114. SALAMANCA, capital. Fachada de la casa de las Muertes.
115. SALAMANCA, capital. Ábside de la igl. del cvto. de las Úrsulas.
116. SALAMANCA, capital. Fachada del colegio del Arzobispo Fonseca.
117. SALAMANCA, capital. Exterior del crucero de la igl. del colegio del Arzobispo Fonseca.
118. SALAMANCA, capital. Patio del colegio del Arzobispo Fonseca.
119. SALAMANCA, capital. El palacio de Monterrey.
120. SALAMANCA, capital. Torre del pal. de Monterrey y cúpula de la igl. del cvto. de las Agustinas.
121. SALAMANCA, capital. Exterior del cvto. de las Agustinas.
122. SALAMANCA, capital. Interior de la igl. del cvto. de las Agustinas.
123. SALAMANCA, capital. Cúpula de la igl. del cvto. de las Agustinas.
116. SALAMANCA, capital. Fachada del colegio del Arzobispo Fonseca.
117. SALAMANCA, capital. Exterior del crucero de la igl. del colegio del Arzobispo Fonseca.
118. SALAMANCA, capital. Patio del colegio del Arzobispo Fonseca.
119. SALAMANCA, capital. El palacio de Monterrey.
120. SALAMANCA, capital. Torre del pal. de Monterrey y cúpula de la igl. del cvto. de las Agustinas.
121. SALAMANCA, capital. Exterior del cvto. de las Agustinas.
122. SALAMANCA, capital. Interior de la igl. del cvto. de las Agustinas.
123. SALAMANCA, capital. Cúpula de la igl. del cvto. de las Agustinas.
SALAMANCA** (VI), capital de la provincia: 23 de octubre de 2010.
El esplendor de los palacios (I)
La arquitectura civil gótica y renacentista dejó en Salamanca, además de los monumentos ya mencionados, numerosas casonas y palacios que, aquí y allá, surgen ante los ojos del visitante como vivos ejemplos de una ciudad que, salvo excepciones, ha sabido crecer respetando su pasado. En este sentido, la calle de Zamora, en el extremo noroccidental de la Plaza Mayor, es un eje que, además de poseer algunas de las mejores muestras (números 11-15 y 18), permite acceder a espacios como la plaza de los Bandos, o la plaza de San Boal, ennoblecidas por la presencia de sobrias y bellas construcciones, además de por varios templos barrocos.
En la calle de Bordadores, que prolonga la de los condes de Crespo Rascón, hay que admirar la soberbia fachada plateresca de la casa de las Muertes, del siglo XVI, probablemente llamada así por las calaveras que forman parte de la decoración, aunque las leyendas populares la convierten, con poco fundamento, en escenario de horrendos crímenes. Tras la casa del Regidor Ovalle, alza su mole el ábside poligonal, coronado por una crestería gótica, el convento de las Úrsulas. Fue fundado en 1516 por el arzobispo Alonso de Fonseca, cuyo sepulcro, labrado en mármol blanco por Diego de Siloé, es una de las joyas artísticas que pueden admirarse en la iglesia, obra tardogótica. El bajo coro, provisto de ricos artesonados, acoge un pequeño museo con pinturas atribuidas a Juan de Borgoña y Morales el Divino, entre otros.
Pese a la extraordinaria importancia de lo ya visto, aún quedan, en esta misma zona y muy próximos entre sí, algunos lugares de mención imprescindible. Levemente desplazado al oeste, el colegio del Arzobispo Fonseca**, del siglo XVI, fue erigido como colegio mayor a iniciativa de este prelado y en su ejecución intervinieron algunos de los más destacados artistas de la época. En la obra, que combina el granito con la piedra de Villamayor, el plateresco tiene un sentido más constructivo que ornamental. Elementos destacables son la portada, la capilla, con un retablo de Alonso Berruguete, y el patio, compuesto por dos pisos con arquerías de gran elegancia y esbeltez.
El señorial palacio de Monterrey**, del siglo XVI, ocasionalmente habitado por sus propietarios, los duques de Alba, y del que sólo es posible visitar el exterior, está considerado como una de las obras civiles más representativas del Renacimiento español, pese a que únicamente se edificó parte del proyecto original de Rodrigo Gil de Hontañón y el dominico Martín de Santiago. Lo más destacado es la ornamentación plateresca de las torres y la crestería calada que corona el muro construido.
Frente a él, el convento de las Agustinas* (siglo XVII) es famoso por el cuadro de La Inmaculada** (1635), obra maestra de José Ribera, que preside el magnífico retablo mayor de la iglesia. Pero tanto el edificio, que responde a una concepción italiana inspirada por su fundador, don Manuel de Zúñiga, como su contenido ofrecen otros muchos aspectos de relieve.
En la calle de Bordadores, que prolonga la de los condes de Crespo Rascón, hay que admirar la soberbia fachada plateresca de la casa de las Muertes, del siglo XVI, probablemente llamada así por las calaveras que forman parte de la decoración, aunque las leyendas populares la convierten, con poco fundamento, en escenario de horrendos crímenes. Tras la casa del Regidor Ovalle, alza su mole el ábside poligonal, coronado por una crestería gótica, el convento de las Úrsulas. Fue fundado en 1516 por el arzobispo Alonso de Fonseca, cuyo sepulcro, labrado en mármol blanco por Diego de Siloé, es una de las joyas artísticas que pueden admirarse en la iglesia, obra tardogótica. El bajo coro, provisto de ricos artesonados, acoge un pequeño museo con pinturas atribuidas a Juan de Borgoña y Morales el Divino, entre otros.
Pese a la extraordinaria importancia de lo ya visto, aún quedan, en esta misma zona y muy próximos entre sí, algunos lugares de mención imprescindible. Levemente desplazado al oeste, el colegio del Arzobispo Fonseca**, del siglo XVI, fue erigido como colegio mayor a iniciativa de este prelado y en su ejecución intervinieron algunos de los más destacados artistas de la época. En la obra, que combina el granito con la piedra de Villamayor, el plateresco tiene un sentido más constructivo que ornamental. Elementos destacables son la portada, la capilla, con un retablo de Alonso Berruguete, y el patio, compuesto por dos pisos con arquerías de gran elegancia y esbeltez.
El señorial palacio de Monterrey**, del siglo XVI, ocasionalmente habitado por sus propietarios, los duques de Alba, y del que sólo es posible visitar el exterior, está considerado como una de las obras civiles más representativas del Renacimiento español, pese a que únicamente se edificó parte del proyecto original de Rodrigo Gil de Hontañón y el dominico Martín de Santiago. Lo más destacado es la ornamentación plateresca de las torres y la crestería calada que corona el muro construido.
Frente a él, el convento de las Agustinas* (siglo XVII) es famoso por el cuadro de La Inmaculada** (1635), obra maestra de José Ribera, que preside el magnífico retablo mayor de la iglesia. Pero tanto el edificio, que responde a una concepción italiana inspirada por su fundador, don Manuel de Zúñiga, como su contenido ofrecen otros muchos aspectos de relieve.
Enlace a la Entrada anterior de Salamanca**:
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