1. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Colegiata y parte del conjunto del Palacio Real.
2. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Vista lateral de la colegiata.
3. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Fachada principal del Palacio Real.
4. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Vista frontal de la fachada principal del Palacio Real.
5. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Patio de la Herradura.
6. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Vista de parte de los jardines del Palacio Real.
7. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Otra vista de los jardines del Palacio Real.
8. LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO, Segovia. Portada de las Caballerizas.
LA GRANJA DE SAN ILDEFONSO** (I), provincia de Segovia: 27 de febrero de 2011.
El lujoso palacio borbónico y los bellísimos jardines con fuentes monumentales se unen, en este Real Sitio de la sierra del Guadarrama, al cuidado urbanismo de un pueblo que, si bien surgido en relación directa con los usos cortesanos, ha sabido alcanzar carácter propio.
Una vez atravesadas las puertas con buenas verjas que preceden al recinto, al fondo de una apacible avenida flanqueada por frondosos castaños de Indias, surge, impresionante, el complejo del Palacio Real**. Ante él se abre una espaciosa plaza ajardinada con extraordinarios ejemplares de secoyas, cedros y otros árboles de gran porte. Las obras, que comenzaron en 1721, fueron dirigidas por Teodoro Ardemans y a partir de 1734 las prosiguió el italiano Francisco Juvara, al que dos años después sucedió su compatriota Juan Bautista Sachetti. Una pléyade de excelentes artistas intervinieron en ellas.
Concebido en principio como residencia para un rey retirado, la vuelta de Felipe V al trono, tras la súbita muerte de su hijo y sucesor Luis I, y el influjo de su segunda mujer, Isabel de Farnesio, hicieron que el proyecto tomara derroteros mucho más ambiciosos. Las sobrias realizaciones iniciales fueron sustituidas por un despliegue de fórmulas al gusto de la arquitectura italiana y francesa de la época que, matizadas por ciertas improntas del barroco español, acabaron configurando el suntuoso conjunto que hoy se puede contemplar.
El edificio, de trazado rectangular, está formado por cuatro alas en cuyos extremos se abren sendos patios. En el centro de la fachada situada ante la llamada puerta de Segovia sobresalen las torres y las cúpulas de la colegiata, edificada en 1723, aunque su diseño interior fue embellecido por Sabatini y contó con la intervención de pintores como Francisco Bayeu y Mariano Maella. Junto a la sacristía se encuentra el panteón real, donde reposan los restos de Felipe V e Isabel de Farnesio.
La espléndida fachada principal*, enfrentada a los jardines, en el lado opuesto, está recorrida por inmensos pilares y adornada por balaustradas, estatuas, bustos y blasones, con profusión de mármoles que resaltan sobre las tonalidades rosáceas de la piedra caliza de Sepúlveda y el granito gris del Guadarrama.
Por la puerta situada junto al patio de la Herradura se accede al interior del palacio. Las diferentes estancias, además de sus peculiaridades arquitectónicas, exhiben pinturas, esculturas, frescos, tapices, mobiliario, alfombras, lámparas, relojes ... Y ello, pese a lo que destruyó el incendio de 1918 o al traslado de muchas obras, principalmente pinturas y esculturas, al Museo del Prado. Especial interés poseen, en la planta baja, la sala de los Mármoles, cuyo techo está decorado con la representación del Rapto de Europa; y en la planta principal, el Salón Chino, dispuesto al estilo oriental y con cuatro lienzos de Paolo Panini sobre la vida de Cristo; el Comedor de Gala, adornado con bodegones; el Despacho Oficial del Rey, donde cuelgan retratos de los Borbones, o el lujoso salón del Trono, con espléndidas vistas sobre los jardines.
En el museo de Tapices*, instalado en un ala del edificio que fue reconstruida tras el mencionado incendio, se exhibe una impresionante colección de obras flamencas, francesas y españolas, de los siglos XVI y XVII, con series tan notables como las dedicadas a la Historia de Ciro, La fundación de Roma, la llamada de Los Honores o La Fortuna, Los Trabajos de Hércules y Los Triunfos de Petrarca.
De singular belleza son los extensos jardines** que se disponen junto al conjunto palaciego. Proyectados por René Carlier y Esteban Boutelou, siguen los esquemas clásicos de la jardinería francesa, según el modelo de Versalles, aunque con una clara influencia italiana en la concepción escenográfica y la ornamentación. Armónicos parterres, cuadros de flores, simétricas composiciones, todo un despliegue de cuidado artificio abre el paso, por grandes avenidas arboladas, hacia bosquecillos amenos y escondidos rincones donde una naturaleza más libre surge espléndida.
Jalones fundamentales del paseo son las numerosas fuentes, uno de los mejores conjuntos mundiales en su género. Unen a la belleza escultórica de las escenas mitológicas representadas sorprendentes juegos acuáticos. Las preferencias son siempre discutibles, pero será difícil no prestar atención a la Gran Cascada, sobre cuyos tramos en pendiente las Tres Gracias exhiben las suyas. O la fuente de la Fama, provista de un surtidor capaz de elevar el agua hasta una altura de 40 m. O la denominada los Baños de Diana, en si misma una verdadera galería escultórica que, ocasionalmente, se ilumina par su contemplación nocturna. O, en fin, la fuente de Neptuno, con tan prodigioso movimiento de imágenes que parece requerir la presencia de un mar embravecido. Un gran estanque artificial denominado El Mar, situado donde el jardín juega a volverse bosque, en el encargado de abastecerlas.
En el pueblo, por último, aparte de las simétricas y funcionales construcciones de servicio palaciego, no carecen de interés sendas iglesias construidas a mitad del siglo XVIII y ambas decoradas con esculturas barrocas de Luis Salvador Carmona.
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