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miércoles, 19 de junio de 2019

2649. SEVILLA** (MLIV), capital: 25 de abril de 2018.

7559. SEVILLA, capital. Retratos romanos en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7560. SEVILLA, capital. Cabeza de desconocido, procedente de Itálica, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7561. SEVILLA, capital. Cabeza desconocida, procedente de Itálica, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7562. SEVILLA, capital. Cabeza desconocida, de Itálica, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7563. SEVILLA, capital. Cabeza de desconocido, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7564. SEVILLA, capital. Busto de anciano desconocido, de Itálica, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7565. SEVILLA, capital. Cabeza de desconocido procedente de Alcalá del Río, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7566. SEVILLA, capital. Cabeza desconocida procedente de Itálica, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7567. SEVILLA, capital. Cabeza de desconocido procedente de Pedrera, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7568. SEVILLA, capital. Cabeza desconocida en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7569. SEVILLA, capital. Vitrina con diversos objetos en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7570. SEVILLA, capital. Togado de la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7571. SEVILLA, capital. Otra imagen togada de la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7572. SEVILLA, capital. Dama romana en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
7573. SEVILLA, capital. Personaje masculino togado y con bulla, procedente de Sevilla, en la sala XVIII del Museo Arqueológico.
SEVILLA** (MLIV), capital de la provincia y de la comunidad: 25 de abril de 2018.
Museo arqueológico* - sala XVIII
RETRATOS ROMANOS
   La XVIII es otra sala de paso, dedicada ésta a presentar elementos relacionados con la sociedad romana, en la que también merece la pena detenerse.
   Antes de entrar en ella, desde lejos, podemos hacernos una idea del aspecto que debió ofrecer la calle romana, o el foro, o el templo. Personajes como los que vemos de frente son los que se hubieran cruzado con nosotros en cualquiera de esos ámbitos, de haber vivido en aquella época. El joven de rasgos poco definidos que no sabemos decir si es chico o chica, el adulto de mirada grave y finos labios, con cara de pensador, el rico patricio calvo de Alcalá del Río, con mirada risueña, que algunos han considerado como prototipo de andaluz, la dama de finos rasgos, el hombre de mirada adusta, el anciano que ocupa el centro del grupo, cuyos ojos enmarcados por profundas "patas de gallo", nos contemplan serenamente, y que ha sido considerado por algunos investigadores como el mejor y más expresivo retrato romano de la Bética, todos son caracteres reales, personas que existieron, auténticos retratos, hombres y mujeres que pasearon por las calles de nuestras ciudades en época romana y visitaron su foro, sus templos, sus teatros y anfiteatros, que contemplaron las esculturas que nosotros contemplamos y adoraron a esos dioses que nosotros contemplamos, pero que no somos capaces de entender como los entendieron ellos.
   En la pared, en un cartel, presentamos un esquema de la compleja organización de la sociedad romana, esencialmente clasista, y en la vitrina, algunos símbolos relacionados con ella.
   En los estantes, a un lado, ciudadanos romanos, ricos patricios y damas con sus cuidados tocados. Al otro, algunos "bárbaros" o "esclavos". Y un posible "peregrino", un indígena turdetano, libre, pero sin los derechos de los ciudadanos. No se trata de una obra romana, sino indígena que, aislada como se halla, sin contexto arqueológico alguno, pues fue donación de Arthur Engels, que decía haberla hallado en Itálica a finales del siglo XIX, lo mismo puede fecharse en el siglo IV que en el I a.C. Nos sirve, en cualquier caso, para tener presente en esta vitrina a la población indígena que luchó contra los romanos, a los que estuvieron sometidos, considerados como ciudadanos de segunda clase, hasta que a principios del siglo III, el año 212, se les concediera a todos la categoría de ciudadanos romanos.
   Sólo éstos tenían el privilegio de llevar anillos de oro, frecuentemente decorados con piedras preciosas o gemas con representaciones de muy diverso tipo, incluso imágenes de divinidades, que a veces se hallan en hueco y servían para firmar, sellar, autentificar documentos personales, aplicados sobre la cera tierna, y que se destruían a la muerte del interesado o se enterraban con él. Y sólo sus hijos podían llevar, hasta la pubertad, la "bulla", que les protegía del "mal de ojo" y otros males.
   Los mismos derechos tenía la plebe, pero carecía de medios para disfrutarlos, sobre todo la plebe urbana, cuya supervivencia dependía en gran parte de la liberalidad del emperador y era alimentada a cargo del erario público. 
   A los ciudadanos libres se les identifica siempre fácilmente en las inscripciones en época imperial por la presencia de los "tria nomina", los tres nombres, el primero reducido por lo general en ellas a la simple letra inicial, a los que sigue normalmente la filiación, "hijo de", y con frecuencia la tribu a la que legalmente pertenecía, pues todo ciudadano estaba integrado en una de las ancestrales tribus romanas. El esclavo sólo tiene derecho por el contrario a un sencillo apelativo: "Foresta". "Selva", se llamaba la mujer, muerta a los 33 años, a que alude la estela funeraria de la vitrina. Nunca tiene filiación, pues los padres siervos carecen de derechos sobre sus hijos, los cuales pueden ser libremente vendidos por sus señores como si fueran cabezas de ganado. Si el niño no es vendido, sino que permanece en la casa del amo, se le considerará "verna". Referencias a uno de ellos, Faustino, muerto con solo 4 años, tenemos, con su imagen, junto a la vitrina. Le dedica la lápida su dueño, Lucio Sempronio Fausto, a quien debe su nombre.
   Y en el centro de la vitrina una alusión a lo que esencialmente unía y distanciaba a unos y otros, la Libertad, el tener derecho o no a ella, simbolizada en esos grilletes de hierro que en la tumba aprisionaban todavía los huesos de un pobre esclavo enterrado en Ilipa Magna, la actual Alcalá del Río, si ser liberado de ellos.
   Las relaciones personales entre amos y esclavos no debemos pensar, sin embargo, que fueran siempre malas, salvo casos extremos. Los esclavos estaban encargados del cuidado de la casa y de la atención de los amos, y eran con frecuencia personas bien educadas, e incluso con formación especializada, que les facultaba para ejercer como médicos, maestros, escribas, o desempeñar cualquier oficio. Así podemos ver en la pared una curiosa estela funeraria, dedicada por "Diciembre" a su hermano "Enero", esclavo que había llegado a ser médico, y que murió con sólo 31 años.
   Era frecuente también que el esclavo fuera manumitido y se convirtiera en "liberto". Y ya siempre expresará este carácter a modo de filiación cuando escriba su nombre, como tendremos ocasión de comprobar en algunas inscripciones. Muy elocuente es en este sentido el epígrafe que dedica a "nuestra Valeria Prócula" su liberto Agathemerus, esclavo de origen griego.
   Los libertos dominaban el mundo de la artesanía, el comercio, e incluso la instrucción. No podían desempeñar en la ciudad magistraturas de ningún tipo; a los sumo se les autorizaba para llevar los ornamenta de los decuriones. Pero entre ellos se elegía, en función de sus valores morales, a los encargados del culto imperial, los seviri augustales, para lo que debían hacer frente a cuantiosos gastos en fiestas y sacrificios. Era un medio de promoción social que estuvo en uso desde época de Augusto hasta mediados del siglo III. Los libertos se asimilaban, pues, perfectamente, en algunas cuestiones a los esclavos, pero podían convertirse a su vez en patronos.
   Fue costumbre corriente entre los romanos conceder a algunas personas, como recompensa a sus trabajos en beneficio de la comunidad, determinados honores, entre los que se hallaban el vestir ornamentos propios de las clases superiores, tener sitios reservados en los actos públicos o levantar una estatua en el lugar público que la curia municipal eligiera. A personas homenajeados de esta manera pueden pertenecer muchas de las estatuas que ahora encontramos.
   Entre dos de ellos, los dos vestidos con su pesada toga, uno con su scrinum al pe, y una elegante dama con túnica y manto, a un lado, y al otro un tercero, recientemente aparecido en el casco urbano de Sevilla, con una especie de ostentosa bulla al cuello, accedemos a la sala XIX.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.

Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:

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