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viernes, 22 de marzo de 2019

2560. SEVILLA** (CMLXVI), capital: 23 de febrero de 2018.

6933. SEVILLA, capital. Portada del Mon. de Sta. Inés.
6934. SEVILLA, capital. Compás del Mon. de Sta. Inés desde la puerta de acceso al mismo.
6935. SEVILLA, capital. Acceso al compás del Mon. de Sta. Inés desde el interior del mismo.
6936. SEVILLA, capital. Pinturas murales sobre el torno del Mon. de Sta. Inés.
6937. SEVILLA, capital. Vista de la portada de la igl. del Mon. de Sta. Inés desde una arquería del compás del mismo.
6938. SEVILLA, capital. Portada de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6939. SEVILLA, capital. Interior de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6940. SEVILLA, capital. Bóvedas de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6941. SEVILLA, capital. Nave lateral de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6942. SEVILLA, capital. El retablo mayor de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6943. SEVILLA, capital. Sta. Inés, en el retablo mayor de la igl. del Mon. homónimo.
6944. SEVILLA, capital. San Juan Evangelista, en el retablo mayor de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6945. SEVILLA, capital. San Juan Evangelista, en el retablo mayor de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6946. SEVILLA, capital. San Antonio de Padua, en el retablo mayor de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6947. SEVILLA, capital. San Pascual Bailón, en el retablo mayor de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6948. SEVILLA, capital. Retablo de la Inmaculada en el pilar del 2º tramo de la nave central de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6949. SEVILLA, capital. Retablo de Sta. Clara en el pilar del 2º tramo de la nave central de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6950. SEVILLA, capital. Retablo de San Expédito en la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6951. SEVILLA, capital. Retablo de San Francisco de Asís con Ecce-Homo en el banco, en la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6952. SEVILLA, capital. Retablo de la Virgen del Rosario, en la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6953. SEVILLA, capital. Retablo de San Blas, en la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6954. SEVILLA, capital. San Blas en su retablo de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6955. SEVILLA, capital. Retablo de "acarreo" en la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6956. SEVILLA, capital. Reja del coro de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6957. SEVILLA, capital. Órgano que inspiró la leyenda de Bécquer, "Maese Pérez el organista", en el coro bajo del Mon. de Sta. Inés.
6958. SEVILLA, capital. Puertas pintadas en el coro bajo del Mon. de Sta. Inés.
6959. SEVILLA, capital. Sillería del coro bajo del Mon. de Sta. Inés.
6960. SEVILLA, capital. San Juanito, en el coro bajo del Mon. de Sta. Inés.
6961. SEVILLA, capital. Nacimiento, en el coro bajo del Mon. de Sta. Inés.
6962. SEVILLA, capital. Urna de las Once Mil Vírgenes en el presbiterio de la igl. del Mon. de Sta. Inés.
6963. SEVILLA, capital. Vista del claustro principal o del Herbolario del Mon. de Sta. Inés.
6964. SEVILLA, capital. Espadaña asomando al claustro principal o del Herbolario del Mon. de Sta. Inés.
6965. SEVILLA, capital. Vista de la Sala de Profundis del Mon. de Sta. Inés.
6966. SEVILLA, capital. Cúpula de la Sala de Profundis del Mon. de Sta. Inés.
6967. SEVILLA, capital. Arco de acceso a la Sala de Profundis del Mon. de Sta. Inés.
SEVILLA** (CMLXVI), capital de la provincia y de la comunidad: 23 de febrero de 2018.
Monasterio de Santa Inés
Franciscanas clarisas
calle Doña María Coronel
   Aunque existió una santa Inés en época medieval, hermana de santa Clara de Asís y monja franciscana, el convento de la calle María Coronel se dedica a la mártir cristiana (291-304) patrona de los adolescentes cuyo martirio narran las actas escritas en el siglo V. Inés era una joven de familia romana que rechazó al hijo del prefecto romano que, en tiempos de la persecución de Diocleciano, la denunció a su padre por ser cristiana. Cuenta la leyenda que fue condenada a vivir en un prostíbulo, donde milagrosamente permaneció virgen, y aunque fue expuesta desnuda, los cabellos le crecían y tapaban su cuerpo. Posteriormente fue decapitada, conservándose en Roma una basílica sobre el lugar de su martirio. Debido a la raiz de su nombre (Agnus, "cordero" en latín), el 21 de enero, día de su fiesta, se bendecían los corderos con cuya lana se tejerían los palios de los arzobispos, quedando el cordero como el símbolo iconográfico de la santa. Así aparece en la hornacina de la puerta de entrada al compás, imagen que hoy es una copia en barro cocido de la excelente pieza original de Pedro Millán realizada en madera policromada a mediados del siglo XV y que hoy se conserva en el interior del convento. El acceso al compás permite intuir el torno al fondo, entre restos de pinturas murales y, en un lateral, tras una puerta manierista con el cordero alusivo a la santa, el acceso a unas de las iglesias más cargadas de historia y de literatura de la ciudad. Fue Bécquer el que la ambientaba en estos términos: "La iglesia estaba iluminada con una profusión asombrosa. El torrente de luz que se desprendía de los altares para llenar sus ámbitos chispeaba en los ricos joyeles de las damas que, arrodillándose sobre los cojines de terciopelo que tendían los pajes y tomando el libro de oraciones de manos de sus dueñas, vinieron a formar un brillante círculo alrededor de la verja del presbiterio". Misa del Gallo en Santa Inés, una hermosa iglesia conventual cargada además con la leyenda de Maese Pérez, la dramática historia de María Coronel y los aromas a bollitos y pestiños del torno que se abre al compás del convento. Un lugar con leyenda y con historia. Fue fundado por doña María Coronel, viuda de Juan de la Cerda, muerto por orden del rey Pedro I, Cruel o Justiciero, que hay sus opiniones, durante su reinado (1350-69). Tras la muerte de su marido, y para huir del acoso del monarca, María Coronel se refugió en la desaparecida ermita de San Blas, en la zona de la calle Feria, profesando posteriormente como monja del convento de Santa Clara donde se desfiguró el rostro con aceite hirviendo para que el monarca desistiera de su empeño. Antes se había producido un suceso milagroso, al esconderse del rey en un hueco del jardín de Santa Clara en el que floreció rápidamente la vegetación que le permitió estar oculta frente a su perseguidor. Tras la muerte del rey don Pedro en 1369, y la llegada al trono de Enrique de Trastamara, la familia Fernández Coronel recuperó sus posesiones y doña María consiguió su propósito de fundar un convento de la orden de Santa Clara en unos terrenos pertenecientes a la familia de la noble sevillana. Corría el año 1374. La licencia para la nueva fundación llegaría el 2 de diciembre, de manos del arzobispo sevillano Fernando de Albornoz. Las obras comenzaron con diligencia y a los terrenos de los Fernández Coronel se uniría un terreno donado por el cabildo sevillano en la llamada calleja de los Zapateros y una una donación de don Juan Rodríguez Tello en la que se edificaría la iglesia. Sería la bula pontificia de Gregorio XI la que, en octubre del año siguiente, autorizaría definitivamente la nueva fundación. Allí descansaría de su ajetreada vida y allí se conservaría su rostro quemado y su cuerpo incorrupto, visible cada año en la apertura de su urna el día 2 de diciembre.
   Las primeras obras del conjunto quedaron terminadas en 1376, quedando constituida la comunidad por un total de cuarenta monjas que procedían de otros conventos franciscanos, el de Santa Clara de Sevilla y el de Moguer. En años siguientes fue contando con el patrocinio y las donaciones de diversas casas nobiliarias, destacando los privilegios que concedieron los Reyes Católicos a la comunidad ya a finales del siglo XV. El prestigio que alcanzó el convento lo convirtió en uno de los más demandados por las damas de la nobleza sevillana, en unos tiempos en los que la profesión den un convento podía suponer una de las pocas formas de realización personal para las mujeres en una época de clara marginación social. Tan grande llegó a ser el número de peticiones para la profesión que en 1608 la comunidad llegó a estar formada por ochenta monjas. Su pujanza económica le permitió sobrevivir a la crisis del XVIII, no siendo un edificio ocupado durante la invasión francesa. Al mantener un número notable de monjas no sufrió la expropiación en los procesos desamortizadores del siglo XIX, por lo que la extensión del conjunto conventual en pleno centro de la ciudad sigue siendo espectacular. Ya en el siglo XX, la general caída de vocaciones y el costoso mantenimiento de tan amplia edificación, motivó la venta de un sector adosado a la parroquia de San Pedro, lugar donde hoy se sitúa un aparcamiento público. Todavía en la década de 1990 llegaría a un acuerdo con la Junta de Andalucía por el que cedería algunas galerías del edificio como sala expositiva, función que se mantiene en la actualidad. La llegada de nuevas vocaciones provenientes de lugares tan dispares como México o Kenia, mantienen en pie la devoción y vida comunitaria de estas hijas de Santa Clara.
   La iglesia actual, precedida por el compás abierto hacia la calle con el nombre de la fundadora, se levanta hacia el año 1400, aunque presenta importantes modificaciones realizadas en el primer tercio del siglo XVII. Su acceso principal, abierto hacia el compás del convento, es de un sencillo esquema adintelado, con frontón recto y partido, ático con el relieve de un cordero (alusión al nombre latino de Santa Inés) y pináculos de forma piramidal. Es obra manierista de los primeros años del siglo XVII, que ha recuperado en la última restauración parte de su policromía en tonos albero y almagra. Traspasado su umbral, la iglesia nos muestra sus planta rectangular, con tres naves separadas por pilares cruciformes, con presbiterio rectangular y enrejado coro a los pies, siendo un caso singular entre los conventos sevillanos, dominados por las plantas de nave única o naves de cajón. Las bóvedas son ojivales, de cantería, teniendo las laterales un espinazo en su parte central, un lenguaje gótico que por su temprana cronología no presenta elementos mudéjares tan habituales en otros conventos sevillanos. Hacia 1630 la intervención de Francisco de Herrera barroquizó levemente la estructura gótica, al añadir un monumental escudo de la Orden, diversas pinturas al fresco y yeserías con motivos de querubines y de ángeles atlantes.
   El barroco retablo mayor fue realizado entre 1719-1748 por José Fernando y Francisco José de Medinilla, renovadores de otros retablos conventuales de la ciudad como el de Santa Paula. Presenta la particularidad de su adaptación a la cabecera poligonal del templo por lo que presenta planta ochavada. La imagen titular de Santa Inés, con el atributo iconográfico del cordero en la mano, fue realizado por Francisco de Ocampo entre 1628-1630, periodo en el que se realizó el anterior retablo mayor, estando flanqueada por estípites que se cortan en su tramo medio por ángeles que actúan a modo de atlantes. También del retablo primitivo son las otras esculturas: San Juan Bautista portando el lábaro, San Juan Evangelista bendiciendo el cáliz con cuyo venero intentó ser martirizado y el franciscano San Antonio de Padua, obras todas de Juan Remesal, con la misma cronología. Realizó también Ocampo un Crucificado que se conserva hoy en la clausura, la Asunción, cuatro niños y cuatro serafines. La talla de San Pascual Bailón, el franciscano que llegó a abrir los ojos en el momento de la consagración de su funeral, es obra posterior. Todo el conjunto se estructura mediante abigarrados estípites como elemento de soporte, hojarascas y recargada decoración vegetal, en un retablo que se corona con un ático con hornacina central flanqueada por niños tenantes y por figuras que portan originales palmas y otras especies vegetales que se adapta a la tripartición que impone la cabecera poligonal de la iglesia. Del estilo de Remesal también son las dos imágenes de la Inmaculada y de Santa Clara, la fundadora de la Orden, que se sitúan en los dos pilares del segundo tramo de la nave central. Probablemente también fueron tallas originales del primitivo retablo de 1630 sustituido en el siglo XVIII.
   En la nave izquierda, en un retablo sin interés del siglo XIX, se sitúa la imagen de un peculiar santo, San Expédito, el santo más rápido del santoral, el legionario romano de principios del siglo IV que fue martirizado tal como nos indica la palma que aguanta con la mano izquierda. Aunque se conocen pocos datos suyos, se supone que el martirio lo sufrió en la ciudad de Melitene, situada en la República de Armenia, zona conocida por entonces como la Capadocia. El motivo fue por no querer rendir culto a los dioses paganos y por ser cristiano. Porta una pequeña cruz con la inscripción hodie (hoy) frente al pisoteado cuervo que grita cras, cras (mañana). Ya se sabe, el santo que no deja las cosas para otro día ... En la cabecera de la misma nave está un retablo de los llamado de acarreo, con elementos de diversa procedencia, tanto del siglo XIX con elementos del XVII (ángeles del remate). El Ecce Homo del banco es del siglo XVIII. Preside el conjunto una imagen de San Francisco de Asís, el fundador de la orden masculina, obra de Juan Remesal también procedente del antiguo retablo mayor.
   En la cabecera del muro derecho destaca el interesante retablo de la Virgen del Rosario (talla del siglo XVIII) rodeada de unas pinturas flamencas del primer tercio del siglo XVI, con discrepancias en su atribución a algún autor concreto. Representan diferentes santos y escenas de la vida de la Virgen. Se pueden identificar las que representan la Adoración de los Reyes, la Virgen y San Juan, la coronación de la Virgen, la Anunciación, San Joaquín y Santa Ana, Pentecostés, la Adoración de los Pastores, la Ascensión del Señor, San Gregorio, San Pedro, la muerte del Bautista y San Sebastián. A continuación, en un retablo sin interés del siglo XIX, está colocada la talla de San Blas notable obra de Juan de Mesa (1617), a pesar de su poco acertada policromía posterior. Vestido de obispo, con el signo de su martirio en el cuello, San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus, siendo conocido por sus curaciones milagrosas como la de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado. Este es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta y su protección contra los males de garganta con los populares cordones de San Blas, tan difundidos en numerosos pueblos. San Blas fu martirizado en una época de persecuciones, siendo decapitado en torno al año 316. Como protector de las enfermedades de garganta tiene gran devoción en el convento, que reparte los típicos cordones del santo en su festividad (3 de febrero). Un último altar en este muro presenta piezas de acarreo: pinturas del siglo XVI y tallas del siglo XVIII.
   A los pies de la iglesia, sobre la reja del coro se sitúa un retrato de María Coronel realizado por el pintor sevillano Joaquín Domínguez Bécquer en 1856. Desde esa reja se puede contemplar, en el coro bajo, el órgano de Maese Pérez, protagonista de la famosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer. Es una pieza que fue realizada entre el final del siglo XVII y el principio del XVIII, estando colocado frente a la urna que guarda los restos incorruptos de la fundadora. Su decoración de flores, tarjas, rocallas y guirnaldas doradas tienen un aire chinesco propio del último tercio del siglo XVIII. La tumba de María Coronel suele estar oculta por unas puertas decoradas en 1770 con grupos de ángeles, guirnaldas, rocallas y temas heráldicos, mostrándose el día 2 de diciembre su cuerpo incorrupto, revestida con el hábito franciscano, una estampa que se convierte en una auténtica vanitas barroca que llama a la reflexión sobre la fugacidad de la vida y de las glorias mundanas. A sus pies se sitúa una inscripción que indica: "aquí yace la Serenísima señora doña María Fernández Coronel, fundo este Real convento año 1375 y murió siendo abadesa el de 1411". Su urna fue un regalo de una dama que recibió una intercesión milagrosa de la fundadora del convento. Los restos incorruptos de la santa aparecieron en el siglo XVI durante la realización de unas obras en la estancia, donde también consta que fue enterrada "en olor de santidad" una de las primeras monjas del convento proveniente de la comunidad de Moguer. En un pequeño relicario, junto a la urna, se muestra un dedo de la fundadora que fue separado de su cuerpo tras su muerte y que fue conservado durante años en el desaparecido convento de Santa Clara. El coro bajo es una prolongación de la nave central de la iglesia. Forma una amplia estancia rectangular cubierta por bóvedas de crucería. Su sillería es una notable obra renacentista de mediados del siglo XVI en cuyos delicados respaldos se sitúan motivos de grutescos propios de los libros de grabados de la época. En diferentes repisas y hornacinas de sus muros se sitúan varias tallas barrocas como los de un Niño Jesús, San Juanito, la Inmaculada y el Ecce Homo. Al centro se sitúa el fascistol barroco, el mueble litúrgico destinado a la colocación de los libros corales. De gran interés es un Nacimiento con piezas de tamaño natural que se aloja en una vitrina lateral, conjunto fechable hacia 1700 y que sigue modelos parecidos a los del convento de Santa María de Jesús o al de Santa Clara.
   Una última reliquia guarda la iglesia. En una dorada urna en la zona del presbiterio se hace alusión a los restos de una de las once mil vírgenes que acompañaron a Santa Úrsula en su martirio, una deformada historia transformada en leyenda que llegó hasta el monasterio de Santa Inés. Según una leyenda muy extendida en la Edad Media, una joven llamada Úrsula u Orsola ("pequeña osa" en latín) se convirtió al cristianismo prometiendo guardar su virginidad. Como fue pretendida por un príncipe bretón de nombre Ereo decidió realizar una peregrinación a Roma y así lograr la consagración de sus votos. En Roma, fue recibida por el papa Ciriaco que la bendijo y consagró sus votos de virginidad perpetua para dedicarse a la predicación. Al regresar a Britania, fue sorprendida en Colonia por el ataque de los hunos, en 451. Atila, rey de este pueblo, se enamoró de ella pero la joven se resistió y, junto a otras doncellas que se negaron a entregarse a sus deseos, fue martirizada. En el lugar del martirio se erigió una basílica dedicada a las "once mil vírgenes", entre ellas Úrsula. En la inscripción de dedicación de este edificio se nombra a las otras, llamándose una de ellas Undecimilla ("la pequeña undécima" en latín), de donde parece derivarse la idea errónea del espectacular número de acompañantes de Úrsula. Una iglesia en la que el ama de Maese Pérez, el organista de la leyenda de Bécquer, no puede quejarse de soledad.
   Ave María Purísima. Tras el saludo de la anónima monja que nos escucha al otro lado del torno se pueden adquirir algunos de los dulces que elaboran las monjas franciscanas. Un torno en el que se pueden contemplar los restos de algunas pinturas murales entre las que se puede identificar a la Inmaculada o una representación de Santa Clara con el ostensorio. También un lugar en el que se marca el calendario de la ciudad cuando se anuncia que ya están disponibles determinados dulces. La lista es amplia, tortas de polvorón, tortas almendradas, cortadillos, pastas de Santa Inés, tortas de aceite, tortas de chocolate, empanadillas de batata ... Aunque algunos son recetas de notable antigüedad, no se convirtieron en modo de vida de las monjas hasta 1970.. Los dulces más conocidos son los llamados bollitos de Santa Inés, cuya elaboración se describía en una receta de comienzos del siglo XX recuperada por María Luisa Fraga: "Para una hogaza de masa, que ha de estar muy bien sobada, se le echan dos parrillas de aceite, y si está la masa muy linda, se le añade un buen puñado de harina de Castilla y bien sobada cuando se van a hacer, se tiene una libra de azúcar preparada y se coge la mitad de la masa y otra mitad de azúcar y se mezcla muy bien, y se tiene una taza con aceite crudo y con él se unta la tortera, y se mojan dos dedos y se unta la mano izquierda para hacer los bollitos, y hay que mojarlos a cada instante, y si se ponen las manos muy embadurnadas con la masa, hay que enjuagarse para poder seguir, y una vez hecha media cantidad, se hace lo mismo con la segunda, y cuando está puesta en la tortera se le echa ajonjolí por encima". No suelen hacerse en verano, siendo también estacionales los pestiños, que se realizan desde Cuaresma.
   El recinto que conforma la clausura abarca una gran extensión de terreno apenas perceptible desde el exterior, distinguiéndose diversos patios y estancias de las que excluiremos las naves dedicadas a sala de exposiciones temporales de la Junta de Andalucía. El gran patio o claustro principal es conocido con el nombre de El Herbolario, una notable estancia renacentista en la que perviven algunos elementos góticos y mudéjares. Tiene planta trapezoidal y dos cuerpos en sus cuatro fuentes Los arcos de la planta baja son peraltados y se apoyan en columnas de mármol mientras que los arcos de la planta superior son escarzanos y se encuadran por un alfiz de reminiscencias medievales, descansando en columnas de mármol sobre pedestales entre los cuales se sitúa una balaustrada renacentista. En la planta baja también aparece esta balaustrada, siendo curioso el hueco central de uno de sus flancos en el que se abre una portada de mármol con remate curvo. En este cuerpo también aparecen pilastras de yesería, un material de recuerdo mudejárico, con decoración de grutescos y tondos con cabezas de diversos personajes, motivos éstos de carácter claramente renacentista. Todos los muros de la galería inferior se recubren con zócalos de azulejos del tipo cuenca, con relieve, piezas del siglo XVI que constituyen uno de los mejores y más variados muestrarios de azulejería de este tipo existente en la ciudad. Al igual que muchas zonas del claustro, muchas de sus piezas necesitan una urgente restauración que conserve una estancia en la que se mantiene incluso un excelente suelo original de barro cocido con alambrillas. Como suele ser habitual en estos claustros, presenta altares a modo de capillas abiertas en tres de sus esquinas. Uno presenta un deteriorado lienzo y otro una imagen del Niño Jesús. De gran interés es el que representa el tema de la Piedad, una abigarrada composición escultórica del siglo XVIII en la que se mezclan numerosas figuras en torno a la Virgen y Cristo muerto, con numerosos ángeles, alegorías de la muerte o del infierno, en un conjunto realizado en madera y telas encoladas recientemente restaurado. En un ángulo del claustro destaca también una copia de la Virgen de la Antigua, una de las grandes devociones de la Sevilla de la Edad Moderna. Dos importantes estancias son accesibles desde este claustro. El refectorio es un espacio rectangular presidido por una pintura de la Sagrada Cena, tema habitual en la estancia donde comen las monjas en comunidad, obra del siglo XVI muy repintada que sigue el conocido modelo de Leonardo Da Vinci. Un zócalo de azulejos cubre las paredes, en el mismo estilo que los del patio principal, destacando las yeserías mudéjares de la puerta de entrada, el púlpito de forja para la lectura de textos religiosos durante las comidas y diversos cuadros de temas murillescos dispersos en los muros.
   La sala de profundis es uno de los recintos más interesantes de las clausuras sevillanas. Destinado a cementerio de las monjas, es un espacio de planta cuadrada cubierto por una bóveda sostenida por trompas en sus cuatro ángulos, típica disposición de las llamas capillas qubba, de tradición islámica y que tanta influencia tuvieron en las capillas laterales de las iglesias mudéjares sevillanas. La entrada a la sala está recubierta con yeserías mudéjares que siguen el mismo modelo que las conservadas en la puerta del Perdón de la Catedral, lo cual insiste en la procedencia almohade de este tipo de decoración. Quizás se puede explicar esta decoración en el posible reaprovechamiento de una edificación anterior a la edificación del convento, a partir de las casas aportadas por María Coronel. Se accede a la sala por una puerta decorada con escudos y una representación de los estigmas de San Francisco y de Santa Clara. Preside la estancia una notable talla, un Crucificado tradicionalmente confundido con el realizado por Ocampo para el retablo mayor hacia 1630, hoy conservado en uno de los muros del coro bajo. Se sitúa sobre un dosel pictórico figurado sostenido por ángeles con cartelas e incensarios, obra atribuible al pintor sevillano del siglo XVIII Domingo Martínez, habitual decorador de los conventos sevillanos. En su parte inferior, los muros de la sala presentan un zócalo de azulejos de cuenca del siglo XVI, similar al del claustro, estando decorada la parte superior de los muros con pinturas heráldicas realizadas por Francisco de Herrera hacia 1630. Diversas vitrinas y hornacinas decoran la sala, con escenas minuciosas representadas a los pies del Crucificado, destacando la imagen del Ecce Homo que según la tradición llegó a sudar sangre en mayo de 1685 y que puede relacionarse estilísticamente con el Cristo de la Salud y Buen Viaje, titular de la hermandad sevillana de San Esteban.
   El acceso a la planta principal del claustro se realiza por una escalera situada en uno de sus lados. En este piso se conserva, aunque muy repintado, uno de los conjuntos pictóricos murales más importantes y desconocidos de la ciudad. Al hecho de conservarse íntegro hay que añadir su antigüedad, ya que se puede datar en la primera mitad del siglo XVI, sirviendo además de modelo para imaginar la decoración pictórica de otros conventos sevillanos, desgraciadamente desaparecidos o recubiertos por capas de cal en la actualidad. Se estructura mediante escenas enmarcadas en estructuras clásicas, siguiendo modelos del Renacimiento italiano y probablemente inspirados en los grandes ciclos histórico-legendarios, adaptados a la iconografía cristiana. Grutescos, guirnaldas, candelieris, balaustres ... van enmarcando escenas y representaciones de personajes aislados, que crean un rico y complejo ritmo pictórico. El ciclo ha sufrido las inclemencias de su situación al contacto con el aire libre, además de las desafortunadas intervenciones restauradoras posteriores, como la llevada a cabo por la Sor María de la Salud en 1853. El ciclo pictórico se inicia con el tema de la Creación de Adán en uno de los ángulos del claustro y termina con la alegoría de la Inmaculada Concepción. El ciclo de santos que se van alternando con las escenas comienza con Santa Rita y termina con San Edmigio. Todas las escenas representadas corresponden al Antiguo Testamento, salvo una que se dedica a la fundadora del convento, doña María Coronel. El conjunto conserva todavía treinta escenas y sesenta y seis figuras de santos que las enmarcan siendo también de notable interés los grutescos y elementos decorativos que se alternan con las escenas figurativas. El origen clásico de las composiciones se basa en modelos italianos llegados a Sevilla a través de los libros de grabados de la época.
   Destaca en la clausura otro patio intermedio, de planta rectangular, con doble galería porticada en tres de sus frentes, presentando el otro lado un piso superior tabicado con un muro en el que se abren varios balcones. La zona porticada se estructura mediante columnas renacentistas de mármol que vuelven a soportar arcos de medio punto peraltados y enmarcados por un alfiz cuadrado. Destacan en este patio los marcos de yesería de alguno de los vano, variados en su origen ya que se pueden diferenciar algunos renacentistas con decoración de grutescos y otros ya cercanos al Barroco, posiblemente relacionables con las intervenciones de Francisco de Herrera en 1630. También conserva este patio interesantes restos de pinturas murales en su piso superior, decoración que ocupa algunos muros y el intradós de algunos arcos. Las muestras conservadas imitan un artesonado y una especie de remate de un desaparecido zócalo, habiendo sido relacionadas por algunos autores con la galería de personajes conservada en la Casa de Pilatos, obra fechada en 1539. A esta relación no sería ajena la participación de los Enríquez de Ribera, moradores del citado palacio, como protectores del convento en el siglo XVI.
   Al piso bajo de este patio se abre la llamada sala de ordenación, estancia cuadrada rodeada por un banco corrido que vuelve a estar decorado con azulejos de tipo cuenca del siglo XVI y que sirve de transición entre los claustros. Su nombre parece aludir a otros tiempos en los que la comunidad era muy numerosa, siendo la estancia en la que se procedía a ordenar cortejos en actos comunitarios. Preside la habitación un retablo de pinturas realizado por Domingo Martínez en el siglo XVIII y relacionable con otras piezas similares del autor como las del refectorio del monasterio de San Clemente. Representa a la Sagrada Familia a cuyos pies se sitúa un angelito con una cartela y la inscripción en latín "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". Enmarcan a la escena central, a modo de cuerpos de un retablo, las figuras de los arcángeles San Miguel, San Gabriel, San Rafael y el Ángel de la Guarda custodiando a un niño. Se corona con los escudos de la Orden Franciscana y de la Orden Dominica, coronando la estructura una representación de la paloma del Espíritu Santo. Es una de las obras más representativas de su autor, con evidentes influencias murillescas en pleno siglo XVIII, siendo poco conocida por su ubicación en la clausura conventual. Otras piezas se distribuyen por la estancia como una imagen de Santa Clara, un San Francisco de Asís, la Asunción o un Crucificado. Sin duda la de más importancia es una excelente imagen de Santa Inés que ocupó primitivamente la puerta de acceso al convento, estando hoy sustituida por una copia. Es una excelente escultura modelada en madera policromada, atribuida a Pedro Millán hacia el año 1500, siendo de gran calidad el tratamiento de sus cabellos y de su vestido, en una obra que permite ejemplificar las formas de la escultura tardogótica sevillana en el momento de la llegada del primer Renacimiento.
   En el patrimonio artístico del convento destaca la excelente colección de orfebrería que conserva piezas desde el siglo XVI a la actualidad. Destaca el arca eucarística que se emplea en el monumento del Jueves Santo, día en el que es ineludible una visita a la iglesia del convento. De estilo manierista, está realizada en ébano y plata, presentando cuatro hermes, uno en cada ángulo de la peana. Es una pieza del último cuarto del siglo XVI, donación de doña Catalina Enríquez de Ribera a la comunidad. Ha sido enriquecida con otros elementos en siglos posteriores, como la cruz de filigranas con rosa de diamantes central de punzón cordobés que se sitúa en el remate.
   Si es obligada la visita al monasterio en el Triduo de Semana Santa, también lo es en festividades como la de San Blas en febrero, por la intercesión en la cura de las enfermedades relacionadas con la garganta o la apertura del féretro de María Coronel el día 2 de diciembre de cada año. Pero si hay una misa tradicional en Sevilla es la misa del Gallo en Santa Inés, en la noche de Navidad seguirá sonando el órgano que motivó la leyenda de Bécquer, aquella en la que volvía el alma de Maese Pérez para evitar que manos impostoras lo usurparan. Dicen que todos los años se puede volver a repetir el mismo prodigio ...
Textos de:
ARJONA, Rafael: Guía Total: Andalucía. Ed. Anaya. Madrid, 2005.
ARJONA, Rafael y WALLS, Lola: Guía Total: Sevilla. Ed. Anaya. Madrid, 2007.
MORALES, Alfredo J.; SANZ, María Jesús; SERRERA, Juan Miguel y VALDIVIESO, Enrique: Guía artística de Sevilla y su provincia [I]. Fundación José Manuel Lara y Diputación provincial de Sevilla. Sevilla, 2004.
ROLDÁN, Manuel Jesús: Iglesias de Sevilla. Almuzara. Sevilla, 2010.
ROLDÁN, Manuel Jesús: Conventos de Sevilla. Almuzara. Sevilla, 2011.

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