1. LÉRIDA, capital. Puerta de las murallas.
2. LÉRIDA, capital. Castell del Rei.
3. LÉRIDA, capital. La Seu Vella.
4. LÉRIDA, capital. Nave central de la Seu Vella.
5. LÉRIDA, capital. Nave del crucero de la Seu Vella.
6. LÉRIDA, capital. Cimborrio de la Seu Vella.
7. LÉRIDA, capital. Uno de los ábsides de la cabecera de la Seu Vella.
8. LÉRIDA, capital. Capiteles del interior de la Seu Vella.
9. LÉRIDA, capital. Decoración pictórica de una de las capillas de la Seu Vella.
10. LÉRIDA, capital. Crucificado en la Seu Vella.
11. LÉRIDA, capital. Claustro de la Seu Vella.
12. LÉRIDA, capital. Esquina de las pandas del claustro de la Seu Vella.
13. LÉRIDA, capital. Detalle de una de los ventanales del claustro de la Seu Vella.
14. LÉRIDA, capital. Vista de la ciudad desde el mirador del claustro de la Seu Vella.
15. LÉRIDA, capital. Detalle de un friso decorativo del claustro de la Seu Vella.
16. LÉRIDA, capital. Portada plateresca en el clausto de la Seu Vella.
17. LÉRIDA, capital. Puerta de l'Anunciata y cabecera de la Seu Vella.
18. LÉRIDA, capital. Detalle de la puerta de l'Anunciata, de la Seu Vella.
19. LÉRIDA, capital. Puerta dels Fillols de la Seu Vella.
20. LÉRIDA, capital. Detalle de la puerta dels Fillols de la Seu Vella.
21. LÉRIDA, capital. Torre campanario de la Seu Vella.
LÉRIDA - LLEIDA* (I), capital de la provincia: 14 de agosto de 2011.
Los viajeros de todas las épocas han ensalzado los dos accidentes geográficos emblemáticos de la ciudad: una solitaria colina, coronada por la catedral, en la ribera del río Segre.
Sea de mañana o por la noche, el viajero que se acerca a Lérida sabe, desde que atisba la ciudad en la lejanía, que el interés primordial de su visita se centra en su catedral. El trazado urbano rodea como un fiel anillo esta colina que la vieja iglesia corona con rotundidad. Al sur y por poniente se apiña la ciudad histórica, con algunos monumentos de interés; al norte se extienden los barrios modernos.
La vieja catedral como símbolo
El topónimo más antiguo de la ciudad, el nombre ibérico de Iltirda, ya significaba, al parecer, "villa fortificada", y aunque se sucedieran las civilizaciones por el lugar, ese carácter de plaza fuerte se mantuvo inalterable en el curso de los siglos hasta época reciente. Fue castro prehistórico, campamento romano, alcazaba árabe, fortificación medieval y desde el siglo XVIII hasta 1947, incluyendo la catedral, fue cuarte militar. De todas esas épocas se conservan vestigios de los fuertes muros que la defendieron y que en la actualidad, principalmente la muralla y sus cuatro baluartes del XVIII, rodean el recinto monumental presidido por la Seu Vella.
Sobre una peña al norte de la catedral, denominada Roca Sobirana, se alzó la zuda árabe, después Castell del Rei. Del alcázar sarraceno, levantado en el siglo IX, apenas quedan restos, y de la fortaleza medieval se conserva únicamente el ala sur, pues la explosión de un polvorín en 1812 arruinó la mayor parte del edificio.
De todo este conjunto histórico sobresale la figura poderosa y rotunda de la Seu Vella**, símbolo perenne de la ciudad. El templo, que debía sustituir una primitiva iglesia románica, empezó a levantarse el año 1203 bajo la dirección de Pere de Coma, primer maestro de obra y autor de los planos. La fábrica es de concepción románica, de hecho tal vez constituya el broche final a la ingente y rica tradición de este estilo en Cataluña, pero el remate de los trabajos luce el sello ojival de una nueva época. La planta, plenamente románica, consta de tres naves, una nave crucero transversal y una cabecera con cinco ábsides. El espacio más interesante del interior es sin duda el creado por el cimborrio. Cuatro espléndidos arcos torales sostienen una estructura de trompas cónicas que permiten el paso a una cúpula de planta octogonal. Una serie de vanos abiertos a doble muro, en una suerte de linterna, permite la entrada triunfal de la luz sobre el crucero.
Es la Seu Vella un templo muy luminoso. Junto al cimborrio, la luz acude por sus tres rosetones, uno en la fachada principal y otros dos en los brazos del crucero, y por los hermosos ventanales románicos sobre los muros y el ábside. La cubierta de las naves culmina en una bóveda apuntada, signo del gusto gótico que se imponía a finales del siglo XIII.
Especial atención merece la decoración escultórica de los capiteles, algunos de notable factura e interés artístico. Una parte muestra relieves historiados con leyendas clásicas y míticas, pasajes del Antiguo Testamento o del Evangelio; otra serie ofrece un rico tallado de inspiración ornamental. El recorrido por el interior se completa con la visita a las diferentes capillas que componen su perímetro.
Por una puerta en la fachada oeste se accede al impresionante claustro gótico. El hecho infrecuente de que que ocupe la cara principal del templo, sin duda situación obligada por razones de espacio en la entonces densa cima de la acrópolis leridana, llevó a sus constructores a imaginarlo como un gran mirador sobre la llanura agrícola. Y eso es exactamente lo que construyeron, un mirador de dimensiones grandiosas.
Las obras se iniciaron al acabar la basílica por la galería adosada a ésta, y tras una interrupción se continuaron en pleno siglo XIV. Pese a que el calado gótico de las extraordinarias ojivas va ganando en complejidad en las sucesivas alas, existen elementos que proporcionan una gran unidad a la obra, como el friso que forman el conjunto de capiteles diestramente labrados. En la crujía norte destacan dos puertas platerescas (siglo XVI). El patio que enmarca el claustro forma un agradable jardín con unos abetos, un ciruelo, un laurel y un rosal.
Ya en el exterior de la Seu, cabe admirar sobre todo las puertas que se abren a mediodía, de cara al valle del Segre. La puerta de l'Anunciata se encuentra en el extremo del crucero, y la magnífica puerta dels Fillols al otro lado de la capilla gótica que media entre ambas. Estos dos pórticos románicos constituyen el ejemplo máximo de lo que se ha denominando Escuela Ilerdense, caracterizada por la fructífera fusión artística de las dos religiones encontradas en el siglo XIII, la de los árabes vencidos y la de los cristianos vencedores. La confluencia de los estilos cuajó en esas hermosas filigranas que decoran las arquivoltas románicas. Otra característica propia de esta escuela fue la de abrir la puerta en un cuerpo cuadrado que sobresale del muro, de modo que los arcos en degradación ofrezcan una idea de mayor profundidad.
En un ángulo del conjunto catedralicio se erigió la torre del campanario (siglo XV) con planta octogonal y dimensiones tan generosas como las del claustro. La visita puede concluir con la contemplación casi aérea de la ciudad actual y del valle del Segre desde tan privilegiado mirador, a 60 m de altura.
Especial atención merece la decoración escultórica de los capiteles, algunos de notable factura e interés artístico. Una parte muestra relieves historiados con leyendas clásicas y míticas, pasajes del Antiguo Testamento o del Evangelio; otra serie ofrece un rico tallado de inspiración ornamental. El recorrido por el interior se completa con la visita a las diferentes capillas que componen su perímetro.
Por una puerta en la fachada oeste se accede al impresionante claustro gótico. El hecho infrecuente de que que ocupe la cara principal del templo, sin duda situación obligada por razones de espacio en la entonces densa cima de la acrópolis leridana, llevó a sus constructores a imaginarlo como un gran mirador sobre la llanura agrícola. Y eso es exactamente lo que construyeron, un mirador de dimensiones grandiosas.
Las obras se iniciaron al acabar la basílica por la galería adosada a ésta, y tras una interrupción se continuaron en pleno siglo XIV. Pese a que el calado gótico de las extraordinarias ojivas va ganando en complejidad en las sucesivas alas, existen elementos que proporcionan una gran unidad a la obra, como el friso que forman el conjunto de capiteles diestramente labrados. En la crujía norte destacan dos puertas platerescas (siglo XVI). El patio que enmarca el claustro forma un agradable jardín con unos abetos, un ciruelo, un laurel y un rosal.
Ya en el exterior de la Seu, cabe admirar sobre todo las puertas que se abren a mediodía, de cara al valle del Segre. La puerta de l'Anunciata se encuentra en el extremo del crucero, y la magnífica puerta dels Fillols al otro lado de la capilla gótica que media entre ambas. Estos dos pórticos románicos constituyen el ejemplo máximo de lo que se ha denominando Escuela Ilerdense, caracterizada por la fructífera fusión artística de las dos religiones encontradas en el siglo XIII, la de los árabes vencidos y la de los cristianos vencedores. La confluencia de los estilos cuajó en esas hermosas filigranas que decoran las arquivoltas románicas. Otra característica propia de esta escuela fue la de abrir la puerta en un cuerpo cuadrado que sobresale del muro, de modo que los arcos en degradación ofrezcan una idea de mayor profundidad.
En un ángulo del conjunto catedralicio se erigió la torre del campanario (siglo XV) con planta octogonal y dimensiones tan generosas como las del claustro. La visita puede concluir con la contemplación casi aérea de la ciudad actual y del valle del Segre desde tan privilegiado mirador, a 60 m de altura.
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