1. SEPÚLVEDA, Segovia. La villa desde el mirador de Zuloaga.
2. SEPÚLVEDA, Segovia. Plaza Mayor, con el Ayuntamiento, Castillo y la igl. del Salvador.
3. SEPÚLVEDA, Segovia. Ayuntamiento y restos del Castillo.
4. SEPÚLVEDA, Segovia. Igl. del Salvador.
5. SEPÚLVEDA, Segovia. Santuario de la Virgen de la Peña.
6. SEPÚLVEDA, Segovia. Portada del Santuario de la Virgen de la Peña.
7. SEPÚLVEDA, Segovia. Uno de los capiteles del Santuario de la Virgen de la Peña.
8. SEPÚLVEDA, Segovia. Retablo mayor del Santuario de la Virgen de la Peña.
9. SEPÚLVEDA, Segovia. Crucificado gótico del Santuario de la Virgen de la Peña.
10. SEPÚLVEDA, Segovia. Acceso a la igl. de San Bartolomé.
11. SEPÚLVEDA, Segovia. Ábside de la igl. de San Bartolomé.
12. SEPÚLVEDA, Segovia. Igl. de Santiago.
SEPÚLVEDA* (I), provinvia de Segovia: 26 de febrero de 2011.
La profunda hoz de Duratón esculpe el promontorio sobre el que se escalona la antigua ciudad. Sus iglesias románicas en los artístico, su laberinto urbano en lo pintoresco y los sabrosos asados de cordero en lo gastronómico forman un triple atractivo al que es difícil sustraerse.
Conviene entrar en Sepúlveda por la carreterra que viene del interior de la provincia para descubrir, desde el llamado mirador de Zuloaga, desde las alturas del camino a Villar de Sobrepeña, su espléndido emplazamiento: "Donde el serrijón acaba y los ríos se juntan, un altozano imita la forma de una silla de montar. El caserío cubre y oculta su jumento calcáreo y desde lo alto del páramo se le ve de una vez, reunido en el espacio que aún limitan en parte sus viejas murallas, hermoso en su vetustez abigarrada, todo en un mismo color de ocre rosa empolvado". Son palabras exactas de Dioniso Ridruejo. Tal vez sólo falta añadirles el contraste del verde tapiz de los huertos de la vega.
Una pronunciada revuelta nos introduce en la villa. Por la estrecha carretera que avanza dejando a un lado restos de la muralla, en seguida se desemboca en la Plaza Mayor*. Resulta patente su originalidad condición de coso, alargado, amplio, irregular. En sus flancos se alzan casonas de buena piedra que asoman al exterior balcones enrejados y acogen en sus bajos figones y otros establecimientos tradicionales. En un extremo se sitúa el edifico barroco del Ayuntamiento, blasonado y con reloj, y tras él los rotos torreones y muros del antiguo castillo, con una rústica solanera abierta hacia la izquierda y, al otro lado del cubo coronado por un grácil campanil de dos campanas, un insólito balcón de ver los toros (al parecer, de uso clerical). En el lado opuesto, la escalinata con crucero que precede a la iglesia de San Bartolomé forma un rincón muy sugerente. Desde ella es bellísima la vista del conjunto, con la torre de la iglesia del Salvador emergiendo al fondo.
La verdad es que la villa toda es una sucesión de esquinas sorprendentes que, merced al juego de niveles propiciado por el empinado laberinto de las calles, componen un escenario urbano de gran viveza, cuajado de nobles casonas y de buenas muestras de arquitectura popular, en una permanente invitación al escudriñamiento. El recorrido en búsqueda de los principales monumentos sepulvedanos, las iglesias románicas, numéricamente muy disminuidas (sólo restan cuatro de la veintena que hubo), será el mejor itinerario.
Conviene empezar subiendo cuestas y escalinatas hacia la iglesia del Salvador*, que corona el pueblo y es uno de los edificios más antiguos del románico castellano. Está fechada en el año 1093 y se considera modelo prototípico de este arte caracterizado en la provincia de Segovia (también en puntos cercanos de la de Soria, como San Esteban de Gormaz) por la presencia de la galería porticada. Componen esta última ocho arcos sobre columnas con capiteles rudamente esculpidos y agrupados de dos en dos mediante pilastras prismáticas. La sólida torre, cuadrada y exenta, y el hermoso ábside, cuyas piedras de tono dorado contrastan con el gris dominante, contribuyen notablemente a la pureza de líneas de la obra. El interior, sencillo a la par que elegante, es de una sola nave, cubierta por bóveda de cañón, dividida en tres tramos y con arquerías ciegas en los muros.
Junto al céntrico arco de la Villa hay una pequeña placita, poco más que un ensanchamiento de la calle, a la que mira la portada renacentista de la iglesia de San Justo, originariamente románica (siglo XII), como se adivina por la sencilla torre, aunque muy rehecha y sometida a un demorado proceso de restauración. Tiene tres naves y una cripta de triple ábside cuyo altar adornan curiosos altorrelieves románicos. Frente al templo, la llamada casa del Moro, mansión de los González Sepúlveda, exhibe en su fachada un buen alfiz y expresivos motivos heráldicos. En la misma calle otro noble edificio recibe el nombre de Casa de las Conchas.
Enseguida se alcanza, al fondo de la villa, la zona próxima a los profundos barrancos del Duratón, que al parecer se utilizaban en la Edad Media como despeñadero para los condenados por la justicia. La sentencia, qué duda, era letal. Allí se alza el santuario de la Virgen de la Peña, también románico (siglo XII), aunque bastante modificado a lo largo del tiempo, lo más interesante es la portada principal, formada por columnas y arquivoltas profusamente esculpidas con motivos vegetales y figurillas de los ancianos bíblicos en torno a un tímpano que representa, de forma ingenua y apenas marcada, al Pantócrator entre los símbolos de los Evangelistas, mientras que sobre el dintel aparece un crismón entre ángeles. El ábside guarda estrecha relación con el del Salvador y al pie de la torre figura la firma y fecha de la obra: Dominicus Iuliani, 1144. En el interior, además de la muy venerada imagen medieval de la patrona de la villa y comarca, dispuesta en un retablo barroco, hay un crucifijo del siglo XIV.
Retornando hacia el centro, al lado mismo de la Plaza Mayor, en sentido opuesto al Ayuntamiento, la ya mencionada escalinata renacentista precede a la iglesia de San Bartolomé (finales del siglo XI), otro ejemplo, sencillo y retocado, del románico que floreció en la villa y que, por su ubicación, viene a cumplir funciones de templo parroquial. En la nave única y las capillas laterales hay esculturas de calidad y laudas sepulcrales sobre el pavimento.
Gran atractivo tiene, por último, la calle de Santiago, a lo largo de la cual se suceden las casonas de diversas épocas y estilos (del gótico al barroco), alternando con más populares edificios de mampostería, pero en ambos casos con detalles de interés. Por ella puede accederse al enclave de la antigua Judería, precedida de arquerías de ladrillo, y a la iglesia de Santiago, que sólo pudo salvar de la ruina un original ábside mudéjar y la torre románica. Recientemente restaurada y reconstruido su interior, acoge el Centro de Interpretación del Parque Natural de las Hoces del Duratón.
Junto al céntrico arco de la Villa hay una pequeña placita, poco más que un ensanchamiento de la calle, a la que mira la portada renacentista de la iglesia de San Justo, originariamente románica (siglo XII), como se adivina por la sencilla torre, aunque muy rehecha y sometida a un demorado proceso de restauración. Tiene tres naves y una cripta de triple ábside cuyo altar adornan curiosos altorrelieves románicos. Frente al templo, la llamada casa del Moro, mansión de los González Sepúlveda, exhibe en su fachada un buen alfiz y expresivos motivos heráldicos. En la misma calle otro noble edificio recibe el nombre de Casa de las Conchas.
Enseguida se alcanza, al fondo de la villa, la zona próxima a los profundos barrancos del Duratón, que al parecer se utilizaban en la Edad Media como despeñadero para los condenados por la justicia. La sentencia, qué duda, era letal. Allí se alza el santuario de la Virgen de la Peña, también románico (siglo XII), aunque bastante modificado a lo largo del tiempo, lo más interesante es la portada principal, formada por columnas y arquivoltas profusamente esculpidas con motivos vegetales y figurillas de los ancianos bíblicos en torno a un tímpano que representa, de forma ingenua y apenas marcada, al Pantócrator entre los símbolos de los Evangelistas, mientras que sobre el dintel aparece un crismón entre ángeles. El ábside guarda estrecha relación con el del Salvador y al pie de la torre figura la firma y fecha de la obra: Dominicus Iuliani, 1144. En el interior, además de la muy venerada imagen medieval de la patrona de la villa y comarca, dispuesta en un retablo barroco, hay un crucifijo del siglo XIV.
Retornando hacia el centro, al lado mismo de la Plaza Mayor, en sentido opuesto al Ayuntamiento, la ya mencionada escalinata renacentista precede a la iglesia de San Bartolomé (finales del siglo XI), otro ejemplo, sencillo y retocado, del románico que floreció en la villa y que, por su ubicación, viene a cumplir funciones de templo parroquial. En la nave única y las capillas laterales hay esculturas de calidad y laudas sepulcrales sobre el pavimento.
Gran atractivo tiene, por último, la calle de Santiago, a lo largo de la cual se suceden las casonas de diversas épocas y estilos (del gótico al barroco), alternando con más populares edificios de mampostería, pero en ambos casos con detalles de interés. Por ella puede accederse al enclave de la antigua Judería, precedida de arquerías de ladrillo, y a la iglesia de Santiago, que sólo pudo salvar de la ruina un original ábside mudéjar y la torre románica. Recientemente restaurada y reconstruido su interior, acoge el Centro de Interpretación del Parque Natural de las Hoces del Duratón.
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