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jueves, 7 de marzo de 2024

3979. ROMA** (XII), capital: 8 de septiembre de 2023.















ROMA** (XII), capital de la provincia, de la región, y de Italia: 8 de septiembre de 2023.
La Ciudad Histórica.
     A diferencia de otras ciudades con abolengo, Roma posee un casco histórico peculiar. Más que de una zona precisa, existen varios núcleos, cada uno de los cuales se explica por su propia motivación histórica y cultural, urbanística y social. En este capítulo se tocarán muchos de estos puntos de interés, que salpican el enorme área monumental que se extiende por el corazón de Roma.
     El primero de los paseos, el Campidoglio, se eleva sobre la explanada del Foro Romano, donde por espacio de más de 1.200 años se decidieron los destinos del Reino, de la República y del Imperio. Tras unos pocos siglos de abandono, el Campidoglio recobró su posición en el centro de la ciudad a finales de la Edad Media, convirtiéndose en principal foco del poder civil.
     El segundo paseo conecta directa­ mente este núcleo con el polo de San Juan de Letrán, que encarnó el poder religioso, a lo largo de un recorrido sembrado de ruinas romanas y de igle­sias que, en el Medievo y el Renaci­miento, marcaban las calles por donde transcurrían los cortejos papales y los pasos de los peregrinos que se encami­naban a la gran basílica.
Un mosaico de culturas
     Roma es una ciudad habituada a la in­ migración (aunque en algunos momentos parezca olvidarlo), así ha sido desde la época de los césares y hasta los años en que se convirtió en la capital de Ita­lia, cuando sus dimensiones crecieron desmesuradamente a causa del im­portante flujo migratorio que aconteció en el recién constituido Estado italiano. Las cosas no son muy diferentes en la actualidad, como demuestran las estadísticas, según las cuales, al menos uno de cada diez romanos procede de otro país. Como prueba  de la importancia de la diversidad en la historia de Roma, el gueto judío, recuerdo indeleble de una presencia religiosa y cultural diferente, ahonda sus raíces en el tejido de la ciudad. El tercero constituye un apasionante recorrido dedicado a esta zona y sus alrededores, desde las rui­nas del Teatro de Marcelo hasta el río, cuyo cauce avance silencioso a lo largo de los embarcaderos de la Isla Tiberina. Dos de las famosas siete colinas "fatales" sobre las que se erigió la ciudad son el punto de partida y de llegada del cuarto recorrido que, al remontarse hasta la serena quietud del Aventino y el Celio, demuestra que hay muchas maneras de vivir Roma, irremediable­mente inmersas en la poderosa suges­tión de un marco histórico de incalculable valor.
     Otra etapa en este viaje de descubrimiento de la capital de Italia se aleja de sus barrios por la carretera que lleva hacia el mar, la via Ostiense, que a lo largo de milenios ha visto pasar a los comerciantes y sus mercancías, las riquezas y los invasores. Dejando atrás las mu­rallas imperiales y ese bullicio tan romano del Testaccio, este itinerario desvela una Roma cuya existencia pocos sospechaban: un esbozo de ciudad in­dustrial que, en los siglos XIX y XX, palpitaba entre almacenes, centrales eléctricas y fábricas, al ritmo del ir y venir de los barcos mercantes que surcaban el Tíber. Hasta alcanzar otra gran basílica de la cristiandad: la impresionante iglesia erigida a San Pablo.
     Al explorar el barrio de Monti -en cuyo escudo aparecen tres elevaciones sobre un campo blanco en alusión a las colinas del Viminal, Quirinal y Esquilino, y que recuerda la antigua distinción entre montes (es decir, los que habitaban en el recinto de la muralla serviana) y pagi (la población del suburbio)- penetramos en el corazón de otro de los centros de la ciudad a los que aludíamos. Al­rededor de la estación Termini, giran los barrios "piamonteses" de Roma, en los que no se ahorraron esfuerzos ni creatividad, para equiparar la nueva capital del reino de Italia al resto de metrópolis europeas de finales del siglo XIX. Sin embargo, el flujo de la historia no se detiene nunca y el que sigue siendo el mayor espacio de la ciudad, la plaza de Vittorio Emanuele II, emblema de la Roma de los Saboya, se ha convertido en el eje de la Roma multiétnica actual. Por sus calles adyacentes, en las que ya no se encuentran restaurantes italianos ni comercios como los de antaño, resuenan los acentos y se respiran los aromas de una nueva Roma, creando así un conjunto de sensaciones hasta ahora inéditas en la ciudad.
     También el coqueto barrio popular de San Lorenzo es, a su modo, otro de los centros de la capital: no solo se conserva en sus calles la huella de su inquebrantable "romanidad", sino que en sus alrededores se levantan dos importantes lugares en la vida cotidiana de los ha­bitantes. Entre las paredes de los edificios de la universidad La Sapienza, estudian más de 150.000 jóvenes (se trata del campus más concurrido de Europa). Y, tras la protección que brindan las murallas del Verano -el cementerio monumental de Roma- descansan las generaciones de romanos que en los últimos siglos han contribuido a crear la fascinación, la complejidad y las tradiciones de la ciudad más bella del mundo.
El Campidoglio
Itinerario peatonal desde piazza Venezia al Foro Romano.
     Roma nunca se separó de su cuna clásica. La vida política, social y económica giró siempre en torno al Palatino, lugar de inicio de la gran aventura de la urbe, y a la cercana Colina Capitolina, donde se levantó el primer templo que, según la leyenda, fundara el mismísimo Rómulo. En los tiempos de esplendor de Roma se alzaba sobre la colina el lugar de culto más importante del Imperio, el templo dedicado a Júpiter capitolino, que junto a Juno y Minerva, constituía la tríada capitolina.
     Si basta un solo vistazo a los restos del Foro Romano y de los palacios imperiales para intuir el lujo alcanzado por la antigua ciudad, resulta en cambio difícil imaginar que, con el discurrir de solo unos pocos siglos, el curso de la historia haya podido reducir tanto esplendor a un montón de escombros. Los mismos lugares donde en otro tiempo se decidían los destinos del mundo occidental se convirtieron más tarde en una pradera de abundante pasto, donde reinaba silencioso el ganado (durante la Edad Media, el Foro Romano recibió el apelativo de 'Campo Bovino'). Una suerte compartida por el vecino Campidoglio, que durante la edad oscura se rebautizó con el nombre de 'Monte Caprino'.
     Precisamente el Campidoglio, tal vez en recuerdo de su antiguo papel y, sin duda, en virtud de su posición privile­giada, se convertiría en el nuevo centro neurálgico de la ciudad al término del Medievo. Posteriormente, albergaría la primera plaza ideada por Miguel Ángel; a partir de ese momento, aún sometida a los altibajos de la historia, la Colina Capitolina habría de ser el centro de la vida civil de Roma. Por todo ello, antes de atravesar los foros, de maravillarse con el Coliseo y las basílicas de la cristiandad, antes de adentrarse en la grandiosidad de San Pedro para perderse en las salas de sus museos, merece la pena comenzar a descubrir Roma desde aquí. Subir desde piazza Venezia hasta la explanada dominada por la estatua ecuestre de Marco Aurelio, símbolo de la ciudad, donde a diario los concejales se confunden entre los bulliciosos grupos de turistas, y los guardias municipales, vistiendo sus uniformes de gala, contemplan el alegre alboroto de las comitivas nupciales que escoltan a los novios presurosos a contraer matrimonio en el Ayuntamiento.
Piazza del Campidoglio**. Miguel Ángel la concibió como un cuadrado, con el Palacio Senatorio ocupando el centro, flanqueado por el Palazzo dei Conservatori, a la derecha, y el Palazzo Nuovo, a la izquierda, mientras que el lado del cuadrado que se asoma a la ciudad está definido solo por una barandilla. El espacio está presidido por la estatua del emperador Marco Aurelio, punto central de un pavimento que sigue un patrón centrífugo realizado en 1940 por Antonio Muñoz basándose en un grabado de 1567. También es obra del genio toscano la rampa de subida hasta la plaza, mutilada tras la apertura de la via del Teatro di Marcello.
     Pablo III, el papa que decidió la reordenación de la zona, dio su visto bueno al proyecto, pero Miguel Ángel nunca llegó a verlo materializado. Fueron otros los encargados de llevar a cabo los tres palacios y el pavimento. Tampoco a él correspondió decidir la ubicación de las estatuas sobre la barandilla, pues fue Giacomo della Porta quien, en 1585, situó aquí los dioscuros de finales de la época imperial, en lugar de los ideados por Miguel Ángel, que ahora se encuentran en la plaza del Quirinal. Los trofeos de Mario, de época de Domiciano, se trajeron hasta aquí en 1590, y más tarde, en 1653, las estatuas de Constantino y Constante II, procedentes de las termas de Constantino. La estatua de Marco Aurelio -que se salvó de la destrucción por parte de los cristianos que la tomaron por la efigie de Constantino-, que el propio Mi­guel Ángel había trasladado desde Letrán en 1534 por orden del papa, no es la original, que ahora se conserva en el Museo Capitalino.
     La presencia humana en la Colina Capitolina, un santuario aislado y repartido entre las dos cimas del Capitolium, a la derecha, y el Arx, a la izquierda, separadas entre sí por una de­presión, se remonta hasta los mismos orígenes de la Ciudad Eterna. Aquí, donde según la tradición Rómulo ordenó el primer lugar de culto de Roma, los tarquinos levantaron el templo de Júpiter capitolino, consagrado tras su expulsión en 509 a.C.
     Este templo, llamado de la Tríada Ca­pitolina por estar dedicado también a Juno y a Minerva, sería durante toda la época clásica el altar oficial de la ciudad. Parte del zócalo del templo se puede contemplar aún en los jardines frente al palazzo Caffarelli, mientras. que otros vestigios están ocultos en las subterráneos del palazzo dei Conserva­tori. El templo de Juno Moneta, donde se emplazó la primera ceca romana, y la plataforma de los arúspices ocupaban la vecina Arx, donde posteriormente se edificaría la iglesia de Santa Maria in Aracoeli. Tras el incendio del 83 a.C., hacia el lado del foro se construyó el Tabularium, sobre el cual se levantó en época medieval la fortaleza dei Corsi, germen del futuro Palacio Senatorio.
Palacio Senatorio. Piazza del Campidoglio. Sede del Ayuntamiento de Roma, el edificio es una especie de palimpsesto de construcciones levanta­das sobre la fortaleza dei Corsi.
     Remozado sobre el año 1299, con­servó el aspecto típico de los edificios públicos medievales hasta el siglo XVI, cuando Giacomo della Porta y Giro­lamo Rainaldi (1582-1605) llevaron a cabo el imponente proyecto de Miguel Ángel, del que respetaron solo la escalinata. Organizado en torno a columnas adosadas y rematado por una balaustrada, está decorado con una estatua de Minerva de la época de Domiciano (en la hornacina) y dos grandes esculturas del Tíber (en realidad, esta representaba al río Tigris) a la derecha y del Nilo a la izquierda. La sala del concejo alberga las estatuas de Julio César y de un Almirante romano de la época de Trajano.
     A la derecha del edificio se abría la entrada original del Tabularium, el Ar­chivo de Estado romano construido por Quinto Lutazio Catulo, cónsul en el año 78 a.C., destinado a prisión y depósito en la Edad Media. Destacan algunos bloques de toba y unas arcadas de la puerta, que se divisan desde la terraza sobre el foro romano (panorama*).
Los edificios de los Museos Capitolinos. Cerrando los flancos de la plaza ideada por Miguel Ángel, el palazzo dei Conservatori y el Palazzo Nuovo -a derecha e izquierda de la balaustrada, respectivamente- acogen las espléndidas colecciones de los Museos Capitolinos**, al que se accede por la entrada del palazzo dei Conservatori. En este último sí trabajó directamente Miguel Ángel, que en 1563 dio los primeros pasos de la reconstrucción dirigida a transformar la sede de la antigua magistratura electa de la ciudad, que probablemente databa del siglo XII y que fue reedificada en el siglo XV; sin embargo, el artista no llegó a finalizar la obra, dejando en manos de sus sucesores -en particular, de Giacomo della Porta- los diseños para terminar la fachada, el pórtico del patio y la escalera. No obstante, serían Girolamo y Carlo Rainaldi los que, en 1655, siguiendo el proyecto de Miguel Ángel, construyeron el Palazzo Nuovo.
Palacio Clementino-Caffarelli. Comenzado a construir por Ascanio Caffarelli en 1538 y terminado en 1680, el edificio sufrió varias veces obras de restauración, entre las que cabe citar la apertura de la terraza en 1918 en lugar de las dos plantas altas del ala este y el desmantelamiento parcial de la planta baja debido a las excavaciones del tem­plo de Júpiter capitalino (o de la Tríada capitolina), de la época de los antiguos reyes de Roma, y sobre cuyos restos se levantó el palacio.
     Las elegantes salas del palacio, que albergan Medagliere Capitolino (colección de monedas, medallas, piedras preciosas y joyas) son accesibles tanto desde el exterior, como desde dentro del Museo Capitolino (desde la primera planta, si se dispone de entrada).
     De regreso a la plaza del Campidoglio, se sale de ella pasando ahora a la izquierda del Palacio Senatorio, junto a la columna donde se encuentra una copia de la célebre Loba del Capitolio, y se continúa -disfrutando de ex­celentes vistas al Foro Romano, la via Sacra y el arco de Septimio Severo- por via de San Pietro in Carcere, que conduce a la iglesia dedicada a San Lucas y Santa Martina (VV.AA. Guía total: Roma y el Vaticano. Anaya. Madrid, 2020).

Enlace a la Entrada anterior de Roma**:
3978. ROMA** (XI), capital: 8 de septiembre de 2023.

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