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jueves, 29 de noviembre de 2018

2447. SEVILLA** (DCCCLXXII), capital: 18 de octubre de 2017.

5913. SEVILLA, capital. "Reloj de la historia" en la antesala de la Sala I del Museo Arqueológico.
5914. SEVILLA, capital. Parte de la vitrina 1 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5915. SEVILLA, capital. Resto de la vitrina 1 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5916. SEVILLA, capital. Parte de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5917. SEVILLA, capital. Otra parte de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5918. SEVILLA, capital. Otra imagen de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5919. SEVILLA, capital. Más imágenes de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5920. SEVILLA, capital. Una última instantánea de la vitrina 2 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5921. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5922. SEVILLA, capital. Más de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5923. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5924. SEVILLA, capital. Final de la vitrina 3 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5925. SEVILLA, capital. Material cerámico en la vitrina 4 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5926. SEVILLA, capital. Continuación de la vitrina 4 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5927. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina 5 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5928. SEVILLA, capital. Resto de la vitrina 5 del Museo Arqueológico, en la sala I,
5929. SEVILLA, capital. Vitrina 6 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5930. SEVILLA, capital. Inicio de la vitrina 7 del Museo Arqueológico, en la sala I.
5931. SEVILLA, capital. Final de la vitrina 7 del Museo Arqueológico, en la sala I.
SEVILLA** (DCCCLXXII), capital de la provincia y de la comunidad: 18 de octubre de 2017.
Museo Arqueológico* - Sala I.
PAISAJE Y HOMINIZACIÓN EN EL BAJO GUADALQUIVIR.
   Está dedicada esta sala a mostrar los inicios de la vida en lo que hoy son tierras de la provincia de Sevilla, y más por extenso en lo que es el Bajo Valle del Guadalquivir, tanto en lo que hace referencia a la geomorfología como a la Paleontología y a la vida misma del hombre, cuyos primeros testimonios de su presencia en nuestro suelo podemos fijar alrededor de un millón de años atrás. Pero hasta que ese hombre en continua evolución puso aquí su planta, nuestra tierra había sufrido notables transformaciones, como podemos comprobar a través de los objetos que se muestran en las vitrinas.
   Antes, en la antesala, hemos podido contemplar en un cuadro, el "Reloj de la historia". Tratamos de facilitar con él la comprensión de las grandes cifras del tiempo, a base de cientos de miles e incluso de millones de años, a las que no estamos acostumbrados, pero que nos vemos obligados a manejar en la Prehistoria para situar con cierta aproximación las distintas etapas culturales del hombre en sus etapas iniciales, desde que aparece hasta que podemos darle la categoría de sapiens, en los cuales unos miles de años hacia arriba o hacia abajo no significan nada. En cualquier caso, lo que pretendemos mostrar gráficamente con él, no es la duración de una u otra cultura en términos absolutos, sino que la vida del hombre que podemos llamar moderno en su forma de vivir, apenas alcanza los últimos cinco minutos de ese Reloj de la historia.
   En la vitrina 1 una serie de fósiles nos permiten conocer algunas de las plantas y animales que vivieron en lo que hoy es el valle del Guadalquivir durante el periodo Precámbrico, hace unos 700 millones de años, época en la que surgen los primeros animales, de estructura muy simple.
   En ella se muestran también diversos ammonites, del Período Secundario, la época de los dinosaurios, de los primeros mamíferos, de las primeras aves, de las primeras plantas con flores, que se desarrollaron entre 250 y 50 millones de años atrás. Con ellos, diversos erizos de mar, dientes de tiburón de distintos tamaños, corales y algunos huesos de ballena, una fauna, como se observa, esencialmente marina, pues cubierta por el mar o a sus orillas se hallaba entonces la mayor parte de nuestra tierra.
   Los primates, de los que había de proceder el hombre, aparecen y se diversifican a lo largo del Periodo Terciario, hace unos 60 millones de años. Eran inicialmente pequeños y vivían en los árboles. Su adaptación a la vida en el suelo y el desarrollo de la postura erguida les abriría el camino hacia la hominizacion.
   En un pequeño mapa se muestra la evolución geomorfológica de las tierras meridionales de la Península Ibérica hasta dar lugar a la formación del Valle del Guadalquivir y del Estrecho de Gibraltar, en un proceso iniciado hace unos 6 millones de años, que hace que hoy podamos ver, por ejemplo, en las tierras altas del Aljarafe y los Alcores, fósiles de moluscos y peces que reposaron en un fondo marino. Y por las tierras altas de Gerena, Villaverde y Villanueva del Río, conchas de ostras y ostiones que en su día estuvieron adheridas a las rocas del borde de ese mar primario. 
   La vitrina 2 es una continuación de la anterior, pero reducida a mostrar algunos animales del Periodo Cuaternario, aquél al que pertenece el hombre. Se trata sobre todo de huesos y defensas de elefantes y cérvidos, recogidos en las graveras de las terrazas del Guadalquivir, el río que nació entre las orillas del antiguo mar y que ha ido progresivamente encajando y reduciendo su cauce, dejando en este proceso una serie de terrazas, más altas cuanto más antiguas, en las que el hombre fue dejando su huella y el testimonio de las técnicas y medios que utilizaba en su vida diaria.
   En un cuadro se muestra la evolución del hombre a partir del Australopithecus, entre 3 y 1,5 millones de años, época en la que consigue básicamente el aspecto que hoy presenta, erguido y con una capacidad craneana, desarrollada. En otro, el proceso de ocupación de la Tierra por el hombre, con la reproducción de un cráneo de Homo Erectus (1,8 millones de años), el Antecessor de Atapuerca (800.000 años), y de sus derivados, el Homo Sapiens Neanderthalensis (130.000 - 30.000 años) y el Homo Sapiens Sapiens (desde 40.000 años), identificado con los restos hallados en Cro-Magnon, en los Pirineos, y considerado como el más antiguo represetante del hombre moderno en Europa.
   Terminamos la exposición de lo que fue esta primera etapa de la vida del hombre en nuestro suelo con la presentación en la vitrina 3 de algunos de los más característicos útiles hallados en ella a lo largo del Pleistoceno, nombre que recibe la primera parte del Cuaternario, aquélla durante la que se desarrollan las diferentes glaciaciones que irán configurando el aspecto actual de la Tierra y, simultáneamente, las diversas fases de la Cultura Paleolítica (1,8 millones de años - 10.000 años).
   Los más antiguos pertenecen al que llamamos Homo Habilis, del Paleolítico Inferior Arcaico, fechado en África, en sus lugares de origen, hacia los 2,5 millones de años. Es un hombre que se habría servido exclusivamente de cantos rodados tallados por una sola cara (choppers) o por las dos (chopping-tools). Son las industrias propias del Paleolítico Inferior Arcaico, recogidas fundamentalmente en las terrazas altas, las más antiguas, del río Guadalquivir, y de las orillas del Corbones, afluente suyo, en las inmediaciones de Carmona, en lugares que sirvieron de acampada provisional a aquellos hombres, capaces ya, no sólo de tallar la piedra, sino también de organizar sus habitats al aire libre y de llevar a cabo las primeras manifestaciones rituales.
   El Homo Erectus es el encargado de domesticar el fuego y tallar las primeras hachas de mano en lo que llamamos industrias achelenses. Son picos, triedros, hendedores, etc., que hay que pensar fundamentalmente relacionadas con la caza, el descuartizamiento de los animales y la preparación de las pieles, dentro de lo que llamamos Paleolítico Inferior Clásico, hace 1,8 millones de años.
   El Homo Sapiens Neanderthalensis es el encargado de desarrollar las industrias musterienses del Paleolítico Medio. Son útiles de menor tamaño, realizadas sobre cantos, núcleos, como sobre lascas, con los que logran raederas, raspadores, puntas, perforadores, denticulados, cuchillos, etc., cuya factura requiere ya una mayor habilidad manual. Es el periodo al que pertenecen algunos de los más importantes yacimientos andaluces. Gibraltar, Zafarraya, la Cueva de la Carigüela, y otros.
   Durante el Paleolítico Superior las orillas de nuestros ríos parecen despoblarse. No encontramos en ellos al menos industrias que podamos situar en este periodo, cuyos inicios se sitúan hace unos 40.000 años, a cargo ya del Homo Sapiens Sapiens. A él pertenecen, sin embargo, procedentes de la Cueva de la Victoria (Málaga), el par de arpones magdalenienses labrados en hueso, similares a los que podemos encontrar en los yacimientos del Cantábrico, que se muestran en la vitrina.

EL NEOLÍTICO (6.000 - 3.000 a.C.)
   A partir de la vitrina 4 podemos decir que comienza la verdadera historia del hombre moderno, del homo sapiens que hemos visto surgir y manifestarse a través de las industrias del Paleolítico, o Edad de la Piedra Antigua. Ahora, tras un vacío demográfico en nuestro suelo de unos 25.000 años, a lo largo de los cuales se han desarrollado en otros lugares las industrias del Paleolítico Superior y del Epipaleolítico, el hombre comienza a poblar de nuevo nuestra tierra en un ambiente climático muy parecido al de hoy, aunque con ligeras oscilaciones de temperatura y humedad, dentro ya del Holoceno o Periodo Postglacial.
     Al nuevo periodo cultural se le denomina Neolítico, o Edad de la Piedra Nueva, para distinguirlo del anterior, y tiene diversos focos difusores. En el Mediterráneo este foco debemos situarlo en Oriente Medio hacia el año 8.000 a.C. Desde allí, confirmando la existencia de unos medios de navegación que lo harán posible, se extenderá por todo el Mediterráneo, y progresivamente hacia las tierras del interior, para alcanzar las costas de la Península poco después del 6.000. Es la fecha que se ha dado para algunos materiales procedentes de la Cueva de Santiago (Cazalla de la Sierra, Sevilla) y la que podemos aceptar como inicial para el resto de los yacimientos con materiales neolíticos, los cuales se habrían generalizado hacia el año 5.000, y perdurado aproximadamente hasta el 3.000, que podemos considerar como inicial de la Edad de los Metales.
   El Neolítico entraña una auténtica transformación en lo que había sido hasta entonces, y durante cientos de miles de años, el modo de vida del hombre. Y tiene su más clara manifestación en un par de sencillos descubrimientos, que a la larga resultarán trascendentales: su capacidad para domesticar algunos animales por un lado, y para hacer crecer en la tierra las plantas que necesita, por otro.
   Se trata de dos procesos distintos, pero parecen desarrollarse en todas partes de manera simultánea. Suele admitirse, no obstante, que el hombre fue pastor antes que agricultor.
   Y es natural que así fuese, pues desde hace cientos de miles de años ese hombre anda vigilando, persiguiendo y cazando a los animales que lo rodean, por lo cual conoce perfectamente sus costumbres, su agresividad o docilidad, los beneficios que su caza o su posesión le reporta. Y, llegado determinado momento, se siente capaz de mantener junto a él a algunas especies, de cuidarlos, de agruparlos, de pastorearlos, de controlar a sus crías, de matar a los excedentes, o a los que son menos útiles. Forma los primeros rebaños y se convierte en pastor, sin abandonar por completo la caza, pero cada vez más restringida a los animales incontrolables, a los que no se adaptan a vivir junto a él. No tenemos constatación arqueológica, pero entre los animales que más pronto se acercarían espontáneamente al hombre, estaría el perro, que sin duda ya le ayudaba a acosar a los animales que deseaba cazar. Y le ayudará después a vigilar los rebaños, los primeros que forma, rebaños fundamentalmente de cabras y ovejas, también de vacas, y piaras de cerdos; y manadas de caballos. Animales que le proveen de carne, de leche y sus derivados, de pieles, que le ayudan incluso en su trabajo y en sus desplazamientos. Y hasta en sus traslados, como animales de tiro, pues ya se ha descubierto la rueda. El porcentaje de cazadores irá disminuyendo en la misma proporción que aumenta el de pastores, y el de hombres que se van quedando a vivir en lugares fijos, con sus rebaños, cada vez mayor que el de los nómadas. Y comienzan a surgir núcleos de población estables. Primero en cuevas, siguiendo en una tradición milenaria. Después también al aire libre.
   En un proceso paralelo, quizás ligeramente posterior, el hombre se da igualmente cuenta de que todos esos vegetales y plantas que acostumbra a recoger en el campo para alimentarse, el puede hacerlos crecer donde quiera sin más requisito que preparar mínimamente la tierra y poner en ella las simientes que la Naturaleza le ofrece espontáneamente. Y cultiva las primeras plantas, aquellas que más necesita y crecen con más facilidad, entre nosotros fundamentalmente diversos cereales, trigo, cebada, centeno, y más raramente algunas leguminosas, lentejas y guisantes. Pero al hacerlo se obliga a sedentarizarse, a pararse, a abandonar el nomadismo, al menos hasta que recoja los frutos de lo cultivado. Y esas paradas estacionales se irán prolongando cada vez más, hasta acabar haciéndose definitivas, seguramente, al menos, para las mujeres, que además pueden de esa manera atender más fácilmente a sus hijos, lo que implica a su vez un progresivo aumento demográfico.
   Son dos procesos independientes, pero paralelos, que confluyen en una misma necesidad de pararse, de estabilizarse, de sedentarizarse. Y crecen los primeros núcleos de población, el germen de las futuras ciudades. El hombre va abandonando las cuevas y estableciéndose en poblados al aire libre, en cabañas, que parecen haber sido en un principio de planta circular, con cubiertas de ramajes, aunque de ellas no se conserva en nuestro suelo ninguna evidencia arqueológica.
   El surgimiento de los núcleos de población lleva aparejado cierto desarrollo de la organización social, que parece haber estar basado en la familia, y la aparición de cierta jerarquización; con un responsable del grupo encargado de velar por el bien de la comunidad.
   El sedentarismo conduce a otro descubrimiento de enorme importancia cultural: la cerámica. La capacidad de conseguir, a partir del barro endurecido al fuego, y a imagen de lo que sucede con el que se endurece al sol, vasijas en las que poder guardar los alimentos, tanto sólidos como líquidos, que el cultivo de las plantas le permite producir en exceso y desea guardar. Puede incluso calentarlos y cocinarlos en ellos, si es preciso, y servirse de ellos para comer, sustituyendo sin duda a contenedores de origen vegetal o animal, más adecuados quizá para una vida nómada, pero menos estables y resistentes en una vida sedentaria en la que no es necesaria trasladar las vasijas de unos lugares a otros.
   La conversión, pues, de una economía de cazadores-recolectores a otra de productores, con la domesticación de los animales y el inicio de la agricultura, el surgimiento de los primeros núcleos de población estables y la aparición de la cerámica, son descubrimientos que habrán de ir marcando lentamente, en procesos que duran generaciones, imperceptibles por tanto para quienes los viven, la vida del hombre a partir de entonces. Y ya para siempre, pues son descubrimientos de los que nos seguimos sirviendo todavía hoy, en que difícilmente podemos imaginarnos una vida sin agricultura, sin ganadería, sin ciudades. El proceso, por tanto, continúa y sigue desarrollándose, no sabemos si siempre en la dirección más adecuada, con la selección y mejora de las semillas, con la consecución de los productos transgénicos, con la clonación de los animales más útiles, con los núcleos de población espaciales. Y todo ello, cuando los habitantes del Sahel, por ejemplo, no han terminado aún de hacerse sedentarios.
   A la nueva edad cultural no se le ha dado, sin embargo, el nombre de ninguno de esos trascendentales descubrimientos, sino el de otro de mucha menor importancia: Neolítico, Edad de la Piedra Nueva. Y es que ahora comienza también una nueva manera de trabajar la piedra, de la que el hombre se sigue sirviendo para producir los útiles que necesita en su nueva manera de vivir. Pues si ha estado durante más de un millón de años, desde los lejanos choppers del que llamábamos Homo Habilis, trabajándola a base de golpes, tallándola, ahora será capaz de pulirla cuidadosamente para conseguir unos instrumentos de una enorme perfección técnica, hachas, azadas, azuelas, cinceles, todo un repertorio de objetos que tienen en común el pulimento de sus superficies, tan bien terminadas que todavía hoy nos causan admiración y nos cuesta creer que pudiera emplearse tanto tiempo y tanto trabajo en dar un aspecto bello a lo que no pasaba de ser una simple herramienta para enmangar en el extremo de un palo.
   Y si el perfecto pulimento de la piedra nos llena de asombro, no menos dignos de admiración son los instrumentos de silex, cuya materia prima procede tanto de yacimientos al aire libre como subterráneos, explotados por medio de galerías, y para cuya distribución se establecen algunas de las primeras rutas comerciales. De ellos se va a servir el hombre a partir de ahora cientos de años. Son, sin embargo, todavía muy escasos en nuestras cuevas, sobre todo las hojas y láminas, algunas de tamaño muy pequeño, logradas con un simple golpe de percutor sobre un núcleo previamente preparado, por medio sobre todo del calentamiento. El hombre consigue así unos útiles de una enorme perfección técnica y de una gran eficacia, para aumentar la cual se retocan en ocasiones estas hojas en sus bordes para tener mejores filos, que luego se insertan en palos adecuados para lograr cuchillos y hoces.
   Se manifiesta por otra parte en este período el gusto del hombre por el adorno, tanto en lo personal como en los objetos que utiliza, sobre todo en las cerámicas. Y encontraremos en sus yacimientos brazaletes de piedra, colgantes de hueso y de concha, vasos cubiertos de una capa de engobe rojo, de almagre, un óxido de hierro con el que también adornó su cuerpo desde los lejanos tiempos de los neanderthales, incluso para enterrarse, como hacen todavía hoy muchos pueblos primitivos, y que entonces será típico del Neolíticos Andaluz Occidental. A otros vasos, o a esos mismos, los enriquecerá con dibujos geométricos mediante incisiones a buril, o impresiones de conchas, o de dedos, o aplicación de cordones. Está claro que el hombre de aquel tiempo sentía ya un innato gusto por la belleza, por la perfección, por los objetos artísticos, por el trabajo bien hecho aun en los objetos más vulgares.
   Aquel hombre fue capaz también de trascenderse, de vislumbrar el concepto de divinidad, un paso más allá de lo que había sido capaz el hombre del Paleolítico Superior que había pintado, convertido en santuario, las cuevas de Altamira (Santander) o La Pileta (Ronda, Málaga), en un intento, quizá, de poseer mágicamente a los animales que deseaba cazar. O pescar, pues peces hay también en La Pileta. Y modela, labra o talla las primeras figuras de dioses, diosas, en las que se evidencia la relación en que quiere ponerlas con la fertilidad. Y es que ese hombre, capaz de cultivar el cangrejo y sembrarlo, y de domesticar los animales y poseerlos, se da cuenta de que no es capaz de dominar por sí mismo los secretos principios de la germinación o la procreación.
   Nuestra tierra conoce la presencia de ese hombre que vive esa lenta evolución, en algunas de las cuevas abiertas en las sierras que hoy limitan la provincia por el Norte y por el Sur. Por el Norte, fundamentalmente en el complejo de Cuevas de Santiago, de Cazalla de la Sierra. Por el Sur, tanto en las abiertas en la sierra de Ubrique que la separan de la provincia de Cádiz, al Oeste, como en las que la separan de Málaga, al Este. De ellas proceden los objetos que se muestran a continuación, sin que podamos decir si se trataban de cuevas de habitación o funerarias, o si desempeñaban ambas funciones a la vez, pues son objetos recogidos en su interior, pero fuera de contexto, arrastrados por el agua que ha entrado en ellas a lo largo de los siglos y las ha depositado en algunos remansos o recovecos, en los que han sido hallados.
   En la vitrina 4 se exponen los materiales recogidos en las Cuevas de La Veredilla y El Tembleque (Benaocaz, Cádiz). Se trata fundamentalmente de vasos de cerámica a mano, lisos o decorados, cubiertos de almagra o con motivos geométricos incisos, impresos o con cordones adheridos en disposición también geométrica.
   Típico del Neolítico Andaluz serán también, junto a la almagra, de la que se muestra cierta cantidad encontrada en el interior de un pequeño vaso, las asas pitorro, agujereadas para poder tener el vaso colgado y servirse de él para poder tener el vaso colgado y servirse de él para beber, como en los modernos botijos, aunque no siempre están los pitorros perforados, por lo que fueron también en ocasiones simples elementos decorativos. Para colgar también pudieron servir, más que como elementos de aprehensión, las pequeñas asas de cinta laterales que vemos en otras vasijas. Como asas reales debieron funcionar, por el contrario, los pequeños mamelones o protuberancias que vemos adheridos a la parte alta de otros vasos, como para asegurar su manejo evitando que pudieran escurrirse.
   De la Cueva del Tembleque proceden los adornos personales que se exponen, el brazalete de mármol con estrías paralelas y los colgantes de hueso. Los que llamamos alisadores, de la misma cueva, quizá se utilizaron para pulverizar el almagre, para poderlo utilizar ya como engobe para cubrir la cerámica, ya como tintura con que adornar su cuerpo.
   Se completa la vitrina con un mapa de Europa y el Mediterráneo, en el que se muestra el modo como se difunde el Neolítico, a modo de onda expansiva, con fechas cada vez más modernas desde Oriente Medio hacia Occidente.
   En la vitrina 5 se presentan algunos fragmentos de cerámica a la almagra y con decoración incisa e impresa de la Cueva de San Doroteo (Algámitas, Sevilla) y de la Cueva de la Mora (Jabugo, Huelva).
   En una esquina, procedentes de cuevas levantinas, algunos fragmentos de cerámica con decoración cardial, así llamada por estar realizada mediante impresiones de la concha del cardium edule, un tipo de berberecho. Se extendieron en esta época por todo el Mediterráneo, confirmando la difusión marítima inicial de esta cultura, pero no se dan nunca entre nosotros, en el Bajo Guadalquivir, tal como se muestra en el cartel explicativo de la difusión esencial de cada uno de los tipos de cerámica.
   Se completa la vitrina con una serie de útiles de piedra pulimentada, hachas, azadas, cinceles, piedras de moler, de diversas procedencias y de distintos tamaños, que han de ponerse en relación con las nuevas funciones a que van a ser destinados, aunque algunos son tan pequeños que se han pensado en la posibilidad de que no se trate propiamente de útiles, sino de objetos votivos.
   En algunos dibujos se muestra la reconstrucción gráfica del modo como pudieron ir enmangados, en hueso o madera, esos útiles de piedra.
   La vitrina 6 representa un mundo de transición, muestra objetos de la vida de un hombre que sigue habitando en cuevas y depositando en ellas a sus muertos, pero que culturalmente pertenece ya a la nueva Edad de los Metales. Proceden todos de la que durante mucho tiempo se llamó Cueva de don Juan, por haberla explorado durante algunos años el que fuera jefe del partido nazi en Bélgica, León Degrelle, refugiado en España al finalizar la Guerra Mundial, en el pequeño pueblo de Constantina, en la Sierra Norte de Sevilla, donde se le conocía popularmente con el apelativo de "don Juan". El nombre auténtico de la cueva, con el que siempre se la había conocido, es, sin embargo, el de La Sima.
   En curso de estudio en la actualidad, los materiales que presentamos corresponden en su mayor parte a hallazgos de mediados del pasado siglo, fuera de contexto arqueológico seguro, pero suficientes para poder situar cronológicamente a la cueva de principios de la Edad del Cobre. Se trata de un numeroso conjunto  de láminas de sílex y cuentas de collar, acompañados de un ídolo plaza de pizarra y de diversos vasos de cerámica de aspecto tosco y pequeño tamaño, entre los que son dignos de destacar, sobre todo una especie de cucharones con cazoletas interiores cuya finalidad no está clara. Todos parecen estar en relación con enterramientos humanos, entre cuyos huesos se encuentran también los de diversos animales, algunos ya desaparecidos de nuestra tierra, como el oso o la hiena, mientras otros, el toro salvaje, el ciervo, la cabra montés, el jabalí, siguen siendo típicos de ella en esta zona de la sierra.
   En la vitrina 7 avanzamos un paso más dentro de ese mundo de transición, mostrando los ajuares procedentes de enterramientos en monumentos funerarios de tipo dolmen, a base de grandes piedras, de orígenes inciertos, pero que en la actualidad, basados sobre todo en las fechas aportadas por el Carbono 14, se tienden a poner en el Suroeste de Portugal, desde donde habrían tenido una difusión esencialmente atlántica, para llegar a las costas de las Islas Británicas e incluso hasta los Países Nórdicos, tal como se muestra en el mapa colocado junto a la vitrina.
   El Gandul (Alcalá de Guadaira) es una zona de extraordinaria riqueza arqueológica en la que se mezclan los túmulos megalíticos con los orientalizantes y los romanos. Algunos de los primeros, aunque expoliados de antiguo y semiarrasados por trabajos modernos, han podido ser estudiados de nuevo. Se trata tanto de auténticos dólmenes como de monumentos del tipo tholos, con cámara circular cubierta con falsa cúpula rematada en ortostatos de gran tamaño, enterrados bajo túmulos reforzados mediante anillos de piedras, algunos de los cuales pueden ser visitados. De los ajuares de sus enterramientos proceden los dos vasos de marfil incompletos, el hacha de serpentina, auténtica obra de arte del nuevo modo de tratar la piedra, la gran placa triangular, posible raspador, y la larga hoja de sílex, y el conjunto de puntas de flechas de base cóncava, el tipo más frecuente en nuestra tierra en este momento.
   Del Dolmen de La Cañada Real (Los Molares) proceden la cuentas de calaíta, nombre con el que se conocen diversos tipos de roca de coloración verdosa que se emplean en este momento para preparar colgantes y cuentas de collar de formas irregulares, y un pequeño hacha de piedra pulimentada.
   El Dolmen del Hoyo del Gigante (Morón de la Frontera) es uno de los más espectaculares que ha llegado hasta nosotros, sobre todo por las dos gigantescas losas de piedra que forman parte de su cubierta. El monumento en su conjunto, con una galería de más de 5 m. de longitud, se hallaba enterrado bajo un túmulo de tierra delimitado por un anillo de piedras, tal como se muestra en el dibujo de la vitrina. El ajuar de los enterramientos que guardara había sido expoliado en época antigua. En su reciente excavación se han recogido sólo algunos fragmentos de cerámica y diversas piedras de sílex.
   En El Castillo de las Guardas se conoce un valioso conjunto de dólmenes de construcción más sencilla, en los que, expoliados también de antiguo, nunca se han realizado excavaciones científicas. De allí proceden los dos pequeños cuencos hemisféricos de cerámica a mano y un pequeño hacha de piedra pulimentada.
   El contenido de la vitrina se completa con un peine de hueso recogido en el Dolmen de Hidalgo (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz), al que faltan las púas, y con una curiosa pieza que no procede de ningún dólmen, como todas las anteriores, sino de un hallazgo casual en el término de Gerena. Se trata de la vértebra de un jabalí, que lleva incrustada junto al canal medular una punta de flecha de sílex de pequeño tamaño, que nos sirve de valioso testimonio para probar que la caza mayor seguía constituyendo un complemento económico digno de tener en cuenta todavía en estos momentos de la Edad del Cobre, y que para llevarla a cabo eran suficientes esas pequeñas puntas de flecha, pues se conocía perfectamente la anatomía del animal y sus puntos vitales. En este caso la punta de flecha, como vemos en el dibujo, no llegó a cortar, como se pretendía, la médula del animal, el cual pudo escapar y vivir con ella integrada en el hueso.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:

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