74. VALLADOLID, capital. Sala 1 del Mus. Nac. de Escultura.
75. VALLADOLID, capital. Retablo de la vida de la Virgen, del Mus. Nac. de Escultura.
76. VALLADOLID, capital. La Muerte, de Gil de Ronza, en el Mus. Nac. de Escultura.
76. VALLADOLID, capital. La Muerte, de Gil de Ronza, en el Mus. Nac. de Escultura.
77. VALLADOLID, capital. Parte del Ret. de San Benito el Real, en el Mus. Nac. de Escultura.
78. VALLADOLID, capital. Escena del Sacrificio de Isaac, de Alonso de Berruguete, en el Mus. Nac. de Escultura.
79. VALLADOLID, capital. Coro de San Benito el Real, en el Mus. Nac. de Escultura.
80. VALLADOLID, capital. Detalle del coro de San Benito el Real, en el Mus. Nac. de Escultura.
81. VALLADOLID, capital. El Santo Entierro de Juni, bajo un espectacular artesonado mudéjar, en el Mus. Nac. de Escultura.
82. VALLADOLID, capital. Detalle del Sto. Entierro de Juan de Juni, en el Mus. Nac. de Escultura.
83. VALLADOLID, capital. Calvario de la capilla de los Águila, de Juan de Juni, en el Mus. Nac. de Escultura.
84. VALLADOLID, capital. Retablo relicario de la Anunciación, en el Mus. Nac. de Escultura.
85. VALLADOLID, capital. Cristo Yacente, de Gregorio Fernández, en el Mus. Nac. de Escultura.
86. VALLADOLID, capital. Detalle del Cristo Yacente, en el Mus. Nac. de Escultura.
87. VALLADOLID, capital. San Juan Evangelista de Martínez Montañés, en el Mus. Nac. de Escultura.
88. VALLADOLID, capital. San Juan Bautista de Alonso Cano, en el Mus. Nac. de Escultura.
89. VALLADOLID, capital. La Magdalena Penitente, en el Mus. Nac. de Escultura.
90. VALLADOLID, capital. Paso procesional de Sed Tengo, en el Mus. Nac. de Escultura.
91. VALLADOLID, capital. Detalle del paso procesional de Sed Tengo, en el Mus. Nac. de Escultura.
83. VALLADOLID, capital. Calvario de la capilla de los Águila, de Juan de Juni, en el Mus. Nac. de Escultura.
84. VALLADOLID, capital. Retablo relicario de la Anunciación, en el Mus. Nac. de Escultura.
85. VALLADOLID, capital. Cristo Yacente, de Gregorio Fernández, en el Mus. Nac. de Escultura.
86. VALLADOLID, capital. Detalle del Cristo Yacente, en el Mus. Nac. de Escultura.
87. VALLADOLID, capital. San Juan Evangelista de Martínez Montañés, en el Mus. Nac. de Escultura.
88. VALLADOLID, capital. San Juan Bautista de Alonso Cano, en el Mus. Nac. de Escultura.
89. VALLADOLID, capital. La Magdalena Penitente, en el Mus. Nac. de Escultura.
90. VALLADOLID, capital. Paso procesional de Sed Tengo, en el Mus. Nac. de Escultura.
91. VALLADOLID, capital. Detalle del paso procesional de Sed Tengo, en el Mus. Nac. de Escultura.
VALLADOLID** (VII), capital de la provincia y de la comunidad: 29 de mayo de 2011.
El colegio de San Gregorio alberga, desde 1933, el Museo Nacional de Escultura** con una importante colección de obras de los siglos XIII al XVIII. En su interior se exponen, principalmente, tallas en madera policromada de tema religioso, procedentes en su mayoría de antiguos conventos afectados por las desamortizaciones del siglo XIX.
Son numerosísimas las obras maestras con las que cuenta este imponente museo, por lo que iremos destacando las imprescindibles, iniciando el recorrido en la sala 1 con el Retablo de la vida de la Virgen, anónimo flamenco de hacia 1515-1520, obra que presenta una excepcionalidad que la la aparta de la retablística castellana, en aspectos como su forma de la caja, la configuración de las escenas o detalles de la indumentaria y las arquitecturas, actualizadas para responder a los ideales de la "devotio moderna", movimiento piadoso que reclamaba una espiritualidad íntima y cercana. En su factura se advierten dos manos diferentes, y todo parece indicar que es Amberes el lugar con más posibilidades a la hora de proponer un centro productor para este retablo. Es destacable asímismo la escultura de La Muerte, perteneciente al ambicioso conjunto escultórico encargado al flamenco Gil de Ronza hacia 1522 para una capilla funeraria en el convento de San Francisco de Zamora. Atestigua la vigencia ya avanzado el siglo XVI de una visión de la muerte marcada por el miedo, el sentido de lo macabro y la conciencia de la miseria humana, y representada como una anatomía humana en descomposición. Cubierta con su sudario y sosteniendo la trompeta del Juicio Final, ilustraba el momento de la Resurrección de los muertos.
En las salas 3, 4 y 5, encontramos el Retablo de San Benito el Real, enorme máquina arquitectónica, obra de Alonso Berruguete, contratado en 1526 y que es un perfecto ejemplo del manierismo expresivo castellano.
En las salas 3, 4 y 5, encontramos el Retablo de San Benito el Real, enorme máquina arquitectónica, obra de Alonso Berruguete, contratado en 1526 y que es un perfecto ejemplo del manierismo expresivo castellano.
En la sala 7, admiramos el Coro de San Benito el Real, una magnífica muestra de la sillería coral castellana, realizada por Andrés de Nájera y otros entre 1525 y 1529.
La sala 8, la llena por completo el grupo del Santo Entierro, de Juan de Juni (1541-1544), que destaca por su marcado carácter escenográfico. Fue pensado para ser visto de frente, dentro de un retablo, y está compuesto por siete figuras. La principal, Cristo Muerto, articula la disposición de las seis restantes, que concentran en sus manos el mayor peso expresivo. El eclesiástico y escritor Antonio de Guevara encargó esta obra para su sepulcro.
De la sala 9, lo más interesante es el Calvario de la capilla de los Águila, obra de Juan de Juni en 1556-7. Todo el conjunto escultórico es obra de hondo dramatismo y de una extraordinaria potencia y espectacularidad, acentuada por el movimiento de paños que envuelven la figura de la Virgen y culminada por el grito desgarrador que parece emitir la figura de San Juan. La constatación de la pérdida generalizada de la policromía de ambas esculturas condujo al levantamiento del repinte que presentaban y a la supresión de la capa de yesos modernos que las envolvían, descubriéndose la extraordinaria calidad de su formidable acabado escultórico.
De la sala 14, mencionaremos el Retablo Relicario de la Anunciación, obra de Vicente y Bartolomé Carducho en 1604-1606, en el que la vinculación de estas obras a la figura del Duque de Lerma explica la sorprendente suntuosidad que presentan, destinadas a expresar la protección del convento franciscano de San Diego por parte del poderoso valido de Felipe III. Su diseño recuerda al de los armarios relicarios de El Escorial, y combina los elementos arquitectónicos, pictóricos y escultóricos, disponiendo de toda una galería de figuras sagradas, con un viril en el pecho destinado a albergar la reliquia correspondiente.
En la sala 15, hemos escogido el Cristo Yacente, de Gregorio Fernández realizado hacia 1627, en el que la representación de Cristo muerto y tendido sobre un sudario, cuya iconografía aparece ya en el último cuarto del siglo XVI, estaba destinada normalmente al banco de los retablos para poder ser colocado el Jueves Santo y recibir adoración. Como es habitual en la obra de Gregorio Fernández, el estudio anatómico es todo un alarde, y aúna la talla, la policromía y los postizos para convencer de la realidad humana del cadáver de Cristo.
En la sala 19, encontramos La Magdalena Penitente, obra de Pedro de Mena, en 1664, una de las creaciones más personales de Mena y una obra cumbre de la escultura hispana, por la magistral fusión de la policromía naturalista, la maestría de la talla y la expresión de arrepentimiento. Envuelta en una estera de palma y con el rostro marcado por la penitencia, la santa arrepentida dirige su mirada al crucifijo al tiempo que su mano dibuja un gesto de arrobamiento místico.
De la sala 9, lo más interesante es el Calvario de la capilla de los Águila, obra de Juan de Juni en 1556-7. Todo el conjunto escultórico es obra de hondo dramatismo y de una extraordinaria potencia y espectacularidad, acentuada por el movimiento de paños que envuelven la figura de la Virgen y culminada por el grito desgarrador que parece emitir la figura de San Juan. La constatación de la pérdida generalizada de la policromía de ambas esculturas condujo al levantamiento del repinte que presentaban y a la supresión de la capa de yesos modernos que las envolvían, descubriéndose la extraordinaria calidad de su formidable acabado escultórico.
De la sala 14, mencionaremos el Retablo Relicario de la Anunciación, obra de Vicente y Bartolomé Carducho en 1604-1606, en el que la vinculación de estas obras a la figura del Duque de Lerma explica la sorprendente suntuosidad que presentan, destinadas a expresar la protección del convento franciscano de San Diego por parte del poderoso valido de Felipe III. Su diseño recuerda al de los armarios relicarios de El Escorial, y combina los elementos arquitectónicos, pictóricos y escultóricos, disponiendo de toda una galería de figuras sagradas, con un viril en el pecho destinado a albergar la reliquia correspondiente.
En la sala 15, hemos escogido el Cristo Yacente, de Gregorio Fernández realizado hacia 1627, en el que la representación de Cristo muerto y tendido sobre un sudario, cuya iconografía aparece ya en el último cuarto del siglo XVI, estaba destinada normalmente al banco de los retablos para poder ser colocado el Jueves Santo y recibir adoración. Como es habitual en la obra de Gregorio Fernández, el estudio anatómico es todo un alarde, y aúna la talla, la policromía y los postizos para convencer de la realidad humana del cadáver de Cristo.
En la sala 16, destacamos la imagen de San Juan Evangelista, obra de Juan Martínez Montañés, hacia 1638, cuando ya el maestro contaba con 70 años, en la que destaca la clásica serenidad, la talla minuciosa y la disposición de los paños.
En la sala 18, admiramos el San Juan Bautista (1638), una de las más originales de la escasa producción escultórica de Alonso Cano, presentado en su fase adolescente, sentado sobre una peña, dialogando ensimismado con el cordero. Los finos rasgos del rostro envuelto en un halo de melancolía y los cabellos de aspecto humedecido reunidos en largos mechones responden al gusto del maestro granadino.En la sala 19, encontramos La Magdalena Penitente, obra de Pedro de Mena, en 1664, una de las creaciones más personales de Mena y una obra cumbre de la escultura hispana, por la magistral fusión de la policromía naturalista, la maestría de la talla y la expresión de arrepentimiento. Envuelta en una estera de palma y con el rostro marcado por la penitencia, la santa arrepentida dirige su mirada al crucifijo al tiempo que su mano dibuja un gesto de arrobamiento místico.
En la Sala temática de los pasos procesionales, destacamos el Paso procesional de Sed Tengo, obra de Gregorio Fernández en 1612-1616, en el que la calidad artística del primer paso conocido de Gregorio Fernández es insuperable, reflejándose en las dinámicas pero equilibradas actitudes y en el dominio de las anatomías y expresiones.
Enlace a la Entrada anterior de Valladolid**:
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