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domingo, 17 de febrero de 2019

2527. SEVILLA** (CMXXXIV), capital: 23 de enero de 2018.

6582. SEVILLA, capital. Ánforas de la sala IX del Museo Arqueológico.
6583. SEVILLA, capital. La vitrina 22 de la sala IX del Museo Arqueológico.
6584. SEVILLA, capital. Objetos de la vitrina 23 de la sala IX del Museo Arqueológico.
6585. SEVILLA, capital. Objetos de la vitrina 24 de la sala IX del Museo Arqueológico.
6586. SEVILLA, capital. Otros objetos de la vitrina 24 de la sala IX del Museo Arqueológico.
6587. SEVILLA, capital. Últimos objetos de la vitrina 24 de la sala IX del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (CMXXXIV), capital de la provincia y de la comunidad: 23 de enero de 2018.
Museo Arqueológico* - Sala IX
COLONIZACIONES
NECRÓPOLIS (Siglos VII-V a.C.)
   Expuestos los materiales de Setefilla, vamos a presentar a continuación los de las necrópolis de Carmona y Alcalá del Río. Antes, no obstante, un pequeño paréntesis para mostrar en la vitrina 22 los procedentes del Cerro Macareno (San José de la Rinconada), uno de los muchos poblados que surgen en esta época, a partir de los inicios del último milenio, a las orillas del Guadalquivir, al establecerse en ellas grupos de indígenas del "hinterland" que se acercan a comerciar con los colonizadores. Muchos de estos poblados estuvieron habitados hasta época romana y algunos continúan habitados en la actualidad, mostrando unas potentes estratigrafías, de hasta 10 y 12 m. de altura, que nos permiten conocer con claridad la evolución cultural de cada uno de ellos, todas por otra parte muy similares.
   Las excavaciones del Cerro Macareno nos han permitido conocer esa evolución en un período que va desde el s. VIII a.C. hasta época romana, con algunos materiales muy significativos, como el fragmento de cerámica decorada con motivos vegetales, capullos de flor de loto, similares a los que veíamos anteriormente en Montemolín y Lora del Río, las cuentas de collar y el fragmento de ungüentario de pasta vítrea polícroma, o esa gran crátera de bronce de doble asa, de grandes dimensiones, pero de deficiente factura, lo que nos hace pensar en un taller indígena. En su interior se hallaba, en su fondo, el plato de cerámica a torno y el pequeño vaso de bronce que se exponen junto a él y que nos ayudan a fecharlo hacia el s. V a.C., fecha que podríamos dar también a la lucerna y al fragmento de cerámica griega, a las grandes urnas a torno decoradas con bandas pintadas de rojo y a la fíbula anular, típica producción hispánica. Algo anteriores podrían ser los fragmentos de ánforas con marcas de alfarero. Y posteriores el plato con el borde pintado de rojo y las otras cerámicas, entre ellas el colgante cilíndrico que podríamos considerar como una representación humana esquemática, quizá un ídolo, y los fragmentos de fíbulas de bronce.
   La pieza más sugerente de todo el conjunto es, sin embargo, la tableta de cerámica con un ajedrezado inciso, en el interior de cuyos espacios aparecen marcados pequeños rasgos horizontales y verticales, el significado de los cuales no alcanzamos a comprender, pensando si podría tratarse de una tableta inventario de bienes, o de recuento de ganado, o algo similar. Hay quien ha hablado incluso de control de fases lunares, de una especie de calendario lunar.
   Cerrado el paréntesis abierto para el Cerro Macareno, continuamos con la exposición de los materiales de las necrópolis tartésicas. En la vitrina 23 los hallados en La Angorilla, recientemente excavada en el término municipal de Alcalá del Río, muy cerca del Cerro Macareno, y todavía en curso de estudio, por lo que no nos fijaremos especialmente en ellos, sino en los de la vitrina 24, procedentes de las antiguas excavaciones, de finales del s. XIX y principios del XX, de Jorge Bnsor, en Los Alcores de Carmona, con reproducción de sus dibujos originales, en los que podemos ver la situación de muchos de los yacimientos que estamos mencionando, relacionados con el mundo orientalizante.
   De La Cruz de Negro, en Carmona, proceden fundamentalmente una serie de ánfora a torno de un tipo muy especial, esféricas, con cuello estrecho recorrido por una moldura, asas pequeñas y rica decoración pintada de tipo geométrico en los habituales colores de esta época, rojo y negro, que en su mayor parte fueron utilizadas como urnas cinerarias. Con ellas, vasos de tipo "chardon", platos y fuentes de barniz rojo y de retícula bruñida, lucernas, y otros elementos, indígenas y de importación, que hemos visto ya en otros yacimientos de esta época, sobre todo en la necrópolis de Setefilla, lo mismo que los típicos broches de cinturón tartésicos, de placa cuadrada frecuentemente decorada. Muy originales resultan, por el contrario, las altas runas de perfil cilíndrico con asas a modo de orejas en la parte superior, como en las ánforas, que no hemos visto en ningún otro yacimiento.
   Junto a ellas, toda una serie de elementos, de pequeño tamaño, pero de un gran interés arqueológico: huevos de avestruz, placas de marfil, alabastrones para perfumes y ungüentos, jarros y aguamaniles de bronce, broces de cinturón, fíbulas, cuentas de collar y otros objetos menores.
   A los huevos de avestruz, sobre todo a los hallados en los ajuares funerarios, hay que darles un carácter ritual y simbólico, como portadores que son de un germen de vida. De ahí que aparezcan con frecuencia decorados en toda su superficie con motivos geométricos y vegetales, que no presentan nuestros ejemplares, aunque sí su boca abierta de borde dentado. Debemos fechar estos ejemplares en el siglo VII a.C., aunque seguirán llegando a la Península, desde Cartado, a lo largo de todo el período de influencia púnica, hasta el s. III a.C.
   Los marfiles fueron muy abundantes en estas necrópolis orientalizantes de Los Alcores. Se trata de cajas, peines, placas, espátulas o paletas como la que aquí presentamos, un objeto que debió servir de contenedor de colorantes para el maquillaje del cuerpo, probablemente con significado ritual. Están siempre decoradas con motivos incisos geométricos, vegetales y animales. Aquí, bajo una línea de dientes de lobo, se ha grabado una cabra en pie, orientada hacia la derecha, con la cabeza vuelta, mirando hacia atrás, hacia un convencional árbol de la vida. Entre sus patas traseras, un capullo de loto.
   En otras placas aparecen representaciones de toros, caballos, carneros, ciervos, leones, o seres fabulosos, especialmente grifos y esfinges, que unas veces se enfrentan entre si y otras son alanceados por guerreros o jinetes de empenachados cascos. Y todos ellos mezclados con elementos vegetales y geométricos. Aunque sus modelos hay que buscarlos en Nimrud y Megido, estos marfiles se cree que son obra de talleres peninsulares, cuyos productos parecen haber llegado incluso al Heraion de Samos. En ningún caso se piensa que pueda tratarse de productos importados. Serían producciones locales realizadas por artesanos fenicios, llegados a la Península quizá tras la caída de las metrópolis, Tiro, Sidón, bajo el poder los persas entre 676 y 668 a.C.
   Los alabastrones, por su parte, debieron ser utilizados para contener perfumes, aceites y ungüentos de alto precio, de los que se empleaban para embalsamar los cadáveres o para prepararlos para el ritual de la cremación, por lo que debieron jugar un papel comercial muy importante en la antigüedad. Es muy difícil decir si se trata de importaciones de Egipto o de imitaciones realizadas en cualquier otro lugar. En ocasiones aparecen rotos de manera intencionada en el interior de la tumba, como si una vez utilizado su contenido el ritual exigiera arroja dentro de la tumba también el contenedor.
   Los broches de cinturón de garfios son típicos de este momento, y especialmente ricos en estos yacimientos, en los que tenemos algunas placas sutilmente decoradas por medio de finas incisiones con motivos vegetales que se han identificado como representación del árbol de la vida, rosetas en relieve y hebillas en forma de serpiente que nos recuerdan a las de los brazaletes de oro de Mairena y la bandeja de El Gandul, de las vitrinas 18 y 19.
   Pieza de enorme interés es la gran fíbula de plata con puente en forma de hoja de laurel, hallada en una tumba de El Acebuchal, necrópolis cercana a la de la Cruz del Negro, en Carmona, que ha dado nombre al grupo, muy extendido.
   Dispersas por la sala, en las esquinas, podemos ver distintos tipos de ánforas fenicias, corintias y púnicas, que fechamos entre los siglos V a II a.C. Las de la vitrina empotrada conservan todavía las plantas adheridas a su superficie durante el tiempo que permanecieron en el fondo del mar, en la bahía de Cádiz, en el barco hundido que las transportaba.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:

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