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sábado, 16 de febrero de 2019

2526. SEVILLA** (CMXXXIII), capital: 23 de enero de 2018.

6571. SEVILLA, capital. Cerámicas en la sala VIII del Museo Arqueológico.
6572. SEVILLA, capital. Material cerámico procedente de Riotinto, en la sala VIII del Museo Arqueológico.
6573. SEVILLA, capital. Más objetos procedentes de Riotinto, en la sala VIII del Museo Arqueológico.
6574. SEVILLA, capital. Más objetos cerámicos en la sala VIII del Museo Arqueológico.
6575. SEVILLA, capital. Otros objetos cerámicos de la sala VIII del Museo Arqueológico.
6576. SEVILLA, capital. Más objeros cerámicos de la sala VIII del Museo Arqueológico.
6577. SEVILLA, capital. Otros objetos de la sala VIII del Museo Arqueológico.
6578. SEVILLA, capital. Más objetos de la sala VIII del Museo Arqueológico.
6579. SEVILLA, capital. Más objetos de la sala VIII del Museo Arqueológico.
6580. SEVILLA, capital. Dos objetos más de la sala VIII del Museo Arqueológico.
6581. SEVILLA, capital. Vista de ánfora desde la sala VIII del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (CMXXXIII), capital de la provincia y de la comunidad: 23 de enero de 2018.
Museo Arqueológico* - Sala VIII
COLONIZACIONES. PRIMERA EDAD DEL HIERRO (Siglos VII - V a.C.)
   Los minerales que se esconden en la zona de Riotinto (Huelva), en el extremo occidental de Sierra Morena, sobre todo el cobre y la plata, eran el objetivo que había despertado el interés de los colonizadores por establecer relaciones con los aborígenes de nuestro suelo, para dar lugar con ellas al nacimiento de la cultura tartésica. Los materiales procedentes de Riotinto deberían estar quizá por ello al principio de esta cultura, como causa que la provoca. En las excavaciones llevadas a cabo, sin embargo, en el poblado minero no se han hallado materiales que puedan situarse entre los más antiguos de esta época orientalizante, sino objetos vulgares en su mayoría, de una gran pobreza, como pertenecientes que son a unas gentes que, a su economía esencialmente agrícola y ganadera, vienen a añadir ahora las actividades mineras y metalúrgicas, pero a escala doméstica, como vemos en los materiales que se exponen en la vitrina 20, en la que el elemento más significativo es sin duda la piedra con cazoletas, utilizada para machacar el mineral y conseguir, en el fondo de hoyos preparados en la tierra, tortas de metal como las que se muestran, aunque no pertenezcan al yacimiento. Para llevar a cabo esta operación era necesario el avivamiento del fuego por medio de aire que se insuflaba desde el exterior con ayuda seguramente de pieles de animal cerradas, prolongadas en el interior del horno con ayuda de toberas, de la manera que se muestra en los dibujos de la vitrina, junto a algunos fragmentos de aquéllas.
   En los ajuares hallados en las casas se mezclan las tradicionales cerámicas indígenas, a mano, vulgares, lisas o con sencillas impresiones digitales, con las imitaciones de las de barniz rojo a torno de los colonizadores, entre las que destacamos las lucernas de uno o dos picos y los platos de borde ancho, objetos todos que pudieron ser de uso cotidiano en las casas de aquellos mineros. Todos ellos pueden fecharse a lo largo de los siglos VII y VI a.C.
   Las casas en que se descubrieron estos materiales, eran ya de planta rectangular, con habitaciones pequeñas y muros de mampostería, sin cimientos, lo que exigía cubiertas ligeras, seguramente de retamas sobre un entramado de madera.
   Si en las vitrinas anteriores veíamos los materiales hallados en las casas y probables santuarios de diversos poblados de época tartésica, en la vitrina 21 vamos a contemplar los hallados en una rica necrópolis de esa misma época, la de Setefilla, en Lora del Río, aguas arriba del Guadalquivir, En ella se pone de manifiesto el ritual funerario de aquellas gentes y la abundancia de ajuares que suelen depositarse en sus tumbas, a todas las cuales debemos considerar indígenas, aunque son evidentes los influjos de los colonizadores, tanto en el rito como en los ajuares. En éstos tendremos oportunidad de ver por primera vez objetos de hierro, metal que ahora, de la mano también de los colonizadores, comienza a hacer acto de presencia.
   Aunque su introducción pudo tener lugar en nuestro suelo a lo largo del siglo anterior, será en los ajuares de la necrópolis de Setefilla, en pleno siglo XV, cuando podremos verlo ya en claro proceso de difusión, formado parte de ajuares sencillos.
   Tras el aparente vacío funerariode la Edad del Bronce Final, va a imponerse paulatinamente con el incremento de las relaciones con los colonizadores el ritual de la incineración, que era el seguido por ellos, aunque sin desaparecer del todo las inhumaciones, que parecen dejarse reservadas para los personajes de mayor estatus social, aunque en la necrópolis de Alcalá del Río que se está excavando actualmente, inhumaciones e incineraciones aparecen mezcladas, sin diferencias cronológicas aparentes y con unos mismos ajuares.
   En Setefilla, sin embargo, los muertos comienzan ahora, en cualquier caso, a ser incinerados en su mayor parte, con sus vestidos y ajuares, y sus resos, una vez recogidos y lavados, depositados juntos en una vasija, la urna cineraria, la cual se coloca después en un hoyo practicado en el suelo. A su alrededor, los vasos de ofrendas, en los que es de suponer se pusieran alimentos, aceites, perfumes, y cuanto se pensara podía ser útil al muerto en la otra vida. El conjunto se cubría después con tierra, formando en ocasiones estas cubriciones enormes túmulos, que podían encerrar centenares de tumbas. Dos de estos túmulos, de un conjunto mucho más numeroso, se han excavado en la necrópolis de Setefilla, junto a un poblado del que ya hicimos mención al hablar de la Edad del Bronce Pleno, en la vitrina 12.
   Uno de los túmulos escondía en su parte central, como vemos en la fotografía, una gran tumba de inhumación, dentro de una estructura de mampostería, que había sido expoliada en época antigua. A su alrededor se hallaban numerosas incineraciones, cuyos ajuares podemos contemplar en la vitrina. Los más característicos entre ellos son los grandes vasos llamados "a chardon", por su peculiar forma caliciforme, muy difundida, con panzas ovoides de superficies simplemente alisadas, rematadas en altos cuellos abiertos de superficies bruñidas, muy bien terminadas. En ellos solían depositarse los restos humanos, cubriéndose después sus bocas con un plato o cuenco colocado boca abajo. Es el tipo de urna representada en la fuente de El Gandul, de la vitrina 19, alada y cubierta con un creciente lunar.
   Muy característicos de esta época, en ambientes que podemos considerar relacionados con los inicios de la Edad del Hierro en la meseta, son las urnas bicónicas con incrustaciones de botones metálicos, de plata o bronce, en sus paredes. De antigua tradición indígena son, por el contrario, las vasijas de collares de impresiones digitales y los platos, cuencos, y hasta copas, decorados en su interior con diseños de retícula bruñida, que vive ahora sus últimos momentos.
   Siguen estando presentes, por otra parte, como en todos los yacimientos tartésicos, las cerámicas importadas del Mediterráneo Oriental o imitadas por los indígenas, evidentes aquí sobre todo en la copa del túmulo B decorada con bandas en su pared inferior y cubierta de barniz rojo en su interior, o en el soporte con la misma decoración de bandas bícromas, rojo y negro, tan parecido en su forma al de barniz rojo que veíamos en El Carambolo, en la vitrina 14, importados son sin duda los vasos de alabastro en los que se contuvieron perfumes y aceites.
   Entre los ajuares metálicos, todos muy mal conservados a causa del fuego a que estuvieron sometidos durante la incineración del cadáver, los más abundantes son, entre los de bronce, los broches de cinturón de uno o más garfios, con la placa decorada con motivos geométricos a ruedecilla, las fíbulas, los imperdibles de la época, con distintos tipos de resorte, y los brazaletes, todos ellos fragmentados. Hay también algunos "botones" para decorar la cerámica completos, junto a distintos anillos, pasadores y agujas.
   Muy poca entidad, pero un gran interés arqueológico, tienen los objetos de hierro a que nos referíamos al principio. Se trata sobre todo de cuchillos de hoja recta o acodada, afalcatada, decimos, por recordad su forma la de las conocidas armas ibéricas.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:

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