Las primeras 450 entradas de este blog las puedes consultar en el enlace Burguillos Viajero.

miércoles, 6 de marzo de 2024

3978. ROMA** (XI), capital: 8 de septiembre de 2023











ROMA** (XI), capital de la provincia, de la región, y de Italia: 8 de septiembre de 2023.
La Ciudad Histórica.
     A diferencia de otras ciudades con abolengo, Roma posee un casco histórico peculiar. Más que de una zona precisa, existen varios núcleos, cada uno de los cuales se explica por su propia motivación histórica y cultural, urbanística y social. En este capítulo se tocarán muchos de estos puntos de interés, que salpican el enorme área monumental que se extiende por el corazón de Roma.
     El primero de los paseos, el Campidoglio, se eleva sobre la explanada del Foro Romano, donde por espacio de más de 1.200 años se decidieron los destinos del Reino, de la República y del Imperio. Tras unos pocos siglos de abandono, el Campidoglio recobró su posición en el centro de la ciudad a finales de la Edad Media, convirtiéndose en principal foco del poder civil.
     El segundo paseo conecta directa­ mente este núcleo con el polo de San Juan de Letrán, que encarnó el poder religioso, a lo largo de un recorrido sembrado de ruinas romanas y de igle­sias que, en el Medievo y el Renaci­miento, marcaban las calles por donde transcurrían los cortejos papales y los pasos de los peregrinos que se encami­naban a la gran basílica.
Un mosaico de culturas
     Roma es una ciudad habituada a la in­ migración (aunque en algunos momentos parezca olvidarlo), así ha sido desde la época de los césares y hasta los años en que se convirtió en la capital de Ita­lia, cuando sus dimensiones crecieron desmesuradamente a causa del im­portante flujo migratorio que aconteció en el recién constituido Estado italiano. Las cosas no son muy diferentes en la actualidad, como demuestran las estadísticas, según las cuales, al menos uno de cada diez romanos procede de otro país. Como prueba  de la importancia de la diversidad en la historia de Roma, el gueto judío, recuerdo indeleble de una presencia religiosa y cultural diferente, ahonda sus raíces en el tejido de la ciudad. El tercero constituye un apasionante recorrido dedicado a esta zona y sus alrededores, desde las rui­nas del Teatro de Marcelo hasta el río, cuyo cauce avance silencioso a lo largo de los embarcaderos de la Isla Tiberina. Dos de las famosas siete colinas "fatales" sobre las que se erigió la ciudad son el punto de partida y de llegada del cuarto recorrido que, al remontarse hasta la serena quietud del Aventino y el Celio, demuestra que hay muchas maneras de vivir Roma, irremediable­mente inmersas en la poderosa suges­tión de un marco histórico de incalculable valor.
     Otra etapa en este viaje de descubrimiento de la capital de Italia se aleja de sus barrios por la carretera que lleva hacia el mar, la via Ostiense, que a lo largo de milenios ha visto pasar a los comerciantes y sus mercancías, las riquezas y los invasores. Dejando atrás las mu­rallas imperiales y ese bullicio tan romano del Testaccio, este itinerario desvela una Roma cuya existencia pocos sospechaban: un esbozo de ciudad in­dustrial que, en los siglos XIX y XX, palpitaba entre almacenes, centrales eléctricas y fábricas, al ritmo del ir y venir de los barcos mercantes que surcaban el Tíber. Hasta alcanzar otra gran basílica de la cristiandad: la impresionante iglesia erigida a San Pablo.
     Al explorar el barrio de Monti -en cuyo escudo aparecen tres elevaciones sobre un campo blanco en alusión a las colinas del Viminal, Quirinal y Esquilino, y que recuerda la antigua distinción entre montes (es decir, los que habitaban en el recinto de la muralla serviana) y pagi (la población del suburbio)- penetramos en el corazón de otro de los centros de la ciudad a los que aludíamos. Al­rededor de la estación Termini, giran los barrios "piamonteses" de Roma, en los que no se ahorraron esfuerzos ni creatividad, para equiparar la nueva capital del reino de Italia al resto de metrópolis europeas de finales del siglo XIX. Sin embargo, el flujo de la historia no se detiene nunca y el que sigue siendo el mayor espacio de la ciudad, la plaza de Vittorio Emanuele II, emblema de la Roma de los Saboya, se ha convertido en el eje de la Roma multiétnica actual. Por sus calles adyacentes, en las que ya no se encuentran restaurantes italianos ni comercios como los de antaño, resuenan los acentos y se respiran los aromas de una nueva Roma, creando así un conjunto de sensaciones hasta ahora inéditas en la ciudad.
     También el coqueto barrio popular de San Lorenzo es, a su modo, otro de los centros de la capital: no solo se conserva en sus calles la huella de su inquebrantable "romanidad", sino que en sus alrededores se levantan dos importantes lugares en la vida cotidiana de los ha­bitantes. Entre las paredes de los edificios de la universidad La Sapienza, estudian más de 150.000 jóvenes (se trata del campus más concurrido de Europa). Y, tras la protección que brindan las murallas del Verano -el cementerio monumental de Roma- descansan las generaciones de romanos que en los últimos siglos han contribuido a crear la fascinación, la complejidad y las tradiciones de la ciudad más bella del mundo.
El Campidoglio
Itinerario peatonal desde piazza Venezia al Foro Romano.
     Roma nunca se separó de su cuna clásica. La vida política, social y económica giró siempre en torno al Palatino, lugar de inicio de la gran aventura de la urbe, y a la cercana Colina Capitolina, donde se levantó el primer templo que, según la leyenda, fundara el mismísimo Rómulo. En los tiempos de esplendor de Roma se alzaba sobre la colina el lugar de culto más importante del Imperio, el templo dedicado a Júpiter capitolino, que junto a Juno y Minerva, constituía la tríada capitolina.
     Si basta un solo vistazo a los restos del Foro Romano y de los palacios imperiales para intuir el lujo alcanzado por la antigua ciudad, resulta en cambio difícil imaginar que, con el discurrir de solo unos pocos siglos, el curso de la historia haya podido reducir tanto esplendor a un montón de escombros. Los mismos lugares donde en otro tiempo se decidían los destinos del mundo occidental se convirtieron más tarde en una pradera de abundante pasto, donde reinaba silencioso el ganado (durante la Edad Media, el Foro Romano recibió el apelativo de 'Campo Bovino'). Una suerte compartida por el vecino Campidoglio, que durante la edad oscura se rebautizó con el nombre de 'Monte Caprino'.
     Precisamente el Campidoglio, tal vez en recuerdo de su antiguo papel y, sin duda, en virtud de su posición privile­giada, se convertiría en el nuevo centro neurálgico de la ciudad al término del Medievo. Posteriormente, albergaría la primera plaza ideada por Miguel Ángel; a partir de ese momento, aún sometida a los altibajos de la historia, la Colina Capitolina habría de ser el centro de la vida civil de Roma. Por todo ello, antes de atravesar los foros, de maravillarse con el Coliseo y las basílicas de la cristiandad, antes de adentrarse en la grandiosidad de San Pedro para perderse en las salas de sus museos, merece la pena comenzar a descubrir Roma desde aquí. Subir desde piazza Venezia hasta la explanada dominada por la estatua ecuestre de Marco Aurelio, símbolo de la ciudad, donde a diario los concejales se confunden entre los bulliciosos grupos de turistas, y los guardias municipales, vistiendo sus uniformes de gala, contemplan el alegre alboroto de las comitivas nupciales que escoltan a los novios presurosos a contraer matrimonio en el Ayuntamiento.
Piazza Venezia. La espectacular explanada que se extiende a los pies de la escalinata del Vittoriano es uno de los epicentros de la ciudad actual. En esta plaza, donde tienen lugar las principales celebraciones de la República, convergen varias líneas del transporte público y por sus aceras acabarán transitando, antes o después, todos los turistas de visita en Roma. Bajo el empedrado, con mil precauciones y retrasos, se están llevando a cabo las obras de la línea C que, una vez inaugurada, sin duda será una de las estaciones subterráneas más espectaculares del mundo, gracias a la inagotable riqueza de los restos arqueológicos encontrados en el subsuelo.
     La plaza fue ordenada por Pablo II como remate para su palazzo di Venezia, y significó una gran intervención urbanística de la Roma renacen­tista. Todo cambió en 1882, tras la decisión de erigir un monumento a Vittorio Emanuele II, en cuyo nombre se demolieron, tanto el tupido tejido urbano que se remontaba a la Alta Edad Media, y que conectaba la plaza con el Campidoglio, como la zona levantada en el si­glo XVI que, por los foros, comunicaba con el barrio de Monti (aquí se encon­traba, entre otras, la casa de Miguel Án­gel). Tal remodelación comportó el traslado del palazetto Venezia y la duplicación del palazzo di Venezia al otro lado de la plaza, donde se erigió como una imagen especular el palazzo de­lle Assicurazioni Generali di Venezia (1902-1906).
Palazzo di Venezia. Piazza Venezia, 3. Los noticieros cinematográficos del periodo fascista familiarizaron a los italianos con la fachada almenada del imponente edificio que Pietro Barbo, cardenal de la vecina San Marco, se hizo construir entre 1455 y 1464 como residencia y que, tras su elección como pontífice (con el nombre de Pablo II), amplió con el viridarium (futuro palazzetto Venezia, posteriormente trasladado). Propiedad de los pontífices hasta 1564, a partir de ese momento pasó a ser residencia de los embajadores de la República de Venecia, a los que sucedieron sus homólogos de Francia, en 1797, y Austria, en 1814. Italia reclamó la propiedad del palacio en 1916 que, tras una larga restauración, se destinó a museo. En 1929 Mussolini lo escogió como sede de la jefatura del gobierno, y hasta 1943 en él se reunía el Gran Consejo Fascista. Desde el punto de vista arquitectónico, pese a ser de autor desconocido, el conjunto afirma la implantación en Roma del modelo renacentista de León Battista Alberti, aparente por su planta rectangular que vierte a un patio porticado en el que se superponen los órdenes arquitectónicos (toscano y corintio) y del que solo quedan diez arcadas. Al cardenal Lorenzo Cibo se deben las estancias que albergan las colecciones del museo y las salas Regia, inaugurada en 1504, y del Mapamundi, con frescos, escasos y restaurados, atribuidos a An­drea Mantegna.
Museo del palazzo di Venezia*. (Visita de 8.30 h a 19.30 h. Cierra lunes; www.museopalazzovenezia.beniculturali.it). Las salas correspondientes a las estancias del cardenal Cibo y otras salas del actual palazzetto Venezia, conectados por el camino de ronda transformado en el siglo XVIII en un pasaje cubierto (il Passetto), albergan las colecciones de este interesante museo de artes aplicadas, creado en 1921 que se enrique­ció gracias a legados, donaciones y a las aportaciones de algunos fondos procedentes de los ya desaparecidos mu­seos Kircheriano y Artístico-Industrial. Amén de las exposiciones temporales, la colección permanente consta en gran parte de obras italianas de época medieval y renacentista. La pinacoteca, ordenada según escuelas regionales, documenta la producción artística entre los siglos XIII y XVI con un nutrido conjunto de obras notables, entre las que desta­can la Cabeza de una mujer joven de Pisanello y el Doble retrato atribuido, con algunas dudas, a Giorgione. La sala Altoviti -por el banquero florentino a cuyo palacio, demolido en 1888, pertenecían los frescos y estucos de 1543 que la decoran, y que son obra de Giorgio Vasari-­ alberga piezas de marfil y orfebrería medieval, como la Cruz de cristal de roca y el cofre nupcial, del siglo X. La colección de porcelanas recorre exhaustivamente la producción de las principales fábricas europeas de los siglos XVII al XX; a destacar también la colección de cerámica de los siglos XV a XVIII. Los bronces  pertenecen en parte a las colecciones Barsanti y Auriti; muy interesantes los bocetos preparatorios de la colección Gorga, de los siglos XVI a XVIII. Se pueden con­templar unas 800 piezas de plata, de los siglos XVI a XIX, 150 vidrios y más de 400 porcelanas china y japonesa.
Basílica de San Marcos*. Piazza di S. Marco, 52 (www.sanmarcoevangelista.it). Como sucede en muchas de las iglesias y monumentos de Roma, también el travertino utilizado en la construcción de la fachada de este edificio procede del Coliseo y del Teatro de Marcelo. El pórtico de triple arcada delata la influencia de León Battista Alberti, que se advierte también en el palazzo di Venezia.
     La iglesia fue fundada por el papa Marcos en el 336, donde la tradición fijaba la residencia del evangelista. Fue restaurada en 729 y reconstruida por primera vez en 836 por el papa Gregorio IV, aunque el campanario es del siglo XII. Las sucesivas y repetidas intervenciones barrocas del siglo XVIII son evidentes, sobre todo en el interior, donde, no obstante, ha llegado hasta nuestros días el espléndido techo* artesonado del siglo XV.
     Los mosaicos del ábside son fruto de la primera reconstrucción (primera mitad del siglo IX); la tumba de Leonardo Pesaro, de 1796, es obra de Antonio Canova. En la sacristía se conservan los relieves del altar encargado a Mino da Fiesole y Giovanni Dalmata en 1474.
     Siguiendo las ideas clásicas recuperadas por Alberti, Pablo II concibió el viridarium del palazzo di Venezia como un jardín rodeado por un pórtico en 1464, que no tardó en ampliarse, entre 1466 y 1468, con el añadido de un pórtico superior. El progresivo cerramiento de una parte de las arcadas acabó transformándolo en el palazzetto Venezia, desmontado y trasladado a su actual emplazamiento en los años 1911 a 1913 para dejar espacio a la construcción del Vittoriano. En el bello patio* interior se encuentra un pozo esculpido por Antonio da Brescia.
     En la esquina de la plaza se yergue un grandioso busto de mármol restaurado y que, según la leyenda popular, representa a Madama Lucrezia (Lucrezia d'Alagno, amante de Alfonso V de Aragón); en realidad, se trata de una imagen de la diosa Isis, del siglo II o III, procedente de la zona de Campo de Marte. Es una de las estatuas parlantes de Roma que, en ocasiones, se usaban para fijar en ellas mensajes y proclamas.
Vittoriano. Piazza Venezia. (Vi­sita de 9.30 h a 19.30 h; www.polomusealelazio.beniculturali.it). Los juicios que ha merecido el monumento a Vittorio Emanuele II por parte de los romanos han sido sin duda severos e inmisericor­des como demuestra el apelativo de 'la máquina de escribir'. Solo en los últimos años su imponente arquitectura se ha visto reivindicada, en parte gracias a la espléndida vista* que se contempla desde el pórtico superior. Hasta este balcón panorámico se accede por medio de modernos ascensores de acero y vidrio -cuya posible eliminación ha sido objeto de debate- que ascienden desde el estrecho pasaje que media entre la parte trasera del monumento y la iglesia de Santa María in Aracoeli, salvando un desnivel de 40 m en 35 segundos.
     Concebido en 1878 a la muerte del soberano artífice de la unificación ita­liana, Giuseppe Sacconi empezó a construir el Vittoriano en 1885, y para ello se inspiró en la arquitectura de los grandes santuarios helenísticos; tras su muerte, acaecida en 1905, la dirección de los trabajos recayó en Gaetano Koch, Pio Piacenti y Manfredo Manfredi. Aunque aún quedaba por añadir la decora­ ción, el monumento pudo terminarse a tiempo para las celebraciones del cincuentenario de la Unificación.
     El Altar de la Patria se inauguró en 1925, y un poco antes, en 1921, la tumba del Soldado Desconocido. Las cuadrigas de bronce que descansan sobre el propileo se añadieron en 1927. En su interior, decorado por Ar­mando Brasini entre los años 1924 y 1935, a quien se debe también la cripta del Soldado Desconocido, está el sagrario de las banderas de las Fuerzas Armadas (acceso por piazza Aracoeli) y el Museo centrale del Risorgimento (acceso por vía S. Pietro in Carcere), que contiene reliquias de los héroes del Risorgimento, concomitante con una ex­tensa área expositiva dedicada a colecciones temporales .
(VV.AA. Guía total: Roma y el Vaticano. Anaya. Madrid, 2020).

Enlace a la Entrada anterior de Roma**:
3977. ROMA** (X), capital: 8 de septiembre de 2023.

No hay comentarios:

Publicar un comentario