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jueves, 21 de marzo de 2019

2559. SEVILLA** (CMLXV), capital: 21 de febrero de 2018.

6921. SEVILLA, capital. Grupo de lápidas votivas en la sala XVI del Museo Arqueológico.
6922. SEVILLA, capital. Más lápidas votivas en la sala XVI del Museo Arqueológico.
6923. SEVILLA, capital. Objetos del mural anterior, en la sala XVI del Museo Arqueológico.
6924. SEVILLA, capital. Lápida votiva de cerámica en la sala XVI del Museo Arqueológico.
6925. SEVILLA, capital. Placa broncínea en la sala XVI del Museo Arqueológico.
6926. SEVILLA, capital. Mosaico de los perros, en la sala XVI del Museo Arqueológico.
6930. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina de la sala XVI del Museo Arqueológico.
6931. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina de la sala XVI del Museo Arqueológico.
6932. SEVILLA, capital. Final de la vitrina de la sala XVI del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (CMLXV), capital de la provincia y de la comunidad: 21 de febrero de 2018.
Museo arqueológico* - sala XVI
ESTELAS VOTIVAS DE ITÁLICA
   La XVI es una sala de paso cuya pared principal ocupan unas lápidas votivas en las que aparecen marcadas, de manera más o menos esquemática o realista, huellas de pies. Y en casi todas una alusión a una divinidad femenina, sin duda la misma, a pesar de sus distintas acepciones: "Domina Regia", "Domina Ourania", "Celesti Pia", o "Nemesis". Quizá también "Ma", divinidad guerrera, oriental, de Capadocia, donde se la consideraba madre de los dioses, llevada a Roma probablemente por los soldados que allí participaron en las luchas entre Pompeyo y César. La Domina Regia ha de ser Juno, diosa de carácter polivalente, protectora de los hombres que luchan, garante de la fecundidad de las mujeres, dueña del mundo. La Uni de los etruscos. La Tanit de los cartagineses. La Astarté de los fenicios. La antigua Isthar babilónica. Hathor entre los egipcios. Y como prueba del significado religioso de estas lápidas, la indicación expresamente señalada en algunas de ellas de tratarse de un "voto".
   Los romanos nunca habían luchado contra los dioses extranjeros. Por el contrario, se habían sentido siempre acogedores con ellos y habían procurado atraerlos hacia sí, practicando lo que llamaban el ritual de la "evocatio", fórmula sagrada de antiguo origen oriental, en virtud de la cual se invitaba a los dioses protectores de las ciudades vencidas por las legiones, a abandonar su domicilio tradicional para trasladarse a Roma, donde les prometían grandes honores. Así había sucedido en el siglo IV a.C. con Uni, diosa protectora de Veyes, trasladada a Roma con el nombre de Juno Regina, y también en el 146 a.C., con Tanit, protectora de Cartago, llevada a Roma como Juno Caelestis. A la estatua de la diosa se la preguntaba si quería ir a Roma, visne Romam ire? Tras lo cual un sacerdote de determinada familia procedía a hacerse cargo de ella, ya que sólo el traslado material del símbolo aseguraba el paso de la protección de la diosa desde la ciudad de origen a su nueva morada en Roma.
   Frente al gran panel de la pared principal, otro más pequeño, con nuevas huellas de pies, dedicadas éstas a Isis, Isidi, con una escultura en mármol de mediana calidad en la que se ha querido ver el retrato de una sacerdotisa de la diosa egipcia. En cuanto a los dedicantes se ha pensado que podrían ser ya gladiadores que eventualmente lucharan en el anfiteatro, ya los magistrados encargados de organizar los juegos. Uno de ellos, Lucio Zósimo, dice expresamente, sin embargo, en una dedicación escrita en griego, que es "esclavo de la Colonia de los italicenses".
   Todas ellas proceden del anfiteatro de Itálica, donde hubo un Iseum, un templo dedicado a la diosa, cuya ubicación, en la zona central de una de las galerías, ha sido localizada y algunas copias de estas lápidas votivas repuestas en sus lugares de origen.
   Se ha hablado mucho acerca del significado de estas lápidas. Lo más aceptable parece ser considerarlas como representación de los pies de la divinidad, cuyas huellas, vestigia, sabemos por los textos se besaban en determinadas ocasiones en algunos templos consagrados a la diosa madre egipcia. Cuando hay dos pares de pies, un par podría corresponder a ella y otro al oferente, quizá como expresión del deseo de éste de hallarse junto a la diosa. Muestra gráfica de ello podrían ser los pies grabados en la losa de cerámica inmediata, en el centro de la cual vemos la huella perfectamente marcada de una sandalia, que por su finura y dimensiones podemos asegurar que corresponde a un pie femenino, quizá los de la diosa, y a su lado la huella real de un pie humano, tosco, desnudo, plantado sobre la loseta, desbordándola, cuanto todavía estaba fresca.
   En la virtina se muestra una selección de piezas relacionadas con el culto  la religión doméstica, con manifestaciones religiosas procedentes de las casas, del modo como los romanos expresaban su piedad a nivel familiar.
   En el centro, como pieza más significativa, un pequeño togado que es una gran maravilla, por la minuciosidad que se ha puesto en su realización, cuidando todos los detalles hasta el extremo. Cubre su cabeza, como quien va a sacrificar; la mano derecha, en la que pudo llevar una pátera, la adelanta con solemnidad ritual, mientras en la izquierda conserva una especie de rollo, como quien va a leeer o proclamar algo. Debió hallarse en el larario de cualquier casa, junto a las pequeñas imágenes de los dioses protectores familiares, como algunos de los que se presentan junto a él, una Venus púdica, tocada con diadema, Hércules, Mercurio, Victoria ...
   Gran perfección y belleza, aumentada por el color verde oliváceo de su pática, alcanza la figura de joven efebo que presenta el pebetero hallado en Mulva. En su cabeza, hueca, albergaría los aromas destinados a perfumar el ambiente de la casa o el templo romanos, sobre todo en los momentos solemnes. A su lado, una figura egiptizante, sedente, de pórfido, hallada en el anfiteatro de Itálica, lo mismo que la pequeña plaquita de bronce, con asas en forma de cola de milano y escritura punteada, que Vicinia dedica a Némesis, diosa de la justicia, en cumplimiento de un voto.
   Sobre el suelo de la vitrina se muestran diversas "arulas", aras votivas de pequeño tamaño, y placas en honor de distintas divinidades: una a la Fortuna; otra, con una cesta de frutas entre dos serpientes, a Esculapio; una tercera, ofrecida por Secunda, a la Salud, por habérsela devuelto a Severiano, seguramente su esposo. Otras aras, anepígrafas, podrían considerarse quizá dedicadas a todos los dioses del numeroso panteón romano, a algunos de los cuales, Júpiter, Apolo, Mercurio, el Sol y la Luna, junto a otros personajes mitológicos, Ulises, Eneas y Anquises, vemos representados con sus símbolos más característicos en los discos de algunas lucernas de cerámica.
   Tenemos también un pendiente de oro con el símbolo de Tanit, la diosa cartaginesa protectora de la ciudad de Cartago, a la que hemos visto más arriba, trasladada a Roma, tras la destrucción de su ciudad el 146 a.C. por Escipión Emiliano, el mismo que años más tarde se haría cargo de la conquista y destrucción de Numancia. Encontrado en el interior de una tumba de Orippo (Dos Hermanas), es testimonio de la perduración de los cultos prerromanos entre la población indígena al menos hasta el siglo I d.C.
   Gran interés tiene la placa con la representación grabada, inacabada, de Mitra sacrificando al toro, pues es testimonio de la introducción en la Península de los cultos practicados por los persas, del contacto con los cuales en los límites orientales del Imperio había pasado seguramente a Roma en tiempos de Nerón, intensificándose su culto con los Flavios, a lo largo de la segunda mitad del siglo I d.C., y, sobre todo, a finales del siglo III y principios del IV, cuando Diocleciano proclamó oficialmente a Mitra protector del Imperio. Con razón se ha dicho que nunca fue Europa más asiática que en aquellos momentos.
   Mitra era un dios solar, el Apolo mazdeo, que honraba sobre todo la disciplina moral. Era, por ello, el dios invencible, el Sol invictus que asiste a sus fieles en su lucha contra el mal, el dios tutelar de los ejércitos, honrado sobre todo por los soldados, que fueron los principales encargados de propagar su culto.
   Lo que distinguió al mitraismo fue sobre todo su deificación del principio del mal, representado por Ahriman, identificado con Satanás, señor de los espíritus infernales, frente a Ormuz, el principio del bien. Mitra promete a sus fieles la resurrección, tras la cual dará a los buenos la vida eterna, mientras los malos serán aniquilados junto al propio Ahrimán. Al fin el hombre es un dios caído que se acuerda del cielo, el reino de la luz infinita, al cual sitúan por encima de las estrellas.
   Sus ceremonias, en las que participaban, considerándose como hermanos, desde senadores hasta esclavos, eran secretas, con celebraciones de comidas litúrgicas, y en ellas no podían participar las mujeres. Nunca dispuso Roma de templos oficiales para Mitra, pero eran numerosos en todas partes los mitraeos, cuevas o criptas subterráneas, de forma alargada, con bancos adosados a las paredes; en un extremo, la puerta, y en el otro, el altar del dios con su imagen degollando al toro, la misma que vemos, rústicamente trazada, en la placa de la vitrina.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

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