7665. SEVILLA, capital. Vista general de la sala XX del Museo Arqueológico. |
7666. SEVILLA, capital. El emperador Trajano divinizado, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7667. SEVILLA, capital. Otra visión de la escultura del emperador Trajano divinizado, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7668. SEVILLA, capital. Detalle del busto del emperador Adriano en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7669. SEVILLA, capital. Otra visión del busto del emperador Adriano, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7670. SEVILLA, capital. Otra escultura del emperador Adriano, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7671. SEVILLA, capital. Escultura de thoracato, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7672. SEVILLA, capital. Cabeza colosal del emperador Augusto, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7673. SEVILLA, capital. Otra cabeza del emperador Augusto, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7674. SEVILLA, capital. Cabeza de Octavia, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7675. SEVILLA, capital. Cabeza de Agripina la menor, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7676. SEVILLA, capital. Mosaico de Baco, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7677. SEVILLA, capital. Posible representación del emperador Marco Aurelio, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7678. SEVILLA, capital. Cabeza de otro emperador romano, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7679. SEVILLA, capital. Togado en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7680. SEVILLA, capital. Cabeza de un emperador romano, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7681. SEVILLA, capital. Brazo colosal, probablemente de una escultura del emperador Trajano, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7682. SEVILLA, capital. Escultura femenina en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7683. SEVILLA, capital. Togado, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7684. SEVILLA, capital. Otro retrato de la familia imperial, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7685. SEVILLA, capital. Cabeza colosal del emperador Galba, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7686. SEVILLA, capital. Otra cabeza de la familia imperial, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7687. SEVILLA, capital. Una última cabeza de la familia imperial, en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7688. SEVILLA, capital. Capitel corintio en la sala XX del Museo Arqueológico. |
7689. SEVILLA, capital. Otro capitel corintio en la sala XX del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (MLXIII), capital de la provincia y de la comunidad: 10 de mayo de 2018.
Museo arqueológico* - sala XX
TRAJANO
La sala XX, en el eje arquitectónico del Museo, es conocida como "Sala Imperial". Y podemos decir que lo es tanto por su grandiosidad en el conjunto del edificio, al que abarca en toda su anchura, como por su contenido, pues en él se ha procurado reunir a la mayor parte de los miembros identificados de las distintas familias imperiales.
Presiden, en los focos teóricos de la gran elipse que da forma a la sala, iluminada con luz cenital, los dos grandes emperadores italicenses. A la derecha Trajano, imponente, dominando la sala. Desnudo, divinizado, con el manto echado sobre el hombro y cayéndole por detrás de la espalda, refleja en su rostro sólo en parte conservado, y en el perfecto estudio de su anatomía, toda la fuerza y el vigor físico y moral que lo caracterizaron. El brazo derecho pudo estar apoyado en una lanza; en el izquierdo, portar un atributo. Y se ha pensado en el fulmen de la sala XIV. Frente a él Adriano, barbado, en vestidura militar, la Gorgona sobre el pecho, que salva la correa del tahalí. El manto sujeto sobre el hombro por una gran fíbula. Un auténtico retrato.
Trajano será el primer provincial que se haga cargo de la dirección del Imperio, al que llevará a su máximo esplendor y extensión, con la conquista de la Dacia, al Norte del Danubio, y la expansión hacia el Este, hasta el Eufrates, siguiendo los caminos de Alejandro, con la fundación de las provincias de Armenia, Mesopotamia y Siria, para hacer frente a los partos, enemigos seculares, con más facilidad. Como Optimus Princeps pasará a la Historia.
Adriano será un digno continuador suyo. Aunque más que un emperador-soldado como él, será un emperador viajero, que gustó de visitar todas las tierras de su vasto Imperio.
Las dos esculturas están realizadas en mármol griego, una de Paros, otra del Pentélico, y son dos auténticas obras de arte. A la de Trajano le falta la pierna derecha, que suple una mole informe de granito, y la parte superior del rostro, lo que le hace aún más sugerente, con el rictus de firmeza militar en su boca.
Adriano es distinto. Con barba cuidada, se decía que para disimular sus abultadas mejillas, es emperador que sabe menos de campañas militares. Su mirada, sin embargo, refleja su espíritu profundo. Desnudo, divinizado, en escultura similar a la de Trajano, que algunos investigadores han considerado el mejor estudio anatómico del Museo, podemos contemplarlo también en el nicho inmediato. Descansa sobre la pierna izquierda, al contrario que Trajano, y el manto, echado, como el de éste, por encima del hombro,no cae a lo largo de la espalda, sino que lo recoge sobre su brazo izquierdo.
A Trajano o Adriano podría corresponder también el thoracato que se halla a la entrada a la sala. La coraza, que debemos imaginar de bronce, como el fragmento que se conserva en la sala XXII, parece adornarse con dos Victorias, simétricamente dispuestas a los lados de un trofeo, portando en sus manos sendas coronas de laurel. Por la parte inferior asoman una doble hilera de lambrequines en forma de lengüeta decorados con diversos motivos difíciles de distinguir por el deficiente estado de conservación de la pieza, pero que podemos imaginar similares a los del thoracato de la sala XXII.
Distribuidos por la periferia de la sala se disponen toda una serie de personajes imperiales, a los cuales se ha tratado de identificar, aunque en ocasiones con muchas dudas.
Parece claro que la cabeza colosal, con los característicos mechones sobre su frente, a la izquierda de Trajano, en una de las hornacinas de la sala, corresponde a Augusto, el fundador del Imperio, al cual asentó sobre bases tan sólidas que habrá de perdurar políticamente a lo largo de varios siglos. Y en sus efectos culturales incluso hasta nuestros días, pues todavía hoy nos nutrimos en algunos aspectos de la cultura romana.
Suya es también la cabeza del joven que se halla a la izquierda de Adriano, aunque con rasgos típicos de Tiberio, sobre todo con la típica estructura triangular de su cabeza y la nariz ligeramente aguileña.
Junto a Augusto niño, una dama a la que durante mucho tiempo se identificó con su hermana Octavia, la esposa repudiada de Marco Antonio, el triunviro por él vencido en Actium (31 a.C.), victoria que puso el definitivo punto final a la República Romana y abrió las puertas del Imperio.
Y a continuación un posible retrato de Agripina la Menor, la hija de Germánico, sobrino carnal e hijo adoptivo de Tiberio. Rival suyo en las aspiraciones al trono, no pudo reinar, como hemos visto, al morir prematuramente (año 19 d.C.). El mismo, o algún otro príncipe de la familia Julio-Claudia, un miembro de la domus augusta, podría ser el joven representado, en cabeza algo mayor que el natural, sin trabajar por la parte posterior, a la derecha de Adriano.
Si Germánico no pudo llegar a reinar, sí reinaron tres de sus descendientes directos. Dos hijos, Agripina, a quien acabamos de ver, y Calígula, y un nieto, Nerón, hijo de aquélla, alcanzaron el honor de ser emperadores o emperatrices. Y todos ellos tuvieron un fin trágico.
Agripina llevaba el mismo nombre que su madre, la fiel esposa de Germánico, hija de Agripa, que tomó parte en la guerra contra cántabros y astures los últimos años de la conquista. Calígula, que había mantenido al parecer relaciones con ella y con otras hermanas, la mandó desterrar por conspirar contra él. Poco después habría de ser asesinado, a causa de sus excesos, por su propia cohorte pretoriana.
A su muerte, volvió de nuevo Agripina a la corte, liberada por su tío Claudio, nuevo emperador (41-54), con el que acabó casándose, después de provocar el asesinato de Mesalina, su esposa, y al que acabaría envenenando. Divinizado, hemos podido verlo en la sala XII, en una escultura del templo que se le consagró en Mérida.
Proclamado emperador Nerón, en contra de los derechos de Británico, ordenaría asesinar a su propia madre, Agripina, a la que debía el trono, después de haberse casado con Octavia y haber asesinado a Británico, ambos hijos de Claudio y de Mesalina. El mismo acabaría suicidándose (68 d.C.) al sublevársele las legiones. Con él acaba la dinastía Julio-Claudia y se abre una grave crisis política.
Para resolverla a su manera, las legiones nombran emperador a Galba, legado imperial en la provincia Tarraconense. Pero cae muy pronto en la impopularidad y es bárbaramente degollado en el foro romano (año 69). Galba precisamente podría ser el personaje coronado de laurel representado en el nicho a la derecha de Trajano, en cabeza casi tan colosal como la de Augusto que se halla frente a él, pero a mucha distancia de ella. Parece estar sin terminar. Quizá como reflejo de la fugacidad con que tuvo oportunidad de gobernar el Imperio.
La crisis desatada por el levantamiento de las legiones vino a cerrarla un personaje de la familia Flavia de excepcionales cualidades, Vespasiano, general ocupado en la conquista de Jerusalén cuando es aclamado por el ejército para regir el Imperio que él mismo se esforzaba en pacificar y engrandecer. Suyo es el retrato que se halla a la izquierda de Trajano, con sus ojos ligeramente guiñados y la típica mueca de su boca, como a quien azota el viento de frente. Parece estar labrado sobre otro anterior de Nerón, como denuncian los restos de peinado de la nuca. Con él (69-79), que concedió a muchas ciudades indígenas de Hispania, oppida, el "derecho latino", la posibilidad de convertirse en municipios romanos, y con su hijo Tito (79-81), "delicia del género humano", conocería el Imperio un período de paz y resurgimiento, que se truncaría lamentablemente bajo el reinado del hijo menor, Domiciano (81-96), que pretendió declararse Dominus et Deus, pero el cual, por la política de terror y despotismo de sus últimos años, acabaría asesinado. La vida municipal gozó, sin embargo, en su época, continuando la política de su padre, de un considerable desarrollo, como ponen de manifiesto las leyes municipales que hemos visto en la sala XIXB. Suya es la carta, fechada el 9 de Abril del año 91, que acaba el texto de la lex irnitana. Coronado de laurel, la llamada corona civica, lo tenemos frente a su padre, al otro lado de Trajano. De Tito es, por su lado, la carta a los munigüenses de la misma sala XIX, respondiendo su apelación.
Nerva, aclamado emperador por el Senado (96-98), adopta para sucederle a Trajano (98-117), y éste a su vez a Adriano (117-138), de quienes ya hablábamos al principio, como figuras principales de la sala. Su vida llena casi toda la primera mitad del siglo II d.C., en la cual el Imperio podemos decir que alcanza su cenit.
A Marco Aurelio (161-180) corresponde el retrato que vemos junto al de un desconocido que durante mucho tiempo fue identificado con Nerón, identificación de la que ahora se duda, a pesar del parecido fisiognómico.
Marco Aurelio, aunque de familia afincada en Italia, era oriundo también de la Bética, de Ucubi (Espejo, Córdoba). Fue ante todo un emperador filósofo que encontró en el estoicismo el sentido de su vida, lo que le llevó a preocuparse de la suerte de esclavos y pobres y de la recta administración de la justicia. Poco amigo, por el contrario, de los espectáculos en el anfiteatro, a él se debe la llamada tabula gladiatoria, o "Gran Bronce de Itálica", cuya reproducción hemos visto en la sala anterior.
Representación suya podría ser también el togado velado, como quien va a sacrificar, de tamaño natural que se halla junto a él, con una cruz toscamente grabada sobre el pecho, lo que ha sido interpretado por algunos como una pretensión de cristianizar la escultura, de convertirla en imagen sagrada tras el establecimiento del cristianismo como religión de Estado. Lo que parece estar claro es que la escultura fue reelaborada en época tetrárquica, por lo que ha sido considerada en ocasiones como efigie de Septimio Severo.
Durante su reinado tuvieron lugar las primeras invasiones de moros, mauri, que asolaron la Península, por lo que muchas ciudades se vieron obligadas a fortificarse, entre ellas Itálica, en la que vinieron a acantonarse durante algún tiempo algunos destacamentos de la Legio VII Gémina.
Para mejor defenderse, la Bética se transforma en aquellos días de provincia dependiente del Senado, que la gobernaba por medio de un procónsul, en provincia dependiente del emperador, con un ejército a las órdenes de un "legado" suyo.
A Marco Aurelio le sucede su hijo, Cómodo, más parecido por su crueldad y sus vicios a Nerón que a su padre, lo que le valdrá ser estrangulado. Con él acaba la llamada dinastía de los Antoninos (año 193), y se abre una nueva crisis, que se resuelve con el nombramiento por las legiones del Danubio de Septimio Severo (193-211), general nacido en el Norte de África y emperador esencialmente militar que se esforzó por imponer la disciplina en todo el Imperio, aunque para ello tuviera que prescindir del Senado, que reunía desde siempre a los representantes del poder civil.
Su hijo, el brutal Caracalla, que asesina a su propio hermano, Geta, y a sus partidarios, será quien conceda a todos los habitantes del Imperio el derecho romano (año 212), con lo que logra la unidad de todo el Imperio, en unos momentos delicados en que éste ha comenzado ya su imparable declive. Con la muerte de Alejandro Severo (235), asesinado junto a su madre, Julia Mamea, por los soldados, se cierra la dinastía de los Severos y se abren los tristes años de la anarquía militar (235-284) que solo acabarán, transitoriamente, después de medio siglo, con el advenimiento de Diocleciano (año285). De los fugaces emperadores de estos años no conservamos en nuestro Museo ningún retrato, aunque se haya identificado en alguna ocasión con Balbino (año 238) el de un desconocido que se se expone en la sala XXIII, como muestra de la evolución del retrato a lo largo del Imperio.
A los emperadores del s. III podemos considerarlos en su conjunto, por tanto, como de transición y circunstancias, pues el Imperio sigue a lo largo de estos años su imparable declive.
Acabamos nuestra visita a la sala fijando nuestra atención en el bello mosaico y el colosal antebrazo que ocupan el centro de la sala, los dos procedentes de Itálica.
El mosaico está dedicado de nuevo a Baco, cuya figura, adornada con hojas de hiedra, aparece en el medallón central. A su alrededor, representaciones simbólicas de las estaciones, panteras con el tirso báquico, ancianos barbados y, en la esquina, leones que se arrojan sobre el ojo maléfico. Ondas, entorchados y grecas encierran el conjunto.
El gigantesco antebrazo corresponde a la estatua colosal de un emperador, seguramente Trajano. Por sus dimensiones, varias veces mayor que el natural, debió hallarse en Itálica coronando algún monumento público de gran altura. Sus proporciones, no exentas de calidad artística, pues el tratamiento anatómico es perfecto, causan verdadero asombro el pensar el tamaño que pudo tener la escultura completa.
Salimos de la sala entre dos esculturas de notable calidad: un togado procedente de Écija y una dama de Itálica, ambos con un excepcional tratamiento de los ropajes, muy voluminosos en el togado, y delicada y convencionalmente ceñidos bajo el pecho, tanto la túnica como el manto que la envuelve, en la dama.
Presiden, en los focos teóricos de la gran elipse que da forma a la sala, iluminada con luz cenital, los dos grandes emperadores italicenses. A la derecha Trajano, imponente, dominando la sala. Desnudo, divinizado, con el manto echado sobre el hombro y cayéndole por detrás de la espalda, refleja en su rostro sólo en parte conservado, y en el perfecto estudio de su anatomía, toda la fuerza y el vigor físico y moral que lo caracterizaron. El brazo derecho pudo estar apoyado en una lanza; en el izquierdo, portar un atributo. Y se ha pensado en el fulmen de la sala XIV. Frente a él Adriano, barbado, en vestidura militar, la Gorgona sobre el pecho, que salva la correa del tahalí. El manto sujeto sobre el hombro por una gran fíbula. Un auténtico retrato.
Trajano será el primer provincial que se haga cargo de la dirección del Imperio, al que llevará a su máximo esplendor y extensión, con la conquista de la Dacia, al Norte del Danubio, y la expansión hacia el Este, hasta el Eufrates, siguiendo los caminos de Alejandro, con la fundación de las provincias de Armenia, Mesopotamia y Siria, para hacer frente a los partos, enemigos seculares, con más facilidad. Como Optimus Princeps pasará a la Historia.
Adriano será un digno continuador suyo. Aunque más que un emperador-soldado como él, será un emperador viajero, que gustó de visitar todas las tierras de su vasto Imperio.
Las dos esculturas están realizadas en mármol griego, una de Paros, otra del Pentélico, y son dos auténticas obras de arte. A la de Trajano le falta la pierna derecha, que suple una mole informe de granito, y la parte superior del rostro, lo que le hace aún más sugerente, con el rictus de firmeza militar en su boca.
Adriano es distinto. Con barba cuidada, se decía que para disimular sus abultadas mejillas, es emperador que sabe menos de campañas militares. Su mirada, sin embargo, refleja su espíritu profundo. Desnudo, divinizado, en escultura similar a la de Trajano, que algunos investigadores han considerado el mejor estudio anatómico del Museo, podemos contemplarlo también en el nicho inmediato. Descansa sobre la pierna izquierda, al contrario que Trajano, y el manto, echado, como el de éste, por encima del hombro,no cae a lo largo de la espalda, sino que lo recoge sobre su brazo izquierdo.
A Trajano o Adriano podría corresponder también el thoracato que se halla a la entrada a la sala. La coraza, que debemos imaginar de bronce, como el fragmento que se conserva en la sala XXII, parece adornarse con dos Victorias, simétricamente dispuestas a los lados de un trofeo, portando en sus manos sendas coronas de laurel. Por la parte inferior asoman una doble hilera de lambrequines en forma de lengüeta decorados con diversos motivos difíciles de distinguir por el deficiente estado de conservación de la pieza, pero que podemos imaginar similares a los del thoracato de la sala XXII.
Distribuidos por la periferia de la sala se disponen toda una serie de personajes imperiales, a los cuales se ha tratado de identificar, aunque en ocasiones con muchas dudas.
Parece claro que la cabeza colosal, con los característicos mechones sobre su frente, a la izquierda de Trajano, en una de las hornacinas de la sala, corresponde a Augusto, el fundador del Imperio, al cual asentó sobre bases tan sólidas que habrá de perdurar políticamente a lo largo de varios siglos. Y en sus efectos culturales incluso hasta nuestros días, pues todavía hoy nos nutrimos en algunos aspectos de la cultura romana.
Suya es también la cabeza del joven que se halla a la izquierda de Adriano, aunque con rasgos típicos de Tiberio, sobre todo con la típica estructura triangular de su cabeza y la nariz ligeramente aguileña.
Junto a Augusto niño, una dama a la que durante mucho tiempo se identificó con su hermana Octavia, la esposa repudiada de Marco Antonio, el triunviro por él vencido en Actium (31 a.C.), victoria que puso el definitivo punto final a la República Romana y abrió las puertas del Imperio.
Y a continuación un posible retrato de Agripina la Menor, la hija de Germánico, sobrino carnal e hijo adoptivo de Tiberio. Rival suyo en las aspiraciones al trono, no pudo reinar, como hemos visto, al morir prematuramente (año 19 d.C.). El mismo, o algún otro príncipe de la familia Julio-Claudia, un miembro de la domus augusta, podría ser el joven representado, en cabeza algo mayor que el natural, sin trabajar por la parte posterior, a la derecha de Adriano.
Si Germánico no pudo llegar a reinar, sí reinaron tres de sus descendientes directos. Dos hijos, Agripina, a quien acabamos de ver, y Calígula, y un nieto, Nerón, hijo de aquélla, alcanzaron el honor de ser emperadores o emperatrices. Y todos ellos tuvieron un fin trágico.
Agripina llevaba el mismo nombre que su madre, la fiel esposa de Germánico, hija de Agripa, que tomó parte en la guerra contra cántabros y astures los últimos años de la conquista. Calígula, que había mantenido al parecer relaciones con ella y con otras hermanas, la mandó desterrar por conspirar contra él. Poco después habría de ser asesinado, a causa de sus excesos, por su propia cohorte pretoriana.
A su muerte, volvió de nuevo Agripina a la corte, liberada por su tío Claudio, nuevo emperador (41-54), con el que acabó casándose, después de provocar el asesinato de Mesalina, su esposa, y al que acabaría envenenando. Divinizado, hemos podido verlo en la sala XII, en una escultura del templo que se le consagró en Mérida.
Proclamado emperador Nerón, en contra de los derechos de Británico, ordenaría asesinar a su propia madre, Agripina, a la que debía el trono, después de haberse casado con Octavia y haber asesinado a Británico, ambos hijos de Claudio y de Mesalina. El mismo acabaría suicidándose (68 d.C.) al sublevársele las legiones. Con él acaba la dinastía Julio-Claudia y se abre una grave crisis política.
Para resolverla a su manera, las legiones nombran emperador a Galba, legado imperial en la provincia Tarraconense. Pero cae muy pronto en la impopularidad y es bárbaramente degollado en el foro romano (año 69). Galba precisamente podría ser el personaje coronado de laurel representado en el nicho a la derecha de Trajano, en cabeza casi tan colosal como la de Augusto que se halla frente a él, pero a mucha distancia de ella. Parece estar sin terminar. Quizá como reflejo de la fugacidad con que tuvo oportunidad de gobernar el Imperio.
La crisis desatada por el levantamiento de las legiones vino a cerrarla un personaje de la familia Flavia de excepcionales cualidades, Vespasiano, general ocupado en la conquista de Jerusalén cuando es aclamado por el ejército para regir el Imperio que él mismo se esforzaba en pacificar y engrandecer. Suyo es el retrato que se halla a la izquierda de Trajano, con sus ojos ligeramente guiñados y la típica mueca de su boca, como a quien azota el viento de frente. Parece estar labrado sobre otro anterior de Nerón, como denuncian los restos de peinado de la nuca. Con él (69-79), que concedió a muchas ciudades indígenas de Hispania, oppida, el "derecho latino", la posibilidad de convertirse en municipios romanos, y con su hijo Tito (79-81), "delicia del género humano", conocería el Imperio un período de paz y resurgimiento, que se truncaría lamentablemente bajo el reinado del hijo menor, Domiciano (81-96), que pretendió declararse Dominus et Deus, pero el cual, por la política de terror y despotismo de sus últimos años, acabaría asesinado. La vida municipal gozó, sin embargo, en su época, continuando la política de su padre, de un considerable desarrollo, como ponen de manifiesto las leyes municipales que hemos visto en la sala XIXB. Suya es la carta, fechada el 9 de Abril del año 91, que acaba el texto de la lex irnitana. Coronado de laurel, la llamada corona civica, lo tenemos frente a su padre, al otro lado de Trajano. De Tito es, por su lado, la carta a los munigüenses de la misma sala XIX, respondiendo su apelación.
Nerva, aclamado emperador por el Senado (96-98), adopta para sucederle a Trajano (98-117), y éste a su vez a Adriano (117-138), de quienes ya hablábamos al principio, como figuras principales de la sala. Su vida llena casi toda la primera mitad del siglo II d.C., en la cual el Imperio podemos decir que alcanza su cenit.
A Marco Aurelio (161-180) corresponde el retrato que vemos junto al de un desconocido que durante mucho tiempo fue identificado con Nerón, identificación de la que ahora se duda, a pesar del parecido fisiognómico.
Marco Aurelio, aunque de familia afincada en Italia, era oriundo también de la Bética, de Ucubi (Espejo, Córdoba). Fue ante todo un emperador filósofo que encontró en el estoicismo el sentido de su vida, lo que le llevó a preocuparse de la suerte de esclavos y pobres y de la recta administración de la justicia. Poco amigo, por el contrario, de los espectáculos en el anfiteatro, a él se debe la llamada tabula gladiatoria, o "Gran Bronce de Itálica", cuya reproducción hemos visto en la sala anterior.
Representación suya podría ser también el togado velado, como quien va a sacrificar, de tamaño natural que se halla junto a él, con una cruz toscamente grabada sobre el pecho, lo que ha sido interpretado por algunos como una pretensión de cristianizar la escultura, de convertirla en imagen sagrada tras el establecimiento del cristianismo como religión de Estado. Lo que parece estar claro es que la escultura fue reelaborada en época tetrárquica, por lo que ha sido considerada en ocasiones como efigie de Septimio Severo.
Durante su reinado tuvieron lugar las primeras invasiones de moros, mauri, que asolaron la Península, por lo que muchas ciudades se vieron obligadas a fortificarse, entre ellas Itálica, en la que vinieron a acantonarse durante algún tiempo algunos destacamentos de la Legio VII Gémina.
Para mejor defenderse, la Bética se transforma en aquellos días de provincia dependiente del Senado, que la gobernaba por medio de un procónsul, en provincia dependiente del emperador, con un ejército a las órdenes de un "legado" suyo.
A Marco Aurelio le sucede su hijo, Cómodo, más parecido por su crueldad y sus vicios a Nerón que a su padre, lo que le valdrá ser estrangulado. Con él acaba la llamada dinastía de los Antoninos (año 193), y se abre una nueva crisis, que se resuelve con el nombramiento por las legiones del Danubio de Septimio Severo (193-211), general nacido en el Norte de África y emperador esencialmente militar que se esforzó por imponer la disciplina en todo el Imperio, aunque para ello tuviera que prescindir del Senado, que reunía desde siempre a los representantes del poder civil.
Su hijo, el brutal Caracalla, que asesina a su propio hermano, Geta, y a sus partidarios, será quien conceda a todos los habitantes del Imperio el derecho romano (año 212), con lo que logra la unidad de todo el Imperio, en unos momentos delicados en que éste ha comenzado ya su imparable declive. Con la muerte de Alejandro Severo (235), asesinado junto a su madre, Julia Mamea, por los soldados, se cierra la dinastía de los Severos y se abren los tristes años de la anarquía militar (235-284) que solo acabarán, transitoriamente, después de medio siglo, con el advenimiento de Diocleciano (año285). De los fugaces emperadores de estos años no conservamos en nuestro Museo ningún retrato, aunque se haya identificado en alguna ocasión con Balbino (año 238) el de un desconocido que se se expone en la sala XXIII, como muestra de la evolución del retrato a lo largo del Imperio.
A los emperadores del s. III podemos considerarlos en su conjunto, por tanto, como de transición y circunstancias, pues el Imperio sigue a lo largo de estos años su imparable declive.
Acabamos nuestra visita a la sala fijando nuestra atención en el bello mosaico y el colosal antebrazo que ocupan el centro de la sala, los dos procedentes de Itálica.
El mosaico está dedicado de nuevo a Baco, cuya figura, adornada con hojas de hiedra, aparece en el medallón central. A su alrededor, representaciones simbólicas de las estaciones, panteras con el tirso báquico, ancianos barbados y, en la esquina, leones que se arrojan sobre el ojo maléfico. Ondas, entorchados y grecas encierran el conjunto.
El gigantesco antebrazo corresponde a la estatua colosal de un emperador, seguramente Trajano. Por sus dimensiones, varias veces mayor que el natural, debió hallarse en Itálica coronando algún monumento público de gran altura. Sus proporciones, no exentas de calidad artística, pues el tratamiento anatómico es perfecto, causan verdadero asombro el pensar el tamaño que pudo tener la escultura completa.
Salimos de la sala entre dos esculturas de notable calidad: un togado procedente de Écija y una dama de Itálica, ambos con un excepcional tratamiento de los ropajes, muy voluminosos en el togado, y delicada y convencionalmente ceñidos bajo el pecho, tanto la túnica como el manto que la envuelve, en la dama.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
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