171. GRANADA, capital. Paseo de los Tristes, con la Alhambra al fondo.
172. GRANADA, capital. Casa de las Chirimias.
173. GRANADA, capital. Vista de la Alhambra desde el paseo de los Tristes.
174. GRANADA, capital. Portada del palacio de los Córdova.
175. GRANADA, capital. En el camino al Sacromonte con la Alhambra al fondo.
176. GRANADA, capital. En el camino hacia el Sacromonte con la Alhambra de fondo.
177. GRANADA, capital. Estampa típica del barrio del Sacromonte.
178. GRANADA, capital. Ermita del Santo Sepulcro.
179. GRANADA, capital. Vistas de la Alhambra y de la ciudad desde el Sacromonte.
180. GRANADA, capital. Colegio de San Dionisio Areopagita de la abadía del Sacromonte.
181. GRANADA, capital. Nave central de la igl. de la abadía del Sacromonte.
182. GRANADA, capital. Xto. del Consuelo de la Hdad. de los Gitanos, en la abadía del Sacromonte.
183. GRANADA, capital. Mª Stma. del Sacromonte, de la Hdad. de los Gitanos, en la abadía del Sacromonte.
184. GRANADA, capital. Triunfo de la Inmaculada, en las inmediaciones de las Santas Cuevas del Sacromonte.
185. GRANADA, capital. Cúpula sobre las Santas Cuevas del Sacromonte.
178. GRANADA, capital. Ermita del Santo Sepulcro.
179. GRANADA, capital. Vistas de la Alhambra y de la ciudad desde el Sacromonte.
180. GRANADA, capital. Colegio de San Dionisio Areopagita de la abadía del Sacromonte.
181. GRANADA, capital. Nave central de la igl. de la abadía del Sacromonte.
182. GRANADA, capital. Xto. del Consuelo de la Hdad. de los Gitanos, en la abadía del Sacromonte.
183. GRANADA, capital. Mª Stma. del Sacromonte, de la Hdad. de los Gitanos, en la abadía del Sacromonte.
184. GRANADA, capital. Triunfo de la Inmaculada, en las inmediaciones de las Santas Cuevas del Sacromonte.
185. GRANADA, capital. Cúpula sobre las Santas Cuevas del Sacromonte.
GRANADA** (XXIX), capital de la provincia: 29 de enero de 2012.
El paseo de los Tristes
Es uno de los lugares más encantadores y señeros de Granada, al que en modo alguno le hace justicia su nombre. Antes se llamó paseo de la Puerta de Guadix y era lógico, pues aquí se encontraba la que franqueaba el paso para tomar la senda que llevaba a la bella ciudad accitana. Se cuentan muchas historias, alguna incluso truculenta, pero, a la postre, parece que nombre tan lúgubre le vino al lugar por se aquí donde, hasta 1950, acostumbraba a despedirse el duelo que acompañaba a los difuntos camino del cementerio.
Sea como fuere se trata de un lugar sumamente romántico. Se abrió como espacio de recreo en el año 1609 y en él se celebraban espectáculos de toros y cañas, con tal afluencia de público que se hacía necesario cubrir el cauce del río con entarimados apoyados en andamios. Para el acomodo de las autoridades que asistían a estos espectáculos se construyó en el arranque del paseo la casa de las Chirimias, edificio de traza mudéjar, que fue llamado así por situarse en su segunda planta los músicos que amenizaban la fiesta. Recientemente ha sufrido una intervención mediante la que se ha devuelto la fuente a su sitio original, pero se ha instalado también una pérgola que si le viene de maravilla a las terrazas de los bares allí situados, en nada ha servido para embellecerlo. Es un lugar muy frecuentado en todo tiempo, con vistas preciosas de la Alhambra, que alza sus poderosas murallas sobre el espeso follaje de la arboleda.
El palacio de los Córdova
Al comienzo de la Cuesta del Chapiz, a la derecha se levanta el magnífico palacio de los Córdova, reconstruido aquí en los años ochenta del siglo XX gracias a la iniciativa de los duques de Montellano, después de que hubiera sido derribado en 1919, con alevosía y nocturnidad, por Ricardo Martín Flores, su último propietario, en cuyo descargo cabe decir que, al menos tuvo el gesto de guardar buena parte de sus restos. El palacio se encontraba en la plaza de las Descalzas, era conocido como casa de los Donceles y lo construyeron los Fernández de Córdova en el siglo XVI. Hoy es sede del Archivo Histórico Municipal.
Un patio enchinado recibe al visitante. Desde aquí se pasa a una avenida de cipreses a través de una triple arcada de medio punto de ladrillo visto. El palacio propiamente dicho se encuentra en una explanada con magníficas vistas de la Alhambra. Es también de ladrillo visto, lo que prueba su filiación mudéjar. Tiene dos plantas más un torreón de base cuadrada a la izquierda, con la cubierta de teja mora. La monumental portada, ligeramente desplazada hacia la izquierda y labrada en mármol blanco, muestra dos cuerpos rematados en un gran alero, característico de las construcciones nazaríes. En el cuerpo inferior se abre un dintel entre pilastras dóricas que sostienen un entablamento sobre el que figuran dos leones custodiando el escudo de la casa. Encima de esta va un balcón entre machones almohadillados a los que se adosan sendos escudos.
El Sacromonte
Es el barrio gitano por antonomasia de Granada, al menos hasta las inundaciones de 1962 y 1963, a partir de las cuales la mayor parte de las familias fueron trasladadas a distintos lugares de la ciudad. Este es el viejo camino de Guadix, que anteriormente había sido una calzada romana. A la derecha va quedando el valle que forma el Darro, con la Alhambra y el Generalife en la cumbre de la ladera frontal, cerros del Sol y de la Sabika, como se los conoce, y a la izquierda una elevada colina en la que se abrían centenares y hasta miles de cuevas, entre 3680 y 7000, según los autores, habitadas desde los tiempos más remotos, quizás desde el Neolítico, luego, tras la conquista cristiana de la ciudad, por los moriscos, y desde 1530 por los gitanos. Estos convirtieron pronto el barrio en un lugar exótico, de características singulares y, con el tiempo, en uno de los centros de referencia del flamenco no sólo de Granada, sino de toda Andalucía. Todos los escritores y artistas que, desde el siglo XVIII, han paseado por Granada han dejado constancia de su admiración y entusiasmo ante este soberbio lugar y ante el arte y la personalidad de sus habitantes.
La abadía del Sacromonte**
Antecedentes. El Sacromonte fue también el Monte Ilipulitano que señalaban los célebres Libros Plúmbeos encontrados en 1595 en el que entonces era conocido como monte de Valparaíso y en los que se narra la falsa crónica de la introducción del catolicismo en Granada por San Cecilio, que, según oscuras tradiciones, se tenía por primer obispo de la ciudad, y otros santos varones enviados directamente por el apóstol Santiago.
La historia había comenzado ocho años antes, en 1587, durante la construcción de la catedral, cuando al derribar el alminar de la antigua mezquita, conocido como Torre Turpiana, se descubrió una caja de plomo con varias reliquias y un pergamino en el que, entre otras cosas, se afirmaba que San Cecilio había hecho entrega de aquellas reliquias a su discípulo Patricio para que las escondiese en lugar apropiado, con el fin de salvarlas de su profanación por parte de los musulmanes. Todavía hoy hay gente en Granada que sigue creyendo en tesoros ocultos, bien por los cristianos antes de la llegada de los musulmanes o por estos antes de su partida. En el siglo XVI eran muchos los que se dedicaban a buscarlos, de manera especial en dos lugares: en la Alhambra y en el monte de Valparaíso. Excavando en este último lugar se encontraban el granadino Francisco García y el jiennense Sebastián López, cuando el 21 de febrero de 1595 dieron con una plancha de plomo en la que se afirmaba el martirio de San Mesitón bajo el emperador Nerón. La conmoción en Granada, que carecía de tradición cristiana y andaba clamando por encontrarla, fue inmensa. El arzobispo Pedro de Castro ordenó continuar sistemáticamente las excavaciones. Los descubrimientos se sucedieron. Se encontraron cenizas, restos de huesos y hasta veintiún libros en los que se consignaba la quema en tiempos del mismo Nerón de diversos mártires, como Hiscio, Turilo, Panuncio, Maronio, Centulio, Cecilio, de que se afirmaba que era de raza árabe y que había sido el primer arzobispo de Granada, y Tesifón. De este se decía que era árabe también y que había sido discípulo de Santiago. El 30 de abril de 1600, después de ardorosas peripecias y de la intervención de muchos eruditos, el arzobispado dio por auténticos tanto los libros como las reliquias y hubo enormes fiestas en la plaza de Bib-Rambla. A las pocas semanas de los hallazgos apareció una cruz en lo alto del monte. Cundió el ejemplo y en unos pocos meses había ya hasta 1200 cruces. La afición se hizo tan desmesurada que el arzobispo se vio obligado a prohibir la plantación de otras nuevas. Al mismo tiempo, se iniciaron los famosos Vía Crucis, que reunían a cofradías, autoridades, barrios, gremios y toda clase de personas provenientes incluso de las localidades próximas a la capital. De todas aquellas cruces, muchas cuajadas de piedras preciosas, hoy apenas queda una o dos en todo el monte. Los Libros Plúmbeos acabaron en el Vaticano, donde el Papa dictaminó la falsedad de su contenido y donde han permanecido hasta que en el año 2000 regresaron a la abadía, en cuyos archivos se conservan.
Visita. Fue el arzobispo Pedro de Castro el que, para celebrar la invención de las reliquias, fundó en 1609 la abadía del Sacromonte, un centro tanto religioso como cultural, que se pretendía fuese el gran santuario cristiano de Andalucía. Para llegar a la abadía hay que seguir el camino que serpea levemente más allá del Barranco Oscuro. Se puede ir hasta ella en automóvil y, de hecho, hay un autobús que sube cada día, pero lo suyo es hacer el recorrido a pie, lo que dará al visitante la ocasión de recrearse con los admirables panoramas, al tiempo que revivir en la imaginación la apoteosis de aquel descubrimiento y de aquellos Vía Crucis.
Tras dejar atrás La Sevillana, una casita humilde con la acera repleta de macetas y la fachada de platos de cerámica y utensilios de cobre, se llega a la ermita del Santo Sepulcro, cerrada por un muro y una cruz de piedra, tal vez de Alonso de Mena, en el escalonado compás. La ermita la levantaron los terciarios franciscanos para conmemorar la muerte de los cristianos que allí sufrieron martirio en tiempos de Roma. De ella arranca el camino que seguía el Vía Crucis, camino desde el que, además de la omnipresente Alhambra, se contemplan las bellas angosturas del Darro y, al otro lado, la ladera del monte del Sol.
Tres edificaciones componen el conjunto arquitectónico: la abadía propiamente dicha, el colegio de San Dionisio Aeropagita, de los siglos XVII y XVIII, y el colegio Nuevo, edificado a finales del XIX. Ante los muros del edificio se extiende una amplia explanada desde la que se obtiene una extraordinaria vista de la ciudad. Un arco triunfal coronado por el escudo del arzobispo fundador facilita la entrada al zaguán. La visita es guiada.
La iglesia, situada en un costado del claustro de la abadía, tiene planta de cruz latina con tres naves, las laterales añadidas hacia la mitad del siglo XVIII, y coro alto a los pies sobre bóveda deprimida. En el presbiterio resplandece el retablo del altar mayor, barroco, labrado hacia 1743, se cree que por Pedro Duque Cornejo. Presenta una planta mixtilínea, con el ático abocinado, para adaptarse tanto a la anchura del hueco como a la bóveda que cubre el espacio. En la parte inferior se guardan la reliquias encontradas en el lugar. Es curioso que en tanto que la Santa Sede declaró falso el contenido de los Libros Plúmbeos, admitió, sin embargo, la autenticidad de las reliquias, autenticidad garantizada únicamente por dichos textos. En una capilla localizada a los pies se venera el Cristo del Consuelo, portentoso Crucificado de José Risueño, conocido popularmente como el Cristo de los Gitanos. Pero lo más interesante del conjunto abacial, donde se encuentra su fundamento, son las Santas Cuevas, a las que los granadinos de la época llamaron catacumbas. Junto a las cuevas se encuentra el cementerio de los Canónigos, pero éste no es visitable.
El colegio se cerró en los años sesenta del siglo XX, con lo que la abadía perdió una de sus principales razones de ser. En la actualidad, independientemente de las visitas de carácter turístico, sólo se celebran en ella una misa dominical y las fiestas del Corpus, San Cecilio y la Inmaculada.
Sea como fuere se trata de un lugar sumamente romántico. Se abrió como espacio de recreo en el año 1609 y en él se celebraban espectáculos de toros y cañas, con tal afluencia de público que se hacía necesario cubrir el cauce del río con entarimados apoyados en andamios. Para el acomodo de las autoridades que asistían a estos espectáculos se construyó en el arranque del paseo la casa de las Chirimias, edificio de traza mudéjar, que fue llamado así por situarse en su segunda planta los músicos que amenizaban la fiesta. Recientemente ha sufrido una intervención mediante la que se ha devuelto la fuente a su sitio original, pero se ha instalado también una pérgola que si le viene de maravilla a las terrazas de los bares allí situados, en nada ha servido para embellecerlo. Es un lugar muy frecuentado en todo tiempo, con vistas preciosas de la Alhambra, que alza sus poderosas murallas sobre el espeso follaje de la arboleda.
El palacio de los Córdova
Al comienzo de la Cuesta del Chapiz, a la derecha se levanta el magnífico palacio de los Córdova, reconstruido aquí en los años ochenta del siglo XX gracias a la iniciativa de los duques de Montellano, después de que hubiera sido derribado en 1919, con alevosía y nocturnidad, por Ricardo Martín Flores, su último propietario, en cuyo descargo cabe decir que, al menos tuvo el gesto de guardar buena parte de sus restos. El palacio se encontraba en la plaza de las Descalzas, era conocido como casa de los Donceles y lo construyeron los Fernández de Córdova en el siglo XVI. Hoy es sede del Archivo Histórico Municipal.
Un patio enchinado recibe al visitante. Desde aquí se pasa a una avenida de cipreses a través de una triple arcada de medio punto de ladrillo visto. El palacio propiamente dicho se encuentra en una explanada con magníficas vistas de la Alhambra. Es también de ladrillo visto, lo que prueba su filiación mudéjar. Tiene dos plantas más un torreón de base cuadrada a la izquierda, con la cubierta de teja mora. La monumental portada, ligeramente desplazada hacia la izquierda y labrada en mármol blanco, muestra dos cuerpos rematados en un gran alero, característico de las construcciones nazaríes. En el cuerpo inferior se abre un dintel entre pilastras dóricas que sostienen un entablamento sobre el que figuran dos leones custodiando el escudo de la casa. Encima de esta va un balcón entre machones almohadillados a los que se adosan sendos escudos.
El Sacromonte
Es el barrio gitano por antonomasia de Granada, al menos hasta las inundaciones de 1962 y 1963, a partir de las cuales la mayor parte de las familias fueron trasladadas a distintos lugares de la ciudad. Este es el viejo camino de Guadix, que anteriormente había sido una calzada romana. A la derecha va quedando el valle que forma el Darro, con la Alhambra y el Generalife en la cumbre de la ladera frontal, cerros del Sol y de la Sabika, como se los conoce, y a la izquierda una elevada colina en la que se abrían centenares y hasta miles de cuevas, entre 3680 y 7000, según los autores, habitadas desde los tiempos más remotos, quizás desde el Neolítico, luego, tras la conquista cristiana de la ciudad, por los moriscos, y desde 1530 por los gitanos. Estos convirtieron pronto el barrio en un lugar exótico, de características singulares y, con el tiempo, en uno de los centros de referencia del flamenco no sólo de Granada, sino de toda Andalucía. Todos los escritores y artistas que, desde el siglo XVIII, han paseado por Granada han dejado constancia de su admiración y entusiasmo ante este soberbio lugar y ante el arte y la personalidad de sus habitantes.
La abadía del Sacromonte**
Antecedentes. El Sacromonte fue también el Monte Ilipulitano que señalaban los célebres Libros Plúmbeos encontrados en 1595 en el que entonces era conocido como monte de Valparaíso y en los que se narra la falsa crónica de la introducción del catolicismo en Granada por San Cecilio, que, según oscuras tradiciones, se tenía por primer obispo de la ciudad, y otros santos varones enviados directamente por el apóstol Santiago.
La historia había comenzado ocho años antes, en 1587, durante la construcción de la catedral, cuando al derribar el alminar de la antigua mezquita, conocido como Torre Turpiana, se descubrió una caja de plomo con varias reliquias y un pergamino en el que, entre otras cosas, se afirmaba que San Cecilio había hecho entrega de aquellas reliquias a su discípulo Patricio para que las escondiese en lugar apropiado, con el fin de salvarlas de su profanación por parte de los musulmanes. Todavía hoy hay gente en Granada que sigue creyendo en tesoros ocultos, bien por los cristianos antes de la llegada de los musulmanes o por estos antes de su partida. En el siglo XVI eran muchos los que se dedicaban a buscarlos, de manera especial en dos lugares: en la Alhambra y en el monte de Valparaíso. Excavando en este último lugar se encontraban el granadino Francisco García y el jiennense Sebastián López, cuando el 21 de febrero de 1595 dieron con una plancha de plomo en la que se afirmaba el martirio de San Mesitón bajo el emperador Nerón. La conmoción en Granada, que carecía de tradición cristiana y andaba clamando por encontrarla, fue inmensa. El arzobispo Pedro de Castro ordenó continuar sistemáticamente las excavaciones. Los descubrimientos se sucedieron. Se encontraron cenizas, restos de huesos y hasta veintiún libros en los que se consignaba la quema en tiempos del mismo Nerón de diversos mártires, como Hiscio, Turilo, Panuncio, Maronio, Centulio, Cecilio, de que se afirmaba que era de raza árabe y que había sido el primer arzobispo de Granada, y Tesifón. De este se decía que era árabe también y que había sido discípulo de Santiago. El 30 de abril de 1600, después de ardorosas peripecias y de la intervención de muchos eruditos, el arzobispado dio por auténticos tanto los libros como las reliquias y hubo enormes fiestas en la plaza de Bib-Rambla. A las pocas semanas de los hallazgos apareció una cruz en lo alto del monte. Cundió el ejemplo y en unos pocos meses había ya hasta 1200 cruces. La afición se hizo tan desmesurada que el arzobispo se vio obligado a prohibir la plantación de otras nuevas. Al mismo tiempo, se iniciaron los famosos Vía Crucis, que reunían a cofradías, autoridades, barrios, gremios y toda clase de personas provenientes incluso de las localidades próximas a la capital. De todas aquellas cruces, muchas cuajadas de piedras preciosas, hoy apenas queda una o dos en todo el monte. Los Libros Plúmbeos acabaron en el Vaticano, donde el Papa dictaminó la falsedad de su contenido y donde han permanecido hasta que en el año 2000 regresaron a la abadía, en cuyos archivos se conservan.
Visita. Fue el arzobispo Pedro de Castro el que, para celebrar la invención de las reliquias, fundó en 1609 la abadía del Sacromonte, un centro tanto religioso como cultural, que se pretendía fuese el gran santuario cristiano de Andalucía. Para llegar a la abadía hay que seguir el camino que serpea levemente más allá del Barranco Oscuro. Se puede ir hasta ella en automóvil y, de hecho, hay un autobús que sube cada día, pero lo suyo es hacer el recorrido a pie, lo que dará al visitante la ocasión de recrearse con los admirables panoramas, al tiempo que revivir en la imaginación la apoteosis de aquel descubrimiento y de aquellos Vía Crucis.
Tras dejar atrás La Sevillana, una casita humilde con la acera repleta de macetas y la fachada de platos de cerámica y utensilios de cobre, se llega a la ermita del Santo Sepulcro, cerrada por un muro y una cruz de piedra, tal vez de Alonso de Mena, en el escalonado compás. La ermita la levantaron los terciarios franciscanos para conmemorar la muerte de los cristianos que allí sufrieron martirio en tiempos de Roma. De ella arranca el camino que seguía el Vía Crucis, camino desde el que, además de la omnipresente Alhambra, se contemplan las bellas angosturas del Darro y, al otro lado, la ladera del monte del Sol.
Tres edificaciones componen el conjunto arquitectónico: la abadía propiamente dicha, el colegio de San Dionisio Aeropagita, de los siglos XVII y XVIII, y el colegio Nuevo, edificado a finales del XIX. Ante los muros del edificio se extiende una amplia explanada desde la que se obtiene una extraordinaria vista de la ciudad. Un arco triunfal coronado por el escudo del arzobispo fundador facilita la entrada al zaguán. La visita es guiada.
La iglesia, situada en un costado del claustro de la abadía, tiene planta de cruz latina con tres naves, las laterales añadidas hacia la mitad del siglo XVIII, y coro alto a los pies sobre bóveda deprimida. En el presbiterio resplandece el retablo del altar mayor, barroco, labrado hacia 1743, se cree que por Pedro Duque Cornejo. Presenta una planta mixtilínea, con el ático abocinado, para adaptarse tanto a la anchura del hueco como a la bóveda que cubre el espacio. En la parte inferior se guardan la reliquias encontradas en el lugar. Es curioso que en tanto que la Santa Sede declaró falso el contenido de los Libros Plúmbeos, admitió, sin embargo, la autenticidad de las reliquias, autenticidad garantizada únicamente por dichos textos. En una capilla localizada a los pies se venera el Cristo del Consuelo, portentoso Crucificado de José Risueño, conocido popularmente como el Cristo de los Gitanos. Pero lo más interesante del conjunto abacial, donde se encuentra su fundamento, son las Santas Cuevas, a las que los granadinos de la época llamaron catacumbas. Junto a las cuevas se encuentra el cementerio de los Canónigos, pero éste no es visitable.
El colegio se cerró en los años sesenta del siglo XX, con lo que la abadía perdió una de sus principales razones de ser. En la actualidad, independientemente de las visitas de carácter turístico, sólo se celebran en ella una misa dominical y las fiestas del Corpus, San Cecilio y la Inmaculada.
Enlace a la Entrada anterior de Granada**:
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