6885. SEVILLA, capital. Mercurio, presidiendo la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6886. SEVILLA, capital. Vista frontal de Mercurio, en la salsa XIV del Museo Arqueológico. |
6887. SEVILLA, capital. Otra perspectiva frontal de Mercurio, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6888. SEVILLA, capital. Perfil derecho de Mercurio, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6889. SEVILLA, capital. Vista posterior de Mercurio, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6890. SEVILLA, capital. Perfil izquierdo de Mercurio, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6891. SEVILLA, capital. Detalle de Mercurio, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6892. SEVILLA, capital. Pedestal de la estatua de Mercurio en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6893. SEVILLA, capital. Torso de Diana, de mármol blanco de Paros, 1/2 s. II d.C., procedente de Itálica, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6894. SEVILLA, capital. Perfil derecho del torso de Diana, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6895. SEVILLA, capital. Vista posterior del torso de Diana, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6896. SEVILLA, capital. Perfil izquierdo del torso de Diana, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6897. SEVILLA, capital. Mosaico de Hércules en la expedición de los Argonautas, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6898. SEVILLA, capital. Mosaico de Mercurio ¿?, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6899. SEVILLA, capital. Victoria alada en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6900. SEVILLA, capital. Figura femenina en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6901. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina de las terracotas en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6902. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina de las terracotas en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6903. SEVILLA, capital. Final de la vitrina de las terracotas en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6904. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina de la pequeña estatuaria en mármol, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6905. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina de la pequeña estatuaria en mármol, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6906. SEVILLA, capital. Detalle de la mano de Júpiter en la vitrina de la pequeña estatuaria en mármol, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6907. SEVILLA, capital. Final de la vitrina de la pequeña estatuaria en mármol, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6908. SEVILLA, capital. Mosaico de Baco en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6909. SEVILLA, capital. Acanaladura de mármol en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
6910. SEVILLA, capital. Capitel corintio de una pilastra, en la sala XIV del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (CMLXIII), capital de la provincia y de la comunidad: 21 de febrero de 2018.
Museo arqueológico* - sala XIV
MERCURIO
Ya desde la puerta de acceso a la sala atrae nuestra atención la magnífica estatua, procedente de Itálica, que se alza en medio de ella. Algunos estudiosos la han considerado como la más bella escultura de época clásica descubierta en la Península. Es Mercurio, uno de los grandes dioses del panteón romano, el Hermes griego, el dios mensajero de Zeus, como delatan las a las de sus sandalias, y protector por ello, sobre todo, de caminantes y comerciantes, de la merc-atura. En su mano izquierda pudo llevar el caduceus, la vara lisa enmarcada por dos culebras que solían utilizar los embajadores como símbolo de paz, y en la derecha a Baco niño, que faltan, como falta también la pierna izquierda original del dios, que ha sido reconstruida de acuerdo con otros modelos, pues todas estas grandes esculturas romanas son copias de originales griegos que, por la admiración que les causaron, fueron reproducidos numerosas veces a título público y privado por los romanos, sobre todo en época de Adriano (1173-138).
El dios, de una gran elegancia, parece descansar levemente sobre su pierna derecha, aparecida en Itálica en 1901, cien años después que el cuerpo, que había sido hallado en 1788. Se apoya en el el tronco de un árbol, al lado de la lira que construyera con el caparazón de la tortuga Canora, los cuernos de un antílope y las tripas del ganado robado a Apolo, por lo que éste habría de perseguirlo implacablemente para castigarlo. Le perdonará a cambio de que le entregue el caramillo, instrumento musical que había inventado, como la lira. El robo lo había llevado a cabo Mercurio el primer día de su vida, tras escapar de la cuna. Con razón es también protector de ladrones. Y, como dios de la elocuencia, de los mentirosos.
Está Mercurio colocado sobre un alto pedestal de le dedica Lucius Bruttius Firmus, flamen augustalis, sacerdote de Augusto. a otro flamen seguramente, L. Egnatius, corresponde la estela procedente de Orippo (Dos Hermanas) colocada sobre la pared.
Frente a Mercurio, otra de las mejores esculturas de Itálica, a pesar de las mutilaciones que sufre. Es Diana, la diosa romana de culto más extendido en Hispania. Tallada en mármol griego de Paros, ofrece un prodigioso tratamiento de los complicados ropajes que cubren su cuerpo, con la túnica ceñida a la cintura y el manto envuelto a su alrededor, con el carcaj a la espalda. Por las huellas de los dedos podemos saber que apoyaba su mano izquierda sobre la cadera.
Entre Mercurio y Diana, adosado al muro, el último gran mosaico figurado que ha ingresado en el Museo. Aparecido en una villa romana del término de Casariche, junto a una rica serie de mosaicos geométricos, se representa en él el conocido episodio del Juicio de Paris que dará lugar a la Guerra de Troya.
Paris era hijo de los reyes de Troya, Príamo y Hécuba. Cuando ésta se hallaba embarazada de él, soñó que paría una antorcha encendida, con la que se incendiaba la ciudad, por lo que el niño, al nacer, fue alejado de ella, abandonándosele en el monte Ida, donde le encontraron unos pastores, con los que se crió. A medida que crecía se iba distinguiendo, sin embargo, por su fuerza y su belleza, dándosele el nombre de Alejandro por su capacidad para proteger el ganado y defenderlo de los ladrones.
Habiéndole robado un toro uno de los hijos de Príamo, para ofrecerlo como premio en unos juegos que se celebraban en Troya, él mismo se presentó al certamen, venciendo a todos sus contrincantes, por lo que fue acogido por Príamo en su palacio.
Invitado a las bodas de Tetis y Peleo, surgió entre las diosas la disputa de cuál de ellas era la más bella. La había provocado otra diosa, Eris, dolida por no haber sido invitada, dejando rodar entre los asistentes una manzana de oro con la leyenda "para la más hermosa". Surge el enfrentamiento y Zeus, para no tener que pronunciarse, decide que Mercurio, al que vemos poco más que sumergido en el ángulo superior derecho del mosaico, las traslade al Monde Ida para que Paris juzgase allí a quien debía dársele la manzana.
Las diosas intentan ganar la voluntad del príncipe troyano ofreciéndole distintos dones: Hera/Juno, que lleva el cetro, le ofrece la riqueza y el poder; Atenea/Minerva, con casco y coraza adornada con la Gorgona, la sabiduría y la victoria en las batallas; Afrodita/Venus, que exhibe su cuerpo desnudo, promete entregarle a Helena, la mujer más bella del mundo, esposa de Menelao, rey de Esparta. Paris, sentado sobre unas rocas, cubierta su cabeza con el gorro frigio y portando en la mano el pedum, deseoso de amor de Helena, ofrece la manzana a Venus, lo que irrita lógicamente a las otras diosas.
Paris abandona a su esposa y se embarca para Esparta, donde es recibido y agasajado por Menelao y Helena. Aprovechando un viaje del rey a Creta, Helena, enamorada de Paris por intervención de Venus, decide abandonar a Menelao y huir con él a Troya, donde celebran sus esponsales.
Para recuperar a Helena, Esparta declara la guerra a Troya, una guerra de héroes en la que, al final, muerto Paris y destruida Troya, Helena volverá a Esparta con Menelao.
Entre los personajes del mosaico llama especialmente la atención la figura de Venus, desnuda. Contemplándola, recordamos otro pasaje de La Iliada con el diálogo que mantienen entre sí dos de las diosas implicadas en el juicio, Juno y Venus, cada una de las cuales apoyaba lógicamente a un bando distinto.
Es un mosaico tardío, del siglo IV avanzado, y en él podemos ver algunos rasgos característicos que pasarán al arte cristiano, el cual por aquellas fechas empezaba a producir sus primeras obras en Hispania.
Frente al mosaico de Casariche, a un lado y otro de la puerta que nos introduce en la sala XV, fragmentos de otros dos mosaicos de gran interés, los dos procedentes de Itálica.
El de mayor tamaño ocupaba el centre de la llamada, precisamente por él, Casa de Hyllax, personaje mitológico, compañero de Hércules en la expedición de los Argonautas, al que también vemos representado.
Un grupo de héroes aqueos, entre los que se halla Hércules, es enviado a la Cólquide para conquistar el vellocino de oro, la piel del carnero dorado enviado por Mercurio que Frixo había sacrificado a Zeus. Los dirige Jasón. Se embarcan en la nave Argos, "la veloz", de cincuenta remos, construida bajo la dirección de la diosa Atenea, que había puesto en su proa un trozo del roble profético de Dodona, por lo que el mástil tenía la facultad de emitir oráculos.
Salen de Tesalia, tras levantar en la playa un altar en honor de Apolo y ofrecer en él los debidos sacrificios; cruzan el Mar Egeo, se introducen en el Ponto Euxino y llegan a la Cólquide, donde reina Aetes. Ayudados por Medea, hija del rey, que se enamora de Jasón con la intervención de Venus, se apoderan del vellocino, que custodiaba un temible dragón, al que consiguen dormir con las artes hechiceras de Medea. Y regresan con él a Grecia por un camino distinto, en el que sufrirán numerosas aventuras. Y, como en el caso de Teseo y Ariadna, Jasón abandonará a Medea, que se vengará matando a sus propios hijos.
La escena que se nos muestra en el mosaico está relacionada con el jóven Hyllax, el cual, durante la expedición, había bajado de la nave para buscar agua potable en una isla, en la que se pierde. Hércules baja a buscarle, hallándole en una fuente que brota en un ambiente selvático, en medio de frondosos árboles, rodeado de ninfas, que alargan hacia él sus manos, y que acabarán arrastrándolo a lo profundo de las aguas, ante la sorpresa de Hércules, que asiste impotente a la captura de su amigo. Cuando vuelva el barco, la nave ya habrá partido, siguiendo su ruta a la Cólquide. Hércules regresará a Grecia para continuar los trabajos que le había encargado Euristeo.
En el segundo mosaico, de menor tamaño, aparece una figura alada, quizá Mercurio de nuevo, como en el de Casariche. Su interés no radica, sin embargo, en la posible figura del dios sino en el nombre que aparece escrito junto a él: PERISSOTERVS, quizá el musivario que lo hizo, un griego que latiniza su nombre.
Al fondo de la sala, a un lado y otro por detrás del dios, adosadas también a las paredes, podemos ver una delicada figura femenina, de carácter funerario, vestida con túnica y manto, cuyas puntas recoge con ambas manos, y, frente a ella, la clave de un arco con la representación de una Victoria alada, cuya figura se adapta perfectamente a la de la forma arquitectónica.
Las vitrinas de esta sala están dedicadas una a las terracotas y otra a la pequeña escultura en mármol.
Las terracotas son una de las manifestaciones artísticas y religiosas más importantes del arte popular romano. Todas están siempre, por lo regular, realizadas a molde. Con ellas podemos hacer dos grandes grupos: por un lado, las de pequeño tamaño, con las representaciones más diversas, frecuentemente remedos de retratos, con damas tocadas con altos y complicados peinados: por otro, las que llamamos antefijas, destinadas a embellecer las cubiertas de algunos edificios públicos, sobre todo los templos, con representaciones de carácter religioso, tal como se muestra en el dibujo de la vitrina.
En un tercer grupo, sólo para él, vamos a poner un ejemplar muy especial recogido en la zona de las termas de Orippo (Dos Hermanas). Se trata de un disco de cerámica de color rojizo, en cuya cara anterior aparece representada, en ligero relieve, una figura, debemos pensar que del emperador, en pie, probablemente montado sobre un carro, como triunfador, portando en su mano una rama de palma. A su derecha, otra figura en indumentaria militar, agarra con la mano derecha otra palma, a la altura de la empuñadura de la espada, sujeta al cinto, y mantiene con la izquierda el escudo y la lanza, que reposa en el suelo. Entre una y otra figura, el nombre del alfarero, SABINI, bajo un tercer ramo de palma. Falta la mitad derecha del disco, pero podemos imaginarla con un nuevo personaje en disposición simétrica, a la manera como lo vemos en las monedas de oro de época de Constantino e incluso en el llamado "disco de Teodosio", de la Real Academia de la Historia.
La interpretación de este disco no resulta fácil, por su rareza. Se ha pensado que pudiera tratarse de un oscillum, piezas que se colgaban en algunos santuarios de los árboles sagrados, con un significado religioso, protector o propiciatorio, y en los que se representaban motivos muy variados, lo mismo divinidades que personajes desconocidos, juegos o escenas eróticas.
Volviendo a las antefijas, las más frecuentes entre nosotros suelen ser las palmetas, quizá todavía con su antiguo significado simbólico de representación del árbol de la vida. También las Gorgonas, animal apotropaico, protector del hombre, que veíamos en las salas de Prehistoria decorando el fondo de una copa griega, lo tenemos aquí y lo veremos más adelante e la coraza de los emperadores, a la manera que aparecía en el pecho de Atenea Minerva. Tenemos también una Victoria tocando la lira, cabezas de toros adornadas para el sacrificio, y una sencilla variante de la "señora de los animales", diosa anatólica de la fecundidad que suele aparecer entre parejas de felinos o cérvidos, pero que aquí no apoya sus manos, como suele ser habitual, en ellos, sino sobre dos elementos balustriformes. Y además carece de alas, que suele llevar aquélla. Podría ser también una Cibeles. Otra terracota de gran tamaño, incompleta, que se muestra en el centro de la vitrina, con una dama en pie, vestida con túnica y manto, ha sido interpretada en ocasiones como una "acrótera", el remate decorativo que se colocaba sobre la cúspide o los vértices laterales del frontón del templo, pero más bien creemos debe tratarse de un fragmento decorativo de una metopa, como denuncian las perforaciones que presenta, para sujetarla al muro de fondo.
En la segunda vitrina llama sobre todo la atención, por su calidad artística, la espléndida mano de Júpiter, quizá la de un emperador deificado, sujetando el haz de rayos, el fulmen, símbolo de su poder absoluto. Y, por la expresividad de que goza, el rostro de Pan, bicorne, fiel reflejo de su espíritu caprino, aventurero y malicioso.
Era hijo de Mercurio y de una ninfa sin nombre. A pesar de su aspecto, un tanto desagradable, Mercurio lo había presentado a la asamblea de los dioses, en la que al parecer agradó "a todos", su nombre.
Se decía, sin embargo, paradójicamente, que su espíritu, dios o demonio de la fecundidad, protegía al ganado y le ayudaba a multiplicarse, lo mismo que a la tierra, a la que fertilizaba. De ahí sus relaciones con Baco, dios de la Naturaleza, al que con frecuencia acompaña, y a quien tenemos aquí en el gran mosaico polícromo que ocupa el pavimento de la sala, considerado no tanto como dios del vino, sino como dios civilizador que divulga la práctica de la agricultura. Su busto, coronado de pámpanos u hojas de hiedra, en la mano el tirso, ocupa el recuadro central. A su alrededor, estrellas de rombos, nudos de Salomón, peltas y otras figuras geométricas. Pan había sido precisamente quien descubriera a Baco la belleza del cuerpo desnudo de Ariadna mientras dormía en la playa de Naxos.
A su lado contrasta la ingenua sonrisa de Atis, el dios abandonado de niño en el cañaveral de un río, como fueran Rómulo y Remo, los fundadores de Roma, y del que, pasado el tiempo, se enamorará perdidamente Cibeles, la Magna Mater, oponiéndose a su casamiento. Cubre su cabeza con un gorro, que delata su lugar de procedencia, Frigia, en el Asia Menor, el mismo que vestía Paris.
Los hermas eran una de las piezas más frecuentes y de más antigua tradición en la casa romana, pues tenían sus orígenes en la Grecia del s. VI a.C. Allí solían colocarse en lugares estratégicos de los caminos, sobre todo en los cruces, con señales indicadoras y con frases de carácter religioso, y habían llegado a ser incluso de objeto de culto en sí mismos.
En todos ellos suele ser típica su disposición frontal, colocados sobre un pilar con los ojos frecuentemente en hueco, para recibir piedras o mármoles de colores, y sus bustos sin brazos, cortados por detrás y en los laterales, adornados con tocados vegetales, de hojas de parra. Así se extenderán a partir de la época de Augusto por todo el occidente romano, en que podemos verlos no ya en los caminos, sino en las casas privadas, en la ciudad o en el campo, decorando algún ámbito exterior, la entrada a la casa, el jardín e incluso el huerto, ámbitos en los que era considerado como un elemento protector.
Representan a Hermes, Baco u otros dioses, sobre todo del círculo dionisíaco. En algunas ocasiones se les ha considerado como representación del pater familiae, adornándose los hermas-retratos con plantas y flores los días en que aquél celebraba alguna solemnidad, y ofreciéndoseles en tales ocasiones incluso sacrificios y ofrendas de aceite e incienso, a imitación de los cultos imperiales.
Su generalización no parece haberse producido antes de época flavia, y en Hispania hasta el siglo II, en época de Trajano y Adriano.
Una serie de pequeñas esculturas y relieves de mármol de diverso significado, probables cabecitas de Venus, Ceres y Cibeles, torsos de héroes, atletas y faunos, bustos femeninos y otros, completan el contenido de esta vitrina. Mención especial merece, por su rareza, el pequeño fragmento de oscillum con la representación de un delfín.
El dios, de una gran elegancia, parece descansar levemente sobre su pierna derecha, aparecida en Itálica en 1901, cien años después que el cuerpo, que había sido hallado en 1788. Se apoya en el el tronco de un árbol, al lado de la lira que construyera con el caparazón de la tortuga Canora, los cuernos de un antílope y las tripas del ganado robado a Apolo, por lo que éste habría de perseguirlo implacablemente para castigarlo. Le perdonará a cambio de que le entregue el caramillo, instrumento musical que había inventado, como la lira. El robo lo había llevado a cabo Mercurio el primer día de su vida, tras escapar de la cuna. Con razón es también protector de ladrones. Y, como dios de la elocuencia, de los mentirosos.
Está Mercurio colocado sobre un alto pedestal de le dedica Lucius Bruttius Firmus, flamen augustalis, sacerdote de Augusto. a otro flamen seguramente, L. Egnatius, corresponde la estela procedente de Orippo (Dos Hermanas) colocada sobre la pared.
Frente a Mercurio, otra de las mejores esculturas de Itálica, a pesar de las mutilaciones que sufre. Es Diana, la diosa romana de culto más extendido en Hispania. Tallada en mármol griego de Paros, ofrece un prodigioso tratamiento de los complicados ropajes que cubren su cuerpo, con la túnica ceñida a la cintura y el manto envuelto a su alrededor, con el carcaj a la espalda. Por las huellas de los dedos podemos saber que apoyaba su mano izquierda sobre la cadera.
Entre Mercurio y Diana, adosado al muro, el último gran mosaico figurado que ha ingresado en el Museo. Aparecido en una villa romana del término de Casariche, junto a una rica serie de mosaicos geométricos, se representa en él el conocido episodio del Juicio de Paris que dará lugar a la Guerra de Troya.
Paris era hijo de los reyes de Troya, Príamo y Hécuba. Cuando ésta se hallaba embarazada de él, soñó que paría una antorcha encendida, con la que se incendiaba la ciudad, por lo que el niño, al nacer, fue alejado de ella, abandonándosele en el monte Ida, donde le encontraron unos pastores, con los que se crió. A medida que crecía se iba distinguiendo, sin embargo, por su fuerza y su belleza, dándosele el nombre de Alejandro por su capacidad para proteger el ganado y defenderlo de los ladrones.
Habiéndole robado un toro uno de los hijos de Príamo, para ofrecerlo como premio en unos juegos que se celebraban en Troya, él mismo se presentó al certamen, venciendo a todos sus contrincantes, por lo que fue acogido por Príamo en su palacio.
Invitado a las bodas de Tetis y Peleo, surgió entre las diosas la disputa de cuál de ellas era la más bella. La había provocado otra diosa, Eris, dolida por no haber sido invitada, dejando rodar entre los asistentes una manzana de oro con la leyenda "para la más hermosa". Surge el enfrentamiento y Zeus, para no tener que pronunciarse, decide que Mercurio, al que vemos poco más que sumergido en el ángulo superior derecho del mosaico, las traslade al Monde Ida para que Paris juzgase allí a quien debía dársele la manzana.
Las diosas intentan ganar la voluntad del príncipe troyano ofreciéndole distintos dones: Hera/Juno, que lleva el cetro, le ofrece la riqueza y el poder; Atenea/Minerva, con casco y coraza adornada con la Gorgona, la sabiduría y la victoria en las batallas; Afrodita/Venus, que exhibe su cuerpo desnudo, promete entregarle a Helena, la mujer más bella del mundo, esposa de Menelao, rey de Esparta. Paris, sentado sobre unas rocas, cubierta su cabeza con el gorro frigio y portando en la mano el pedum, deseoso de amor de Helena, ofrece la manzana a Venus, lo que irrita lógicamente a las otras diosas.
Paris abandona a su esposa y se embarca para Esparta, donde es recibido y agasajado por Menelao y Helena. Aprovechando un viaje del rey a Creta, Helena, enamorada de Paris por intervención de Venus, decide abandonar a Menelao y huir con él a Troya, donde celebran sus esponsales.
Para recuperar a Helena, Esparta declara la guerra a Troya, una guerra de héroes en la que, al final, muerto Paris y destruida Troya, Helena volverá a Esparta con Menelao.
Entre los personajes del mosaico llama especialmente la atención la figura de Venus, desnuda. Contemplándola, recordamos otro pasaje de La Iliada con el diálogo que mantienen entre sí dos de las diosas implicadas en el juicio, Juno y Venus, cada una de las cuales apoyaba lógicamente a un bando distinto.
Es un mosaico tardío, del siglo IV avanzado, y en él podemos ver algunos rasgos característicos que pasarán al arte cristiano, el cual por aquellas fechas empezaba a producir sus primeras obras en Hispania.
Frente al mosaico de Casariche, a un lado y otro de la puerta que nos introduce en la sala XV, fragmentos de otros dos mosaicos de gran interés, los dos procedentes de Itálica.
El de mayor tamaño ocupaba el centre de la llamada, precisamente por él, Casa de Hyllax, personaje mitológico, compañero de Hércules en la expedición de los Argonautas, al que también vemos representado.
Un grupo de héroes aqueos, entre los que se halla Hércules, es enviado a la Cólquide para conquistar el vellocino de oro, la piel del carnero dorado enviado por Mercurio que Frixo había sacrificado a Zeus. Los dirige Jasón. Se embarcan en la nave Argos, "la veloz", de cincuenta remos, construida bajo la dirección de la diosa Atenea, que había puesto en su proa un trozo del roble profético de Dodona, por lo que el mástil tenía la facultad de emitir oráculos.
Salen de Tesalia, tras levantar en la playa un altar en honor de Apolo y ofrecer en él los debidos sacrificios; cruzan el Mar Egeo, se introducen en el Ponto Euxino y llegan a la Cólquide, donde reina Aetes. Ayudados por Medea, hija del rey, que se enamora de Jasón con la intervención de Venus, se apoderan del vellocino, que custodiaba un temible dragón, al que consiguen dormir con las artes hechiceras de Medea. Y regresan con él a Grecia por un camino distinto, en el que sufrirán numerosas aventuras. Y, como en el caso de Teseo y Ariadna, Jasón abandonará a Medea, que se vengará matando a sus propios hijos.
La escena que se nos muestra en el mosaico está relacionada con el jóven Hyllax, el cual, durante la expedición, había bajado de la nave para buscar agua potable en una isla, en la que se pierde. Hércules baja a buscarle, hallándole en una fuente que brota en un ambiente selvático, en medio de frondosos árboles, rodeado de ninfas, que alargan hacia él sus manos, y que acabarán arrastrándolo a lo profundo de las aguas, ante la sorpresa de Hércules, que asiste impotente a la captura de su amigo. Cuando vuelva el barco, la nave ya habrá partido, siguiendo su ruta a la Cólquide. Hércules regresará a Grecia para continuar los trabajos que le había encargado Euristeo.
En el segundo mosaico, de menor tamaño, aparece una figura alada, quizá Mercurio de nuevo, como en el de Casariche. Su interés no radica, sin embargo, en la posible figura del dios sino en el nombre que aparece escrito junto a él: PERISSOTERVS, quizá el musivario que lo hizo, un griego que latiniza su nombre.
Al fondo de la sala, a un lado y otro por detrás del dios, adosadas también a las paredes, podemos ver una delicada figura femenina, de carácter funerario, vestida con túnica y manto, cuyas puntas recoge con ambas manos, y, frente a ella, la clave de un arco con la representación de una Victoria alada, cuya figura se adapta perfectamente a la de la forma arquitectónica.
Las vitrinas de esta sala están dedicadas una a las terracotas y otra a la pequeña escultura en mármol.
Las terracotas son una de las manifestaciones artísticas y religiosas más importantes del arte popular romano. Todas están siempre, por lo regular, realizadas a molde. Con ellas podemos hacer dos grandes grupos: por un lado, las de pequeño tamaño, con las representaciones más diversas, frecuentemente remedos de retratos, con damas tocadas con altos y complicados peinados: por otro, las que llamamos antefijas, destinadas a embellecer las cubiertas de algunos edificios públicos, sobre todo los templos, con representaciones de carácter religioso, tal como se muestra en el dibujo de la vitrina.
En un tercer grupo, sólo para él, vamos a poner un ejemplar muy especial recogido en la zona de las termas de Orippo (Dos Hermanas). Se trata de un disco de cerámica de color rojizo, en cuya cara anterior aparece representada, en ligero relieve, una figura, debemos pensar que del emperador, en pie, probablemente montado sobre un carro, como triunfador, portando en su mano una rama de palma. A su derecha, otra figura en indumentaria militar, agarra con la mano derecha otra palma, a la altura de la empuñadura de la espada, sujeta al cinto, y mantiene con la izquierda el escudo y la lanza, que reposa en el suelo. Entre una y otra figura, el nombre del alfarero, SABINI, bajo un tercer ramo de palma. Falta la mitad derecha del disco, pero podemos imaginarla con un nuevo personaje en disposición simétrica, a la manera como lo vemos en las monedas de oro de época de Constantino e incluso en el llamado "disco de Teodosio", de la Real Academia de la Historia.
La interpretación de este disco no resulta fácil, por su rareza. Se ha pensado que pudiera tratarse de un oscillum, piezas que se colgaban en algunos santuarios de los árboles sagrados, con un significado religioso, protector o propiciatorio, y en los que se representaban motivos muy variados, lo mismo divinidades que personajes desconocidos, juegos o escenas eróticas.
Volviendo a las antefijas, las más frecuentes entre nosotros suelen ser las palmetas, quizá todavía con su antiguo significado simbólico de representación del árbol de la vida. También las Gorgonas, animal apotropaico, protector del hombre, que veíamos en las salas de Prehistoria decorando el fondo de una copa griega, lo tenemos aquí y lo veremos más adelante e la coraza de los emperadores, a la manera que aparecía en el pecho de Atenea Minerva. Tenemos también una Victoria tocando la lira, cabezas de toros adornadas para el sacrificio, y una sencilla variante de la "señora de los animales", diosa anatólica de la fecundidad que suele aparecer entre parejas de felinos o cérvidos, pero que aquí no apoya sus manos, como suele ser habitual, en ellos, sino sobre dos elementos balustriformes. Y además carece de alas, que suele llevar aquélla. Podría ser también una Cibeles. Otra terracota de gran tamaño, incompleta, que se muestra en el centro de la vitrina, con una dama en pie, vestida con túnica y manto, ha sido interpretada en ocasiones como una "acrótera", el remate decorativo que se colocaba sobre la cúspide o los vértices laterales del frontón del templo, pero más bien creemos debe tratarse de un fragmento decorativo de una metopa, como denuncian las perforaciones que presenta, para sujetarla al muro de fondo.
En la segunda vitrina llama sobre todo la atención, por su calidad artística, la espléndida mano de Júpiter, quizá la de un emperador deificado, sujetando el haz de rayos, el fulmen, símbolo de su poder absoluto. Y, por la expresividad de que goza, el rostro de Pan, bicorne, fiel reflejo de su espíritu caprino, aventurero y malicioso.
Era hijo de Mercurio y de una ninfa sin nombre. A pesar de su aspecto, un tanto desagradable, Mercurio lo había presentado a la asamblea de los dioses, en la que al parecer agradó "a todos", su nombre.
Se decía, sin embargo, paradójicamente, que su espíritu, dios o demonio de la fecundidad, protegía al ganado y le ayudaba a multiplicarse, lo mismo que a la tierra, a la que fertilizaba. De ahí sus relaciones con Baco, dios de la Naturaleza, al que con frecuencia acompaña, y a quien tenemos aquí en el gran mosaico polícromo que ocupa el pavimento de la sala, considerado no tanto como dios del vino, sino como dios civilizador que divulga la práctica de la agricultura. Su busto, coronado de pámpanos u hojas de hiedra, en la mano el tirso, ocupa el recuadro central. A su alrededor, estrellas de rombos, nudos de Salomón, peltas y otras figuras geométricas. Pan había sido precisamente quien descubriera a Baco la belleza del cuerpo desnudo de Ariadna mientras dormía en la playa de Naxos.
A su lado contrasta la ingenua sonrisa de Atis, el dios abandonado de niño en el cañaveral de un río, como fueran Rómulo y Remo, los fundadores de Roma, y del que, pasado el tiempo, se enamorará perdidamente Cibeles, la Magna Mater, oponiéndose a su casamiento. Cubre su cabeza con un gorro, que delata su lugar de procedencia, Frigia, en el Asia Menor, el mismo que vestía Paris.
Los hermas eran una de las piezas más frecuentes y de más antigua tradición en la casa romana, pues tenían sus orígenes en la Grecia del s. VI a.C. Allí solían colocarse en lugares estratégicos de los caminos, sobre todo en los cruces, con señales indicadoras y con frases de carácter religioso, y habían llegado a ser incluso de objeto de culto en sí mismos.
En todos ellos suele ser típica su disposición frontal, colocados sobre un pilar con los ojos frecuentemente en hueco, para recibir piedras o mármoles de colores, y sus bustos sin brazos, cortados por detrás y en los laterales, adornados con tocados vegetales, de hojas de parra. Así se extenderán a partir de la época de Augusto por todo el occidente romano, en que podemos verlos no ya en los caminos, sino en las casas privadas, en la ciudad o en el campo, decorando algún ámbito exterior, la entrada a la casa, el jardín e incluso el huerto, ámbitos en los que era considerado como un elemento protector.
Representan a Hermes, Baco u otros dioses, sobre todo del círculo dionisíaco. En algunas ocasiones se les ha considerado como representación del pater familiae, adornándose los hermas-retratos con plantas y flores los días en que aquél celebraba alguna solemnidad, y ofreciéndoseles en tales ocasiones incluso sacrificios y ofrendas de aceite e incienso, a imitación de los cultos imperiales.
Su generalización no parece haberse producido antes de época flavia, y en Hispania hasta el siglo II, en época de Trajano y Adriano.
Una serie de pequeñas esculturas y relieves de mármol de diverso significado, probables cabecitas de Venus, Ceres y Cibeles, torsos de héroes, atletas y faunos, bustos femeninos y otros, completan el contenido de esta vitrina. Mención especial merece, por su rareza, el pequeño fragmento de oscillum con la representación de un delfín.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
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