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viernes, 4 de noviembre de 2016

1692. SEGOVIA** (VII), capital: 10 de octubre de 2013.

76. SEGOVIA, capital. Patio del pal. del Marqués de Lozoya.

77. SEGOVIA, capital. Portada del cvto. de las Descalzas.

78. SEGOVIA, capital. Igl. de San Andrés.

79. SEGOVIA, capital. Ábside y torre de la igl. de San Andrés.

80. SEGOVIA, capital. El Alcázar con la Torre de Juan II en primer término.

81. SEGOVIA, capital. Patio de armas del Alcázar.

82. SEGOVIA, capital. En el salón del Trono del Alcázar.

83. SEGOVIA, capital. Artesonado del salón del Trono del Alcázar.

84. SEGOVIA, capital. Sala de la Galera del Alcázar.

85. SEGOVIA, capital. Sala de las Piñas del Alcázar.

86. SEGOVIA, capital. Sala de los Reyes del Alcázar.

87. SEGOVIA, capital. Otra vista de la sala de los Reyes del Alcázar.

88. SEGOVIA, capital. Vista de la igl. de la Vera-Cruz desde uno de los ventanales de la sala de los Reyes del Alcázar.

89. SEGOVIA, capital. Sala del Cordón del Alcázar.

90. SEGOVIA, capital. Capilla del Alcázar.

91. SEGOVIA, capital. En el paseo de los Reyes o patio del Pozo ante la torre del homenaje del Alcázar.

92. SEGOVIA, capital. En un rincón del paseo de los Reyes del Alcázar.

93. SEGOVIA, capital. En otro rincón del paseo de los Reyes del Alcázar.

94. SEGOVIA, capital. El jardín de Mediodía del Alcázar.

SEGOVIA** (VII), capital de la provincia: 10 de octubre de 2013.
De la catedral al Alcázar
    Por las calles Marqués del Arco y Daoíz, tras superar el palacio del Marqués de Lozoya, del siglo XIV, actual sede del Colegio de Arquitectos, y el sobrio convento de las Descalzas, fundado por Santa Teresa, en una placita que se abre a la izquierda se levanta la iglesia de San Andrés, románica del siglo XII. Muestra al exterior un interesante ábside y una torre de ladrillo coronada por un chapitel de pizarra. A continuación y en pronunciada pendiente, diversas portadas bien labradas recuerdan todavía las antiguas casas de los canónigos, que aquí tenían su barrio exclusivo separado por una cerca del resto de la ciudad.
   Al final, precedido de jardines y sobre el espolón que circundan los ríos Eresma y Clamores, se eleva como quilla de barco el Alcázar**, "un castillo de verdad, el más parecido del mundo a un castillo de mentira soñado por un niño", según expresión de Dionisio Ridruejo que algunas fantasías de Walt Disney han demostrado atinada. Su origen, aparte de los precedentes de época romana e incluso anteriores, se remonta a los tiempos inmediatos a la repoblación de la ciudad (siglo XII), en los que como probable adaptación de una fortaleza árabe preexistente desempeñó un destacado papel defensivo frente a las incursiones musulmanas. Fue, sin embargo, reedificado en el siglo XIII como residencia real y sucesivamente ampliado, con los perfiles góticos que aún exhibe, en tiempos de Juan II y Enrique IV. Felipe II le añadió el aire entre herreriano y de castillo centroeuropeo que muestran sus tejados cubiertos de pizarra. En 1764 Carlos III lo convirtió en sede de la Academia de Artillería y, tras sufrir daños durante la invasión napoleónica, un pavoroso incendio lo asoló en 1862. Veinte años más tarde se iniciaron las obras de reparación y, más recientemente, a partir de 1951, se procedió a una intensa y muy lograda restauración que ha permitido recuperar partes ocultas de la construcción románica y acondicionar y adornar sus salas con obras similares a las que en su día tuvo.
   En su interior, tras sobrepasar el puente otrora levadizo sobre el foso, el largo recorrido guiado suele iniciarse, a la derecha del patio de armas, reedificado con impronta herreriana, por la sala de Ajimeces, bella estancia románica correspondiente al primitivo palacio. En torno a ella se abren la sobria y sombría sala de la Chimenea, que fue despacho de Felipe II, el salón del Trono, con estrado regio reconstruido y artesonado y friso mudéjares, y la gótica y amplia sala de la Galera, la más afectada por el incendio antes citado, a causa del cual perdió la preciosa techumbre en forma de naveta invertida (la actual es una reconstrucción) a la que debe el nombre. La contigua sala de las Piñas, que recibe el suyo también por la decoración del techo, está provista de interesantes elementos (friso mudéjar, tapices, mobiliario), mientras que, al lado, la cámara del Rey acoge una cama gótica tallada en nogal. Detenida contemplación merece la lujosa sala de los Reyes*, tanto por el espléndido artesonado poliédrico que la cubre como por el laboriosísimo friso que recorre sus muros, con 52 estatuas policromadas de reyes y reinas españoles sedentes bajo doseletes, entre una gran profusión decorativa, fruto todo ello de una minuciosa recreación del original. En uno de los ventanales una cruz señala el lugar por donde cayó al vacío un hijo de Enrique II.
   Considerablemente más austera es la inmediata sala del Cordón, así llamada por los cíngulos de la orden franciscana que decoraban sus paredes en tiempos de Alfonso X, y reducido e íntimo resulta el tocador de la Reina, presidido por un cuadro que muestra a los futuros Reyes Católicos aún adolescentes postrados ante la Virgen. Es notable el artesonado que cubre la inmediata capilla, adornada con buenos retablos, rejería renacentista de Cristóbal de Andino, bellos sitiales y un lienzo original de Bartolomé Carducho. En ella se celebró la boda de Felipe II con Ana de Austria.
   Desde la terraza que recibe el nombre de paseo de los Reyes o patio del Pozo, fortificada con torreones, "causa mucho recreo el dilatado terreno que se descubre", según escribiera Antonio Ponz en su Viaje por España (1786). Desde ella también es posible calibrar el vuelo de la airosa torre del homenaje, en una de cuyas estancias puede verse una colección de armas y piezas de artillería de los siglos XIV-XVI, entre ellas la llamada "ballesta de Carlos V". Tras echar un vistazo a la pequeña cámara del Tesoro, ya sin nada que justifique la amenaza de enceguecimiento que en tiempos de los Trastámara pesaba sobre quien osase contemplar las riquezas que al parecer contenía, en el retorno aún pueden visitarse las salas del antiguo colegio de Artillería, recientemente reformadas.
   Es posible asimismo, antes de concluir la visita, ascender el centenar y medio de estrechos escalones en espiral que conducen a lo alto de la torre de Juan II, macizo y cuadrado baluarte de muros esgrafíados, coronado por 12 pequeños torreones. Algunas de sus dependencias cumplieron funciones de cárcel. El notable esfuerzo queda compensado por las extraordinarias visitas que desde allí se obtienen tanto del paisaje circundante como de la ciudad y del propio alcázar, con el contrapicado de la torre de Alfonso X como elemento de singular belleza en su perfil exterior. La imagen nocturna del edificio en las ocasiones en que se ilumina con potentes reflectores es una experiencia sensitiva digna de gozarse.

Enlace a la Entrada anterior de Segovia**:

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