169. CÓRDOBA, capital. Fachada de la igl. de la Trinidad. |
170. CÓRDOBA, capital. Retablo mayor de la igl. de la Trinidad. |
171. CÓRDOBA, capital. Imagen de la Divina Pastora en su retablo de la igl. de la Trinidad. |
172. CÓRDOBA, capital. Imagen de San José con el Niño, en su retablo de la igl. de la Trinidad. |
173. CÓRDOBA, capital. Imágenes titulares de la Hdad. de la Sta. Faz en su retablo de la igl. de la Trinidad. |
174. CÓRDOBA, capital. Ante la oficina de Información turística de la plaza de las Tendillas. |
175. CÓRDOBA, capital. En la plaza de la Corredera. |
176. CÓRDOBA, capital. Lateral de la plaza de la Corredera. |
CÓRDOBA** (XXXIII), capital de la provincia: 27 de junio de 2015.
Iglesia parroquial de San Juan y Todos los Santos (La Trinidad)
Este conjunto fue originariamente el convento de la Santísima Trinidad, fundado en 1241 en la collación de San Juan. A raíz de la desamortización, el convento fue transformado en cuartel, mientras que la iglesia fue convertida en parroquia, refundiéndose en ella las de Omnium Sanctorum y San Juan de los Caballeros.
La construcción de la iglesia se comenzó en la segunda mitad del siglo XVII y se concluyó en 1710, y se relaciona con Francisco Hurtado Izquierdo. La fachada principal está situada a los pies y en el centro sobresale la portada, realizada en 1703; se adorna con hornacina en la que se alojan esculturas de un Ángel trinitario y dos cautivos. En el lado de la derecha existe otra portada, coronada por una hornacina con escultura de San Juan de Mata repartiendo limosna a los pobres.
El interior es de nave única, crucero poco pronunciado y cabecera rectangular; la nave y el presbiterio se cubren con bóveda de cañón con lunetos, reforzada por arcos fajones sobre pilastras decoradas con placas; el crucero luce cúpula sobre pechinas. El coro alto está situado a los pies, decorándose el sotocoro con pinturas murales fechadas en 1707, de elementos florales y cartelas con inscripciones y escudos heráldicos. La sacristía, que ocupa toda la cabecera, es de planta rectangular y se cubre con bóveda de cañón. El retablo mayor fue contratado en 1724 con Juan Fernández del Río. Sobre zócalo de piedra se dispone el banco, un gran cuerpo central y ático de tres calles separadas por salomónicas y estípites. El sagrario se decora con pinturas murales de tema eucarístico, realizadas por Antonio Acisclo Palomino. En las entrecalles del primer cuerpo hay hornacinas para las imágenes de San Juan de Mata y San Félix de Valois, presidiendo el templete central la Virgen del Coro, obra del círculo de Alonso Gómez de Sandoval. En el ático se sitúan las imágenes de la Virgen coronada por la Santísima Trinidad, en el centro, y Santa Catalina y Santa Inés en los laterales, realizadas por Juan Fernández del Río. Señalar que durante unos días esta parroquial fue la sede de la Virgen de la Sierra de Cabra, desde la cual participó en la procesion magna Regina Mater. A ambos lados del presbiterio se dispone la sillería de coro, de finales del XVII. En el crucero se sitúan dos retablos. El de la izquierda dedicado al Santísimo Cristo de la Sangre, es de hacia 1730; en la calle central figura la imagen del titular, fechada en 1590, flanqueada por el Cristo del Escarnio, obra manierista del siglo XVI, y un grupo de la Santísima Trinidad, de la segunda mitad del siglo XVIII. En el ático puede verse un lienzo del XVII, que representa el Descendimiento. Sobre la mesa de altar se halla la imagen de vestir de la Virgen de los Dolores.
A la derecha hay otro retablo semejante al frontero; la hornacina central cobija la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, del tercio final del siglo XV, y en los laterales hay repisas con imágenes barrocas de Santa Lucía, obra de Alonso de Mena, Santo Trinitario, San Rafael y San Fernando, anónimas. En el ático hay un lienzo con la Aparición de la Virgen a San Antonio, rodeado de un gran marco de hojarasca, que puede fecharse en la misma época del retablo.
En la nave destacan, a la izquierda, lienzos que representan a San Francisco en Oración, de escuela cordobesa del XVII, y la Aparición de la Virgen con el Niño a un Trinitario, obra de finales del XVII. Sigue el retablo de la Divina Pastora, barroco de hacia 1765, que luce en el centro una imagen de la titular, obra anónima fechada en la primera mitad del XVIII, y en los laterales imágenes de San Andrés y San Antonio de Padua. En el ático hay un lienzo del Bautismo de Cristo, obra de Antonio del Castillo, de hacia 1650. Junto a éste se venera la imagen del Santísimo Cristo de la Providencia, obra de Luis Álvarez Duarte realizada en 1987. Flanqueando el acceso al sotocoro, colocadas sobre basamentos, se hallan las imágenes de San Simón y San Judas Tadeo, del primer tercio del siglo XVIII.
En el sotocoro, colocada sobre la puerta de acceso al coro, se ve una pintura en tabla del Niño Jesús dormido, de finales del XVII, y un retablo de la segunda mitad del XVIII, con imagen de Nuestro Padre Jesús de la Santa Faz, obra de Dubé de Luque de 1988, que luce en el ático un lienzo que representa la Virgen del Pilar. Sigue la capilla del Bautismo, de planta rectangular cubierta con bóveda de cañón con lunetos. Guarda un retablo de estípites del primer tercio del XVIII, con imagen de vestir de la Virgen María, flanqueada por San José con el Niño y un Niño Jesús.
En el lado derecho de la nave se ve el retablo de San José, obra en estuco policromado de Alonso Gómez de Sandoval del año 1769. Se adorna con imágenes de San José, San Damián y San Cosme. En el ático se sitúa otra hornacina, con la imagen de San Rafael. Sobre él se ve un cuadro con la Virgen de Belén. En el sotocoro hay tres retablos de finales del siglo XVIII, destacando en el central la imagen de María Santísima de la Trinidad, obra de Antonio Salto de 1990. En el coro se guarda un interesante órgano de comienzos del XVIII y una talla de San Juan Bautista.
La sacristía posee también obras de interés, como un zócalo de azulejos decorados con grutescos, cajoneras barrocas del XVIII, una imagen barroca de San Miguel, y sobre una pequeña repisa en el muro hay un bello grupo de San José con el Niño, de barro policromado, que se relaciona con José Risueño. Así mismo hay varios relieves de mármol con escenas evangélicas, realizados por Amadeo Ruiz Olmos, y dos lienzos del siglo XVII de la Imposición de la Casulla a San Ildefonso y San Bernardo con la Virgen. A fines de 1993 se ha habilitado en el piso alto de las dependencias parroquiales un salón para actos diversos, cuyas paredes se han adornado con algunos de los lienzos más valiosos de la iglesia y con vitrinas para piezas de platería.
Entre los primeros se hallan el Cristo atado a la Columna, relacionado con el taller de Risueño, el Descanso en la Huida a Egipto, atribuido a fray Juan Sánchez Cotán, y la Adoración de los Pastores, anónimo de escuela cordobesa de la primera mitad del siglo XVII. Así mismo están dos tablas de San Pedro y San Pablo, realizadas por Antonio Acisclo Palomino, que eran las puertas del Sagrario.
Plaza de las Tendillas
Desde los años veinte del siglo pasado, este es oficialmente el centro de Córdoba. Después de la última reforma llevada a cabo en los años noventa de dicho siglo, se ha convertido en una plaza de salón, con edificios predominantemente modernistas, con la estatua ecuestre del Gran Capitán, que fundiera Mateo Inurria, el cual, a falta de modelo oficial, le puso al insigne militar la cabeza del torero Lagartijo, con el famoso reloj que da las horas con un toque a la guitarra por soleares, el palo de Córdoba y, en fin, ahora que la ciudad ha crecido y se desplaza hacia el norte, con cierto aire nostálgico y entrañable.
Plaza de la Corredera*
Saliendo de la plaza del Potro por la calle de Armas, enseguida se llega a la plaza de las Cañas, que fue hasta los años sesenta del siglo XX un mercado de frutas y hortalizas. y a la plaza de la Corredera, que se encuentra al otro lado. Desde finales del siglo XV, hasta la expansión experimentada por la ciudad a partir de 1960, este fue el centro neurálgico de Córdoba. Aquí se han celebrado juegos de cañas y corridas de toros -todavía una de sus salidas es la Calleja del Toril-; se han quemado herejes y heterodoxos condenados por la Inquisición; se han ejecutado reos condenados a la pena de muerte; se ha recibido a reyes y a grandes señores. Aquí venían a parar todos los forasteros que llegaban de los pueblos a cerrar sus tratos o a arreglar sus papeles. Desde 1893 hasta 1959 estuvo aquí el único mercado de abastos con que contaba la ciudad, un mamotreto de hierro levantado con capital francés, que cegaba las arquerías y se comía todo el espacio. Por aquí ha corrido la vida en todas sus dimensiones. ¡Qué no han visto y han oído las piedras de sus soportales!
La plaza es rectangular y como tal empezó a formarse a finales del siglo XVI. De esta época son las llamadas casas de doña Jacinta, la zona más antigua, una edificación situada en el muro sur con numerosas ventanas entre pilastras, de sabor renacentista. Cada ventana correspondía a un inquilino que debía abandonarla cuando se celebraban festejos, porque entonces el propietario la realquilaba a un precio extraordinariamente mayor. Un poco más abajo de estas casas, en el mismo muro, hay un caserón de aspecto noble, que tiene en su portada, en gran tamaño, el escudo de Felipe II. Se construyó durante el reinado de este monarca para cárcel y casa del corregidor de la ciudad. En el siglo XIX lo ocupó José Sánchez Peña, un reputado industrial que lo convirtió en fábrica de sombreros y en su vivienda. Más tarde formó parte del mercado, función que, junto con la de Centro Cívico, sigue cumpliendo hoy, convenientemente restaurado.
Los tres lados y medio restantes de la plaza se construyeron bajo el mandato del corregidor Ronquillo Briceño y fueron realizados durante el último cuarto del siglo XVII por el arquitecto salmantino Antonio Ramos Valdés, quien siguió el modelo de las plazas castellanas en boga por aquellos momentos. Esta tiene la fábrica a base de ladrillo macizo; consta de una planta baja formada por soportales con arcos de medio punto sobre pilares cuadrados de gran espesor, y tres plantas abalconadas, con dos huecos sobre cada arco, con el propósito de que desde ellos se pudiera continuar disfrutando de los espectáculos. El conjunto resulta bastante austero, aunque también espectacular, sobre todo, por la latitud en la que se encuentra. Durante mucho tiempo estuvo completamente encalada; luego se quitó la cal y quedó el ladrillo visto. En fecha reciente, después de una cuidadosa restauración, tanto de sus muros como sus viviendas, ha recuperado el enlucido con los colores propios del barroco que tuvo en sus orígenes, aunque es más que seguro que nunca ha tenido el aspecto sereno, reposado y noble, de gran oasis en medio del fragor ciudadano que ofrece en la actualidad.
La construcción de la iglesia se comenzó en la segunda mitad del siglo XVII y se concluyó en 1710, y se relaciona con Francisco Hurtado Izquierdo. La fachada principal está situada a los pies y en el centro sobresale la portada, realizada en 1703; se adorna con hornacina en la que se alojan esculturas de un Ángel trinitario y dos cautivos. En el lado de la derecha existe otra portada, coronada por una hornacina con escultura de San Juan de Mata repartiendo limosna a los pobres.
El interior es de nave única, crucero poco pronunciado y cabecera rectangular; la nave y el presbiterio se cubren con bóveda de cañón con lunetos, reforzada por arcos fajones sobre pilastras decoradas con placas; el crucero luce cúpula sobre pechinas. El coro alto está situado a los pies, decorándose el sotocoro con pinturas murales fechadas en 1707, de elementos florales y cartelas con inscripciones y escudos heráldicos. La sacristía, que ocupa toda la cabecera, es de planta rectangular y se cubre con bóveda de cañón. El retablo mayor fue contratado en 1724 con Juan Fernández del Río. Sobre zócalo de piedra se dispone el banco, un gran cuerpo central y ático de tres calles separadas por salomónicas y estípites. El sagrario se decora con pinturas murales de tema eucarístico, realizadas por Antonio Acisclo Palomino. En las entrecalles del primer cuerpo hay hornacinas para las imágenes de San Juan de Mata y San Félix de Valois, presidiendo el templete central la Virgen del Coro, obra del círculo de Alonso Gómez de Sandoval. En el ático se sitúan las imágenes de la Virgen coronada por la Santísima Trinidad, en el centro, y Santa Catalina y Santa Inés en los laterales, realizadas por Juan Fernández del Río. Señalar que durante unos días esta parroquial fue la sede de la Virgen de la Sierra de Cabra, desde la cual participó en la procesion magna Regina Mater. A ambos lados del presbiterio se dispone la sillería de coro, de finales del XVII. En el crucero se sitúan dos retablos. El de la izquierda dedicado al Santísimo Cristo de la Sangre, es de hacia 1730; en la calle central figura la imagen del titular, fechada en 1590, flanqueada por el Cristo del Escarnio, obra manierista del siglo XVI, y un grupo de la Santísima Trinidad, de la segunda mitad del siglo XVIII. En el ático puede verse un lienzo del XVII, que representa el Descendimiento. Sobre la mesa de altar se halla la imagen de vestir de la Virgen de los Dolores.
A la derecha hay otro retablo semejante al frontero; la hornacina central cobija la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, del tercio final del siglo XV, y en los laterales hay repisas con imágenes barrocas de Santa Lucía, obra de Alonso de Mena, Santo Trinitario, San Rafael y San Fernando, anónimas. En el ático hay un lienzo con la Aparición de la Virgen a San Antonio, rodeado de un gran marco de hojarasca, que puede fecharse en la misma época del retablo.
En la nave destacan, a la izquierda, lienzos que representan a San Francisco en Oración, de escuela cordobesa del XVII, y la Aparición de la Virgen con el Niño a un Trinitario, obra de finales del XVII. Sigue el retablo de la Divina Pastora, barroco de hacia 1765, que luce en el centro una imagen de la titular, obra anónima fechada en la primera mitad del XVIII, y en los laterales imágenes de San Andrés y San Antonio de Padua. En el ático hay un lienzo del Bautismo de Cristo, obra de Antonio del Castillo, de hacia 1650. Junto a éste se venera la imagen del Santísimo Cristo de la Providencia, obra de Luis Álvarez Duarte realizada en 1987. Flanqueando el acceso al sotocoro, colocadas sobre basamentos, se hallan las imágenes de San Simón y San Judas Tadeo, del primer tercio del siglo XVIII.
En el sotocoro, colocada sobre la puerta de acceso al coro, se ve una pintura en tabla del Niño Jesús dormido, de finales del XVII, y un retablo de la segunda mitad del XVIII, con imagen de Nuestro Padre Jesús de la Santa Faz, obra de Dubé de Luque de 1988, que luce en el ático un lienzo que representa la Virgen del Pilar. Sigue la capilla del Bautismo, de planta rectangular cubierta con bóveda de cañón con lunetos. Guarda un retablo de estípites del primer tercio del XVIII, con imagen de vestir de la Virgen María, flanqueada por San José con el Niño y un Niño Jesús.
En el lado derecho de la nave se ve el retablo de San José, obra en estuco policromado de Alonso Gómez de Sandoval del año 1769. Se adorna con imágenes de San José, San Damián y San Cosme. En el ático se sitúa otra hornacina, con la imagen de San Rafael. Sobre él se ve un cuadro con la Virgen de Belén. En el sotocoro hay tres retablos de finales del siglo XVIII, destacando en el central la imagen de María Santísima de la Trinidad, obra de Antonio Salto de 1990. En el coro se guarda un interesante órgano de comienzos del XVIII y una talla de San Juan Bautista.
La sacristía posee también obras de interés, como un zócalo de azulejos decorados con grutescos, cajoneras barrocas del XVIII, una imagen barroca de San Miguel, y sobre una pequeña repisa en el muro hay un bello grupo de San José con el Niño, de barro policromado, que se relaciona con José Risueño. Así mismo hay varios relieves de mármol con escenas evangélicas, realizados por Amadeo Ruiz Olmos, y dos lienzos del siglo XVII de la Imposición de la Casulla a San Ildefonso y San Bernardo con la Virgen. A fines de 1993 se ha habilitado en el piso alto de las dependencias parroquiales un salón para actos diversos, cuyas paredes se han adornado con algunos de los lienzos más valiosos de la iglesia y con vitrinas para piezas de platería.
Entre los primeros se hallan el Cristo atado a la Columna, relacionado con el taller de Risueño, el Descanso en la Huida a Egipto, atribuido a fray Juan Sánchez Cotán, y la Adoración de los Pastores, anónimo de escuela cordobesa de la primera mitad del siglo XVII. Así mismo están dos tablas de San Pedro y San Pablo, realizadas por Antonio Acisclo Palomino, que eran las puertas del Sagrario.
Plaza de las Tendillas
Desde los años veinte del siglo pasado, este es oficialmente el centro de Córdoba. Después de la última reforma llevada a cabo en los años noventa de dicho siglo, se ha convertido en una plaza de salón, con edificios predominantemente modernistas, con la estatua ecuestre del Gran Capitán, que fundiera Mateo Inurria, el cual, a falta de modelo oficial, le puso al insigne militar la cabeza del torero Lagartijo, con el famoso reloj que da las horas con un toque a la guitarra por soleares, el palo de Córdoba y, en fin, ahora que la ciudad ha crecido y se desplaza hacia el norte, con cierto aire nostálgico y entrañable.
Plaza de la Corredera*
Saliendo de la plaza del Potro por la calle de Armas, enseguida se llega a la plaza de las Cañas, que fue hasta los años sesenta del siglo XX un mercado de frutas y hortalizas. y a la plaza de la Corredera, que se encuentra al otro lado. Desde finales del siglo XV, hasta la expansión experimentada por la ciudad a partir de 1960, este fue el centro neurálgico de Córdoba. Aquí se han celebrado juegos de cañas y corridas de toros -todavía una de sus salidas es la Calleja del Toril-; se han quemado herejes y heterodoxos condenados por la Inquisición; se han ejecutado reos condenados a la pena de muerte; se ha recibido a reyes y a grandes señores. Aquí venían a parar todos los forasteros que llegaban de los pueblos a cerrar sus tratos o a arreglar sus papeles. Desde 1893 hasta 1959 estuvo aquí el único mercado de abastos con que contaba la ciudad, un mamotreto de hierro levantado con capital francés, que cegaba las arquerías y se comía todo el espacio. Por aquí ha corrido la vida en todas sus dimensiones. ¡Qué no han visto y han oído las piedras de sus soportales!
La plaza es rectangular y como tal empezó a formarse a finales del siglo XVI. De esta época son las llamadas casas de doña Jacinta, la zona más antigua, una edificación situada en el muro sur con numerosas ventanas entre pilastras, de sabor renacentista. Cada ventana correspondía a un inquilino que debía abandonarla cuando se celebraban festejos, porque entonces el propietario la realquilaba a un precio extraordinariamente mayor. Un poco más abajo de estas casas, en el mismo muro, hay un caserón de aspecto noble, que tiene en su portada, en gran tamaño, el escudo de Felipe II. Se construyó durante el reinado de este monarca para cárcel y casa del corregidor de la ciudad. En el siglo XIX lo ocupó José Sánchez Peña, un reputado industrial que lo convirtió en fábrica de sombreros y en su vivienda. Más tarde formó parte del mercado, función que, junto con la de Centro Cívico, sigue cumpliendo hoy, convenientemente restaurado.
Los tres lados y medio restantes de la plaza se construyeron bajo el mandato del corregidor Ronquillo Briceño y fueron realizados durante el último cuarto del siglo XVII por el arquitecto salmantino Antonio Ramos Valdés, quien siguió el modelo de las plazas castellanas en boga por aquellos momentos. Esta tiene la fábrica a base de ladrillo macizo; consta de una planta baja formada por soportales con arcos de medio punto sobre pilares cuadrados de gran espesor, y tres plantas abalconadas, con dos huecos sobre cada arco, con el propósito de que desde ellos se pudiera continuar disfrutando de los espectáculos. El conjunto resulta bastante austero, aunque también espectacular, sobre todo, por la latitud en la que se encuentra. Durante mucho tiempo estuvo completamente encalada; luego se quitó la cal y quedó el ladrillo visto. En fecha reciente, después de una cuidadosa restauración, tanto de sus muros como sus viviendas, ha recuperado el enlucido con los colores propios del barroco que tuvo en sus orígenes, aunque es más que seguro que nunca ha tenido el aspecto sereno, reposado y noble, de gran oasis en medio del fragor ciudadano que ofrece en la actualidad.
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