7637. SEVILLA, capital. Aspecto general de la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7638. SEVILLA, capital. Diana Cazadora en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7639. SEVILLA, capital. Detalle de la Diana cazadora en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7640. SEVILLA, capital. Otra perspectiva de la Diana Cazadora en el sala XIX del Museo Arqueológico. |
7641. SEVILLA, capital. Fortuna o Cibeles, en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7642. SEVILLA, capital. Otra perspectiva de Fortuna o Cibeles, en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7643. SEVILLA, capital. Isis bajo conjunto arquitectónico en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7644. SEVILLA, capital. Isis en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7645. SEVILLA, capital. Isis, procedente de Alcalá del Río, en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7646. SEVILLA, capital. Una de las aras procedentes del teatro de Itálica, en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7647. SEVILLA, capital. La segunda de las aras procedentes del teatro de Itálica, en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7648. SEVILLA, capital. La tercera de las aras procedentes del teatro de Itálica, en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7649. SEVILLA, capital. Ara prismática de la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7650. SEVILLA, capital. Una de las estatuas-fuente en forma de ninfa dormida de la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7651. SEVILLA, capital. La segunda de las estatuas-fuente en forma de ninfa dormida de la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7652. SEVILLA, capital. Epígrafes de la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7653. SEVILLA, capital. Otra de las fuentes presentes en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7654. SEVILLA, capital. Capiteles sobre columnas en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7655. SEVILLA, capital. Miliario en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
7656. SEVILLA, capital. Sátiro, en la sala XIX del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (MLXI), capital de la provincia y de la comunidad: 10 de mayo de 2018.
DIANA
Esta sala y su anexo, la XIX b, guardan algunas de las piezas más importantes del Museo.
La gran sala XIX está presidida por la imponente figura de Diana cazadora, enmarcada en un conjunto arquitectónico original, hallado, como ella, en Itálica, y constituido por columnas monolíticas de mármol sobre las que se apoyan los correspondientes capiteles y arquitrabe.
La figura de la diosa se halla prácticamente completa, y resulta en verdad impresionante, tanto por la majestad que desprende como por la finura y la delicadeza del tratamiento de que ha sido objeto por parte del escultor, que ha cuidado su obra hasta el último detalle, lo que podemos observar si reparamos en los pliegues del ropaje que la cubre, en la piel del antílope que cuelga del tronco del árbol, en el broche del cinturón con que se ciñe, con una pequeña cabeza de carnero, o en las altas botas que calza.
Podemos decir, sin miedo a exagerar, que es una obra perfecta, pues en ella no sabemos que admirar más. Y si en la anterior figura de Venus nos deleitábamos contemplando la finura de la piel de la diosa y la morbidad de sus formas, Diana nos cautiva por la tranquila belleza de su rostro, enmarcado por su cabello ondulado, perdida la mirada en la lejanía. En ella no hay belleza de formas corporales, pues apenas podemos verlas, envuelta la diosa como se halla en tan abundantes ropajes. Pero hay firmeza, serenidad, decisión. La Venus nos subyuga mostrándose, ofreciéndose. Diana nos somete con su fuerza. Y le basta su actitud y mirada. La misma con que domina la Naturaleza, a los bosques y a los montes, a los animales salvajes y a los seres que la pueblan, el mundo de Pan y los pastorcillos, de ninfas, sátiros y faunos, como los que veíamos en la sala XIV y como el que podemos contemplar aquí, frente a la diosa, junto a la pared, con su maliciosa mirada y sus orejas de chivo disimuladamente escondidas entre el desordenado cabello.
Diana es así como el contrapunto de Venus. Y no sólo en la forma y manera de presentarse, sino también en su esencia, en la forma y manera de comportarse. Pues si a Venus la hemos visto lucirse desnuda ante Paris y unirse con diversos dioses y hombres, hasta ser ridiculizada pro su propio marido ante la asamblea de los dioses. Diana, siendo todavía muy niña, había perdido a su padre, Zeus, que le concediera el don de la eterna virginidad. Y cuando un joven cazador, Acteón, la descubre bañándose desnuda con las ninfas en un río, la diosa, molesta, lo transformará en ciervo que, al no ser reconocido por sus propios perros, lo devorarán. A la doncella cazadora Britomartis, por el contrario, la divinizará por ser capaz de resistir el incesante acoso del rey Minos.
Diana era hermana de Apolo, los únicos hijos de Zeus y Leto. Su madre, envidiosa de Niobe, por los numerosos hijos que había tenido, la ordenará que acabe con la vida de todos, lo cual cumplirá siviéndose del arco que a petición suya le regalara Hefesto. A uno de ellos veíamos, caído, en la sala XII. Sólo se salvará Melibea.
En la Hispania romana, Diana no fue una diosa más, sino la gran diosa por excelencia, muy por encima de Venus, Juno, o cualquier otra. Ella resumía en sí las tres características principales de las diosas del Mediterráneo: la virginidad, la fecundidad y su relación con los animales, que tan importante papel habían desempeñado en la religión de muchos pueblos indígenas.
Frente a Diana, y hallada en Itálica como ella, se alza otra de las grandes diosas del Mediterráneo. Puede ser Fortuna, la diosa protectora de la ciudad. O quizá Cibeles, la Dea turrita, la Magna Mater traída de Oriente, del Asia Menor, la madre de los dioses y de los hombres. Solo tenemos de ella su cabeza, coronada por la torre almenada, como protectora que es también de la ciudad. Pero diríamos que es suficiente.
A la derecha de Cibeles, o Fortuna, bajo un conjunto arquitectónico más sencillo que el que protege a Diana, pero más completo, pues sirvió a aquél de modelo para su reconstrucción en la sala, otra gran diosa, otra Gran Madre, muy parecida a la anterior aunque venida ésta no del Asia Menor sino de Egipto. Es Isis, hermana y esposa de Osiris, muerto a traición por su hermano Set, pero a quien ella devolvió a la vida con sus conocimientos mágicos, convirtiéndolo en protector de los muertos y garante de la inmortalidad. Isis por su parte representa la fidelidad conyugal y el amor materno, atiende a esposas y madres, cuida a los niños y protege a la familia. Como "Isis Pelagia" se convierte en protectora de las aguas y del comercio marítimo. Y en la sala XVI hemos visto cómo le dedicaban estelas en su santuario del anfiteatro de Itálica. Su culto perdurará durante mucho tiempo, quizá durante más de 500 años. Todavía a fines del siglo IV las procesiones isíacas recorrían las calles de las ciudades del Imperio.
Hubo de ser ésta de Isis una escultura impresionante. De tamaño mayor que el natural, aparece coronada por sus atributos propios, la diadema y el disco oval enmarcado por dos espigas de trigo, y a los lados dos serpientes. El peinado es muy similar al de Cibeles, con los rizos simétricamente dispuestos sobre la frente, y el esquemático moño, como para no ser visto, con que ambas recogen su cabello por detrás. No procede de Itálica, sino de Alcalá del Río, y ha de fecharse en la segunda mitad del siglo II, en una época en que, protegidas por los propios emperadores, las religiones orientales tuvieron una gran aceptación en todo el mundo romano, sin que por ello se olvidaran a los antiguos dioses.
Junto a las anteriores grandes diosas-madre del Mediterráneo se muestran en la sala otras piezas escultóricas de notable interés.
Llaman en primer lugar nuestra atención las tres monumentales aras cilíndricas que se disponen en la sala por delante de la Diana, al modo como estuvieron decorando la orchestra del teatro de Itálica, y podemos ver reconstruido gráficamente en uno de los paneles. Son tres obras muy similares, de una misma época, decoradas con bajorrelieves que imitan prototipos de los siglos V y VI a.C.; las tres son de una gran belleza, aunque de distinta calidad artística, denotando la mano de más de un escultor.
Contiene la primera un friso de ménades danzantes, sumidas todas en una especie de éxtasis ritual, una tocando el pandero y otra los címbalos, mientras una tercera, intermedia, porta el tirso en la mano derecha y sujeta por las patas a un cabrito con la izquierda. La cuarta, más tranquila, se limita a levantarse el vestido con la punta de sus dedos. Visten todas largas túnicas que en ocasiones se adivinan transparentes, o no dejan claramente al descubierto las formas de los cuerpos, cuya impresión de movimiento acentúan con sus vuelos, mientras ellas se contorsionan descuidadamente al ritmo de la música, ritmo al que giran también sus cabezas, echadas hacia atrás, dejando caer sus largas cabelleras, que sujetan con una diadema, intensificando la sensación de frenesí y locura de la danza.
En las otras dos aras los sátiros acompañan a las ménades en su danza, que ya no ejecutan por separado sino por parejas. Las ménades son similares a las del ara anterior. Los sátiros que las acompañan, se presentan, por su parte, prácticamente desnudos y haciendo ostentación de una grotesca mueca en su rostro, de poblada barba y bigote y erizados cabellos, dejando asomar entre ellos sus orejas caprinas; también ellos se mueve al ritmo de la música, de manera pausada uno, más frenéticamente el otro, con una copa en la mano.
Un cuarto ara podemos añadir a las anteriores. Se halla a un lado de la Diana y no es cilíndrica como ellas, sino prismática. Y su contenido no es báquico, sino religioso. Está decorada con figuras en relieve bajo frontones o arcos en cinco de sus caras. En la sexta, una inscripción latina en la que se constancia de la donación que hacen "A la república italicense Marco Cocceio Iuliano, con su hijo Quirino y su esposa Iunia Africana, de dos columnas caristias y un arquitrabe con reja de bronce y un ara, después de celebrados unos juegos, en cumplimiento de un voto". De las figuras representadas, tres corresponden a los oferentes, con sus iniciales en el pedestal, y las otras dos, a un lado y otro de la inscripción, a las divinidades Bonus Eventus y Fortuna, portando ambos sendos cuernos de la abundancia. Guirnaldas, bucráneos, erotes, crecientes, leones, palmetas, victorias aladas y otros motivos menores completan el rico repertorio decorativo de esta interesante pieza que debió decorar en su día, junto a las aras cilíndricas, la orchestra del teatro de Itálica, pero en una época más tardía, ya en el siglo III.
Sobre dos togados cuya memoria ya se habría perdido en la ciudad están labradas las dos estatuas-fuente en forma de ninfas dormidas, que se hallan detrás de Diana. Reposan de lado sobre el suelo, echadas sobre uno u otro hombro, con el torso desnudo y el mano cubriéndolos las piernas, igual que veíamos la divinidad fluvial de la sala XIII. Apoyan la mejilla sobre una mano, mientras la otra sujeta el caño de la fuente. Fueron halladas también en las excavaciones del teatro de Itálica.
Se completa la exposición con diversos epígrafes distribuidos a lo largo de los muros, a un lado y otro de la puerta de entrada.
Los dos primeros, sobre un mismo pedestal, están íntimamente unidos por su lugar de procedencia, el Traianeum, el templo consagrado al emperador Trajano, en Itálica. Uno de ellos está dedicado a Apolo por un edil, duunviro y augur perpetuo de Itálica, Marcus Sentius Maurianus; el otro, al Genio, el espíritu protector de la ciudad, por un sacerdote perpetuo del Divi Traiani, Marcus Cassius Caecilianus, de la tribu Sergia.
Sigue un pedestal en honor de Aelia Licinia, a quien el Senado Italicense decreta costear los funerales, dar lugar para la sepultura y erigir una estatua, lo que hacen su padre y su marido.
Y a continuación un par de epígrafes gemelos, uno de los cuales ha sido reaprovechado en época posterior, según indica la ancha oquedad circular que presenta en el centro. Están dedicados a Lucrecio Juliano, "administrador de la república de Itálica", agradecida por sus méritos, ob merita eius.
Los dos siguientes están consagrados a otras dos divinidades. Uno, a Baco, Libero Patri, por un liberto, L(ucius) Caelius Saturninus, que agradece haber obtenido el honor del sevirato, por lo que costea algunos juegos escénicos, y el otro a la Victoria Augusta, por Vibia Modesta, una sacerdotisa que ofrece, entre otras cosas, "como presente una estatua de plata de CXXXII libras de peso". Y "aceptada la donación por el respetable senado, depositó también en su templo su corona de oro sacerdotal", al cesar seguramente en el ejercicio de su cargo, dedicado sobre todo al culto de Roma y de las emperatrices divinizadas.
Por detrás de ellos, adosado a las paredes, un panel con nuevos epígrafes de contenido muy diverso que se explican en el cartel inferior. Los de mayor interés son los de "...F IMP /...NSI", que fue interpretado por Hübner, que lo conoció más completo, como prueba de la pretendida presencia en Itálica del General L. Mummio, el conquistador de Corinto, en 146 a.C. Otro que hace referencia al colle (gium), asociación, de serrariorum, trabajadores que cortaban las piedras en las canteras. Un tercero que menciona a un soldado de una cohorte de arqueros de Itálica. Y el de Lucio Herio, duunviro que ofreció a sus expensas los arcos y pórticos del teatro que había prometido. Los demás son funerarios, de los que tendremos ocasión de ver numerosos ejemplos en las salas XXI y XXV.
A Baco de nuevo, el tercer gran dios adorado en Hispania, tras Júpiter y Diana, está dedicada también una de las tres inscripciones que vemos adosadas a la pared, junto a Isis. Por debajo tenemos al dios, joven, sujetando un racimo de uvas, mientras una pantera parece beber las gotas de vino que el dios, semidesnudo, deja caer de la copa que sostiene vacía con su mano derecha.
Diana es así como el contrapunto de Venus. Y no sólo en la forma y manera de presentarse, sino también en su esencia, en la forma y manera de comportarse. Pues si a Venus la hemos visto lucirse desnuda ante Paris y unirse con diversos dioses y hombres, hasta ser ridiculizada pro su propio marido ante la asamblea de los dioses. Diana, siendo todavía muy niña, había perdido a su padre, Zeus, que le concediera el don de la eterna virginidad. Y cuando un joven cazador, Acteón, la descubre bañándose desnuda con las ninfas en un río, la diosa, molesta, lo transformará en ciervo que, al no ser reconocido por sus propios perros, lo devorarán. A la doncella cazadora Britomartis, por el contrario, la divinizará por ser capaz de resistir el incesante acoso del rey Minos.
Diana era hermana de Apolo, los únicos hijos de Zeus y Leto. Su madre, envidiosa de Niobe, por los numerosos hijos que había tenido, la ordenará que acabe con la vida de todos, lo cual cumplirá siviéndose del arco que a petición suya le regalara Hefesto. A uno de ellos veíamos, caído, en la sala XII. Sólo se salvará Melibea.
En la Hispania romana, Diana no fue una diosa más, sino la gran diosa por excelencia, muy por encima de Venus, Juno, o cualquier otra. Ella resumía en sí las tres características principales de las diosas del Mediterráneo: la virginidad, la fecundidad y su relación con los animales, que tan importante papel habían desempeñado en la religión de muchos pueblos indígenas.
Frente a Diana, y hallada en Itálica como ella, se alza otra de las grandes diosas del Mediterráneo. Puede ser Fortuna, la diosa protectora de la ciudad. O quizá Cibeles, la Dea turrita, la Magna Mater traída de Oriente, del Asia Menor, la madre de los dioses y de los hombres. Solo tenemos de ella su cabeza, coronada por la torre almenada, como protectora que es también de la ciudad. Pero diríamos que es suficiente.
A la derecha de Cibeles, o Fortuna, bajo un conjunto arquitectónico más sencillo que el que protege a Diana, pero más completo, pues sirvió a aquél de modelo para su reconstrucción en la sala, otra gran diosa, otra Gran Madre, muy parecida a la anterior aunque venida ésta no del Asia Menor sino de Egipto. Es Isis, hermana y esposa de Osiris, muerto a traición por su hermano Set, pero a quien ella devolvió a la vida con sus conocimientos mágicos, convirtiéndolo en protector de los muertos y garante de la inmortalidad. Isis por su parte representa la fidelidad conyugal y el amor materno, atiende a esposas y madres, cuida a los niños y protege a la familia. Como "Isis Pelagia" se convierte en protectora de las aguas y del comercio marítimo. Y en la sala XVI hemos visto cómo le dedicaban estelas en su santuario del anfiteatro de Itálica. Su culto perdurará durante mucho tiempo, quizá durante más de 500 años. Todavía a fines del siglo IV las procesiones isíacas recorrían las calles de las ciudades del Imperio.
Hubo de ser ésta de Isis una escultura impresionante. De tamaño mayor que el natural, aparece coronada por sus atributos propios, la diadema y el disco oval enmarcado por dos espigas de trigo, y a los lados dos serpientes. El peinado es muy similar al de Cibeles, con los rizos simétricamente dispuestos sobre la frente, y el esquemático moño, como para no ser visto, con que ambas recogen su cabello por detrás. No procede de Itálica, sino de Alcalá del Río, y ha de fecharse en la segunda mitad del siglo II, en una época en que, protegidas por los propios emperadores, las religiones orientales tuvieron una gran aceptación en todo el mundo romano, sin que por ello se olvidaran a los antiguos dioses.
Junto a las anteriores grandes diosas-madre del Mediterráneo se muestran en la sala otras piezas escultóricas de notable interés.
Llaman en primer lugar nuestra atención las tres monumentales aras cilíndricas que se disponen en la sala por delante de la Diana, al modo como estuvieron decorando la orchestra del teatro de Itálica, y podemos ver reconstruido gráficamente en uno de los paneles. Son tres obras muy similares, de una misma época, decoradas con bajorrelieves que imitan prototipos de los siglos V y VI a.C.; las tres son de una gran belleza, aunque de distinta calidad artística, denotando la mano de más de un escultor.
Contiene la primera un friso de ménades danzantes, sumidas todas en una especie de éxtasis ritual, una tocando el pandero y otra los címbalos, mientras una tercera, intermedia, porta el tirso en la mano derecha y sujeta por las patas a un cabrito con la izquierda. La cuarta, más tranquila, se limita a levantarse el vestido con la punta de sus dedos. Visten todas largas túnicas que en ocasiones se adivinan transparentes, o no dejan claramente al descubierto las formas de los cuerpos, cuya impresión de movimiento acentúan con sus vuelos, mientras ellas se contorsionan descuidadamente al ritmo de la música, ritmo al que giran también sus cabezas, echadas hacia atrás, dejando caer sus largas cabelleras, que sujetan con una diadema, intensificando la sensación de frenesí y locura de la danza.
En las otras dos aras los sátiros acompañan a las ménades en su danza, que ya no ejecutan por separado sino por parejas. Las ménades son similares a las del ara anterior. Los sátiros que las acompañan, se presentan, por su parte, prácticamente desnudos y haciendo ostentación de una grotesca mueca en su rostro, de poblada barba y bigote y erizados cabellos, dejando asomar entre ellos sus orejas caprinas; también ellos se mueve al ritmo de la música, de manera pausada uno, más frenéticamente el otro, con una copa en la mano.
Un cuarto ara podemos añadir a las anteriores. Se halla a un lado de la Diana y no es cilíndrica como ellas, sino prismática. Y su contenido no es báquico, sino religioso. Está decorada con figuras en relieve bajo frontones o arcos en cinco de sus caras. En la sexta, una inscripción latina en la que se constancia de la donación que hacen "A la república italicense Marco Cocceio Iuliano, con su hijo Quirino y su esposa Iunia Africana, de dos columnas caristias y un arquitrabe con reja de bronce y un ara, después de celebrados unos juegos, en cumplimiento de un voto". De las figuras representadas, tres corresponden a los oferentes, con sus iniciales en el pedestal, y las otras dos, a un lado y otro de la inscripción, a las divinidades Bonus Eventus y Fortuna, portando ambos sendos cuernos de la abundancia. Guirnaldas, bucráneos, erotes, crecientes, leones, palmetas, victorias aladas y otros motivos menores completan el rico repertorio decorativo de esta interesante pieza que debió decorar en su día, junto a las aras cilíndricas, la orchestra del teatro de Itálica, pero en una época más tardía, ya en el siglo III.
Sobre dos togados cuya memoria ya se habría perdido en la ciudad están labradas las dos estatuas-fuente en forma de ninfas dormidas, que se hallan detrás de Diana. Reposan de lado sobre el suelo, echadas sobre uno u otro hombro, con el torso desnudo y el mano cubriéndolos las piernas, igual que veíamos la divinidad fluvial de la sala XIII. Apoyan la mejilla sobre una mano, mientras la otra sujeta el caño de la fuente. Fueron halladas también en las excavaciones del teatro de Itálica.
Se completa la exposición con diversos epígrafes distribuidos a lo largo de los muros, a un lado y otro de la puerta de entrada.
Los dos primeros, sobre un mismo pedestal, están íntimamente unidos por su lugar de procedencia, el Traianeum, el templo consagrado al emperador Trajano, en Itálica. Uno de ellos está dedicado a Apolo por un edil, duunviro y augur perpetuo de Itálica, Marcus Sentius Maurianus; el otro, al Genio, el espíritu protector de la ciudad, por un sacerdote perpetuo del Divi Traiani, Marcus Cassius Caecilianus, de la tribu Sergia.
Sigue un pedestal en honor de Aelia Licinia, a quien el Senado Italicense decreta costear los funerales, dar lugar para la sepultura y erigir una estatua, lo que hacen su padre y su marido.
Y a continuación un par de epígrafes gemelos, uno de los cuales ha sido reaprovechado en época posterior, según indica la ancha oquedad circular que presenta en el centro. Están dedicados a Lucrecio Juliano, "administrador de la república de Itálica", agradecida por sus méritos, ob merita eius.
Los dos siguientes están consagrados a otras dos divinidades. Uno, a Baco, Libero Patri, por un liberto, L(ucius) Caelius Saturninus, que agradece haber obtenido el honor del sevirato, por lo que costea algunos juegos escénicos, y el otro a la Victoria Augusta, por Vibia Modesta, una sacerdotisa que ofrece, entre otras cosas, "como presente una estatua de plata de CXXXII libras de peso". Y "aceptada la donación por el respetable senado, depositó también en su templo su corona de oro sacerdotal", al cesar seguramente en el ejercicio de su cargo, dedicado sobre todo al culto de Roma y de las emperatrices divinizadas.
Por detrás de ellos, adosado a las paredes, un panel con nuevos epígrafes de contenido muy diverso que se explican en el cartel inferior. Los de mayor interés son los de "...F IMP /...NSI", que fue interpretado por Hübner, que lo conoció más completo, como prueba de la pretendida presencia en Itálica del General L. Mummio, el conquistador de Corinto, en 146 a.C. Otro que hace referencia al colle (gium), asociación, de serrariorum, trabajadores que cortaban las piedras en las canteras. Un tercero que menciona a un soldado de una cohorte de arqueros de Itálica. Y el de Lucio Herio, duunviro que ofreció a sus expensas los arcos y pórticos del teatro que había prometido. Los demás son funerarios, de los que tendremos ocasión de ver numerosos ejemplos en las salas XXI y XXV.
A Baco de nuevo, el tercer gran dios adorado en Hispania, tras Júpiter y Diana, está dedicada también una de las tres inscripciones que vemos adosadas a la pared, junto a Isis. Por debajo tenemos al dios, joven, sujetando un racimo de uvas, mientras una pantera parece beber las gotas de vino que el dios, semidesnudo, deja caer de la copa que sostiene vacía con su mano derecha.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
Enlace a la Entrada anterior de Sevilla**:
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