1. OÑA, Burgos. Construcciones típicas de la villa.
2. OÑA, Burgos. Igl. de San Juan en la plaza del Ayto.
3. OÑA, Burgos. Vista del monasterio.
4. OÑA, Burgos. Acceso a la igl. del monasterio.
5. OÑA, Burgos. Claustro del monasterio.
6. OÑA, Burgos. Una de las crujías del claustro del monasterio.
7. OÑA, Burgos. Uno de los enterramientos del claustro del monasterio.
8. OÑA, Burgos. Fachada barroca del monasterio.
OÑA* (I), provincia de Burgos: 2 de septiembre de 2009.
Situada en un sugerente paraje natural a orillas del Oca, la que fuera villa condal guarda la sorpresa de un monumento no excesivamente conocido, pese a su importancia história y riqueza artística: el antiguo monasterio de San Salvador.
Lo primero que llama la atención del viajero que se acerca a Oña es el frondoso paisaje, con predominio de pinos, que rodea la villa, enclavada al pie de una estrecha garganta fluvial por la que, además del río, se abren paso la carretera y la línea del ferrocarril.
El viejo caserío del pueblo, de acusado carácter medieval, con buenas construcciones blasonadas y en tiempos cerrado por una muralla de la que la puerta o arco de la Estrella es resto elocuente, se dispone en suave pendiente hacia la plaza del Ayuntamiento. En uno de sus lados, como incrustada sobre la antigua cerca, se halla la iglesia de San Juan, precedida de una desgastada aunque todavía notable portada gótica y una adusta torre.
Un poco más allá se encuentra la sencilla y porticada Casa Consistorial, de apariencia neoclásica.
Pero lo que enseguida atrae la atención del viajero es la amplia construcción del monasterio de San Salvador*, utilizado en su parte más moderna como hospital psiquiátrico. La historia de Oña está estrechamente ligada a la de esta abadía, fundada por el conde Sancho Garcés en 1012 para retiro de su hija Trigidia y concebido inicialmente como monasterio mixto, de monjes y monjas, hasta que Sancho III el Mayor de Navarra, hacia el año 1035, por ver de remediar la relajada vida monacal, lo puso en manos de los monjes cluciacenses y encomendó su dirección a San Íñigo. Bajo su impulso, el centro comenzó a adquirir gran importancia como foco de espiritualidad y cultura. Disfrutó de privilegios, incrementados al convertirse en panteón real. A partir de fin del siglo XV, fue objeto de numerosas reformas arquitectónicas, al tiempo que enriquecía su patrimonio con valiosas obras artísticas. La institución se mantuvo vigente hasta la Desamortización del siglo XIX y todavía estuvo regentada por la Compañía de Jesús, antes de la actual utilización como centro sanitario de buena parte de sus dependencias interiores, que son las que se disponen tras la amplia fachada barroca (siglo XVII) abierta sobre una explanada, con una pequeña zona ajardinada en un nivel inferior.
A la parte que se muestra al público, situada a la izquierda, se accede por una puerta de influencia gótica (siglo XVI) que, a modo de arco triunfal, aprovecha antiguos muros románicos e incluye las efigies y escudos de personajes relacionados con la historia de Castilla y León.
La iglesia, cuya estructura fundamental, de una ancha nave con tres tramos y diversas capillas, responde al estilo gótico (siglo XIII), conserva restos de la obra románica y, aunque necesitada de una profunda reforma, merece una detenida visita. En los primeros tramos son especialmente destacables las pinturas murales* góticas (siglo XIII) con escenas de la vida de Santa María Egipciaca, situadas en el muro de la derecha; un extraordinario crucifijo* románico (Cristo de Santa Trigidia) de escuela francesa; restos del antiguo retablo mayor, con tablas de estilo flamenco debidas a fray Alonso de Zamora (siglo XV), y el órgano barroco.
El templo fue ampliado a partir del crucero a finales del siglo XV con un gran panteón bajo una inmensa bóveda estrellada de airosísima traza. En él, además del coro, con su preciosa sillería gótica (1483), se disponen los sepulcros** de diversos reyes (Sancho el Mayor y Sancho el Fuerte) y condes castellanos (don García, don Sancho), delicadamente tallados en madera de nogal con incrustaciones de boj. Son una excelente obra gótico-mudéjar de fray Pedro de Valladolid (siglo XV). Diversas pinturas sobre tela (sargas) con temas de la Pasión, realizadas por el ya mencionado fray Alonso de Zamora, sirven de decorado a los enterramientos. Al fondo de la cabecera se encuentra la capilla de San Íñigo, espacio poligonal añadido a mediados del siglo XVIII y presidido por un retablo barroco que acoge la urna con los restos del santo. Por una puerta, a la derecha, se accede a la sacristía, provista de muebles barrocos y convertida en un pequeño museo que, entre otras obras, expone objetos de culto, valiosas telas* y el sepulcro en alabastro del obispo don Pedro López de Mendoza (+1563), en cuya mitra están esculpidas escenas de la Historia Sagrada con la delicadeza del arte renacentista.
Finalmente, pieza notable del conjunto es el claustro*, obra gótica tardía de Simón de Colonia (principios del siglo XVI) con hermosos ventanales calados, bóvedas de crucería y, en los muros, bajo arcos conopiales, numerosos enterramientos de condes y paladines castellanos que, junto con los de la iglesia, justifican la consideración del lugar como panteón de Castilla.
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