Las primeras 450 entradas de este blog las puedes consultar en el enlace Burguillos Viajero.

miércoles, 24 de marzo de 2010

56. VALLADOLID** (II), capital: 22 de julio de 2005.

14. VALLADOLID, capital. Retablo mayor de la igl. de San Martín.
15. VALLADOLID, capital. Igl. de Sta. Mª de la Antigua.
16. VALLADOLID, capital. Fachada de la Catedral.
17. VALLADOLID, capital. Interior de la Catedral.
18. VALLADOLID, capital. Retablo mayor de la Catedral.
19. VALLADOLID, capital. Fachada de la Universidad.
20. VALLADOLID, capital. Fachada del Colegio de Sta. Cruz.
21. VALLADOLID, capital. Imagen de Jesús Caído, en la igl. de la Vera Cruz.
22. VALLADOLID, capital. Ábside de la igl. del cvto. de San Benito el Real.
23. VALLADOLID, capital. En la Plaza Mayor.
24. VALLADOLID, capital. Interior de la igl. de Santiago.
25. VALLADOLID, capital. Retablo de la Epifanía de la igl. de Santiago.
VALLADOLID** (II), capital de la provincia y de la comunidad: 22 de julio de 2005.
Iglesia de San Martín
  En la calle del mismo nombre, la iglesia de San Martín, conserva como única señal de identidad que recuerda sus orígenes, la esbelta torre edificada a comienzos del siglo XIII. El templo primitivo se demolió en 1588, salvándose sólo la torre. Diego de Praves dio la traza de la nueva fábrica, que había de terminar su hijo en 1621.
   Fachada muy austera donde sobresale la portada de piedra, que se enriquece con un altorrelieve bajo frontón triangular ejecutado en 1721 por Antonio Tomé.
   El interior ha sido recientemente rehabilitado, habiéndose recuperado gran parte de las tumbas que se extendían por el presbiterio. La capilla barroca de don Gaspar de Vallejo, caballero de la Orden de Santiago y miembro del Consejo de Castilla, posee en la cúpula un interesante conjunto de yeserías policromadas con figuras de apóstoles y siluetas femeninas que rodean, entre flores y flautas, el relieve de la Inmaculada. Entre los elementos más sobresalientes, es preciso citar la reja que cierra la capilla y una espléndida Piedad de Gregorio Fernández.
Iglesia de Santa María la Antigua*
   Bien desde la plaza de la Universidad bien desde la plaza de Portugalete, se ve la airosa torre de la iglesia de Santa María la Antigua. No sólo la torre, sinto toda la fábrica. Es uno de los edificios característicos de la ciudad y a fe que reúne mérito suficiente para ello. La historia del templo se remonta al siglo XI, cuando era capilla del conde Ansúrez. Pero a la capilla condal se le añadieron a comienzos del XIII el pórtico y la torre, que se yergue esbelta y poderosa sobre la línea de tejados. En el siglo XIV se sustituyó la fábrica primitiva por un templo nuevo que, con las restauraciones efectuadas a comienzos del XX, es el que hoy podemos admirar.
   Convienve detenerse ante la torre**, que se alza atrevida como un insobornable desafío vertical ante las asechanzas del ladrillo. Considerada una de las más bellas del románico tardío en Castilla, se estructura en cuatro cuerpos de planta cuadrangular. Las ventanas pueblan los tres últimos, ofreciendo arcos de medio punto y capiteles. Una cubierta de teja en forma de pirámide remata el conjunto.
   El claustro o pórtico, que parece como disminuido por la cercanía de las nuevas edificaciones y el estruendo que generan los bares de copas, responde al modelo de galería porticada visible en las iglesias románicas castellanas. Presenta arcos de medio punto y capiteles adornados con motivos vegetales de inspiración cisterciense.
   Muestra el interior la belleza de la piedra desnuda, de la arquitectura hecha plegaria. En 1922 se trasladó a la catedral el retablo de Juan de Juni que adornaba los muros de la iglesia. En las últimas excavaciones se han descubierto restos arqueológicos de época romana: una cloaca, un muro y una porción de suelo.   
Catedral*
Historia. Lo que hoy puede verse de la catedral de Santa María de la Asunción responde en gran parte al diseño efectuado por Juan de Herrera sobre un proyecto iniciado en 1527 (cuya construcción había avanzado muy poco en los años siguientes), que marca las pautas de un clasicismo largamente repetido en la provincia y en la Nueva España.
   El templo fue elevado en 1595 a la categoría de catedral, encontrándose todavía inacabado en 1668, debido a las escasas rentas del cabildo. Ejecutaron las obras diversos maestros del clasicismo vallisoletano, entre los que destacan Pedro de Tolosa, Diego de Praves y Pedro de Mazuecos el Mozo.
   Se apartan del proyecto de Herrera la torre octogonal, levantada en el siglo XIX y coronada en 1923 por la estatua del Corazón de Jesús, y también el último cuerpo de la fachada principal, reinterpretado en el siglo XVIII en clave barroca por Alberto Churriguera. Y falta la torre del lado del evangelio, que se hundió en 1841 como consecuencia del terremoto de Lisboa.
Exterior. Al final de la calle Cascajares se muestra la fachada principal, que articula con sobria solemnidad dos cuerpos: el primero está ocupado por el gran arco de triunfo tetrástilo; y el segundo, el reinterpretado por Churriguera, despliega escudos y estatuas y se corona con frontón triangular.
Interior. Al entrar sorprende la grandiosidad de formas, la pureza de líneas, la robustez de los volúmenes. Es un templo de grandes dimensiones, desnudo y elegante. A veces suena música de órgano en la penumbra ensimismada.
   Las piedras se engalanan de forma espectacular al llegar a la capilla mayor, donde refulge el fastuoso retablo de Juan de Juni. Fue tallado para la iglesia de la Antigua, pero en 1922 se trasladó a la catedral. Considerada una obra maestra de la estética manierista, ofrece un complejo universo de escenas e imágenes llenas de impetuosidad y dramatismo que se relacionan con la vida de la Virgen y su Hijo e incluyen también figuras de profetas y santos. Espléndido Calvario en el ático. Se dispone en la capilla la sillería de coro procedente del monasterio de San Pablo, que fue diseñada siguiendo el modelo escurialense.
   En el recorrido  por las capillas laterales conviene detenerse ante la de San José. Allí se puede contemplar la imagen policromada del santo, obra de Pedro de Ávila, y las esculturas funerarias realizadas en alabastro por Francisco Rincón, que fueron traídas del convento de San Francisco y representan a miembros de la familia Venero y Leiva.
   También se aconseja leer el mensaje esculpido en una lápida que, con retórica de tiempos pasados, exalta la colocación de estatua del Sagrado Corazón de Jesús.
Plaza de la Universidad
   Junto a la catedral, junto a las ruinas de la colegiata de Santa María la Mayor, en el centro de la plaza, en compañía de bancos y palomas, se alza una imagen agraviada por la incontinencia de los pájaros. Es la estatua de Cervantes, monumento con el que la ciudad rinde homenaje al novelista que vivió en ella y la incluyó entre sus escenarios literarios y vitales. Fundida en bronce, es una obra modelada por el escultor Nicolás Fernández de la Oliva e inaugurada en 1877. Sujeta el escritor con la mano izquierda un libro que casi roza la empuñadura de la espada y apoya la derecha sobre un rimero de páginas del que nace una péñola. Quizás con la nostalgia de las letras no cursadas, Miguel de Cervantes mira la fachada de la Universidad.
   Frente a las ruinas de la colegiata subrayan su prestancia las solemnes piedras de la Universidad. La Universidad de Valladolid es una de las más antiguas de Europa, estando documentado su funcionamiento desde finales del siglo XIII, aunque no fue sino en la centuria siguiente cuanto se ampliaron cátedras y materias de estudio y alcanzó categoría de auténtica Universidad. Ocupaba un edificio de finales del siglo XV, sustituido en el XVIII por uno nuevo del que se conserva la monumental fachada barroca. Fray Pedro de la Visitación fue el autor del proyecto y la familia Tomé de las esculturas. El énfasis vertical de la portada contrasta con el discurso horizontal de los dos cuerpos que conforman la fachada y dispone una sosegada línea de balcones y ventanas. En la exuberante portada se acumulan guirnaldas, escudos y figuras alegóricas de las artes liberales y las ciencias. Remata el conjunto la Sabiduría, que tiene bajo sus pies, completamente derrotado, el cuerpo montaraz de la ignorancia. Cuatro monarcas vinculados a la historia de la Universidad coronan la balaustrada.
   A comienzos del siglo XX se volvió a derribar el inmueble, conservándose tan sólo la fachada. Campea en las columnas del atrio un cerco de leones que exhiben el escudo de la Universidad.
Colegio de Santa Cruz*
   El colegio de Santa Cruz ocupa uno de los lados de una plaza muy concurrida por grupos de escolares. Es un grandioso inmueble que acoge la institución fundada en 1483 por don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo y cardenal de Santa Cruz, con el fin de alojar y proporcionar enseñanza a estudiantes sin recursos. Las iniciales trazas góticas del proyecto fueron alteradas a partir de 1488 cuando intervino en las obras el arquitecto Lorenzo Vázquez de Segovia, quien introdujo el estilo renacentista entonces incipiente. Los detalles platerescos son visibles en la portada (una de las creaciones más tempranas realizadas en este estilo), la cornisa y el patio. Las obras se terminaron en 1491. Los balcones y ventanas de formas neoclásicas que aparecen en la fachada principal fueron un añadido hecho en 1764 por Manuel Godoy, de acuerdo con los planos de Ventura Rodríguez.
   Por su desnuda filigrana de silencio, impresiona el patio de tres pisos. Mientras el segundo presenta antepechos góticos, el tercero tiene balaustres barrocos. Son dignos de verse en el colegio la capilla del Cristo (a la entrada), que guarda en la cabecera el equilibrado Cristo de la luz, una de las mejores tallas realizadas por Gregorio Fernández; el Aula Triste (situada en una esquina del claustro bajo), capilla gótica que se adorna con bóveda de crucería y conserva los ángeles portablasones de las ménsulas que fueron esculpidas por Alejo de Vahía, además de una sillería isabelina con cátedra y estrado.
   Una pequeña puerta abierta en el espléndido patio de tres pisos permite visitar un jardín de rosales y parterres geométricos que se alegran con el agua de un estanque. Forman parte del conjunto dos portadas: la del antiguo colegio jesuita de San Ambrosio y la de la hospedería. La primera ofrece un claro ejemplo de retablo barroco columnario repleto de hornacinas. La segunda franquea el paso al Colegio Mayor de Santa Cruz, edificio construido  en el año 1675 que muestra un sencillo patio de dos pisos con los nombres marcados en rojo de los rectores y de los antiguos alumnos que han llegado a ser profesores o catedráticos.
Iglesia de la Vera Cruz
   Para acercarse a la iglesia de la Vera Cruz es preciso recorrer la calle Leopoldo Cano y luego la llamada Rúa Oscura, vía esta última que no precisa largas explicaciones para esclarecer el misterio de su nombre.
   La citada iglesia penitencial acoge la cofradía de la Vera Cruz, considerada la más antigua de la ciudad. Dicha agrupación de hermanos cofrades encargó en 1581 al maestro Pedro de Mazuecos el Viejo la edificación de un templo, en cuya fachada intervinieron no se sabe bien si Juan de Nates o Diego de Praves. Fue concebida como telón de fondo de la calle Platerías, vía urbana que, tal como confirma un cuadro pintado en 1656 y atribuido a Felipe Gil de Mesa, aparece como un gran escenario barroco donde triunfan al mismo tiempo la religiosidad más superficial y la escenografía más aparatosa. Muestra una puerta preparada para la salida de imágenes y un balcón presidencial dispuesto para que las autoridades de la cofradía pudieran recrearse en la contemplación de los pasos.
   En el siglo XVII se amplió el proyecto original, pasando a ser un templo de tres naves con tribunas para alojar a los cofrades.
   Guarda una amplia y valiosa colección de tallas procesionales salidas de la gubia de Gregorio Fernández, entre las que se cuentan los pasos más célebres que embellecen la Semana Santa vallisoletana: el Cristo de la Caña o de los Artilleros (1622), la Dolorosa (1623), Cristo atado a la columna (1619) y el Descendimiento (1623-24).
Convento de San Benito el Real*
   Siguiendo las calles Encarnación y San Benito, desde la entrada al museo Patio Herreriano se recorre el perímetro del antiguo cenobio benedictino hasta llegar a la puerta de la iglesia monacal. Antes se tiene la ocasión de contemplar la fachada de una vivienda que hace esquina con General Almirante. Una placa recuerda que allí estuvo situada la casa-taller de Alonso de Berruguete durante el tiempo que el artista palentino permaneció en Valladolid.
   El convento de San Benito el Real fue fundado por el rey Juan I en el último tercio del siglo XIV aprovechando los restos del Alcazarejo (alcázar real) y la muralla medieval. Un total de doce monjes acompañaba al prior Antón de Ceínos integrando una comunidad que se habría de convertir en uno de los focos más destacados de la reforma monástica acometida en España. A finales del siglo XV se renovó el cenobio al haberse convertido en cabeza de la orden y aumentando su poder, rentas e influencia.
   Surge así la iglesia monacal, cuyas obras se iniciaron en 1499 y se terminaron en 1515, obras que fueron dirigidas por el maestro Juan de Arandía y su ayudante García de Olave. Para completar la monumentalidad del templo, el arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón añadió, en el último tercio del siglo XVI, el grandioso pórtico de dos pisos que adelanta dos sólidos pilares octogonales. Finalmente, a finales del siglo XVI y siguiendo los planos del arquitecto leonés Rivero Rada, se levantó el edificio conventual que incluía la fachada principal (actual hospedería) y los tres patios.
   El interior resulta ser una excelente muestra de la expresión de poder mediante el lenguaje de la arquitectura. La amplitud de las naves, la altura de las bóvedas, la robustez de los pilares y las dimensiones catedralicias ratifican un inequívoco discurso de poder. Es un templo verdaderamente grandioso y sorprendente, cuya belleza se halla incrementada por la desnudez. Pocas obras de arte quedan en las capillas, tras haber sido instalados en el Museo de Escultura su gran retablo mayor y su célebre sillería renacentista. Destacan dos rejas: la que define el espacio final de las naves, obra forjada en 1571 por Juan Tomás Celma, y la reja renacentista que cierra la capilla del licenciado Francisco Butrón. Precisamente en esta capilla se encuentra un Crucifijo de Gregorio Fernández, que llama la atención por su serenidad y sutileza. En la capilla mayor se localiza el sepulcro del obispo Alonso de Valdivieso, obra del gótico florido que se adorna con grupos escultóricos y motivos propios de este estilo.
Plaza Mayor*
   Tras contemplar el edificio que alberga el centro comercial de La Esfera y aloja el rótulo de la Caja de Burgos, edificio que parece haber sido levantado en el primer tercio del siglo XX y dispone cuatro grandes columnas sobre las que se asienta un friso de figuras alegóricas coronadas por un torreoncillo, se desemboca en el amplio espacio urbano de la Plaza Mayor.
   Tras la última remodelación, la Plaza Mayor exhibe un retablo cromático de blancos y almagres. El blanco corresponde a los sillares que adornan las columnas y los áticos. Y el almagre, a las fachadas. En el centro geométrico se alza la estatua del conde Ansúrez, ejecutada en 1901 por el escultor Aurelio Carretero, que muestra la imagen en bronce sosteniendo en una mano un pendón y en la otra el pliego donde se recoge la fundación de la ciudad.
   Y en una de las pandas se sitúa el flamante Ayuntamiento. Se trata de un edificio construido en 1908 por Enrique Repullés y Vargas siguiendo el proyecto realizado por Antonio Iturralde de acuerdo con los modelos historicistas, que presenta signos de simetría, elegancia y monumentalidad. Sustituyó al levantado tras el incendio de 1561. Fachada principal, que distribuye dos torres laterales y un pórtico-tribuna central formado por dos cuerpos. El inmueble, que se organiza alrededor de un patio interior, dispone de salones suntuosamente decorados y una escalera monumental. Conserva una estimable colección de pintura.
Iglesia de Santiago*
   Varios escaparates más adelante, emerge la iglesia de Santiago, templo cuyo origen se sitúa en una ermita del siglo XII. A finales del XV, el mercader, prestamista de reyes y de grandes figuras nobiliarias, reo de la Inquisición y judío converso Luis de la Serna se ofreció a reedificar un nuevo templo para alejar las sospechas desatadas por la actuación de los inquisidores, reservando la cabecera para enterramiento familiar. Terminaron las obras de la capilla mayor en el año 1500 y poco después se inició la torre, que quedaría configurada en cinco cuerpos y habría de suscitar las protestas y los pleitos de los frailes franciscanos, que se quejaban de que su excesiva altura violaba la intimidad monacal y la clausura de su cercano monasterio. Tofo fue edificado con piedra de Fuensaldaña, siguiendo los planos diseñados por el arquitecto Juan de Arandia. Tras arruinarse parte de la nave a comienzos del siglo XVII, fue trazada de nuevo en 1615 por el arquitecto Francisco de Praves. Tal como se refleja en El hereje, última novela de Delibes, esta iglesia gozó de mucha fama en el siglo XVI porque en ella difundía sus mensajes eremistas el predicador dominico conocido como doctor Cazalla.
   A simple vista, parece no tener una riqueza monumental acorde con el pasado de la urbe, pero a poco que se indaga se comprueba que el interés artístico se concentra en el fastuoso retablo barroco (siglo XVIII) que cubre la totalidad del ábside. Ensamblado por Alonso de Manzano, guarda algunas imágenes talladas por Juan de Ávila como el vistoso Santiago Matamoros que, rodeado de columnas salomónicas, racimos de una y pámpanos, ocupa el centro de la composición. Y también en el retablo de la Adoración de los Reyes, ejecutado por Alonso de Berruguete, que se esconde en la capilla sufragada por el banquero Diego de la Haya. El artista nacido en Paredes de Nava logra un conjunto escultórico que deslumbra por el dinamismo de las figuras, la perfección de talla y el acierto de la policromía.
   Merece la pena detenerse ante el artesonado de comienzos del siglo XVI que recubre el coro bajo y exhibe casetones con veneras doradas. Y en los sepulcros que se sitúan tanto en los brazos del crucero como en los muros de la capilla mayor. Éstos últimos ocupan cuatro arcosolios -descubiertos en 1974- con esculturas funerarias labradas en alabastro que (a excepción de la perteneciente a doña Blanca López de Calatayud, esposa del converso, que es renacentista) se atribuyen a Alonso de Vahía y forman un notable conjunto de escultura funeraria de finales del siglo XV - comienzos del XVI.
   Destaca también la imagen del Cristo de la luz, talla de finales del siglo XVI que en Semana Santa recorre las calles de la ciudad custodiada por la cofradía de las Siete Palabras y enfatiza su patente desamparo en la semioscuridad de una capilla, a pesar de estar acompañada por los dos ladrones. Se cree que es obra de Francisco de la Maza, discípulo de Juan de Juni, quien la labró a finales del siglo XVI.
   Y las siguientes piezas de Francisco Rincón: el grupo escultórico de Santa Ana, la Virgen y el Niño, que se expone en un retablo barroco del crucero; el San Antonio Abad, y el altorrelieve de San Jerónimo penitente que se encuentra en el muro de la epístola.

Textos de:
RAMOS, Alfredo J. Guía Total: Castilla y León. Ed. Anaya. Madrid, 2004.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Valladolid. Ed. Anaya. Madrid, 2008.

Enlace a la Entrada anterior de Valladolid**:

No hay comentarios:

Publicar un comentario