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lunes, 31 de octubre de 2016

1688. TOROS DE GUISANDO* - El Tiemblo (I), Ávila: 8 de octubre de 2013.

1. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Los famosos Toros.

2. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Otra perspectiva del lugar.

3. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Ante uno de los Toros.

4. TOROS DE GUISANDO - El Tiemblo, Ávila. Junto a otro de los Toros.

TOROS DE GUISANDO* - El Tiemblo (I), provincia de Ávila: 8 de octubre de 2013.
   Desde Navahondilla en dirección a San Martín de Valdeiglesias, hay que estar atento a las indicaciones viarias, porque unos 3 km antes de esa importante villa aparta a la izquierda un breve ramal que permite enlazar con la N-403.
   Éste es el camino que, entre dehesas de fresnos, ricos pastizales y una frondosa vegetación ribereña, conduce al lugar donde, desde tiempos prerromanos, soportan las heridas de la erosión y el peso de la historia los Toros de Guisando*.
   Los graníticos rumiantes ibéricos, protegidos por un muro y una sencilla construcción que rememora la Venta Juradera, tal como indica una inscripción que en 1921 hizo colocar la marquesa de Castañiza, tienen sobre sí nada menos que la responsabilidad de haber sido testigos del momento en que, como escribió Cela en uno de sus famosos vagabundeos por estos pagos, "mejor o peor, se fundó España".
   Aunque no todos los historiadores se muestran de acuerdo en el sentido que hubiera podido tener el acto, e incluso algunos dudan de que realmente se celebrara, suele tenerse por histórico que fue aquí donde Enrique IV, el 19 de septiembre de 1468, juró a su hermana Isabel como heredera del reino de Castilla, tal como cuenta una vieja crónica: "... Y por el gran deudo y amor que dicho rey con ella [Isabel] tiene, a su alteza le place dar su consentimiento para que sea intitulada y jurada y nombrada y llamada y considerada como princesa y primera heredera y sucesora suya en estos reinos y señoríos, después de los días de dicho señor rey". Con ello, el monarca, además de reconocer su propia deshonra -equivalía a admitir que la princesa Juana, ya entonces llamada la Beltraneja, no era hija suya-, daba vía libre al proceso que desembocaría en la unidad de los reinos de España. 
   No es extraño, pues, que sobre este antiguo lugar de tránsito de los rebaños de la Mesta flote una atmósfera especial, acentuada por la imponente presencia de las cuatro esculturas de aspecto claramente bovino que nos remiten a un tiempo borroso (algunos autores las fechan en torno al siglo III a.C.), en el que acaso tuvieran un significado totémico de divinidades protectoras de la ganadería, o sencillamente marcaran límites fronterizos entre tribus ibéricas.
   Envueltas en todas esas incógnitas y acusando alguna que otra barbarie humana, así como las inclemencias de la intemperie (una de las figuras muestra la metálica sutura que hizo necesaria la herida de un rayo), lo cierto es que su contemplación difícilmente puede provocar indiferencia.

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