5932. SEVILLA, capital. Vasijas en el inicio de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II. |
5933. SEVILLA, capital. Restos de animales domésticos en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II. |
5934. SEVILLA, capital. Restos de ciervos y puntas de flechas en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II. |
5935. SEVILLA, capital. Vasos cerámicos en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II. |
5936. SEVILLA, capital. Artesanías para el día a día de hueso y cobre en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II. |
5937. SEVILLA, capital. Artesanías para el día a día pétreas pulimentadas en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II. |
5938. SEVILLA, capital. Tallas líticas en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, de la sala II. |
5939. SEVILLA, capital. Núcleos para grandes hojas en la sala II del Museo Arqueológico. |
5940. SEVILLA, capital. Placa de ídolo de ojos-soles de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II. |
5941. SEVILLA, capital. Ídolos, placas antropomorfas y sonajero en la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II. |
5942. SEVILLA, capital. Ídolos antropomorfos de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II. |
5943. SEVILLA, capital. Ídolos ojos-soles cilíndricos de la vitrina 8 del Museo Arqueológico, en la sala II. |
5944. SEVILLA, capital. Gran vasija de la sala II del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (DCCCLXXIII), capital de la provincia y de la comunidad: 18 de octubre de 2017.
Museo Arqueológico* - Sala II.
LA EDAD DEL COBRE (3.000 - 2.000 a.C.)
LOS POBLADOS
El aumento demográfico iniciado en el Neolítico como consecuencia de la mayor producción de alimentos y el control de los excedentes que permite la sedentarización, no se detiene y, paulatinamente, el hombre va abandonando las cuevas como lugares de habitación para empezar a construir sus poblados al aire libre, en lugares más amplios donde, junto a sus cabañas, puede excavar en el terreno silos, a modo de graneros, en los que deposita los alimentos que produce y que no necesita de momento, por lo que decide guardarlos y protegerlos, tanto de los agentes atmosféricos como de los animales que le rodean, formando en ocasiones agrupaciones tan numerosas que ahora nos causan asombro, pero que no son más que lógica consecuencia del mayor número de personas que entonces pueden dedicarse a tareas productivas.
La economía por lo demás, continúa siendo en lo esencial la misma que en el Neolítico, mixta, agrícola y ganadera, complementada hasta donde es necesario con la caza, la pesca y la tradicional recolección espontánea de frutos.
La producción alfarera se ha desarrollado asimismo de manera considerable, desapareciendo los antiguos vasos a la almagra, con formas por lo general ovoides y rica decoración, para dar lugar a otra de vasos lisos con una gran variedad de formas adecuadas a las nuevas necesidades.
Adaptados a éstas están también los nuevos útiles y herramientas, que no son también más que una continuación de lo anterior, hachas y azadas de piedra pulimentada, acompañados ahora de numerosos objetos de silex, industria que va a experimentar un extraordinario desarrollo, produciéndose, de acuerdo con las antiguas técnicas, multitud de hojas, láminas, denticulados, dientes de hoz, puntas de flecha, etc., todos los cuales, convenientemente engarzados en palos o huesos adecuados, constituirán la mayor parte de los nuevos útiles para el trabajo de la tierra, la caza, el descuartizamiento y la preparación de los animales y de sus pieles, el desbrozamiento del campo, la construcción de sus casas y de sus tumbas, etc.
Tiene también un enorme desarrollo el trabajo del hueso para producir por lo general pequeños objetos, sobre todo punzones, agujas, espátulas, unas veces muy bien terminados y pulidos y otros simplemente conseguidos con el simple aguzamiento del hueso de un animal. Y junto a todos esos elementos de antigua tradición, que no son más que el desarrollo y la intensificación de los que se venían utilizando desde hacía centenares de años, un elemento nuevo que será el que dé nombre a este período cultural: el cobre. Por primera vez, en los ajuares de las casas y de las tumbas de ese hombre prehistórico, del que ya apenas nada nos separa, empezamos a encontrar pequeños objetos de metal, leznas, punzones, cuchillos, sierras, más tarde también hachas planas y puñales. Un universo de útiles que poco a poco se irán imponiendo y sustituyendo a los antiguos de piedra, al ser más duros y resistentes que ellos, en un proceso, como es habitual, muy lento que se va desarrollando a lo largo de unos mil años, entre el 3.000 y el 2.000 a.C., y se continuará como cultura plenamente formada, ya como Cultura del Bronce, con diversas variantes formales, a lo largo de más de otros mil, hasta que, hacia el s. VIII a.C., el hierro empiece a ser conocido y utilizado.
Los objetos de adorno son escasos en esta época, y, cuando aparecen, nos muestran un mundo que está en relación con el Mediterráneo Oriental, poniendo de manifiesto que aquellos primeros contactos marítimos que dieron lugar al Neolítico, no se habían detenido, sino que continuaban. Y veremos, junto a los productos indígenas, objetos de marfil de origen egipcio, y cuentas de collar en piedras exóticas, y puntas de jabalina siropalestinas, y figuras de dioses con precedentes en el Mar Egeo. De Oriente pudo venir por tanto el conocimiento del metal y el modo de trabajarlo. Y de allí pudo venir también el nuevo rito de enterrar a los muertos, todavía en cuevas, pero ahora artificiales, excavando en el terreno el lugar donde se va a construir el monumento funerario, a base de mampuestos con los que se levantan pequeñas cámaras al fondo de largos corredores donde se depositarán los cadáveres acompañados de sus ajuares, los tholoi a que antes nos referíamos.
El cobre no será el único metal que ahora conozcamos, ya que en esos ajuares funerarios empezamos a encontrar también pequeñas láminas de oro, seguramente utilizado ya como signo de distinción social, para quienes de una manera u otra ostentaban el mando y la responsabilidad, del poblado, del clan, de la familia, de las relaciones con la divinidad, en un incipiente sacerdocio, quizá necesario en una sociedad en la que observamos también un enorme desarrollo del mundo espiritual, puesto de manifiesto a través de la multiplicación de las figuras de ídolos o idolillos de diversas formas, pero todas tendiendo hacia la antropomorfización, más o menos esquemática, en la que el elemento esencial parece ser siempre un par de ojos de mirada frontal, ojos-soles se les ha llamado. El resto de los rasgos, facciones o miembros puede faltar o no, pero nunca los ojos, que están al menos insinduados, en los ejemplares más esquemáticos, por medio de un par de puntos para indicar las pupilas, o del par de líneas de los párpados o del tatuaje que los resaltaba.
Todo un mundo nuevo del que tenemos en Sevilla uno de los más importantes yacimientos conocidos, el de Valencina de la Concepción.
A la presentación de los materiales recogidos en las excavaciones realizadas en el poblado de este yacimiento se dedica por completo la sala II. A los de la necrópolis, la sala III.
En la Sala II, en la gran vitrina 8, mostramos los materiales hallados en todo ese complejo mundo de cabañas, pozos, silos y zanjas, que constituyen el poblado del yacimiento, separados de los encontrados en los ajuares funerarios del yacimiento, que presentamos en la Sala III, aunque en algún caso los materiales de uno y otro ámbito coincidan.
Se presentan en el primer cuerpo de esa gran vitrina, frente al acceso a la sala, los llamados ídolos megalíticos o calcolíticos, con sus característicos ojos soles. Al conjunto de Valencina se ha añadido un ejemplar de mármol procedente de El Arahal, de la Colección Rabadán, depositada en el Museo. Y en la Sala V, con las joyas de oro, podremos ver tres ejemplares espectaculares hallados juntos en un monumento funerario de Morón de la Frontera y donados al Museo por los hermanos Durbán Sánchez.
De gran interés es el instrumento musical de cerámica, una especia de maraca, que presentamos unto a los ídolos, para dar a entender que tuvo que emplearse sobre todo en ceremonias rituales, ya de carácter funerario o festivo. Tiene forma de tronco de animal, como para adaptarse más fácilmente a la mano cerrada. Es hueco y en su interior conserva dos pequeñas bolitas, también de cerámica, que pueden moverse con libertad, Al ser agitado produce un ruido característico, que podemos imaginar multiplicado por centenares en las solemnidades del poblado. Para facilitar la audición se halla perforado, aunque sólo por uno de los extremos, para no perder resonancia. Es, sin duda, uno de los más antiguos instrumentos musicales que ha llegado hasta nosotros.
En la parte central de la vitrina se muestran diversos tipos de vasos de cerámica que aparecen rellenando las distintas estructuras del poblado. Entre ellos hay que destacar los grandes platos de borde engrosado, y la vasija pintada con zigzags verticales en negro sobre una capa de engobe rojizo, técnica característica de este momento, que podemos decir es el que ofrece las más antiguas cerámicas decoradas con motivos pintados, siempre geométricos, aunque en algunos lugares se pueden llevar al parecer a finales del Neolítico, período del que nada hallamos en Valencina. Junto al vaso completo, fragmentos de otras vasijas decoradas con la misma técnica y parecidos motivos, todas las cuales podemos pensar que tuvieron alguna finalidad religiosa o cultual, más allá del la vulgar dedicación a la mesa, la cocina o la despensa de los otros recipientes, aunque suele ser característico de todos los vasos del yacimiento su buena terminación, con las superficies muy bien alisadas e incluso bruñidas, si es que no se hallan cubiertas de engobe, como en el cuenco hemisférico de color rojo Todas las vasijas están realizadas a mano, poniéndose de manifiesto en algunas ocasiones que los grandes platos o fuentes que se han modelado con ayuda de un molde, sobre el que se apoyó la pella de barro, lo que explica que tengan normalmente la cara superior muy bien terminada y la inferior, que queda oculta, sólo alisada, quedando en ella a veces en ocasiones las huellas del molde.
Un cuerpo más allá se presentan los objetos de hueso, punzones, espátulas, con algunos restos significativos de los animales de los que proceden, cabras, ciervos, bueyes, a los que acompañan algunos cráneos de perro, uno de los animales más frecuentes en el poblado.
Al extremo de la vitrina, los objetos de piedra y de metal, el nuevo elemento que se va introduciendo paulatinamente en la vida del hombre, inicialmente por medio de pequeños útiles, agujas, punzones, más adelante con otros más elaborados, sierras, cuchillos, pequeños puñales, todos los cuales pudieron muy bien ser realizados en el mismo poblado, como parece indicarlo el fragmento de crisol con una gota de bronce aherida al borde de su boca. Muy curioso es también el pequeño punzón que conserva completo su mango de madera mineralizada.
A los elementos de metal acompañan los ahora frecuentes útiles de piedra pulimentados, entre los que debemos destacar la pequeña gubia de boca en U, el gran hacha, de fuertes aristas, que ocupa el centro de la vitrina, de tan grandes dimensiones que se ha pensado pudiera tratarse de una especie de reja de arado, aunque no se observan señales de uso en su superficie, y la delicada alabarda de pizarra, a la que hemos de conceder por su fragilidad un uso exclusivamente votivo, que sin duda tuvo también el pequeño vaso de piedra.
Y junto a los útiles pulimentados, los de sílex, que ahora lo invaden todo Son puntas de flecha, dientes de hoz, perforadores, cuchillos o láminas, y un pequeño puñal o alabarda. Con ellos, pequeños núcleos de piedra de los que pudieron extraerse algunas de las piezas anteriores.
En la parte inferior de la vitrina dos piedras de moler que, aunque carecen de contexto arqueológico, podemos situar también en este momento. Son planas o de tipo barquiforme, de vaivén, que estarán en uso hasta que, casi 2.000 años más tarde, en la Edad del Hierro avanzada, se introduzca la piedra circular, de rotación.
En un extremo de la sala, junto a las fotografías de la planta de cabaña descubierta en el poblado, dos grandes vasijas de provisiones. La mayor fue descubierta en el lugar denominada El Goro. La otra es la misma que aparece en la fotografía de la cabaña, una vez restaurada.
LA EDAD DEL COBRE (3.000 - 2.000 a.C.)
LOS POBLADOS
El aumento demográfico iniciado en el Neolítico como consecuencia de la mayor producción de alimentos y el control de los excedentes que permite la sedentarización, no se detiene y, paulatinamente, el hombre va abandonando las cuevas como lugares de habitación para empezar a construir sus poblados al aire libre, en lugares más amplios donde, junto a sus cabañas, puede excavar en el terreno silos, a modo de graneros, en los que deposita los alimentos que produce y que no necesita de momento, por lo que decide guardarlos y protegerlos, tanto de los agentes atmosféricos como de los animales que le rodean, formando en ocasiones agrupaciones tan numerosas que ahora nos causan asombro, pero que no son más que lógica consecuencia del mayor número de personas que entonces pueden dedicarse a tareas productivas.
La economía por lo demás, continúa siendo en lo esencial la misma que en el Neolítico, mixta, agrícola y ganadera, complementada hasta donde es necesario con la caza, la pesca y la tradicional recolección espontánea de frutos.
La producción alfarera se ha desarrollado asimismo de manera considerable, desapareciendo los antiguos vasos a la almagra, con formas por lo general ovoides y rica decoración, para dar lugar a otra de vasos lisos con una gran variedad de formas adecuadas a las nuevas necesidades.
Adaptados a éstas están también los nuevos útiles y herramientas, que no son también más que una continuación de lo anterior, hachas y azadas de piedra pulimentada, acompañados ahora de numerosos objetos de silex, industria que va a experimentar un extraordinario desarrollo, produciéndose, de acuerdo con las antiguas técnicas, multitud de hojas, láminas, denticulados, dientes de hoz, puntas de flecha, etc., todos los cuales, convenientemente engarzados en palos o huesos adecuados, constituirán la mayor parte de los nuevos útiles para el trabajo de la tierra, la caza, el descuartizamiento y la preparación de los animales y de sus pieles, el desbrozamiento del campo, la construcción de sus casas y de sus tumbas, etc.
Tiene también un enorme desarrollo el trabajo del hueso para producir por lo general pequeños objetos, sobre todo punzones, agujas, espátulas, unas veces muy bien terminados y pulidos y otros simplemente conseguidos con el simple aguzamiento del hueso de un animal. Y junto a todos esos elementos de antigua tradición, que no son más que el desarrollo y la intensificación de los que se venían utilizando desde hacía centenares de años, un elemento nuevo que será el que dé nombre a este período cultural: el cobre. Por primera vez, en los ajuares de las casas y de las tumbas de ese hombre prehistórico, del que ya apenas nada nos separa, empezamos a encontrar pequeños objetos de metal, leznas, punzones, cuchillos, sierras, más tarde también hachas planas y puñales. Un universo de útiles que poco a poco se irán imponiendo y sustituyendo a los antiguos de piedra, al ser más duros y resistentes que ellos, en un proceso, como es habitual, muy lento que se va desarrollando a lo largo de unos mil años, entre el 3.000 y el 2.000 a.C., y se continuará como cultura plenamente formada, ya como Cultura del Bronce, con diversas variantes formales, a lo largo de más de otros mil, hasta que, hacia el s. VIII a.C., el hierro empiece a ser conocido y utilizado.
Los objetos de adorno son escasos en esta época, y, cuando aparecen, nos muestran un mundo que está en relación con el Mediterráneo Oriental, poniendo de manifiesto que aquellos primeros contactos marítimos que dieron lugar al Neolítico, no se habían detenido, sino que continuaban. Y veremos, junto a los productos indígenas, objetos de marfil de origen egipcio, y cuentas de collar en piedras exóticas, y puntas de jabalina siropalestinas, y figuras de dioses con precedentes en el Mar Egeo. De Oriente pudo venir por tanto el conocimiento del metal y el modo de trabajarlo. Y de allí pudo venir también el nuevo rito de enterrar a los muertos, todavía en cuevas, pero ahora artificiales, excavando en el terreno el lugar donde se va a construir el monumento funerario, a base de mampuestos con los que se levantan pequeñas cámaras al fondo de largos corredores donde se depositarán los cadáveres acompañados de sus ajuares, los tholoi a que antes nos referíamos.
El cobre no será el único metal que ahora conozcamos, ya que en esos ajuares funerarios empezamos a encontrar también pequeñas láminas de oro, seguramente utilizado ya como signo de distinción social, para quienes de una manera u otra ostentaban el mando y la responsabilidad, del poblado, del clan, de la familia, de las relaciones con la divinidad, en un incipiente sacerdocio, quizá necesario en una sociedad en la que observamos también un enorme desarrollo del mundo espiritual, puesto de manifiesto a través de la multiplicación de las figuras de ídolos o idolillos de diversas formas, pero todas tendiendo hacia la antropomorfización, más o menos esquemática, en la que el elemento esencial parece ser siempre un par de ojos de mirada frontal, ojos-soles se les ha llamado. El resto de los rasgos, facciones o miembros puede faltar o no, pero nunca los ojos, que están al menos insinduados, en los ejemplares más esquemáticos, por medio de un par de puntos para indicar las pupilas, o del par de líneas de los párpados o del tatuaje que los resaltaba.
Todo un mundo nuevo del que tenemos en Sevilla uno de los más importantes yacimientos conocidos, el de Valencina de la Concepción.
A la presentación de los materiales recogidos en las excavaciones realizadas en el poblado de este yacimiento se dedica por completo la sala II. A los de la necrópolis, la sala III.
En la Sala II, en la gran vitrina 8, mostramos los materiales hallados en todo ese complejo mundo de cabañas, pozos, silos y zanjas, que constituyen el poblado del yacimiento, separados de los encontrados en los ajuares funerarios del yacimiento, que presentamos en la Sala III, aunque en algún caso los materiales de uno y otro ámbito coincidan.
Se presentan en el primer cuerpo de esa gran vitrina, frente al acceso a la sala, los llamados ídolos megalíticos o calcolíticos, con sus característicos ojos soles. Al conjunto de Valencina se ha añadido un ejemplar de mármol procedente de El Arahal, de la Colección Rabadán, depositada en el Museo. Y en la Sala V, con las joyas de oro, podremos ver tres ejemplares espectaculares hallados juntos en un monumento funerario de Morón de la Frontera y donados al Museo por los hermanos Durbán Sánchez.
De gran interés es el instrumento musical de cerámica, una especia de maraca, que presentamos unto a los ídolos, para dar a entender que tuvo que emplearse sobre todo en ceremonias rituales, ya de carácter funerario o festivo. Tiene forma de tronco de animal, como para adaptarse más fácilmente a la mano cerrada. Es hueco y en su interior conserva dos pequeñas bolitas, también de cerámica, que pueden moverse con libertad, Al ser agitado produce un ruido característico, que podemos imaginar multiplicado por centenares en las solemnidades del poblado. Para facilitar la audición se halla perforado, aunque sólo por uno de los extremos, para no perder resonancia. Es, sin duda, uno de los más antiguos instrumentos musicales que ha llegado hasta nosotros.
En la parte central de la vitrina se muestran diversos tipos de vasos de cerámica que aparecen rellenando las distintas estructuras del poblado. Entre ellos hay que destacar los grandes platos de borde engrosado, y la vasija pintada con zigzags verticales en negro sobre una capa de engobe rojizo, técnica característica de este momento, que podemos decir es el que ofrece las más antiguas cerámicas decoradas con motivos pintados, siempre geométricos, aunque en algunos lugares se pueden llevar al parecer a finales del Neolítico, período del que nada hallamos en Valencina. Junto al vaso completo, fragmentos de otras vasijas decoradas con la misma técnica y parecidos motivos, todas las cuales podemos pensar que tuvieron alguna finalidad religiosa o cultual, más allá del la vulgar dedicación a la mesa, la cocina o la despensa de los otros recipientes, aunque suele ser característico de todos los vasos del yacimiento su buena terminación, con las superficies muy bien alisadas e incluso bruñidas, si es que no se hallan cubiertas de engobe, como en el cuenco hemisférico de color rojo Todas las vasijas están realizadas a mano, poniéndose de manifiesto en algunas ocasiones que los grandes platos o fuentes que se han modelado con ayuda de un molde, sobre el que se apoyó la pella de barro, lo que explica que tengan normalmente la cara superior muy bien terminada y la inferior, que queda oculta, sólo alisada, quedando en ella a veces en ocasiones las huellas del molde.
Un cuerpo más allá se presentan los objetos de hueso, punzones, espátulas, con algunos restos significativos de los animales de los que proceden, cabras, ciervos, bueyes, a los que acompañan algunos cráneos de perro, uno de los animales más frecuentes en el poblado.
Al extremo de la vitrina, los objetos de piedra y de metal, el nuevo elemento que se va introduciendo paulatinamente en la vida del hombre, inicialmente por medio de pequeños útiles, agujas, punzones, más adelante con otros más elaborados, sierras, cuchillos, pequeños puñales, todos los cuales pudieron muy bien ser realizados en el mismo poblado, como parece indicarlo el fragmento de crisol con una gota de bronce aherida al borde de su boca. Muy curioso es también el pequeño punzón que conserva completo su mango de madera mineralizada.
A los elementos de metal acompañan los ahora frecuentes útiles de piedra pulimentados, entre los que debemos destacar la pequeña gubia de boca en U, el gran hacha, de fuertes aristas, que ocupa el centro de la vitrina, de tan grandes dimensiones que se ha pensado pudiera tratarse de una especie de reja de arado, aunque no se observan señales de uso en su superficie, y la delicada alabarda de pizarra, a la que hemos de conceder por su fragilidad un uso exclusivamente votivo, que sin duda tuvo también el pequeño vaso de piedra.
Y junto a los útiles pulimentados, los de sílex, que ahora lo invaden todo Son puntas de flecha, dientes de hoz, perforadores, cuchillos o láminas, y un pequeño puñal o alabarda. Con ellos, pequeños núcleos de piedra de los que pudieron extraerse algunas de las piezas anteriores.
En la parte inferior de la vitrina dos piedras de moler que, aunque carecen de contexto arqueológico, podemos situar también en este momento. Son planas o de tipo barquiforme, de vaivén, que estarán en uso hasta que, casi 2.000 años más tarde, en la Edad del Hierro avanzada, se introduzca la piedra circular, de rotación.
En un extremo de la sala, junto a las fotografías de la planta de cabaña descubierta en el poblado, dos grandes vasijas de provisiones. La mayor fue descubierta en el lugar denominada El Goro. La otra es la misma que aparece en la fotografía de la cabaña, una vez restaurada.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
No hay comentarios:
Publicar un comentario