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miércoles, 23 de junio de 2021

3385. SEVILLA** (MCDXCVII), capital: 6 de marzo de 2020.























SEVILLA** (MCDXCVII), capital de la provincia y de la comunidad: 6 de marzo de 2020.
   Mostramos imágenes del Convento de San Leandro. Dicen que el nombre de Leandro alude al hombre que tiene la fuerza de un león. Una curiosidad sobre el nombre de Leandro de Sevilla, el santo que, curiosamente, no nació en la ciudad con cuyo nombre se suele apellidar. Vino al mundo en Cartagena, hacia el año 540 y pertenecería a una familia de santos: sus hermanos Isidoro (que le sucedería como obispo de Sevilla), Fulgencio (obispo de Écija) y Florentina, le acompañan en el santoral.
   Como obispo de Sevilla creó una escuela donde se concentraba el saber de su tiempo. Entre los alumnos, se encontraban Hermenegildo y Recaredo, hijos del rey Leovigildo. Allí comenzó el proceso de conversión de Hermenegildo, que lo llevaría a abandonar la herejía arriana y a decantarse por la fe católica, opción que desembocaría en una guerra civil, ya que Hermenegildo unió a su nueva fe una clara ambición por el poder. Una lucha que a Leandro le costó un destierro, del que volvió con la toma del poder por Hermenegildo. Leandro aconsejaría a su sucesor, Recaredo, que convocaría el Concilio III de Toledo, en el que rechazó la herejía arriana y abrazó la fe católica. La obra de Leandro se concretaría en el resurgir de la vida cristiana por la península con la fundación de nuevos monasterios y parroquias, y la organización legislativa de la Iglesia. En su labor como obispo su actividad fue incansable, predicaba sermones, escribía tratados teológicos, fomentaba el ayuno y la oración. Moriría en el año 601 y desde muy antiguo fue colocado en el escudo de la ciudad junto a su hermano Isidoro y al rey Fernando III. También tendría un convento dedicado en Sevilla, el de las yemas y el de la patrona de los imposibles, Rita de Casia.
   Cuenta una leyenda que fueron ángeles los que llevaron volando a Rita de Casia al interior del convento al que aspiraba entrar. Fue la definitiva consagración de la abogada de los imposibles, que se asoma desde un retablo cerámico a la pila del Pato, la fuente más viajera de la ciudad. Una santa agustina, un corazón ardiente atravesado por unas flechas y un alto muro blanco que cobijan a una comunidad conocida por sus dulces, las famosas yemas de San Leandro. Es el convento del mirador más asomado a la ciudad y también más recargado de rejas que, incluso, apuntan hacia el exterior como protección. Una dulce comunidad con una larga historia. Se inicia en 1295, en otro lugar conocido como Degolladero de los Cristianos, cerca de la Puerta de Córdoba, en la actual Ronda de Capuchinos. Un sitio fuera de la muralla que era conocido por su inseguridad: fueron frecuentes las quejas de las monjas solicitando protección a las autoridades. Como las leyes no bastaron, fue necesario el traslado, que se produjo en 1367, en época de Pedro I, el Cruel o el Justiciero, que hay sus opiniones. Poco duró el nuevo emplazamiento de la calle Melgarejos, por ser muy reducido; a los dos años la comunidad se trasladó definitivamente a su emplazamiento actual, unas casas que el rey había confiscado a Teresa Joffre por su deslealtad. Por aquellos tiempos se conocía el lugar por el nombre de Espartería, clara alusión al carácter comercial de la zona, siendo el otro edificio importante de la plaza el llamado Hospital del Cardenal, fundado por el cardenal Cervantes y que, tras varios usos (asilo, hospicio…) fue derribado en 1950.
     La iglesia y las primeras dependencias se edificarían en pocos años. Dos siglos más tarde, a finales del XVI, se levantaría una nueva iglesia, atribuida por Pacheco en su Arte de la Pintura al arquitecto Juan de Oviedo. Documentalmente solo constan los nombres de Asensio de Maeda, que intervino en la obra en 1584 y de los maestros albañiles Juan de los Reyes y Juan Miguel. Fueron años de esplendor en los que se vendió el antiguo terreno a una comunidad de capuchinos (1627) que fundaría allí un convento que llega hasta nuestros días, siendo también el periodo de decoración de la iglesia por los más afamados escultores de la época. En el siglo XVIII se hicieron notables reformas y transformaciones que incluyeron la sustitución del retablo mayor de la iglesia. Así lo recogió en sus anales Germán y Ribón: “el día trece de junio de 1752, martes por la tarde, después de haberse acabado las obras que las monjas tuvieron en su iglesia, cuya techumbre amenazaba ruina, fue el señor Arzobispo y sacó de intraclausura el Santísimo por la puerta del coro que cae a la iglesia y lo colocó en el altar mayor, habiendo hecho esta función de pontifical y fue acompañado de muchos eclesiásticos y doce niñas vestidas de ángeles con gran primor”.
   Sobrevivió la comunidad a los avatares del siglo XIX y a la fiebre destructora del XX, manteniendo un amplio solar de casi 5.000 metros cuadrados que acogen hasta una desconocida calle interior dentro de la clausura.
   La amplia iglesia sigue el habitual modelo de planta de cajón y nave única, con coros altos y bajo en la zona de los pies. Se accede a ella por una sencilla puerta lateral de esquema manierista, con decoración de pilastras coronadas por esferas que enmarcan el corazón ardiente, el símbolo de la comunidad agustina. El alto muro exterior solo se decora por un retablo cerámico dedicado a Santa Rita de Casia y firmado por la fábrica de cerámicas Santa Ana de Triana. Al exterior, frente a la iglesia de San Ildefonso, destaca también la imponente estructura de un mirador de planta poligonal. Ver sin ser vistas en las calles Zamudio o Caballerizas, de blancos muros solamente rotos por las rejas y las protecciones de unas ventanas cargadas de puntas de hierro hacia el exterior. El interior de la alta nave de la iglesia se cubre mediante bóveda de cañón con lunetos, formando los arcos fajones una subdivisión de cuatro tramos. La zona del presbiterio se cubre con una bóveda semiesférica, decorada con pinturas geométricas de clara inspiración manierista, similar a otros conventos sevillanos de la misma época. El retablo mayor es una pieza barroca atribuida generalmente a Pedro Duque Cornejo y a Felipe Fernández del Castillo (1748). Al igual que en otros conventos e iglesias sevillanas, viene a sustituir a un retablo anterior, una decisión generalmente justificada por el mal estado de los retablos precedentes. Aquel primitivo retablo fue contratado el 12 de marzo de 1582 con Gerónimo Hernández y Diego de Velasco, que ganaron el concurso convocado para su adjudicación frente a Juan Bautista Vázquez el Viejo. Fue realizado en madera de borne, pino de segura y cedro en su imaginería, corriendo la policromía a cargo de Antonio de Alfián, Vasco Pereira, Diego de Zamora y Juan de Saucedo. Una obra cuya realización se estipuló en un plazo de un año y medio y que, como ocurrió en otras iglesias y conventos, fue sustituida en el siglo XVIII, aunque mantuviera buena parte de sus relieves originales. El actual, terminado en un llamativo revestimiento de tonos claros y sin dorar, presenta un alto banco con postigos laterales y sagrario en el centro, dos cuerpos, un ático y tres calles subdivididas por estípites, columnas abalaustradas y columnas retalladas.
   También es llamativa la excesiva compartimentación de un retablo, quizás por la adaptación a un muro de gran altura y cierta estrechez. Otro aspecto llamativo es la gran variedad de soportes que se emplearon  en el nuevo retablo. En el primer cuerpo aparecen columnas abalaustradas, elemento propio de siglos anteriores, con un recargado recubrimiento de cabezas de serafines dispuestos por parejas. En el segundo cuerpo el elemento compartimentador lo conforman estípites, sostén propio de los años en que se realizó este segundo retablo. En el tercer cuerpo aparecen columnas con un tercio central salomónico. Preside su primer cuerpo, el mejor resuelto en su estructura y en su menuda decoración, una talla moderna del Sagrado Corazón de Jesús, pionero en esta iconografía en la ciudad. En el mismo cuerpo aparece Santa Bárbara con la torre de su martirio y Santa Teresa como doctora de la iglesia, ambas del siglo XVIII. El segundo cuerpo lo preside una talla del obispo hispalense titular del templo, San Leandro, estando distribuidos, entre este cuerpo y el siguiente, varios relieves del anterior retablo de Jerónimo Hernández. Las escenas representadas son las del Bautismo de Cristo, la Flagelación, la Epifanía, la Asunción de la Virgen, la Oración del Huerto y San Agustín. La estética de su modelado se corresponde con las formas monumentales y heroicas propias del Manierismo del último tercio del siglo XVI y que fueron introducidas en Sevilla por el propio Gerónimo Hernández. La talla original de San Leandro del retablo original de Gerónimo Hernández se conserva en el actual refectorio de la comunidad. Corona el retablo un altorrelieve de la aparición de Cristo y la Virgen a San Agustín y el Padre Eterno. 
   El muro de la Epístola presenta, cerca del presbiterio, un retablo neoclásico con una escultura de vestir de la Virgen con el Niño, de comienzos del siglo XIX. Le sigue un excelente retablo dedicado a San Agustín contratado con Felipe de Ribas en 1650 y que sigue las formas arquitectónicas de Montañés, con leves añadidos más barroquizantes, como las guirnaldas de flores o las estrías de los fustes. Preside el retablo la talla de San Agustín con la maqueta de un templo, una simbología alusiva a su categoría de Padre de la Iglesia. Como curiosidad, la iglesia representada en la maqueta sigue modelos típicamente italianos, en su cubrimiento y en el campanil de la iglesia, lo que se puede explicar en el empleo de libros de grabados como Los Siete Libros de Arquitectura, que Ribas tenía en su biblioteca. El titular está flanqueado por Santo Tomás de Villanueva y San Nicolás de Tolentino; en la zona superior se sitúan Santa Clara de Montefalco y Santa Rita de Casia, además de dos relieves, uno representando a la Virgen con el Niño y otro con la escena de San Agustín y Santa Mónica en el puerto de Ostia. Las alegorías de la ciega Fe y la Esperanza (identificable por el ancla), completan un conjunto que se debe entender como un programa iconográfico de glorificación de la Orden Agustina. Le sigue otro excelente retablo, el dedicado a San Juan Evangelista, que sigue la tradición conventual sevillana de enfrentar a los retablos dedicados a los Santos Juanes. En su cuerpo central se sitúa el altorrelieve de San Juan Evangelista recibiendo la inspiración para escribir el Apocalipsis en la isla griega de Patmos, obra de gran perfección realizada personalmente por Martínez Montañés. A su taller corresponden las restantes tallas de Santiago el Mayor, María Salomé, el martirio de San Juan ante Portam Latinam (curiosa interpretación iconográfica que derivó en la apócrifa escena de San Juan  en la tinaja), Santiago el Menor, María Cleofás y la Virgen con el Niño. Consta que Francisco de Ocampo llevó a cabo las tallas de Santiago el Mayor y el relieve del martirio. En la zona del ático aparece el águila de San Juan como símbolo del titular del retablo. Curiosamente, en el coro bajo se conserva un retablo dedicado también al Evangelista que se atribuye a Jerónimo Hernández, siendo probablemente el retablo primitivo que fue posteriormente sustituido. De menor interés es el retablo neoclásico que se sitúa ya junto al coro. Lo preside la imagen de la Virgen de la Consolación y Correa, realizada por Sebastián Santos en 1932 y portadora de la correa característica del hábito agustino, de cuya orden es patrona. Tiene fiesta con misa  oficio propio de solemnidad que se celebra el día 4 de septiembre.
   El muro del Evangelio acoge, junto al coro, un retablo neoclásico con una pintura de la Virgen entregando el cíngulo a Santa Mónica, aunque en los últimos tiempos ha sido sustituido por la imagen de Santa Rita de Casia. Es obra del siglo XIX que representa a la santa vestida de monja agustina y con la alusión a la herida sangrante de su frente que la marginó de su comunidad conventual. Es una de las grandes devociones de la iglesia, constatable en la festividad del 22 de mayo, su onomástica, la de la patrona de los imposibles. Le sigue otro retablo de capital importancia, el dedicado a San Juan Bautista. Es una obra contratada en 1621 con Juan Martínez Montañés, que realizó el relieve del santo y la cabeza degollada alusiva a su martirio. Parecen obras de taller el resto de las tallas. San José, la Virgen, su prima Santa Isabel, su esposo Zacarías y el relieve del Bautismo de Cristo, habitual escena en este tipo de retablos que permitía unir las figuras del Mesías y del Precursor, composición que también se puede poner en relación con otros retablos de la misma iconografía como el de Santa Paula o el de Santa María del Socorro, hoy en la Anunciación. Tras pasar el cancel de la iglesia se sitúa un retablo de la primera mitad del siglo XVIII, enmarcado mediante grandes estípites y coronado con fragmentos de frontón curvo con interior en forma de venera. Acogía tradicionalmente a la imagen de Santa Rita aunque hoy lo presida una talla barroca de la Virgen con el Niño. Se atribuye generalmente a José Maestre, en el segundo cuarto del siglo XVIII, y presenta alrededor tallas del franciscano San Antonio de Padua con el Niño, el rey San Fernando con espada y manto de armiño y un expresivo Nazareno que se sitúa en el ático, flanqueado por dos ángeles que se sitúan  sobre los extremos del frontón curvo.
   A los pies de la iglesia se sitúa el coro bajo, artística estancia cubierta con bóveda de cañón con lunetos que se divide en tres tramos, mostrando en el centro relieves en sus yeserías de finales del siglo XVI, lo que permite datar la estancia en la etapa final de la construcción de la iglesia. Acoge numerosas esculturas y pinturas, algunas de notable interés, ya que recoge alguna de los retablos que originalmente debieron situarse en la nave de la iglesia y que fueron sustituidos en etapas posteriores. En uno de sus laterales se abre el comulgatorio del siglo XVIII, decorado con espejos, numerosos relicarios y una imagen de la Divina Pastora. Las paredes acogen en su parte inferior una sillería de finales del siglo XVII, apareciendo en el sillón de la priora relieves con el águila de San Juan Evangelista y el escudo del convento. También es del siglo XVII el facistol central de la estancia, la pieza mobiliaria en la que se colocaban los grandes libros corales para que pudieran ser leídos por toda la comunidad. Se remata con un pelícano, animal que se interpreta en el libro de los emblemas de Andrea Alciato como una alegoría de la eucaristía, basándose en la antigua creencia medieval de que este animal amamantaba a sus polluelos con su propia sangre.
   En los muros del coro se sitúa un retablo-hornacina de principios del siglo XVII en el que figuran dos ángeles portando la cabeza de San Juan Bautista. De gran interés es otro retablo-vitrina dieciochesco que acoge en su interior a la Virgen de la Granada, talla del siglo XVI que representa a la Virgen con el Niño y que se atribuye a la labor de Jerónimo Hernández, aunque la policromía parece muy posterior. Al mismo autor se atribuye la imagen titular del retablo dedicado a San Juan Evangelista, que aparece portando en sus manos el cáliz que recuerda el intento de envenenamiento del que salió ileso. En sus laterales se sitúan diversos relieves cuadrangulares con escenas alusivas al Apocalipsis, el libro escrito por el Evangelista, que por su composición y talla se pueden relacionar con el retablo de la misma advocación del convento de Madre de Dios, obra del mismo autor. Al otro lado del sillón prioral se sitúa el retablo dedicado a San Agustín, obra de Francisco de Ribas realizado entre 1650 y 1651, y que vino a sustituir a un retablo anterior con la misma iconografía que había sido realizado en 1598 por Blas Hernández y Antonio Alfián. Se situaría el nuevo retablo en el espacio destinado a un altar propiedad de Bartolomé de Dueñas y sus herederos, adquirido al convento en 1584 y cuyo patronazgo gestionaban directamente las monjas, que serían las que encargarían la nueva obra. En su realización, Francisco de Ribas contó con el condicionante de la existencia de los retablos de los Santos Juanes, a los que se menciona en el contrato, lo que influyó en su compartimentación siguiendo el modelo de los retablos existentes. Muestra en su calle central a San Agustín portando en sus manos el báculo y la maqueta de la Iglesia. A su alrededor se sitúan esculturas de San Patricio, San Paulino, Santo Tomás de Villanueva y San Alipio. El ático está presidido por las imágenes de San Guillermo, San Nicolás de Tolentino, Santa Rita y Santa Mónica. Son parte de un retablo que fue concertado por Blas Hernández en 1598. En otro retablo-hornacina del siglo XVIII se sitúa una imagen de candelero conocida como la Virgen del Amor. El conjunto del coro bajo se completa con diversas pinturas, un crucificado en el muro frontal, diversas vitrinas neoclásicas y un órgano barroco de la segunda mitad del siglo XVIII.
   El acceso a la clausura se realiza por una puerta situada frente a la parroquia de San Ildefonso. Tras superar un pequeño patio se sitúa, junto a la puerta reglas, el torno, decorado con placas de cobre y fechado en 1743, lugar donde se pueden adquirir las famosas yemas por las que se conoce al convento, en sencillas cajas de madera adornadas con el escudo del corazón atravesado por la flecha, el emblema de la Orden Agustina. Las yemas se hacen con huevo hilado recubierto de una "costrita" de azúcar, el difícil secreto para conseguir el punto exacto de su resultado final. Una antigua receta explica su elaboración en estos términos: "para hacer tres libras se le echan 18 yemas de huevo, dos claras, dos libras y media de azúcar blanca y, estando bien batidas las yemas y claras y clarificada la azúcar o almíbar con poco punto, se echa el huevo en el cubillo de lata y sobre la almíbar al fuego. Se van echando las hebras procurando no caiga una sobre otra, para que no se apelote, y, después de un par de minutos que estará cuajada, se sacan y se ponen en un cedazo de cuerdas para que se escurra y se va repitiendo esta operación hasta concluir el huevo. Después se toma en la palma de la mano porcioncitas de estas hebras, dándole formas de piloncitos pequeños y se ponen sobre una mesa. Se pone el almíbar en punto fuerte para que, bien batida y hecha una poleadita, se van metiendo las yemas una a una y se sacan deseguida, y se van poniendo sobre una mesa a la que antes se le habrá echado un polvo de harina para que no se peguen y ya están hechas". Cuentan que las yemas fueron manjar de reyes como Alfonso XII, las infantas doña Esperanza y doña María de las Mercedes o de la misma reina Fabiola de Bélgica. Y aunque las yemas sean el único producto que se vende, hay otras recetas en el convento destinadas a familiares y amigos, siendo destacables las naranjas amargas en almíbar cuyo secreto radica en la cocción en el mismo almíbar de las yemas.
   La zona de clausura se organiza en torno al gran claustro central, que es levemente rectangular, presentando dos pisos que se sostienen por medio de columnas de mármol blanco que soportan arcos de medio punto levemente peraltados. Es una arquitectura propia de la segunda mitad del siglo XVI, estando revestidos por zócalos de azulejos de cuenca de la misma cronología y por otros que representan motivos vegetales y paisajísticos propios del siglo XVIII. Entre los azulejos destacan, por su iconografía, dos piezas del siglo XVIII que representan a la Virgen de los Reyes vestida a la usanza de la época y a San Fernando, con sus habituales atributos de la espada, la bola del mundo y el manto de armiño. Al centro se sitúa una fuente de mármol, con una taza central en forma de balaustre que se corona con el corazón ardiente, escudo de la Orden Agustina. En las paredes del claustro se sitúan diversas capillas y lienzos de interés. Entre ellos está una pintura sobre tabla de mediados del siglo XVI que representa a la Virgen de la Misericordia, aunque está desfigurada por numerosos repintes posteriores. Entre las capillas que se sitúan en el claustro, que se suelen abrir para los cultos y procesiones internas como el Corpus Christi, destaca una pintura del Calvario del siglo XVII, con una curiosa filacteria que recorre la escena en latín con un marcado carácter didáctico. Notable interés presenta otra capilla que muestra una doble pintura, en la parte inferior la que representa el nacimiento de San Juan Bautista, en una estancia arquitectónica cargada de detalles anecdóticos, y la escena superior en la que dos ángeles portan la cabeza degollada del Bautista tras su martirio, todo en dos lienzos del siglo XVII en los que todavía pervive el empleo del pan de oro como elemento decorativo. Otra pieza importante es el relieve que representa el Bautismo de San Agustín, resto del retablo que en 1598 contrató Blas Hernández y que sería posteriormente sustituido por el actual retablo de Francisco de Ribas.
   Al claustro se abre el refectorio del convento, estancia destinada a la comida en comunidad, presenta forma rectangular, con un interesante zócalo de azulejos de cuenca del siglo XVI y algunos ejemplos de azulejos del siglo XVII. Como la mayoría de estas dependencias conventuales, está presidido por una discreta pintura de la Sagrada Cena que ocupa casi por completo uno de sus frentes, siendo una pieza anónima del siglo XVII. En el muro contrario se abre una hornacina con una escultura de San Leandro realizada por Jerónimo Hernández que perteneció al primitivo retablo mayor de la iglesia. A su alrededor, una deteriorada inscripción nos indica su traslado en estos términos: "Esta hechura de San Leandro era el que estaba en el retablo antiguo del altar mayor y estando en el noviciado la víspera del santo, sacándolo del dicho sitio la señora abadesa, mi señora, doña Leonor de Espinosa y Maldonado en el año de 1754, porque había sequía y el trigo muy subido conforme se había subido al santo para llevarlo, como se nubló el sol y aquella noche y todo el día del santo llovió nieve como nunca lo que se sirvió de gran alivio para todos, y para su gran devoción, y por lo que le debe de varios beneficios le hizo a su costa esta capilla y peana en el refectorio donde está colocado para siempre. El día 7 de enero de 1762 siendo abadesa mi señora doña Lorenza de Castilla y Córdoba que dio su permiso". Numerosas pinturas recubre los muros de la sala, destacando especialmente una serie anónima que refleja la vida de Cristo y un lienzo de la Inmaculada, ya del siglo XVIII, que tiene las catacterísticas del pintor Domingo Martínez.
   La otra estancia de interés que se abre al claustro es la sala capitular, que en sus muros alberga una pintura de la Virgen de Guadalupe firmada por Juan Correa, una Inmaculada similar a la del refectorio, del estilo de Domingo Martínez y un armario del siglo XVIII decorado con pinturas de San Leandro, San Agustín, San Miguel y San Antonio de Padua. La galería del claustro que linda con la nave de la iglesia se ha empleado tradicionalmente como lugar de entierro de las monjas.
   En la estructura general del convento se observa que es la superposición y añadido de numerosas viviendas de diferente época e incluso de algunos callejones que acabaron formando parte de la propia clausura. Además de la zona del claustro principal y del patio de acceso al torno (que incluye la vivienda de los porteros), el solar del convento abarca otros núcleos. Uno de ellos es la zona del noviciado, que limita con la calle Caballerizas. Junto a esta zona está la cocina y cercana está la lavandería, de notable antigüedad, situada en un pequeño patio con columnas. Otro sector destacable es un patio de arcos dobles situado junto a la calle Imperial, es el llamado Patio de la Cruz, donde se sitúa la enfermería de las monjas, con zonas que se mantienen sin uso. La zona que limita con la Casa de Pilatos es la del jardín, de notables dimensiones, que incluye pozo, fuente y algunas pequeñas dependencias relacionadas con el uso de la antigua huerta.
   Entre las múltiples curiosidades históricas que recoge la historia del convento se puede citar que su iglesia acoge el enterramiento del célebre médico y erudito sevillano Nicolás Monardes o que en el siglo XVII fue monja del convento la poetisa Valentina de Pinedo, que llegó a ser ensalzada por Lope de Vega, que le dedicó dos sonetos. En siglos pasados el cabildo de la Catedral celebraba el día de San Leandro con una procesión solemne en la que llevaba al convento las reliquias del santo obispo de Sevilla, restos que también participaron en el cortejo del Corpus en siglos pasados.
   El recuerdo de la abogada de los imposibles se realiza los días 22 de todos los meses del año, jornadas en las que la iglesia permanece abierta, en un convento que une a su patrimonio artístico el patrimonio espiritual de la comunidad y la universal fama de sus yemas, un lugar que muchos identifican con el guardián de la felicidad que Luis Cernuda situaba tras un arco.
Textos de:
Manuel Jesús Roldán, Conventos de Sevilla, Almuzara, 2011.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
3384. SEVILLA** (MCDXCVI), capital: 2 de marzo de 2020.

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