constantino, de Bernini (1670). La inscripción original de Bonifacio VIII relativa al primer Jubileo (1300) se ve sobre la Porta Santa, que solo se abre en los años santos. Los postigos* de bronce de la puerta me­diana son un encargo de Eugenio IV a Filareto (1439-1445), y proceden de la basílica constantiniana. Encima de la entrada mediana del pórtico puede verse el mosaico de 1a Navecilla, de Giotto (1298) y rehecho completamente en el siglo XVII. Los batientes de bronce del resto de las puertas son modernos; los de la última a mano izquierda (puerta de la Muerte) son obra de Gia­como Manzú (VV.AA. Guía total: Roma y el Vaticano. Anaya. Madrid, 2020).

Enlace a la Entrada anterior de Roma**:
3973. ROMA** (VI), capital: 7 de septiembre de 2023.

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