7747. SEVILLA, capital. Togado romano, procedente de Carmona, en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7748. SEVILLA, capital. Mosaico romano procedente de Alcolea del Río, en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7749. SEVILLA, capital. La diosa Fortuna, procedente de Sevilla, en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7750. SEVILLA, capital. Ánforas en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7751. SEVILLA, capital. Baco, procedente de Itálica, en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7752. SEVILLA, capital. Remates de un carro, en una vitrina de la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7753. SEVILLA, capital. Objetos relacionados con el comercio, en una vitrina de la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7754. SEVILLA, capital. Elementos arquitectónicos en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7755. SEVILLA, capital. Colección de monedas romanas en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7756. SEVILLA, capital. Esculapio, procedente de Alcalá de Guadaira, en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7757. SEVILLA, capital. Niño con perro, procedente de Itálica, en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7758. SEVILLA, capital. Togado romano procedente de Itálica, en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
7759. SEVILLA, capital. Capitel en la sala XXIII del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (MLXX), capital de la provincia y de la comunidad: 29 de mayo de 2018.
Museo arqueológico* - sala XXIII
RESTOS DEL TEMPLO DE CARTEIA
La paz conseguida y mantenida por el ejército, sobre todo en las provincias occidentales del Imperio, facilitó la actividad comercial entre las diversas provincias y territorios, lo mismo a través de los mares, limpios de piratas, que a lo largo de ríos y calzadas, para lo cual Sevilla ocupaba una posición privilegiada, a orillas de un río navegable y en un cruce de calzadas, la Vía Augusta, que unía Cádiz con Roma, y la que llegaba hasta Mérida, pasando por Itálica.
A la actividad comercial está dedicada esta sala, llamada también "de Carteia" por mostrarse en ella basas, fustes, capiteles y otros restos arquitectónicos del templo de aquella colonia romana, la primera fundada en Hispania, junto a la actual bahía de Algeciras (Cádiz).
La ciudad de Carteia fue inicialmente un asentamiento púnico fundado en los últimos años del s. IV a.C. que, en el s. II a.C., se convertiría en la Colonia Libertinorum Carteia, a petición de unos 4000 hijos de soldados romanos y mujeres indígenas que pedían un lugar donde establecerse con un status especial. Su nombre aparece sobre un fuste de columna colocado sobre la repisa lateral, junto a la entrada a la sala.
La nueva colonia conocerá su momento de esplendor a partir de los últimos años de la República. A finales del s. II a.C. se dota a la ciudad de un templo y un foro monumentales, a los que pertenecen las columnas, capiteles y restos arquitectónicos que mostramos en la sala. Más tarde se levantarán allí otros edificios públicos, entre ellos un teatro y unas termas. Todos ellos están construidos con la piedra local, la caliza fosilífera, y la llamada losa de Tarifa, muy apropiada para suelos y pavimentos, que vemos utilizada también en las calles de Itálica.
El templo romano se alzó, en la parte más alta del cerro que ocupa la ciudad, en época republicana sobre otro anterior, púnico, reaprovechando sus materiales. Parece responder a modelos itálicos, con una cella única y dos alae. Se accedía a su interior mediante una ancha escalinata central, ligeramente adelantada sobre el frente de la fachada.
Los elementos estructurales y decorativos que presentamos en esta sala manifiestan claramente la monumentalidad del edificio. Están cuidadosamente tallados en la piedra caliza local, que después sería revestida de estuvo, con el fin de regularizar su superficie, y policromada. Se apoyaba en columnas de orden corintio, con basas sin plinto y fustes estriados, que soportaban un friso decorado con prótomos de toro. Por encima una cornisa decorada a su vez con palmetas y prótomos de toro que alternaban con rosetas.
En el centro de la sala, la diosa Fortuna, como protectora de la ciudad y sus actividades. Una delicada escultura femenina hallada en el subsuelo del casco urbano de Sevilla, en la Calle Imperial. Detrás de ella, sobre el muro de fondo, un mosaico romano de tipo geométrico procedente de Alcolea del Río, la antigua Canania, uno de los más importantes centros productores de ánforas de todo el valle del Guadalquivir, junto a la inmediata Arva (Lora del Río). De allí proceden algunas de las ánforas que se muestran en la pared y de las marcas de la mesa-vitrina. Son una selección de los tipos más frecuentes que se realizaron en los alfares de estas y otras ciudades del valle, Brenes, Tocina, Alcalá del Río, Peñaflor, etc.
El ánfora era un elemento de tipo comercial, destinado al transporte marítimo, a lo que debe su forma, con la base puntiaguda, para poder insertar en la estructura del barco a la que luego quedaba sujeta además de por el cuello. Una vez cumplida su misión, normalmente se destruían, no se reutilizaban, especialmente las de aceite. Fueron, por ello, muy abundantes.
Sus formas están de acuerdo por lo general con el contenido que debía transportar, que era de tres tipos principalmente: vino, conservas y aceite.
Los fenicios habían traído a la Península el conocimiento del vino y del aceite en el s. VII a.C. Pocos siglos después el valle del Guadalquivir había de convertirse en uno de los principales productores de todo el Mediterráneo, que exportará tanto uno como otro producto en las grandes ánforas que vemos en la pared de enfrente, especialmente diseñadas para soportar largas travesías en barco. En sus paredes se indicaban los datos que podían ser de interés, desde el productor, con las siglas de su nombre estampilladas, principalmente en las asas, como vemos en los ejemplares de la vitrina, hasta su peso, contenido, procedencia, etc., datos que se anotaban pintados en sus paredes, de donde su nombre, tituli picti, de los que también pueden verse algunos rasgos en un ejemplar de los que se presentan en la pared.
Una selección, necesariamente pequeña, por razones de espacio, de esas marcas presentamos en la vitrina plana. Y en la otra, algunas matrices, aunque no se correspondan con ninguna de las anteriores. Pero todas serían similares a ellas.
El vino y las conservas de pescado solían transportarse en ánforas de tipo alargado. El aceite en las esféricas, la más típica de las procedentes de nuestro suelo, por lo que se las ha llamado "hispánicas". Se realizaron sobre todo en alfares ubicados en las orillas del bajo Guadalquivir y algunos de sus afluentes, sobre todo Genil y Corbones, donde los restos de hornos son abundantísimos, lo mismo que el de marcas. Se producían, por tanto, en los mismos lugares de embarque de los productos, que se enviaban hasta los más alejados puntos del Imperio, tanto al limes del Rhin y del Danubio, donde llegarían por la vía del Ródano, como a Judea, Alejandría o el Norte de África. Y sobre todo a Roma, que recibió tan gran cantidad de aceite procedente de la Bética, a lo largo de unos 250 años, que los desechos de las ánforas en que fue transportadao, constituyen todavía hoy una colina a las afueras de la ciudad, el llamado monte Testaccio, en curso de excavación en nuestros días por una misión española. Por medio de sus marcas podemos identificar los lugares de procedencia de las ánforas que aparecen en otros puntos del Imperio, aunque su lectura a veces resulta difícil, por el uso constante de abreviaturas.
El nombre completo de uno de éstos comerciantes de aceite, diffusor olearius, M(arcus) Cassius Sempronianus, natural de Lisboa, Olisipon(esis), y de la tribu Gal(eria), se nos ha conservado en la inscripción que se expone sobre la vitrina plana, conmemorando la dedicación de un monumento que él había construido en el término de Tocina.
Junto a las ánforas de transporte exponemos un par de ejemplares de los utilizados en los barcos para encender fuego, tal como puede observarse en algunos mosaicos romanos, por medio de teas o antorchas, con el fin seguramente más de ser vistos que de alumbrarse. De manera paralela ardería el fuego en los faros para orientar a los barcos en su ruta durante la noche, como podemos ver en el pequeño bronce, sin duda votivo, que mostramos en la vitrina grande, con una ostentosa llama tremolante en lo más alto.
En ella podemos ver además otros elementos relacionados con el comercio, colocados alrededor de Bonus Eventus, el dios de la Buena Suerte, hallado en las excavaciones de Mulva. Los más numerosos pertenecen al sistema de pesas, el sistema romano, difundido a todo el Imperio, junto con el de medidas y monedas, lo que había de significar un medio de extraordinaria importancia para la intensificación y, podríamos decir, primera globalización del comercio.
Muy importantes serían también los carros, como elementos esenciales de transporte y comercio a pequeña escala, entre ciudades sin posibilidades de comunicación fluvial o marítima, que resultaba más barata.
La pieza de bronce con la representación del león y el toro fue hallada en Carmona y pertenece a uno de ellos, pero de cierto nivel, de los empleados para el traslado de las personas, lo mismo que los dos caballos enjaezados sujetos a los árboles, de una época sin duda más tardía que el anterior, quizá ya del s. IV. Deben ser los remates de los brazos de los pescantes de los conductores, tal como se muestran en los dibujos de la vitrina.
A un carro debió pertenecer también, para adornar la cabeza del timón o alguno de los cubos de las ruedas, la Diana de bronce coronada por un creciente lunar, impresionante, no por su belleza, sino por la "masculina" expresión de su rostro. Su aspecto tosco, a pesar de la riqueza que desprende, la hacen más adecuada para esto que para el adorno de la casa.
Elemento básico del pequeño comercio, sobre todo del comercio ambulante que todavía se hace en muchos de nuestros pueblos, es la "romana", el nuevo sistema de pesar introducido por los romanos y que ha llegado hasta nosotros con su propio nombre.
La "romana" había conseguido desplazar a la balanza por su mayor versatilidad, al ser capaz de efectuar grandes pesos con sólo cambiar la posición de la barra y la consiguiente de los puntos de apoyo y resistencia. La balanza, por el contrario, de dos brazos, como la de pequeño tamaño que mostramos en la vitrina, exigía ir acompañada de toda una serie de pesas equivalentes o proporcionales a la de los pesos que se quisieran efectuar. Resultaba por tanto incómoda y lenta para las transacciones comerciales normales, aunque, para evitarlo en parte, algunas barras de balanza ya estaban graduadas.
Una "romana" original, de bronce, ocupa el cuerpo de la derecha de la vitrina. Su barra presenta tres caras graduadas. La primera parece haber servido para pesar entre 5 y 16 libras; la segunda entre 16 y 33; y la tercera habría llegado hasta los 85, aunque nunca aparecen los valores absolutos, sino sencillas marcas a base fundamentalmente de I y V. El contrapeso que corre por la barra queda rematado en un pilón en forma de bellota que pesa 302 gr.
Junto a esta romana completa se muestran diversos elementos o fragmentos sueltos de otras, una barra graduada, en libras y onzas, algunos ganchos y distintos tipos de pesas y contrapesos, con las formas y las representaciones más variadas, aunque se trata solo de una pequeña muestra de las que posee el Museo. Al ser de plomo, y no estar concebidas para ser contempladas, sino simplemente utilizadas, son siempre de aspecto tosco y frecuentemente deformes. Entre las más curiosas los tres ejemplares paralepipédicos de Itálica con la marca "II", dupondio, o "III", tripondio, en su superficie. Cada libra equivalía a 327 gramos. La pesa mayor era el "talento", que equivalía a 100 ases librales. De acuerdo con esta escala las pesas de mármol incluidas en la vitrina, halladas en el casco urbano de Sevilla, con sus 2675 y 3170 gr. equivaldrían a 8 y 10 libras respectivamente, con una ligera desviación normal de menos de 100 gr.
Mayor interés que los anteriores tiene, sin embargo, por su rareza, el juego de pesas, exagia, bizantinas que se muestran ordenadas al fondo de la vitrina, y que van desde el tripondio hasta la séxtula. Fueron halladas en las excavaciones de la alcazaba de Málaga.
Los pesos y medidas utilizables se regulaban según modelos oficiales depositados en distintos templos de Roma, con copia en las principales ciudades. La vigilancia y control de su exactitud correspondía a las autoridades municipales. El "prefecto" de la ciudad era el encargado de velar por la disciplina de los mercados. En relación con esta disciplina podría estar la mensa mensuaria de piedra, procedente de Montellano, que se muestra sobre la repisa, con cinco oquedades de distinta capacidad, que vienen a equivaler a 4.5m 1.5m dos de 0.200 y otro de 0.100 litros.
Una plaquita epigráfica de bronce reposa sobre la base de la vitrina. Es un pequeño fragmento de una tessera de hospitalidad, y se halla aquí y no en la sala de epigrafía en bronce por haber pertenecido a quien fue considerado en su tiempo el hombre más rico de Hispania, Sextus Marius, dueño de las minas de Sierra Morena, al cual el Emperador Tiberio mandó matar cruelmente, despeñándolo, tras haberlo acusado de cometer incesto con su propia hija: "y porque no hubiese duda de que sus riquezas le habían ocasionado aquel trabajo, Tiberio tomó para sí sus minas de oro", nos dice Tácito en los Anales (VI, 11).
Hacemos mención finalmente de diversas matrices de plomo y de bronce con el nombre de productores o comerciantes, P (ublii) MVSSIDI SEMPRONIANI puede leerse en uno de forma circular, con el caduceo y el nombre dispuesto en forma de M, quizá para indicar la profesión del interesado, M (ercator); FABIAE (Lucii) F (ilia) VIETAE, se lee en otra de plomo, rectangular; o las iniciales de un nombre completo, PRE. Todas en negativo para facilitar la lectura de la marca en el positivo.
En el centro de la sala, dividiéndola en dos mitades, como elemento impulsor de las relaciones comerciales, que en tiempos romanos comienzan a tener en la Península una dimensión que pudiéramos considerar "mundial", una colección de monedas hispánicas, desde las primeras acuñaciones de las cecas ibéricas, hasta las de época moderna, sobre todo de la ceca de Sevilla, que habría de funcionar hasta el s. XIX.
Y no podían faltar aquí, como no han faltado nunca a lo largo de nuestro recorrido por las salas, los dioses romanos. Roma nunca quiso luchar contra los dioses extranjeros. A todos los llevaba a su Panteón tras el ritural de la "evocatio", por el que se "invitaba" a los dioses de las ciudades vencidas a trasladarse a Roma, donde les esperaban grandes honores. Todos cabían en él. Si se opuso al cristianismo fue precisamente porque éste no admitía más que un solo dios, y rechazaba, por tanto, entre todos los demás, el culto al emperador, una de las bases de la unidad del Imperio.
Aquí tenemos, a un lado del cipo dedicado al "quatuorviro C (aio) Curvio Rustico" por su liberto Tertio, de Carteia, a Esculapio, el Asklepios de los griegos, dios de la salud y la medicina, con la serpiente como colgada de su brazo izquierdo. Lástima que su deficiente estado de conservación no nos permita disfrutar de la belleza que sin duda tuvo, pues se trata de una escultura de buena calidad.
En una pequeña escultura inmediata, un niño parece dar de comer al cachorrillo que sujeta bajo su brazo izquierdo.
Dos togados de distinto tamaño, en las esquinas, completan el contenido de esta sala.
A la actividad comercial está dedicada esta sala, llamada también "de Carteia" por mostrarse en ella basas, fustes, capiteles y otros restos arquitectónicos del templo de aquella colonia romana, la primera fundada en Hispania, junto a la actual bahía de Algeciras (Cádiz).
La ciudad de Carteia fue inicialmente un asentamiento púnico fundado en los últimos años del s. IV a.C. que, en el s. II a.C., se convertiría en la Colonia Libertinorum Carteia, a petición de unos 4000 hijos de soldados romanos y mujeres indígenas que pedían un lugar donde establecerse con un status especial. Su nombre aparece sobre un fuste de columna colocado sobre la repisa lateral, junto a la entrada a la sala.
La nueva colonia conocerá su momento de esplendor a partir de los últimos años de la República. A finales del s. II a.C. se dota a la ciudad de un templo y un foro monumentales, a los que pertenecen las columnas, capiteles y restos arquitectónicos que mostramos en la sala. Más tarde se levantarán allí otros edificios públicos, entre ellos un teatro y unas termas. Todos ellos están construidos con la piedra local, la caliza fosilífera, y la llamada losa de Tarifa, muy apropiada para suelos y pavimentos, que vemos utilizada también en las calles de Itálica.
El templo romano se alzó, en la parte más alta del cerro que ocupa la ciudad, en época republicana sobre otro anterior, púnico, reaprovechando sus materiales. Parece responder a modelos itálicos, con una cella única y dos alae. Se accedía a su interior mediante una ancha escalinata central, ligeramente adelantada sobre el frente de la fachada.
Los elementos estructurales y decorativos que presentamos en esta sala manifiestan claramente la monumentalidad del edificio. Están cuidadosamente tallados en la piedra caliza local, que después sería revestida de estuvo, con el fin de regularizar su superficie, y policromada. Se apoyaba en columnas de orden corintio, con basas sin plinto y fustes estriados, que soportaban un friso decorado con prótomos de toro. Por encima una cornisa decorada a su vez con palmetas y prótomos de toro que alternaban con rosetas.
En el centro de la sala, la diosa Fortuna, como protectora de la ciudad y sus actividades. Una delicada escultura femenina hallada en el subsuelo del casco urbano de Sevilla, en la Calle Imperial. Detrás de ella, sobre el muro de fondo, un mosaico romano de tipo geométrico procedente de Alcolea del Río, la antigua Canania, uno de los más importantes centros productores de ánforas de todo el valle del Guadalquivir, junto a la inmediata Arva (Lora del Río). De allí proceden algunas de las ánforas que se muestran en la pared y de las marcas de la mesa-vitrina. Son una selección de los tipos más frecuentes que se realizaron en los alfares de estas y otras ciudades del valle, Brenes, Tocina, Alcalá del Río, Peñaflor, etc.
El ánfora era un elemento de tipo comercial, destinado al transporte marítimo, a lo que debe su forma, con la base puntiaguda, para poder insertar en la estructura del barco a la que luego quedaba sujeta además de por el cuello. Una vez cumplida su misión, normalmente se destruían, no se reutilizaban, especialmente las de aceite. Fueron, por ello, muy abundantes.
Sus formas están de acuerdo por lo general con el contenido que debía transportar, que era de tres tipos principalmente: vino, conservas y aceite.
Los fenicios habían traído a la Península el conocimiento del vino y del aceite en el s. VII a.C. Pocos siglos después el valle del Guadalquivir había de convertirse en uno de los principales productores de todo el Mediterráneo, que exportará tanto uno como otro producto en las grandes ánforas que vemos en la pared de enfrente, especialmente diseñadas para soportar largas travesías en barco. En sus paredes se indicaban los datos que podían ser de interés, desde el productor, con las siglas de su nombre estampilladas, principalmente en las asas, como vemos en los ejemplares de la vitrina, hasta su peso, contenido, procedencia, etc., datos que se anotaban pintados en sus paredes, de donde su nombre, tituli picti, de los que también pueden verse algunos rasgos en un ejemplar de los que se presentan en la pared.
Una selección, necesariamente pequeña, por razones de espacio, de esas marcas presentamos en la vitrina plana. Y en la otra, algunas matrices, aunque no se correspondan con ninguna de las anteriores. Pero todas serían similares a ellas.
El vino y las conservas de pescado solían transportarse en ánforas de tipo alargado. El aceite en las esféricas, la más típica de las procedentes de nuestro suelo, por lo que se las ha llamado "hispánicas". Se realizaron sobre todo en alfares ubicados en las orillas del bajo Guadalquivir y algunos de sus afluentes, sobre todo Genil y Corbones, donde los restos de hornos son abundantísimos, lo mismo que el de marcas. Se producían, por tanto, en los mismos lugares de embarque de los productos, que se enviaban hasta los más alejados puntos del Imperio, tanto al limes del Rhin y del Danubio, donde llegarían por la vía del Ródano, como a Judea, Alejandría o el Norte de África. Y sobre todo a Roma, que recibió tan gran cantidad de aceite procedente de la Bética, a lo largo de unos 250 años, que los desechos de las ánforas en que fue transportadao, constituyen todavía hoy una colina a las afueras de la ciudad, el llamado monte Testaccio, en curso de excavación en nuestros días por una misión española. Por medio de sus marcas podemos identificar los lugares de procedencia de las ánforas que aparecen en otros puntos del Imperio, aunque su lectura a veces resulta difícil, por el uso constante de abreviaturas.
El nombre completo de uno de éstos comerciantes de aceite, diffusor olearius, M(arcus) Cassius Sempronianus, natural de Lisboa, Olisipon(esis), y de la tribu Gal(eria), se nos ha conservado en la inscripción que se expone sobre la vitrina plana, conmemorando la dedicación de un monumento que él había construido en el término de Tocina.
Junto a las ánforas de transporte exponemos un par de ejemplares de los utilizados en los barcos para encender fuego, tal como puede observarse en algunos mosaicos romanos, por medio de teas o antorchas, con el fin seguramente más de ser vistos que de alumbrarse. De manera paralela ardería el fuego en los faros para orientar a los barcos en su ruta durante la noche, como podemos ver en el pequeño bronce, sin duda votivo, que mostramos en la vitrina grande, con una ostentosa llama tremolante en lo más alto.
En ella podemos ver además otros elementos relacionados con el comercio, colocados alrededor de Bonus Eventus, el dios de la Buena Suerte, hallado en las excavaciones de Mulva. Los más numerosos pertenecen al sistema de pesas, el sistema romano, difundido a todo el Imperio, junto con el de medidas y monedas, lo que había de significar un medio de extraordinaria importancia para la intensificación y, podríamos decir, primera globalización del comercio.
Muy importantes serían también los carros, como elementos esenciales de transporte y comercio a pequeña escala, entre ciudades sin posibilidades de comunicación fluvial o marítima, que resultaba más barata.
La pieza de bronce con la representación del león y el toro fue hallada en Carmona y pertenece a uno de ellos, pero de cierto nivel, de los empleados para el traslado de las personas, lo mismo que los dos caballos enjaezados sujetos a los árboles, de una época sin duda más tardía que el anterior, quizá ya del s. IV. Deben ser los remates de los brazos de los pescantes de los conductores, tal como se muestran en los dibujos de la vitrina.
A un carro debió pertenecer también, para adornar la cabeza del timón o alguno de los cubos de las ruedas, la Diana de bronce coronada por un creciente lunar, impresionante, no por su belleza, sino por la "masculina" expresión de su rostro. Su aspecto tosco, a pesar de la riqueza que desprende, la hacen más adecuada para esto que para el adorno de la casa.
Elemento básico del pequeño comercio, sobre todo del comercio ambulante que todavía se hace en muchos de nuestros pueblos, es la "romana", el nuevo sistema de pesar introducido por los romanos y que ha llegado hasta nosotros con su propio nombre.
La "romana" había conseguido desplazar a la balanza por su mayor versatilidad, al ser capaz de efectuar grandes pesos con sólo cambiar la posición de la barra y la consiguiente de los puntos de apoyo y resistencia. La balanza, por el contrario, de dos brazos, como la de pequeño tamaño que mostramos en la vitrina, exigía ir acompañada de toda una serie de pesas equivalentes o proporcionales a la de los pesos que se quisieran efectuar. Resultaba por tanto incómoda y lenta para las transacciones comerciales normales, aunque, para evitarlo en parte, algunas barras de balanza ya estaban graduadas.
Una "romana" original, de bronce, ocupa el cuerpo de la derecha de la vitrina. Su barra presenta tres caras graduadas. La primera parece haber servido para pesar entre 5 y 16 libras; la segunda entre 16 y 33; y la tercera habría llegado hasta los 85, aunque nunca aparecen los valores absolutos, sino sencillas marcas a base fundamentalmente de I y V. El contrapeso que corre por la barra queda rematado en un pilón en forma de bellota que pesa 302 gr.
Junto a esta romana completa se muestran diversos elementos o fragmentos sueltos de otras, una barra graduada, en libras y onzas, algunos ganchos y distintos tipos de pesas y contrapesos, con las formas y las representaciones más variadas, aunque se trata solo de una pequeña muestra de las que posee el Museo. Al ser de plomo, y no estar concebidas para ser contempladas, sino simplemente utilizadas, son siempre de aspecto tosco y frecuentemente deformes. Entre las más curiosas los tres ejemplares paralepipédicos de Itálica con la marca "II", dupondio, o "III", tripondio, en su superficie. Cada libra equivalía a 327 gramos. La pesa mayor era el "talento", que equivalía a 100 ases librales. De acuerdo con esta escala las pesas de mármol incluidas en la vitrina, halladas en el casco urbano de Sevilla, con sus 2675 y 3170 gr. equivaldrían a 8 y 10 libras respectivamente, con una ligera desviación normal de menos de 100 gr.
Mayor interés que los anteriores tiene, sin embargo, por su rareza, el juego de pesas, exagia, bizantinas que se muestran ordenadas al fondo de la vitrina, y que van desde el tripondio hasta la séxtula. Fueron halladas en las excavaciones de la alcazaba de Málaga.
Los pesos y medidas utilizables se regulaban según modelos oficiales depositados en distintos templos de Roma, con copia en las principales ciudades. La vigilancia y control de su exactitud correspondía a las autoridades municipales. El "prefecto" de la ciudad era el encargado de velar por la disciplina de los mercados. En relación con esta disciplina podría estar la mensa mensuaria de piedra, procedente de Montellano, que se muestra sobre la repisa, con cinco oquedades de distinta capacidad, que vienen a equivaler a 4.5m 1.5m dos de 0.200 y otro de 0.100 litros.
Una plaquita epigráfica de bronce reposa sobre la base de la vitrina. Es un pequeño fragmento de una tessera de hospitalidad, y se halla aquí y no en la sala de epigrafía en bronce por haber pertenecido a quien fue considerado en su tiempo el hombre más rico de Hispania, Sextus Marius, dueño de las minas de Sierra Morena, al cual el Emperador Tiberio mandó matar cruelmente, despeñándolo, tras haberlo acusado de cometer incesto con su propia hija: "y porque no hubiese duda de que sus riquezas le habían ocasionado aquel trabajo, Tiberio tomó para sí sus minas de oro", nos dice Tácito en los Anales (VI, 11).
Hacemos mención finalmente de diversas matrices de plomo y de bronce con el nombre de productores o comerciantes, P (ublii) MVSSIDI SEMPRONIANI puede leerse en uno de forma circular, con el caduceo y el nombre dispuesto en forma de M, quizá para indicar la profesión del interesado, M (ercator); FABIAE (Lucii) F (ilia) VIETAE, se lee en otra de plomo, rectangular; o las iniciales de un nombre completo, PRE. Todas en negativo para facilitar la lectura de la marca en el positivo.
En el centro de la sala, dividiéndola en dos mitades, como elemento impulsor de las relaciones comerciales, que en tiempos romanos comienzan a tener en la Península una dimensión que pudiéramos considerar "mundial", una colección de monedas hispánicas, desde las primeras acuñaciones de las cecas ibéricas, hasta las de época moderna, sobre todo de la ceca de Sevilla, que habría de funcionar hasta el s. XIX.
Y no podían faltar aquí, como no han faltado nunca a lo largo de nuestro recorrido por las salas, los dioses romanos. Roma nunca quiso luchar contra los dioses extranjeros. A todos los llevaba a su Panteón tras el ritural de la "evocatio", por el que se "invitaba" a los dioses de las ciudades vencidas a trasladarse a Roma, donde les esperaban grandes honores. Todos cabían en él. Si se opuso al cristianismo fue precisamente porque éste no admitía más que un solo dios, y rechazaba, por tanto, entre todos los demás, el culto al emperador, una de las bases de la unidad del Imperio.
Aquí tenemos, a un lado del cipo dedicado al "quatuorviro C (aio) Curvio Rustico" por su liberto Tertio, de Carteia, a Esculapio, el Asklepios de los griegos, dios de la salud y la medicina, con la serpiente como colgada de su brazo izquierdo. Lástima que su deficiente estado de conservación no nos permita disfrutar de la belleza que sin duda tuvo, pues se trata de una escultura de buena calidad.
En una pequeña escultura inmediata, un niño parece dar de comer al cachorrillo que sujeta bajo su brazo izquierdo.
Dos togados de distinto tamaño, en las esquinas, completan el contenido de esta sala.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
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