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viernes, 9 de marzo de 2018

2182. BRAGANÇA* (I), capital: 17 de agosto de 2016.

1. BRAGANÇA, capital. Torre del homenaje del castillo.
2. BRAGANÇA, capital. Otra visión de la torre del homenaje del castillo.
3. BRAGANÇA, capital. Otra visión del castillo.
4. BRAGANÇA, capital. Pelourinho y jabalí prerromano.
5. BRAGANÇA, capital. Portada de la igl. de Sta. Mª do Castelo.
6. BRAGANÇA, capital. Portada de la igl. de Sta. Mª do Castelo.
7. BRAGANÇA, capital. Retablo mayor de la igl. de Sta. Mª do Castelo.
8. BRAGANÇA, capital. Imagen de Sta. Mª Magdalena en la igl. de Sta. Mª do Castelo.
9. BRAGANÇA, capital. Vista exterior del Domus Municipalis.
10. BRAGANÇA, capital. Otra vista del Domus Municipalis.
11. BRAGANÇA, capital. En el acceso al interior del Domus Municipalis.
12. BRAGANÇA, capital. En el interior del Domus Municipalis. 
13. BRAGANÇA, capital. Interior del Domus Municipalis.
14. BRAGANÇA, capital. En el largo da Sé, con el calvário en primer término y la Catedral de fondo.
15. BRAGANÇA, capital. Portada principal de la Catedral.
16. BRAGANÇA, capital. Torre de la Catedral.
17. BRAGANÇA, capital. Retablo mayor de la Catedral.
18. BRAGANÇA, capital. Retablo de reliquias de la Catedral.
19. BRAGANÇA, capital. Crucificado de la Catedral.
20. BRAGANÇA, capital. Calvário del largo da Sé.
BRAGANÇA* (I), capital del distrito: 17 de agosto de 2016.
   El núcleo urgano más antiguo de Bragança, o de Bemquerença, que tal era su nombre de antaño, ocupa el punto culminante de la colina de Nossa Senhora do Sardão, una suave elevación que apenas llega a superar la cota de los 700 m sobre el nivel del mar. Se encuentra todo él constreñido en el interior de un doble cinturón de murallas que mide 660 m de perímetro y que está defendido por dieciocho torreones.
   Entre los tejados de la ciudadela despuntan,como sendos baluartes de los poderes terrenales y divinos, el campanario de Santa María do Castelo y la torre del homenaje del castillo de Bragança, adornada con elegantes ventanales góticas geminadas. La entrada al interior de las murallas se realiza a través de un pasadizo con dos puertas, una por cada línea defensiva. La primera de ellas se conoce como la Porta de Santo António, mientras que la segunda es propiamente la Porta da Vila.
   Castillo*. Aunque se terminó su construcción en el año 1187, bajo el reinado de Sancho I, y luego reformado por João I a finales del siglo XIV, ocupa, no obstante, una posición muy ventajosa que ya tuvieron el acierto de aprovechar los habitantes de una remota Brigancia celta, los romanos que los sometieron y quienes rebautizaron la ciudad como Juliobriga, los visigodos que sucedieron a éstos, los musulmanes que la conquistaron y los cristianos que se la volvieron a arrebatar, sin dejar aparte a las muchas gentes de armas que pasaron por esta ciudad casi fronteriza durante las disputas territoriales endémicas entre Portugal y España.
   La torre del homenaje del castillo ha sido habilitada como sede del Museu Militar de Bragança, en cuyas salas se exhiben desde hachas neolíticas hasta espingardas del siglo XVIII, pasando por estandartes, fotografías, láminas y aperos de guerra, mobiliario de época e incluso objetos artísticos procedentes de las colonias africanas, en especial de Angola. La relación de Bragança con el África austral llegó a ser muy intensa y, según datos oficiales, el 87 por ciento de los emigrantes que abandonaron la ciudad para buscar fortuna en las colonias africanas se instaló en Angola o en Mozambique. Las tierras del interior de Portugal, alejadas de la principal vía de comunicación de este país con el resto del mundo, es decir, del mar, arrastraban un considerable retraso con respecto a las localidades costeras y fueron las principales proveedoras de colonos dispuestos a mejorar su suerte en Brasil o en África. Tras la independencia de las antiguas posesiones portuguesas en ultramar, la metrópoli tuvo que acoger una enorme cantidad de ciudadanos que regresaban a su país después de haber perdido bienes y haciendas. Además, muchos de ellos volvían de combatir en una cruenta guerra colonial.
   Desde la azotea de la torre del homenaje, que alcanza la respetable altura de 33 m, se divisa una magnífica panorámica* sobre la ciudad moderna, las fértiles tierras de los alrededores y la sierra de Montezinho.
   A un lado de la torre del homenaje, también de planta prismática y de líneas regulares, aunque algo menos alta y bastante más tétrica, se alza la llamada torre de la Princesa, escenario de no pocas leyendas amorosas, todas trágicas. Una de estas historias narra como Dona Sancha, hermana del primer rey de Portugal, sufrió en el castillo de Bragança los despechos de su esposo, Fernão Mendes. Otra leyenda habla de una princesa mora encerrada en esta torre por contravenir los dictámenes de su religión y enamorarse de un joven caballero cristiano, incompatibilidad recurrente que, incluidos Romeo y Julieta, adereza fábulas y fantasías en media Europa. Incluso existe una tercera historia de princesas cautivas protagonizada por la española Doña Leonor, hija del tercer duque de Medina Sidonia y casada con Dom Jaime, cuarto duque de Bragança, que estuvo presa en esta funesta torre por capricho de su esposo.
   A un lado del castillo, en el centro de una plazuela umbría y atestada de árboles centenarios, se yergue el pelourinho gótico, que tiene como base la figura tallada en piedra de un jabalí prerromano (a porca da vila) que, según dicen, procede de la Edad de Hierro.
   La otra torre que sobresale airosa del cogollo medieval de Bragança es el campanario de la iglesia de Santa María do Castelo, una mixtura de estilos y paredes blancas que conserva una curiosa pintura al fresco en el techo en la se representa la Asunción de la Virgen. La planta de la iglesia es románica, el pórtico barroco y algunos elementos de la decoración son renacentistas.
   Pero, sin lugar a dudas, el monumento más interesante de Bragança, además de ser el de mayor solera, es su celebérrimo Domus Municipalis*, un antiguo consistorio de planta irregular y trazas medievales levantado en el siglo XII y que está casi pegado al muro occidental de Santa María do Castelo. Es el ayuntamiento más antiguo que se conoce en Portugal y el único monumento de arquitectura civil medieval que se conserva entero en toda la península ibérica. Está levantado sobre sólidos muros de piedra y tiene una larga galería de arcos angostos que rodea todo el edificio. La cornisa está apoyada en pequeñas ménsulas talladas en las que se adivinan cabezas y adornos geométricos. En el interior, que conserva la planta pentagonal e irregular de los muros exteriores, un banco recorre todo el perímetro bajo las ventanas, lo que evidencia su función como sala de reuniones, y el suelo sirve de techo a una vieja cisterna que antaño abastecía a todo el pueblo.
   A los pies de la ciudadela, antes de entrar en la parte de la Bragança moderna, está la iglesia de São Vicente, de origen románico pero reconstruida a finales del siglo XVII, momento que se aprovechó para adosarle un pórtico renacentista. Según algunos historiadores, el primer día del año 1345 se celebró en este templo la boda secreta del rey Dom Pedro con Dona Inês de Castro.
   El Museo Abade Baçal, todavía en esta tierra de nadie, acogedora y tranquila, que media entre las dos Braganças, ocupa dos pisos y los jardines del antiguo Palacio Episcopal y en él se exponen obras de arte, vestigios arqueológicos y utensilios de todos los pobladores que han pasado por Bragança a lo largo de la historia.
   Ya en la parte baja de la ciudad, merece una visita la Catedral (Sé), antigua iglesia de un convento de jesuitas. Se trata de un edificio de una sola nave con retablo y capillas de un barroco muy recargado, decoración interior a base de azulejos y un órgano adornado con marquetería policromada.
   En el largo da Sé, centro urbano de la ciudad se halla instalado un calvário barroco.
   Bragança fue desde el año 1442 cabeza de un ducado cuya dinastía ocupó el trono de Portugal durante casi tres siglos, desde 1640 hasta 1910, y el de Brasil entre 1822 y 1899. Durante este período, el título de duque de Bragança se concedía a todos los príncipes herederos de la corona portuguesa.
   La mejor vista* de la ciudad antigua se obtiene desde la pousada de São Bartolomeu, que ocupa una posición inigualable en la ladera de un cerro vecino.
Textos de:
SERRA, Rafael y HITA, Carlos de. Guía Total: Portugal de punta a punta. Anaya. Madrid, 2004.

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