7713. SEVILLA, capital. Altorrelieve con dos soldados romanos, procedente de Estepa, en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7714. SEVILLA, capital. Torso thoracato de un emperador, en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7715. SEVILLA, capital. Cabeza del dios Marte, procedente de Carmona, en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7716. SEVILLA, capital. Manto y espada de lo que pudo ser la estatua de un emperador, en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7717. SEVILLA, capital. Piernas de un emperador deificado, en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7718. SEVILLA, capital. Epígrafe pétreo en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7719. SEVILLA, capital. Epígrafe pétreo en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7720. SEVILLA, capital. Otro epígrafe pétreo en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7721. SEVILLA, capital. Pierna de jinete, de bronce, y cola de caballo dorada, en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7722. SEVILLA, capital. Una de las vitrinas de la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7723. SEVILLA, capital. La segunda de las vitrinas de la sala XXII del Museo Arqueológico. |
7724. SEVILLA, capital. Materiales de construcción en la sala XXII del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (MLXVIII), capital de la provincia y de la comunidad: 16 de mayo de 2018.
EL EJÉRCITO ROMANO
La sala XXII está dedicada a exponer objetos relacionados con el Ejército y la actividad militar, que no fue solamente guerrera, o mantenedora de la paz, sino también edilicia, constructiva, y esencialmente romanizadora, ejerciendo su acción tanto hacia adentro, sobre los individuos que se integraban en él, como hacia afuera, actuando los campamentos legionarios como focos de acción y atracción de la población indígena que los rodeaba.
El ejército se convierte así en uno de los elementos de romanización más importantes del Imperio, contribuyendo de manera decisiva a la progresiva transformación de todas las estructuras socioeconómicas indígenas.
Los primeros soldados romanos llegan a la Península el 218 a.C., bajo el mando de Cneo Escipión.
La Península queda dividida en dos circunscripciones, Citerior y Ulterior, en cada una de las cuales se asienta una legión bajo el mando de dos propretores. Están éstas constituidas por unos 5000 soldados, que han de ser ciudadanos romanos. Los indígenas podían participar también en el éjercito, para acciones puntuales, encuadrados en cuerpos de caballería e infantería, auxilia. Tras la "guerra social" de los años 97-89 a.C., los itálicos alcanzan los mismos derechos que los romanos, insertándose en las legiones por derecho propio. Su vacío en los cuerpos auxiliares tratarán de llenarse con indígenas.
A finales de la República este ejército, se reforma, comenzándose a admitir en él a los proletarios, estableciéndose las bases del futuro ejército profesional de época imperial, con soldados que encontraban precisamente en el ejército su medio de vida. Los propietarios soldados de la República se acababan convirtiendo así en soldados-propietarios durante el Imperio, muchas veces establecidos tras su licenciamiento en colonias, núcleos de población con todos los privilegios de los ciudadanos romanos, fundadas para ellos en los lugares donde habían prestado servicio, a cuya romanización por tanto contribuían.
A los indígenas por su parte, para hacerles más atractivo el servicio en el ejército, siempre en cuerpos auxiliares, se les concedían al licenciarse otra serie de beneficios, el más importante de los cuales era pasar a convertirse, con su familia, en ciudadanos romanos de pleno derecho. El privilegio quedaba documentado en un diploma de bronce, de los que en una de las vitrinas de esta sala presentamos algunos fragmentos. En ellos se hacía constar los datos del interesado y el lugar y la unidad en la que había prestado servicio. Al dorso se escribían los nombres de hasta siete testigos, compañeros o funcionarios. Un ejemplar del diploma se entregaba al soldado licenciado y otro se enviaba a Roma, donde quedaba depositado.
En la conquista de Hispania participaron hasta siete legiones. De ellas, sólo tres permanecerían al finalizar la guerra cántabro-astur: la IV Macedonica, la VI Victrix y la X Gemina. En época de Claudio la IV Macedonica abandonó Cantabria para reforzar el limes del Rhin. El año 63 la X Gemina se trasladó por su parte al limes danubiano, quedando solo en Hispania la VI Victrix.
En la crisis que siguió a a muerte de Nerón, Galba reclutó en Hispania una nueva legón, la VII Galbiana, que le ayudó a conseguir el trono. Cumplido su objetivo, la legio VII se trasladó a Alemania, donde sustituyó a la X Gemina, que volvió a España.
Asesinados Galba y Otón, Vitelio reclutó la legio I Adiutrix, que se estableció también en Hispania. Derrotado Vitelio, Vespasiano la envió a sofocar las rebeliones de la frontera Norte, trayendo a Hispania de nuevo a la Legio VII, la creada por Galba, que ahora se llamará Gemina, y que será la única acantonada desde entonces en Hispania, en León, en el antiguo campamento de la VI Victrix, hasta finales del Imperio. Su misión principal será proteger y colaborar en la explotación de los ricos yacimientos auríferos de la zona de Las Médulas. Ayudarán además a combatir el bandolerismo en las diversas provincias. Comencemos, sin embargo, por el principio.
Frente a la puerta de entrada, un par de soldados republicanos con su indumentaria típica, miran en direcciones opuestas, como defendiéndose de enemigos que vinieran por todos lados. Los dos se protegen con coraza o cota de cuero, cascos, todavía de tipo griego, con visera, y grebas, y se defienden con un escudo grande, oblongo, adornado con un umbo central, que les cubre el cuerpo por completo, a la vez que atacan con una larga espada, visible sólo en el soldado de la derecha. Hallados en Estepa, la antigua Astapa, viene a recordarnos el talante heroico de los indígenas del lugar que, enfrentados a estos soldados durante la guerra contra los cartagineses, de los que eran aliados, prefirieron morir a entregarse, aunque antes de hacerlo pasaron a cuchillo a sus mujeres e hijos y prendieron fuego a la ciudad y a cuanto de valor poseían, amontonado en el foro. "Así Astapa fue destruida por el hierro y el fuego sin ofrecer botín a los soldados", dice Livio en su Historia de Roma.
Presidiendo la sala, el torso thoracato de un emperador, similar al que veíamos en la sala XX y, como él, hallado en Itálica. Pudo pertenecer a una imagen de Trajano o Adriano. La coraza cuya bisagra se observa en el costado derecho, aparece decorada con un alto tallo vertical a cuyos lados dos centauros barbudos pretenden clavar en el suelo sendos trofeos. Por la parte inferior, una doble serie de lambrequines en forma de lengüeta en los que aparecen representados diversos motivos, con la palmeta como elemento central, quizá como representación simbólica del árbol de la vida, y a un lado y otro de ella, cabezas de Sileno y la Gorgona, vistas de frente, y de elefantes y carneros afrontados. Por debajo aparece el faldellín de tiras de cuero rematadas en flecos, lo mismo que sobre los hombros. Y todavía por debajo, la túnica, cuya manga también asoma en el brazo. Sobre la coraza, cubriéndola parcialmete, el manto, recogido en el brazo izquierdo y sujeto en el hombro derecho con un amplio broche circular.
Frente al thoracato, al otro lado de la sala, la cabeza barbada y galeada del dios Marte, que copia la conocida del Pericles griego. Hallada en Carmona, le faltan a su casco los complementos de bronce que debieron adornarlo, con figuras seguramente de grifos, esfinges u otros monstruos protectores del hombre, como los vemos en la pequeña cabecita de la Atenea-Minerva de la vitrina y tuvimos oportunidad de verla en el mosaico del Juicio de Paris.
Adosadas a la pared, en el centro de la sala, la parte inferior de dos esculturas de gran tamaño. De una, que pudo ser la de un emperador deificado, solo queda su manto y su espada, que descansan ahora sobre el tronco de un árbol. A la otra, colosal, de un emperador vestido, sus piernas, que cubría con grebas de bronce, perdidas.
Junto a la puerta de entrada un epígrafe para recordar al general, fortissimo duci, C (aio) Vallio Maximiano, que había sido antes procurador en Macedonia, y al que el pueblo de Itálica agradece haberles devuelto la paz perdida. Alude seguramente a alguna invasión de mauri, de las que tuvieron lugar en tiempos de Marco Aurelio, en la segunda mitad del s. II. En un lateral se dice que la inscripción se dedicó el 31 de diciembre del año en que fueron duumviros Licinio Víctor y Fabio Aelio.
Frente a él, a un lado y otro del relieve de Estepa, la estela funeraria de un soldado de la Legio VII, acantonada en Itálica, Tib(erio) Cl(audio) Festo, muerto con sólo 23 años, y la de Lucio Aelio Celer, muerto a los 31, después de 13 de servicio.
Al otro lado de la puerta, en el interior de una vitrina hermética, la pierna de un jinete de bronce, que calza altas botas de finísimo cuero, anudadas mediante correas, dejando transparentar la forma del pie, el calceus patricius, la cual podríamos poner en relación, a pesar de sus distintas procedenecias, con la cola del caballo dorada, para mostrar el aspecto que estas esculturas de bronce debieron ofrecer a los ojos de los romanos.
Completan el contenido de la sala un par de vitrinas de distinto formato y tamaño. En el centro de la grande se alza de nuevo la imagen de Marte, dios de la guerra y garante de la virtus. Con figura de niño se halla en pie, desnudo, pero tocado con diadema y cubierta la cabeza con un casco de tipo ático: ojos, tetillas y ombligo de plata o estaño, la espada, de empuñadura aquiliforme, a la cintura, y el manto sobre el hombro. Procede de Écija. A su alrededor, extendidos por todo el piso de la vitrina, numerosos glandes, balas de plomo para honda, más raramente, y quizás votivos, de cerámica, en algunos de los cuales aparece el nombre del general, la legión o la ciudad que había mandado fundirlos, o simples mensajes para el enemigo. La mayor parte pertenece a la época de las guerras civiles desatadas en Roma durante los últimos años de la República, y las más importanes de las cuales se desarrollaron en nuestro suelo entre los partidarios de Cesar y los de Pompeyo. Con ellos dos puntas de proyectiles para ser catapultados, uno de bronce y otro de hierro. Delante, lucernas en cuyos discos aparecen motivos alusivos a dioses guerreros, combates, victorias o laureles, corona que se concedía a los vencedores por ser considerado este árbol protector del hombre, al ahuyentar los rayos.
El fragmento de coraza de bronce, decorada con un triunfo, a pesar de su mal estado de conservación, nos recuerda la que lleva el emperador que preside la sala. Son piezas escasas, lo mismo que los terminales de los "mandiles" de los legionarios, de los que aquí mostramos, en la vitrina plana, algunos de extraordinario interés. Hallados en una tumba de Aznalcázar, se les ha considerado como amuletos protectores del soldado, pues el ruido que producen al andar alejaría el espíritu del mal. Con ellos otros ejemplares sueltos, hebillas y broches de cinturón que pudieron pertenecer también a sus uniformes, y que serían producidos en talleres ubicados en los propios campamentos o en los vici cercanos.
Hemos querido dejar finalmente en la vitrina constancia, mediante la presencia de algunas herramientas, de que no fue la guerra la única misión del ejército romano, sino que los soldados fueron también hábiles constructores y zapadores a quienes se deben muchas de las obras públicas, teatros, anfiteatros, templos, puentes, presas, calzadas, acueductos, murallas, etc., que han llegado hasta nosotros. Sobre algunos ladrillos y tégulas, las tejas romanas, adosados a la pared, como muestra de su actividad edilicia, puede verse el sello de la legión a que pertenecían los soldados qeue las hicieron o de la autoridad que ordenó su producción. En este caso la Legio VII Gemina, la fundadora de la ciudad de León, de donde proceden un par de ejemplares por generoso depósito de su Museo Arqueológico.
Los ladrillos se emplearon no solo como material constructivo, sino ocasionalmente también como tabletas para escribir sobre ellos. En la sala XII veíamos un par de juegos grabados sobre el anverso y reverso de uno de ellos. Aquí tenemos otro que ha servido para fijar, de manera un tanto rústica, sobre un ladrillo tierno, que luego se ha cocido, un recuento de algo, inventario de bienes o ganados, control de producción o algo similar, En otros vemos la huella de una mano o de un pie, quizá con esa misma finalidad de control. O la simple pisada de un perro.
El ladrillo tuvo, a pesar de todo, poco uso en España como material constructivo, en comparación con otras partes del Imperio. De hecho no se ha encontrado ninguna factoría como tal a gran escala. Debió de tratarse preferentemente de pequeñas factorías u hornos locales.
Con ellos se levanta, sin embargo, en gran parte el templo de Munigua, de donde proceden algunos ejemplares con marcas difíciles de interpretar. Y en Carteia, ciudad colonia, en la que nos detendremos en la próxima sala, en la que tégulas e imbrices irán sustituyendo progresivamente a partir del s. I a.C. a las cubiertas vegetales, como en otras partes, se ha encontrado grabado en algunos ejemplares el nombre del responsable bajo cuya autoridad se realizaron los trabajos correspondientes, M(arcus) PETRVCIDIVS, M(arci) F(ilius), LE(gatus) PRO (praetore), que trabaja con M(arcus) LICI(nius), y del cual aparecen marcas no solo en Carteia, sino también en Itálica y en más lugares. En otros ladrillos puede leerse la marca CARTEIA y, más raramente, la de HERCV.
En Itálica aparece tanto el nombre de la LEG(io) VII G(emina) F(elix), sobre ladrillos o tégulas, como el de la ciudad, C(olonia) A(elia) A(ugusta) I(talica), e incluso del emperador, IMP(eratoris) C(aesaris) H(adriani) A(ugusti), sobre algunos canales y tuberías de plomo de la traída de aguas a la ciudad, y que consistían en su mayor parte en una simple lámina de metal cerrada sobre sí misma y soldada por los bordes. Eran testimonio de su intervención en aquellas actividades edilicias, financiándolas.
En tiempos de paz o de guerra tenían que acompañar siempre al legionario los objetos relacionados con su alimentación, con la intendencia. Eran parte de la impedimenta militar. Una gran vasija de bronce y una sartén de campaña con el mango abatible, en perfecto estado de conservación, de la Colección Rabadán, mostramos también en la vitrina grande.
Y en tiempos de paz o de guerra recibían los sodados su paga, que solía servir para su mantenimiento y para el desarrollo económico de los núcleos de población inmediatos a los campamentos. Algunas monedas de plata y de bronce, denarios y ases, pertenecientes a diversas acuñaciones militares, sobre todo de época de Pompeyo y César, se muestran en la vitrina grande.
Y en la pequeña finalmente, diversos clavos de hierro y de bronce, tuberías de plomo anepígrafas, quicios de puertas de bronce, y otros elementos relacionados con la actividad edilicia en sentido amplio. Y con ellos diversos fragmentos de esos diplomas militares a los que nos referíamos anteriormente, que acreditaban los servicios de los indígenas en el ejército y los convertían en ciudadanos romanos.
Los primeros soldados romanos llegan a la Península el 218 a.C., bajo el mando de Cneo Escipión.
La Península queda dividida en dos circunscripciones, Citerior y Ulterior, en cada una de las cuales se asienta una legión bajo el mando de dos propretores. Están éstas constituidas por unos 5000 soldados, que han de ser ciudadanos romanos. Los indígenas podían participar también en el éjercito, para acciones puntuales, encuadrados en cuerpos de caballería e infantería, auxilia. Tras la "guerra social" de los años 97-89 a.C., los itálicos alcanzan los mismos derechos que los romanos, insertándose en las legiones por derecho propio. Su vacío en los cuerpos auxiliares tratarán de llenarse con indígenas.
A finales de la República este ejército, se reforma, comenzándose a admitir en él a los proletarios, estableciéndose las bases del futuro ejército profesional de época imperial, con soldados que encontraban precisamente en el ejército su medio de vida. Los propietarios soldados de la República se acababan convirtiendo así en soldados-propietarios durante el Imperio, muchas veces establecidos tras su licenciamiento en colonias, núcleos de población con todos los privilegios de los ciudadanos romanos, fundadas para ellos en los lugares donde habían prestado servicio, a cuya romanización por tanto contribuían.
A los indígenas por su parte, para hacerles más atractivo el servicio en el ejército, siempre en cuerpos auxiliares, se les concedían al licenciarse otra serie de beneficios, el más importante de los cuales era pasar a convertirse, con su familia, en ciudadanos romanos de pleno derecho. El privilegio quedaba documentado en un diploma de bronce, de los que en una de las vitrinas de esta sala presentamos algunos fragmentos. En ellos se hacía constar los datos del interesado y el lugar y la unidad en la que había prestado servicio. Al dorso se escribían los nombres de hasta siete testigos, compañeros o funcionarios. Un ejemplar del diploma se entregaba al soldado licenciado y otro se enviaba a Roma, donde quedaba depositado.
En la conquista de Hispania participaron hasta siete legiones. De ellas, sólo tres permanecerían al finalizar la guerra cántabro-astur: la IV Macedonica, la VI Victrix y la X Gemina. En época de Claudio la IV Macedonica abandonó Cantabria para reforzar el limes del Rhin. El año 63 la X Gemina se trasladó por su parte al limes danubiano, quedando solo en Hispania la VI Victrix.
En la crisis que siguió a a muerte de Nerón, Galba reclutó en Hispania una nueva legón, la VII Galbiana, que le ayudó a conseguir el trono. Cumplido su objetivo, la legio VII se trasladó a Alemania, donde sustituyó a la X Gemina, que volvió a España.
Asesinados Galba y Otón, Vitelio reclutó la legio I Adiutrix, que se estableció también en Hispania. Derrotado Vitelio, Vespasiano la envió a sofocar las rebeliones de la frontera Norte, trayendo a Hispania de nuevo a la Legio VII, la creada por Galba, que ahora se llamará Gemina, y que será la única acantonada desde entonces en Hispania, en León, en el antiguo campamento de la VI Victrix, hasta finales del Imperio. Su misión principal será proteger y colaborar en la explotación de los ricos yacimientos auríferos de la zona de Las Médulas. Ayudarán además a combatir el bandolerismo en las diversas provincias. Comencemos, sin embargo, por el principio.
Frente a la puerta de entrada, un par de soldados republicanos con su indumentaria típica, miran en direcciones opuestas, como defendiéndose de enemigos que vinieran por todos lados. Los dos se protegen con coraza o cota de cuero, cascos, todavía de tipo griego, con visera, y grebas, y se defienden con un escudo grande, oblongo, adornado con un umbo central, que les cubre el cuerpo por completo, a la vez que atacan con una larga espada, visible sólo en el soldado de la derecha. Hallados en Estepa, la antigua Astapa, viene a recordarnos el talante heroico de los indígenas del lugar que, enfrentados a estos soldados durante la guerra contra los cartagineses, de los que eran aliados, prefirieron morir a entregarse, aunque antes de hacerlo pasaron a cuchillo a sus mujeres e hijos y prendieron fuego a la ciudad y a cuanto de valor poseían, amontonado en el foro. "Así Astapa fue destruida por el hierro y el fuego sin ofrecer botín a los soldados", dice Livio en su Historia de Roma.
Presidiendo la sala, el torso thoracato de un emperador, similar al que veíamos en la sala XX y, como él, hallado en Itálica. Pudo pertenecer a una imagen de Trajano o Adriano. La coraza cuya bisagra se observa en el costado derecho, aparece decorada con un alto tallo vertical a cuyos lados dos centauros barbudos pretenden clavar en el suelo sendos trofeos. Por la parte inferior, una doble serie de lambrequines en forma de lengüeta en los que aparecen representados diversos motivos, con la palmeta como elemento central, quizá como representación simbólica del árbol de la vida, y a un lado y otro de ella, cabezas de Sileno y la Gorgona, vistas de frente, y de elefantes y carneros afrontados. Por debajo aparece el faldellín de tiras de cuero rematadas en flecos, lo mismo que sobre los hombros. Y todavía por debajo, la túnica, cuya manga también asoma en el brazo. Sobre la coraza, cubriéndola parcialmete, el manto, recogido en el brazo izquierdo y sujeto en el hombro derecho con un amplio broche circular.
Frente al thoracato, al otro lado de la sala, la cabeza barbada y galeada del dios Marte, que copia la conocida del Pericles griego. Hallada en Carmona, le faltan a su casco los complementos de bronce que debieron adornarlo, con figuras seguramente de grifos, esfinges u otros monstruos protectores del hombre, como los vemos en la pequeña cabecita de la Atenea-Minerva de la vitrina y tuvimos oportunidad de verla en el mosaico del Juicio de Paris.
Adosadas a la pared, en el centro de la sala, la parte inferior de dos esculturas de gran tamaño. De una, que pudo ser la de un emperador deificado, solo queda su manto y su espada, que descansan ahora sobre el tronco de un árbol. A la otra, colosal, de un emperador vestido, sus piernas, que cubría con grebas de bronce, perdidas.
Junto a la puerta de entrada un epígrafe para recordar al general, fortissimo duci, C (aio) Vallio Maximiano, que había sido antes procurador en Macedonia, y al que el pueblo de Itálica agradece haberles devuelto la paz perdida. Alude seguramente a alguna invasión de mauri, de las que tuvieron lugar en tiempos de Marco Aurelio, en la segunda mitad del s. II. En un lateral se dice que la inscripción se dedicó el 31 de diciembre del año en que fueron duumviros Licinio Víctor y Fabio Aelio.
Frente a él, a un lado y otro del relieve de Estepa, la estela funeraria de un soldado de la Legio VII, acantonada en Itálica, Tib(erio) Cl(audio) Festo, muerto con sólo 23 años, y la de Lucio Aelio Celer, muerto a los 31, después de 13 de servicio.
Al otro lado de la puerta, en el interior de una vitrina hermética, la pierna de un jinete de bronce, que calza altas botas de finísimo cuero, anudadas mediante correas, dejando transparentar la forma del pie, el calceus patricius, la cual podríamos poner en relación, a pesar de sus distintas procedenecias, con la cola del caballo dorada, para mostrar el aspecto que estas esculturas de bronce debieron ofrecer a los ojos de los romanos.
Completan el contenido de la sala un par de vitrinas de distinto formato y tamaño. En el centro de la grande se alza de nuevo la imagen de Marte, dios de la guerra y garante de la virtus. Con figura de niño se halla en pie, desnudo, pero tocado con diadema y cubierta la cabeza con un casco de tipo ático: ojos, tetillas y ombligo de plata o estaño, la espada, de empuñadura aquiliforme, a la cintura, y el manto sobre el hombro. Procede de Écija. A su alrededor, extendidos por todo el piso de la vitrina, numerosos glandes, balas de plomo para honda, más raramente, y quizás votivos, de cerámica, en algunos de los cuales aparece el nombre del general, la legión o la ciudad que había mandado fundirlos, o simples mensajes para el enemigo. La mayor parte pertenece a la época de las guerras civiles desatadas en Roma durante los últimos años de la República, y las más importanes de las cuales se desarrollaron en nuestro suelo entre los partidarios de Cesar y los de Pompeyo. Con ellos dos puntas de proyectiles para ser catapultados, uno de bronce y otro de hierro. Delante, lucernas en cuyos discos aparecen motivos alusivos a dioses guerreros, combates, victorias o laureles, corona que se concedía a los vencedores por ser considerado este árbol protector del hombre, al ahuyentar los rayos.
El fragmento de coraza de bronce, decorada con un triunfo, a pesar de su mal estado de conservación, nos recuerda la que lleva el emperador que preside la sala. Son piezas escasas, lo mismo que los terminales de los "mandiles" de los legionarios, de los que aquí mostramos, en la vitrina plana, algunos de extraordinario interés. Hallados en una tumba de Aznalcázar, se les ha considerado como amuletos protectores del soldado, pues el ruido que producen al andar alejaría el espíritu del mal. Con ellos otros ejemplares sueltos, hebillas y broches de cinturón que pudieron pertenecer también a sus uniformes, y que serían producidos en talleres ubicados en los propios campamentos o en los vici cercanos.
Hemos querido dejar finalmente en la vitrina constancia, mediante la presencia de algunas herramientas, de que no fue la guerra la única misión del ejército romano, sino que los soldados fueron también hábiles constructores y zapadores a quienes se deben muchas de las obras públicas, teatros, anfiteatros, templos, puentes, presas, calzadas, acueductos, murallas, etc., que han llegado hasta nosotros. Sobre algunos ladrillos y tégulas, las tejas romanas, adosados a la pared, como muestra de su actividad edilicia, puede verse el sello de la legión a que pertenecían los soldados qeue las hicieron o de la autoridad que ordenó su producción. En este caso la Legio VII Gemina, la fundadora de la ciudad de León, de donde proceden un par de ejemplares por generoso depósito de su Museo Arqueológico.
Los ladrillos se emplearon no solo como material constructivo, sino ocasionalmente también como tabletas para escribir sobre ellos. En la sala XII veíamos un par de juegos grabados sobre el anverso y reverso de uno de ellos. Aquí tenemos otro que ha servido para fijar, de manera un tanto rústica, sobre un ladrillo tierno, que luego se ha cocido, un recuento de algo, inventario de bienes o ganados, control de producción o algo similar, En otros vemos la huella de una mano o de un pie, quizá con esa misma finalidad de control. O la simple pisada de un perro.
El ladrillo tuvo, a pesar de todo, poco uso en España como material constructivo, en comparación con otras partes del Imperio. De hecho no se ha encontrado ninguna factoría como tal a gran escala. Debió de tratarse preferentemente de pequeñas factorías u hornos locales.
Con ellos se levanta, sin embargo, en gran parte el templo de Munigua, de donde proceden algunos ejemplares con marcas difíciles de interpretar. Y en Carteia, ciudad colonia, en la que nos detendremos en la próxima sala, en la que tégulas e imbrices irán sustituyendo progresivamente a partir del s. I a.C. a las cubiertas vegetales, como en otras partes, se ha encontrado grabado en algunos ejemplares el nombre del responsable bajo cuya autoridad se realizaron los trabajos correspondientes, M(arcus) PETRVCIDIVS, M(arci) F(ilius), LE(gatus) PRO (praetore), que trabaja con M(arcus) LICI(nius), y del cual aparecen marcas no solo en Carteia, sino también en Itálica y en más lugares. En otros ladrillos puede leerse la marca CARTEIA y, más raramente, la de HERCV.
En Itálica aparece tanto el nombre de la LEG(io) VII G(emina) F(elix), sobre ladrillos o tégulas, como el de la ciudad, C(olonia) A(elia) A(ugusta) I(talica), e incluso del emperador, IMP(eratoris) C(aesaris) H(adriani) A(ugusti), sobre algunos canales y tuberías de plomo de la traída de aguas a la ciudad, y que consistían en su mayor parte en una simple lámina de metal cerrada sobre sí misma y soldada por los bordes. Eran testimonio de su intervención en aquellas actividades edilicias, financiándolas.
En tiempos de paz o de guerra tenían que acompañar siempre al legionario los objetos relacionados con su alimentación, con la intendencia. Eran parte de la impedimenta militar. Una gran vasija de bronce y una sartén de campaña con el mango abatible, en perfecto estado de conservación, de la Colección Rabadán, mostramos también en la vitrina grande.
Y en tiempos de paz o de guerra recibían los sodados su paga, que solía servir para su mantenimiento y para el desarrollo económico de los núcleos de población inmediatos a los campamentos. Algunas monedas de plata y de bronce, denarios y ases, pertenecientes a diversas acuñaciones militares, sobre todo de época de Pompeyo y César, se muestran en la vitrina grande.
Y en la pequeña finalmente, diversos clavos de hierro y de bronce, tuberías de plomo anepígrafas, quicios de puertas de bronce, y otros elementos relacionados con la actividad edilicia en sentido amplio. Y con ellos diversos fragmentos de esos diplomas militares a los que nos referíamos anteriormente, que acreditaban los servicios de los indígenas en el ejército y los convertían en ciudadanos romanos.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
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