6559. SEVILLA, capital. Objetos de la vitrina 14 en la sala V del Museo Arqueológico |
6560. SEVILLA, capital. Vasijas de la vitrina 14 en la sala V del Museo Arqueológico. |
6561. SEVILLA, capital. Estela con inscripciones por descifrar de la sala V del Museo Arqueológico. |
6562. SEVILLA, capital. Objetos cerámicos de la vitrina 15 de la sala V del Museo Arqueológico. |
6563. SEVILLA, capital. Parte central de la vitrina 15 en la sala V del Museo Arqueológico. |
6564. SEVILLA, capital. Más objetos cerámicos de la vitrina 15 en la sala V del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (CMXXX), capital de la provincia y de la comunidad: 23 de enero de 2018.
Museo Arqueológico* - Sala V.
LAS COLONIZACIONES.
Estamos ya en un momento plenamente influido por los modos y maneras de hacer de los colonizadores y por su bagaje de costumbres y creencias, que van dejando su impronta en los pueblos ribereños del Guadalquivir y de algunos de sus principales afluentes, que ahora empiezan a formarse.
El yacimiento más conocido de todos los de esta época, cronológicamente situada entre las Edades del Bronce y del Hierro, ocupando a grandes rasgos toda la primera mitad del último milenio a.C., es el de El Carambolo (Camas), a las afueras de Sevilla. Allí, sobre un pequeño cerro cuya base bañaba entonces el río, se descubrieron hace medio siglo restos de unas estructuras arquitectónicas que en un principio se interpretaron como pertenecientes a un poblado, pero que en la actualidad se ponen en relación más estrecha con un posible santuario, que en aquel cerro, dominando el Guadalquivir, se alzaría, a juzgar por los ajuares que ofrece.
El hallazgo más espectacular sería el famoso tesoro de joyas de oro que hemos visto en la sala monográfica dedicada al Tesoro de El Carambolo, pero el cual no se presentaba sólo, sino acompañado de los objetos que mostramos en la vitrina 14, con los cuales podemos hacer dos grupos bien diferenciados. Por un lado, los materiales de tradición indígena; por otro, los orientales o de influencia oriental, aunque a todos los presentemos mezclados, para dar a entender que no se trata de dos mundos ajenos entre sí, de dos mundos que se excluyen, sino de dos mundos interrelacionados, en el que ya empiezan a surgir productos que tenemos que considerar híbridos, a juzgar por sus características, como el plato de barniz rojo, realizado a torno y cubierto del típico barniz o engobe, como era costumbre entre los colonizadores, pero de muy poca calidad en comparación con los fenicios, lo que nos hace pensar que es un producto local que trata de imitar lo que hacen los colonizadores.
Los indígenas por su parte siguen realizando cerámicas a mano, ahora con dos producciones muy típicas y dignas de hacerse notar; por un lado las cerámicas grises, sobre todo cuencos, platos y fuentes, formas abiertas, cuyo interior se decora frecuentemente con motivos geométricos bruñidos, sobre todo en forma de retícula, técnica que, después de emplearse durante cientos de años en la Edad del Cobre, había desaparecido, para surgir ahora de nuevo, mil años después, con mayor intensidad, pues si entonces lo veíamos aplicado sólo de manera esporádica en algunos grandes platos, ahora pasa a ser el motivo decorativo más frecuente en ellos.
Y junto a estos platos grises tan generalizados, unas cerámicas más escasas y de difusión más restringida, hasta haber hecho pensar que pudieran tratarse de cerámicas rituales: están también hechas a mano, pero no son grises, sino ocres, de cocción oxidante. Y no se decoran por el interior, sino por el exterior de la vasija. Y no se aplica sólo a pequeños platos y fuentes, sino también a grandes contenedores, como la tinaja que vemos en la vitrina. Y no son bruñidas, sino pintadas, pintadas de color rojo sobre la superficie del vaso previamente bruñida.
Los motivos decorativos consisten sobre todo en dibujos dispuestos en bandas horizontales son metopas y frisos que contienen combinaciones de rombos, triángulos, cuadrados, esvásticas y otros motivos en los que siempre predomina la línea recta, a excepción de algunos temas zoomorfos muy esquemáticos que parecen representar cabras y patos. Todos ellos podrían estar relacionados con el estilo geométrico griego que se difunde en esta época por todo el Mediterráneo.
Es un tipo de cerámica que fue identificada por primera vez en este yacimiento, por lo que se conoce como de "tipo Carambolo", y se ha considerado, por su elegancia, de carácter ritual, aunque ha aparecido también en poblados que ninguna relación tienen con ningún santuario, al menos aparentemente. En El Carambolo sí pudo, no obstante, estar relacionada con ceremonias rituales, ya que allí se alzó sin duda un santuario al cual pertenecería no sólo esa cerámica, sino también la curiosa pila de piedra, para las abluciones, y los pequeños "betilos" de cerámica, que se han interpretado como representaciones anicónicas de la divinidad.
Los fenicios, por su parte, también nos dejan en El Carambolo sus cerámicas típicas, siempre a torno: por un lado las ánforas para el transporte de alimentos, un nuevo tipo de vasija que se seguirá utilizando, con variaciones adaptadas a las necesidades de cada momento, a lo largo de más de mil años; por otro las cerámicas que podemos considerar de lujo, los platos y jarros de barniz roo, los soportes en forma de carrete, las lucernas de uno o dos picos, con señales evidentes en ellas del fuego que sirvió para iluminar el ambiente doméstico, y seguramente también el religioso, de aquellas gentes.
Algo similar podríamos indicar de los bronces, entre los que observamos las típicas fíbulas anulares indígenas o los fragmentos de asador mezclados con la base de un quemaperfumes, o con fragmentos de aguamaniles orientalizantes, de sentido ritual o religioso, como la pila de piedra o los "betilos" de cerámica.
Muy curiosos y de interpretación muy distinta son los diversos objetos de cerámica que se agrupan en una de las esquinas de la vitrina. Hay fusayolas, empleadas para hilar, como lastre de los husos, y hay pesas de telar, cuyo uso nos es bien conocido. Pero junto a ellos tenemos una especie de cuchara incompleta, con su superficie rellena de incisiones paralelas, que no sabemos lo que es, y tampoco las dos esferas huecas y perforadas, ni los dos pequeños soportes bitroncocónicos, quizá bruñidores, ni la bola que parece haber estado sujeta por una cuerda que la ha rodeado en tres sentidos distintos, como posible zumbadera, ni quizá, la más curiosa de todas, la pequeña pieza constituida por tres cilindros entrecruzados que se diría tratan de indicar o referirse a algún espacio u objeto tridimensional.
Completan la exposición de esta vitrina 14 algunos objetos procedentes de Ébora, un yacimiento en la costa de Sanlúcar de Barrameda, contemporáneo y muy similar al de El Carambolo, en cuanto que nos ha ofrecido diversas joyas de un tesoro tartésico, que hemos visto en la sala monográfica dedicada a El Tesoro de El Carambolo, y otros productos orientalizantes. Entre éstos, dos fragmentos de ungüentarios de pasta de vidrio polícromo y dos pequeñas pesas de bronce, bitroncocónicas, que han de ser consideradas como el más antiguo testimonio que tenemos en nuestra tierra de la introducción de un sistema de pesas, que sería contemporáneo de la introducción de las monedas, aunque estas últimas no tengamos en el Museo ningún testimonio.
Muy típicas de este momento son también las cerámicas pintadas con motivos orientalizantes, de las que El Carambolo sólo nos ha ofrecido algún fragmento decorado con bandas y círculos concéntricos, pero que en otros yacimientos han ofrecido una gran variedad y riqueza, sobre todo en Montemolín (Marchena).
Allí en la parte más alta de otro pequeño cerro, se han hallado hace pocos años algunas estructuras arquitectónicas cuya excavación parece indicar que pertenecieron a un edificio en el que se desarrollaran también determinadas ceremonias litúrgicas, a juzgar por la calidad de los vasos de cerámica que allí se han recogido y los más interesantes de los cuales se exponen en la vitrina 15. Se trata ya de cerámicas a torno, cuyas paredes aparecen ahora decoradas con motivos pintados, fundamentalmente de rojo, en los que se representan motivos geométricos, vegetales y animales, a muchos de los cuales es preciso dar un significado simbólico religioso, relacionado con divinidades orientales, en los que el toro podría aludir a Baal, la roseta a Astarté, la flor de loto abierta sería símbolo de la vida, la flor cerrada o marchita, el de la muerte; los grifos y las esfinges, monstruos que acompañan a la divinidad. Símbolos todos y seres que unas veces aparecen solos, como el toro que gira incansable alrededor de la vasija que ocupa el centro de la vitrina, o el friso de grifos de uno de los estantes laterales, y otras formando escenas.
Digna de una especial atención es la representada en uno de los fragmentos de la vitrina, con una delicada esfinge, cubierta su cabeza con una sencilla corona rematada en dientes de sierra, que acerca cuidadosamente su rostro hacia una flor de loto, como para aspirar su aroma, del cual se decía que tenía en sí el poder mágico de hacer nacer o renacer, al que lo hacía, concederle el don de la inmortalidad.
Al lado de estas elocuentes cerámicas de influencia oriental, podemos seguir viendo, como en El Carambolo, las producciones indígenas propias de la Edad del Bronce Final, sobre todo los platos grises de retícula bruñida, y las denominadas de Boquique, decoradas con simples incisiones o con impresiones de punto en raya, dibujando motivos geométricos, en vasos de cerámica a mano de aspecto vulgar, muy diferentes de las realizaciones de influencia oriental. Con éstos tendríamos que poner en relación el par de pequeñas alabastrones, uno con asas perforadas, de alabastro, y otro más pequeño, de cerámica, hallados en las excavaciones. Con las producciones indígenas, por el contrario, habría que poner la cabeza de carnero de cerámica, animal que tendremos oportunidad de ver más adelante, en producciones indígenas en piedra de carácter religioso o funerario de época íberoturdetana.
LAS COLONIZACIONES.
Estamos ya en un momento plenamente influido por los modos y maneras de hacer de los colonizadores y por su bagaje de costumbres y creencias, que van dejando su impronta en los pueblos ribereños del Guadalquivir y de algunos de sus principales afluentes, que ahora empiezan a formarse.
El yacimiento más conocido de todos los de esta época, cronológicamente situada entre las Edades del Bronce y del Hierro, ocupando a grandes rasgos toda la primera mitad del último milenio a.C., es el de El Carambolo (Camas), a las afueras de Sevilla. Allí, sobre un pequeño cerro cuya base bañaba entonces el río, se descubrieron hace medio siglo restos de unas estructuras arquitectónicas que en un principio se interpretaron como pertenecientes a un poblado, pero que en la actualidad se ponen en relación más estrecha con un posible santuario, que en aquel cerro, dominando el Guadalquivir, se alzaría, a juzgar por los ajuares que ofrece.
El hallazgo más espectacular sería el famoso tesoro de joyas de oro que hemos visto en la sala monográfica dedicada al Tesoro de El Carambolo, pero el cual no se presentaba sólo, sino acompañado de los objetos que mostramos en la vitrina 14, con los cuales podemos hacer dos grupos bien diferenciados. Por un lado, los materiales de tradición indígena; por otro, los orientales o de influencia oriental, aunque a todos los presentemos mezclados, para dar a entender que no se trata de dos mundos ajenos entre sí, de dos mundos que se excluyen, sino de dos mundos interrelacionados, en el que ya empiezan a surgir productos que tenemos que considerar híbridos, a juzgar por sus características, como el plato de barniz rojo, realizado a torno y cubierto del típico barniz o engobe, como era costumbre entre los colonizadores, pero de muy poca calidad en comparación con los fenicios, lo que nos hace pensar que es un producto local que trata de imitar lo que hacen los colonizadores.
Los indígenas por su parte siguen realizando cerámicas a mano, ahora con dos producciones muy típicas y dignas de hacerse notar; por un lado las cerámicas grises, sobre todo cuencos, platos y fuentes, formas abiertas, cuyo interior se decora frecuentemente con motivos geométricos bruñidos, sobre todo en forma de retícula, técnica que, después de emplearse durante cientos de años en la Edad del Cobre, había desaparecido, para surgir ahora de nuevo, mil años después, con mayor intensidad, pues si entonces lo veíamos aplicado sólo de manera esporádica en algunos grandes platos, ahora pasa a ser el motivo decorativo más frecuente en ellos.
Y junto a estos platos grises tan generalizados, unas cerámicas más escasas y de difusión más restringida, hasta haber hecho pensar que pudieran tratarse de cerámicas rituales: están también hechas a mano, pero no son grises, sino ocres, de cocción oxidante. Y no se decoran por el interior, sino por el exterior de la vasija. Y no se aplica sólo a pequeños platos y fuentes, sino también a grandes contenedores, como la tinaja que vemos en la vitrina. Y no son bruñidas, sino pintadas, pintadas de color rojo sobre la superficie del vaso previamente bruñida.
Los motivos decorativos consisten sobre todo en dibujos dispuestos en bandas horizontales son metopas y frisos que contienen combinaciones de rombos, triángulos, cuadrados, esvásticas y otros motivos en los que siempre predomina la línea recta, a excepción de algunos temas zoomorfos muy esquemáticos que parecen representar cabras y patos. Todos ellos podrían estar relacionados con el estilo geométrico griego que se difunde en esta época por todo el Mediterráneo.
Es un tipo de cerámica que fue identificada por primera vez en este yacimiento, por lo que se conoce como de "tipo Carambolo", y se ha considerado, por su elegancia, de carácter ritual, aunque ha aparecido también en poblados que ninguna relación tienen con ningún santuario, al menos aparentemente. En El Carambolo sí pudo, no obstante, estar relacionada con ceremonias rituales, ya que allí se alzó sin duda un santuario al cual pertenecería no sólo esa cerámica, sino también la curiosa pila de piedra, para las abluciones, y los pequeños "betilos" de cerámica, que se han interpretado como representaciones anicónicas de la divinidad.
Los fenicios, por su parte, también nos dejan en El Carambolo sus cerámicas típicas, siempre a torno: por un lado las ánforas para el transporte de alimentos, un nuevo tipo de vasija que se seguirá utilizando, con variaciones adaptadas a las necesidades de cada momento, a lo largo de más de mil años; por otro las cerámicas que podemos considerar de lujo, los platos y jarros de barniz roo, los soportes en forma de carrete, las lucernas de uno o dos picos, con señales evidentes en ellas del fuego que sirvió para iluminar el ambiente doméstico, y seguramente también el religioso, de aquellas gentes.
Algo similar podríamos indicar de los bronces, entre los que observamos las típicas fíbulas anulares indígenas o los fragmentos de asador mezclados con la base de un quemaperfumes, o con fragmentos de aguamaniles orientalizantes, de sentido ritual o religioso, como la pila de piedra o los "betilos" de cerámica.
Muy curiosos y de interpretación muy distinta son los diversos objetos de cerámica que se agrupan en una de las esquinas de la vitrina. Hay fusayolas, empleadas para hilar, como lastre de los husos, y hay pesas de telar, cuyo uso nos es bien conocido. Pero junto a ellos tenemos una especie de cuchara incompleta, con su superficie rellena de incisiones paralelas, que no sabemos lo que es, y tampoco las dos esferas huecas y perforadas, ni los dos pequeños soportes bitroncocónicos, quizá bruñidores, ni la bola que parece haber estado sujeta por una cuerda que la ha rodeado en tres sentidos distintos, como posible zumbadera, ni quizá, la más curiosa de todas, la pequeña pieza constituida por tres cilindros entrecruzados que se diría tratan de indicar o referirse a algún espacio u objeto tridimensional.
Completan la exposición de esta vitrina 14 algunos objetos procedentes de Ébora, un yacimiento en la costa de Sanlúcar de Barrameda, contemporáneo y muy similar al de El Carambolo, en cuanto que nos ha ofrecido diversas joyas de un tesoro tartésico, que hemos visto en la sala monográfica dedicada a El Tesoro de El Carambolo, y otros productos orientalizantes. Entre éstos, dos fragmentos de ungüentarios de pasta de vidrio polícromo y dos pequeñas pesas de bronce, bitroncocónicas, que han de ser consideradas como el más antiguo testimonio que tenemos en nuestra tierra de la introducción de un sistema de pesas, que sería contemporáneo de la introducción de las monedas, aunque estas últimas no tengamos en el Museo ningún testimonio.
Muy típicas de este momento son también las cerámicas pintadas con motivos orientalizantes, de las que El Carambolo sólo nos ha ofrecido algún fragmento decorado con bandas y círculos concéntricos, pero que en otros yacimientos han ofrecido una gran variedad y riqueza, sobre todo en Montemolín (Marchena).
Allí en la parte más alta de otro pequeño cerro, se han hallado hace pocos años algunas estructuras arquitectónicas cuya excavación parece indicar que pertenecieron a un edificio en el que se desarrollaran también determinadas ceremonias litúrgicas, a juzgar por la calidad de los vasos de cerámica que allí se han recogido y los más interesantes de los cuales se exponen en la vitrina 15. Se trata ya de cerámicas a torno, cuyas paredes aparecen ahora decoradas con motivos pintados, fundamentalmente de rojo, en los que se representan motivos geométricos, vegetales y animales, a muchos de los cuales es preciso dar un significado simbólico religioso, relacionado con divinidades orientales, en los que el toro podría aludir a Baal, la roseta a Astarté, la flor de loto abierta sería símbolo de la vida, la flor cerrada o marchita, el de la muerte; los grifos y las esfinges, monstruos que acompañan a la divinidad. Símbolos todos y seres que unas veces aparecen solos, como el toro que gira incansable alrededor de la vasija que ocupa el centro de la vitrina, o el friso de grifos de uno de los estantes laterales, y otras formando escenas.
Digna de una especial atención es la representada en uno de los fragmentos de la vitrina, con una delicada esfinge, cubierta su cabeza con una sencilla corona rematada en dientes de sierra, que acerca cuidadosamente su rostro hacia una flor de loto, como para aspirar su aroma, del cual se decía que tenía en sí el poder mágico de hacer nacer o renacer, al que lo hacía, concederle el don de la inmortalidad.
Al lado de estas elocuentes cerámicas de influencia oriental, podemos seguir viendo, como en El Carambolo, las producciones indígenas propias de la Edad del Bronce Final, sobre todo los platos grises de retícula bruñida, y las denominadas de Boquique, decoradas con simples incisiones o con impresiones de punto en raya, dibujando motivos geométricos, en vasos de cerámica a mano de aspecto vulgar, muy diferentes de las realizaciones de influencia oriental. Con éstos tendríamos que poner en relación el par de pequeñas alabastrones, uno con asas perforadas, de alabastro, y otro más pequeño, de cerámica, hallados en las excavaciones. Con las producciones indígenas, por el contrario, habría que poner la cabeza de carnero de cerámica, animal que tendremos oportunidad de ver más adelante, en producciones indígenas en piedra de carácter religioso o funerario de época íberoturdetana.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
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