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jueves, 21 de febrero de 2019

2531. SEVILLA** (CMXXXVIII), capital: 6 de febrero de 2018.

6625. SEVILLA, capital. Frontal de fuente, en mármol rojo, de la Loba Capitolina, Rómulo y Remo, procedente de Itálica, en la sala XI del Museo Arqueológico.
6626. SEVILLA, capital. Estela funeraria de Rústica, en piedra caliza, procedente de La Luisiana, s. I d.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6627. SEVILLA, capital. Inscripción de Urchail, en piedra arenisca, procedente de Alcalá del Río, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6628. SEVILLA, capital. Togado, procedente de Mulva, s. I d.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6629. SEVILLA, capital. Representación de un cazador, procedente de Mulva, s. I d.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6630. SEVILLA, capital. Grupo funerario de matrimonio sedente, procedente de Dos Hermanas, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6631. SEVILLA, capital. Capitel jónico, procedente de Dos Hermanas, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6632. SEVILLA, capital. Capitel jónico, procedente de Itálica, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6633. SEVILLA, capital. León ibérico en piedra caliza, procedente de Utrera, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6634. SEVILLA, capital. León ibérico, procedente de Espera (Cádiz), s. III - II a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6635. SEVILLA, capital. León ibérico, procedente de El Coronil, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6636. SEVILLA, capital. Jinete sobre león, procedente de Estepa, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6637. SEVILLA, capital. León ibérico, procedente de Espera (Cádiz), s. III - II a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6638. SEVILLA, capital. León ibérico, procedente de Espera (Cádiz), s. III - II a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6639. SEVILLA, capital. León ibérico, en calcarenita, procedente de Alcolea del Río, s. I a.C. - I d.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6640. SEVILLA, capital. León ibérico, procedente de Espera (Cádiz), s. III - II a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6641. SEVILLA, capital. Cabeza de león, procedente de Lebrija, en la sala XI del Museo Arqueológico.
6642. SEVILLA, capital. León ibérico, procedente de Las Cabezas de San Juan, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6643. SEVILLA, capital. León sujetando una cabeza de carnero, procedente de Lebrija, en la sala XI del Museo Arqueológico.
6644. SEVILLA, capital. Toro ibérico, procedente de Alcalá del Río, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6645. SEVILLA, capital. Relieve de un caballo, procedente de Baena (Córdoba), en la sala XI del Museo Arqueológico.
6646. SEVILLA, capital. Otro relieve de un caballo, procedente de Baena (Córdoba), en la sala XI del Museo Arqueológico.
6647. SEVILLA, capital. Relieve de un caballo, procedente de Baena (Córdoba), en la sala XI del Museo Arqueológico.
6648. SEVILLA, capital. Relieve de caballos, procedente de Baena (Córdoba), en la sala XI del Museo Arqueológico.
6649. SEVILLA, capital. Relieve de caballos, procedente de Baena (Córdoba), en la sala XI del Museo Arqueológico.
6650. SEVILLA, capital. Cabeza de caballo ibérica, procedente de Marchena, s. IV a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
6651. SEVILLA, capital. Estela con caballo y palmera, procedente de Marchena, en la sala XI del Museo Arqueológico.
6652. SEVILLA, capital. Relieve de cierva amamantando a su cría, procedente de Osuna, en la sala XI del Museo Arqueológico.
6653. SEVILLA, capital. Relieve de figuras humanas, procedente de Osuna, en la sala XI del Museo Arqueológico.
6654. SEVILLA, capital. Escena de sacrificio, procedente de Estepa, en la sala XI del Museo Arqueológico.
6655. SEVILLA, capital. Figura humana con túnica corta ceñida por cinturón, adosada a un pilar, procedente de El Rubio, s. I a.C., en la sala XI del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (CMXXXVIII), capital de la provincia y de la comunidad: 6 de febrero de 2018.
Museo arqueológico* - sala XI
CULTURA IBERROMANA
   Comenzamos nuestra visita a las salas de arqueología romana y medieval por la sala XI. Nos recibe, en el panel de entrada, un llamativo relieve en mármol rojo, frontal de una fuente para ser adosada a un muro, con la representación de una loba amamantando a dos gemelos. Es el símbolo de Roma, la nueva potencia del Mediterráneo, fundada, según los Anales, por Rómulo y Remo en el año 753 antes del nacimiento de Cristo.
   Rea Silvia, hija del rey Numitor, a pesar de su condición de vestal, había concebido del dios Marte dos gemelos, Rómulo y Remo, a los que tuvo que abandonar en una cuna que depositó en el cauce del río Tíber, cuyas aguas los llevaron hasta el pie del Palatino, a las puertas de una cueva, adonde una loba, animal consagrado a Marte, acudió a amamantarlos atraída por sus gemidos, hasta que fueron recogidos por el pastor Fáustulo.
   Ya mayores, quisieron fundar una ciudad. Por el vuelo de los pájaros, supieron que el elegido para hacerlo había sido Rómulo, el cual, unciendo a un arado, según el rito etrusco, un buey y una vaca blancos, trazó en el mismo Palatino por medio de un surco los que habían de ser sus limites. Daría a la ciudad el nombre de Roma.
   Este relieve, labrado en mármol rojo, nos muestra precisamente el momento en que la loba acude a amamantar a los gemelos bajo la higuera silvestre, el ficus ruminalis, donde los descubre Fáustulo, y que durante siglos se conservaría después en medio del foro.
   El relieve está tratado de manera un tanto esquemática, a pesar de lo cual no cabe ninguna duda sobre la identificación de la escena, con los pequeños gemelos sentados en el suelo mamando del animal, que vuelve hacia ellos su cabeza. Detrás, el pastor Fáustulo levanta el cayado por encima de su cabeza, como para llamar la atención del animal. Delante, la higuera, con hojas grandes, triangulares, palmeadas, a la que no podríamos identificar si no conociéramos la leyenda. Toda la escena se desarrolla sobre una moldura ancha, en cuya parte inferior se abre la oquedad para el caño de la fuente.
   Ya en el interior de la sala vemos en ella mezclarse elementos típicamente indígenas -la inscripción tartésica situada ante uno de los ventanales, o la serie de animales en piedra- con los de transición -estelas romanas con nombres indígenas: Caccosa, Urchail, Atitta, Chilasurgum- y los puramente romanos -togado y cazador con liebre en la mano de Mulva-.
   En el centro de la sala, ocupando un lugar destacado, como obra más elocuente de este proceso romanizador, un matrimonio sedente, juntas las manos, vestido él todavía con el típico sagum de los íberos. Se trata, sin duda, de la obra de un escultor indígena, realizada al modo romano, para un monumento funerario de la necrópolis de Orippo (Dos Hermanas), de cuya ciudad procede asimismo uno de los capiteles jónicos que se alzan a la entrada a la sala. El otro es de Itálica.
   A monumentos funerarios pertenecen también la mayor parte de los animales en piedra. Los leones pudieron hallarse en construcciones similares a la que vemos en uno de los dibujos de la sala, junto a la inscripción tartésica. Son animales en reposo, pero en actitud vigilante y amenazadora -grandes ojos, garras poderosas, fauces abiertas-, fieles guardianes de tumbas, que suelen sujetar bajo sus patas el cuerpo de un carnero, símbolo quizá de la vida capturada por la muerte, de la que no puede escapar. Especial atención merece el ejemplar de Estepa que aparece cabalgado por un guerrero que cubre su cuerpo con cota de malla, del que sólo se conserva parte del cuerpo y el brazo izquierdo que agarra al animal por su melena, en una lucha ritual de carácter funerario.
   En contraste con los leones podemos contemplar, a la entrada de la sala, el toro de Alcalá del Río. Paradójicamente se halla en pie, pero inmóvil, como ausente, ajeno a todo; recuerda a los típicos verracos de la Meseta, de los que a veces se ha considerado precedente, pero de los que podría ser, mejor, una imitación.
   La llegada de los romanos y su imposición política sobre los pueblos indígenas no significa que éstos cambiaran bruscamente su modo de vida. El cambio sería progresivo. La romanización, lenta. Las costumbres y creencias de las gentes irán evolucionando, pero los antiguos dioses no serían olvidados. Irían siendo, más bien, asimilados por los dioses de los recién llegados, entre los que encontrarían paralelos que facilitaran la identificación de unos por otros y la convicción de que en el fondo se trataba de unos mismos dioses y con unos mismos poderes, aunque con distintos nombres.
   Los antiguos santuarios no serán, por tanto, abandonados bruscamente. Seguirán teniendo fieles, ante todo en el mundo rural, hasta donde tardarán más en llegar las nuevas ideas, que irían llegando poco a poco, con el conocimiento del nuevo idioma, el latín, mientras los antiguos dioses, de los que apenas conocemos algo más que el nombre, se irán olvidando a ese mismo ritmo, en un lento proceso.
   Esa perduración de las antiguas creencias es lo que hemos querido mostrar en la esquina de la sala con la representación esquemática de un santuario dedicado a los caballos localizados en la provincia de Córdoba, cerca de Baena. Allí, sobre un pequeño cerro, fueron hallados un centenar de relieves de caballos en piedra, representados de manera más o menos tosca o artística. Son los mismos caballos que veíamos en la última sala de Prehistoria y pertenecen a un mismo santuario, cuya vida podría haberse extendido entre el siglo V ó IV a.C. y época romana.
   A estos relieves podemos unir, más realista, el prótomo enjaezado que se halla junto a ellos, empotrado en la pared, como debió hallarse en algún monumento funerario turriforme de la zona de Marchena. Es una auténtica obra de arte de la escultura ibérica en piedra, por la minuciosidad de los detalles representados, riendas, cabezada, bocado, adornos. Debió presidir, como animal relacionado con el mundo de la muerte entre los indígenas, alguno de esos monumentos funerarios. Su presencia ha sido interpretado como manifestación de que el personaje enterrado en él había sido heroizado.
   Otro caballo vemos, éste saltando, como lo veíamos en alguno de los didracmas púnicos de plata del tesorillo de monedas de la Cuesta del Rosario (Sala IX), en la parte frontal de la estela de Marchena. En el lateral, la palmera, que tenemos asimismo, cobijándolos, en el relieve de la cierva amamantando a su cervatillo.
   Junto a ellos diversos relieves y figuras exentas de piedra caliza procedentes de algún monumento funerario de Osuna, que podemos poner en relación con los que se guardan en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.
   Sabor más estrictamente religioso tiene la escena de sacrificio, con dos personajes, uno vestido, alzada la mano dispuesta a golpear, desnudo el otro, que sujeta a un carnero por sus cuernos, que nos recuerda al que veíamos -en un papel muy distinto, aquél como figura principal de algún monumento funerario- en las salas de Prehistoria, y al que podemos ver aquí, representado como una simple cabeza de hocico desgastado, rematando un prolongado cuello recto, que debía de estar embutido en algún monumento funerario de la zona de El Coronil. Reflejos por doquier de la rica iconografía zoomorfa presente en la escultura ibérica, pero dando siempre a los animales un valor simbólico o ritual, más que decorativo. Son la última manifestación del arte indígena prerromano en nuestro Museo. A partir de ahora Roma lo invadirá todo. El mundo indígena va desapareciendo. En adelante, todo lo que veamos será ya romano, un arte que los indígenas empiezan a practicar olvidando el suyo propio, como podemos ver en las toscas esculturas del cazador y el togado de Mulva que se hallan junto a la escena del sacrificio.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:

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