52. TOLEDO, capital. El monumento a Bahamontes en la c/ Venancio González. |
53. TOLEDO, capital. Una de las portadas del Cvto. de la Fe. |
54. TOLEDO, capital. Portada secundaria del Convento de Santa Fe. |
55. TOLEDO, capital. Muros exteriores del Hospital de la Santa Cruz. |
56. TOLEDO, capital. Ante el Arco de la Sangre y junto al monumento a Cervantes. |
57. TOLEDO, capital. Portada del Museo de Sta. Cruz. |
58. TOLEDO, capital. Detalle de la portada del Museo de Sta. Cruz. |
59. TOLEDO, capital. Otro detalle de la portada del Museo de Sta. Cruz. |
60. TOLEDO, capital. El Convento de la Concepción Francisca |
TOLEDO** (VI), capital de la provincia y de la comunidad: 15 de junio de 2018.
Convento de Santa Fe*
Tras dejar a la derecha las fachadas altivas y los torreones de la puerta del Sol, subiremos por la calle Carretas hasta el Mirador. En el paseo del Mirador se ha construido el gran centro de equipamiento cultural que alberga el Palacio de Congresos. Al final de la calle de las Armas, antes de llegar a Zocodover, se alza el convento de la Santa Fe.
Al final de la calle de las Armas, antes de llegar a Zocodover, se alza el convento de Santa Fe.
Dentro del perímetro del Alficén, concretamente en una parte de los antiguos palacios construidos por el rey taifa Al-Mamún en el siglo XI, el rey Alfonso VI ordenó erigir una capilla dedicada a Santa Fe, mártir francesa a la que se profesa mucha devoción en el país vecino. Cedía así el monarca a los ruegos de la reina doña Constanza y a los deseos de don Bernardo, monje de Cluny y arzobispo de Toledo, ambos también galos, quienes anhelaban tener en Toledo un lugar de culto dedicado a la joven que murió abrasada bajo el gobierno de Daciano.
Los frailes de la Orden de Calatrava, que en el siglo XIII ocupaban el recinto, reemplazaron la capilla primitiva por una iglesia de mayores dimensiones, de la que sólo se conserva el ábside. Es uno de los primeros que, en estilo mudéjar, se levantaron en toda la ciudad.
La presencia de las monjas comendadoras a partir de 1503 supuso la introducción de grandes reformas, plasmadas en un claustro de dos plantas y una iglesia diseñada por Antón Egas, con un acceso por la actual calle de Santa Fe. Es en esta calle donde, en una portada clasicista, se puede contemplar un relieve de Santiago a caballo luchando contra un infiel que se protege con escudo. Este relieve perteneció al desaparecido hospital de Santiago, que hasta 1882 se levantó junto al Alcázar. Las comendadoras de Santiago habitaron el convento hasta 1935, año en el que se lo vendieron a las ursulinas, quienes, a su vez, en 1973 lo enajenaron al Estado. Actualmente, el conjunto se halla sometido a una amplia remodelación con el objeto de ser incorporado al Museo de Santa Cruz.
De todo este largo proceso de cambio de moradores, reformas y ventas quedan en pie algunas joyas artísticas, salvadas de la incuria y la rapiña. En primer lugar, el ábside citado. En segundo lugar, la famosa capilla de Belén, que no es otra cosa sino una sala cuadrada en su forma exterior, de 6,60 metros de lado, que al pasar al interior se convierte en un octógono cubierto por bóveda califal. Esta capilla, uno de los pabellones palatinos descritos por los cronistas islámicos según afirma Clara Delgado en el libro Regreso a Tulaytula, fue utilizada como recinto sepulcral por Fernán Pérez, vástago de Fernando III el Santo, que falleció en 1242. Su sepulcro tiene la peculiaridad de estar adornado con yeserías de mocárabes, primera manifestación de este estilo artístico conservada en la ciudad. Deben también mencionarse las pinturas del tiempo de los Reyes Católicos y un alfarje morisco de finales del siglo XVI.
Arco de la Sangre
Al final de la calle de Santa Fe se levanta el arco de la Sangre. Era una de las puertas de la cerca amurallada que protegía el Alficén. Según la tradición, esta puerta califal fue reconstruida por Alfonso VI tras la conquista. En el verano de 1936 y durante el asedio del Alcázar, resultó completamente destruida. Se rehízo más tarde, tratando de recuperar su forma original.
Con la idea de que pudieran oír misa los días de mercado los comerciantes que tenían sus puestos en la plaza de Zocodover, fue abierta en el siglo XV la capilla del Cristo de la Sangre, que se ubicó sobre el arco. El incendio que en 1589 arrasó la plaza también acabó con la capilla, rehecha en el siglo XVII según los planos de Herrera.
Veneraba la imagen del Cristo de la Sangre y cuidaba la capilla una cofradía que, además, consolaba a los reos que habrían de morir en Zocodover. Una lamparilla iluminaba la faz de los presos que iban a ser ejecutados al amanecer.
Ya no existe la célebre posada de la Sangre, establecimiento que hasta la Guerra Civil estuvo abierto en el actual número 4 de la calle Santa Fe y que sirvió como lugar de alojamiento para muchos miembros de la generación del 27. En una lámina de 1926 se puede ver su patio adintelado, amplio y recorrido por balaustradas. Como dice Alberti en La arboleda perdida, la posada “conservaba entonces toda la atmósfera española de esas ventas o mesones para alto de arrieros y trajinantes”.
El no menos famoso mesón del Sevillano, típica hostería toledana del siglo XVI, se encontraba al final de la calle Cervantes, en la casa donde una placa recuerda su memoria. Como es sabido, el autor del Quijote sitúa gran parte de la acción de la novela ejemplar La ilustre fregona en el mesón del Sevillano, el cual, según las palabras del escritor, era “una de las mejores y más frecuentadas que hay en Toledo”. Para honrar el recuerdo de Cervantes, autor que frecuentó la ciudad y conoció estos lugares, se levantó en diciembre de 2005 una estatua realizada por el escultor Óscar Alvariño. Se sitúa frente al arco de la Sangre y mira con mucha apostura y desafío los misterios del aire.
Tras dejar a la derecha las fachadas altivas y los torreones de la puerta del Sol, subiremos por la calle Carretas hasta el Mirador. En el paseo del Mirador se ha construido el gran centro de equipamiento cultural que alberga el Palacio de Congresos. Al final de la calle de las Armas, antes de llegar a Zocodover, se alza el convento de la Santa Fe.
Al final de la calle de las Armas, antes de llegar a Zocodover, se alza el convento de Santa Fe.
Dentro del perímetro del Alficén, concretamente en una parte de los antiguos palacios construidos por el rey taifa Al-Mamún en el siglo XI, el rey Alfonso VI ordenó erigir una capilla dedicada a Santa Fe, mártir francesa a la que se profesa mucha devoción en el país vecino. Cedía así el monarca a los ruegos de la reina doña Constanza y a los deseos de don Bernardo, monje de Cluny y arzobispo de Toledo, ambos también galos, quienes anhelaban tener en Toledo un lugar de culto dedicado a la joven que murió abrasada bajo el gobierno de Daciano.
Los frailes de la Orden de Calatrava, que en el siglo XIII ocupaban el recinto, reemplazaron la capilla primitiva por una iglesia de mayores dimensiones, de la que sólo se conserva el ábside. Es uno de los primeros que, en estilo mudéjar, se levantaron en toda la ciudad.
La presencia de las monjas comendadoras a partir de 1503 supuso la introducción de grandes reformas, plasmadas en un claustro de dos plantas y una iglesia diseñada por Antón Egas, con un acceso por la actual calle de Santa Fe. Es en esta calle donde, en una portada clasicista, se puede contemplar un relieve de Santiago a caballo luchando contra un infiel que se protege con escudo. Este relieve perteneció al desaparecido hospital de Santiago, que hasta 1882 se levantó junto al Alcázar. Las comendadoras de Santiago habitaron el convento hasta 1935, año en el que se lo vendieron a las ursulinas, quienes, a su vez, en 1973 lo enajenaron al Estado. Actualmente, el conjunto se halla sometido a una amplia remodelación con el objeto de ser incorporado al Museo de Santa Cruz.
De todo este largo proceso de cambio de moradores, reformas y ventas quedan en pie algunas joyas artísticas, salvadas de la incuria y la rapiña. En primer lugar, el ábside citado. En segundo lugar, la famosa capilla de Belén, que no es otra cosa sino una sala cuadrada en su forma exterior, de 6,60 metros de lado, que al pasar al interior se convierte en un octógono cubierto por bóveda califal. Esta capilla, uno de los pabellones palatinos descritos por los cronistas islámicos según afirma Clara Delgado en el libro Regreso a Tulaytula, fue utilizada como recinto sepulcral por Fernán Pérez, vástago de Fernando III el Santo, que falleció en 1242. Su sepulcro tiene la peculiaridad de estar adornado con yeserías de mocárabes, primera manifestación de este estilo artístico conservada en la ciudad. Deben también mencionarse las pinturas del tiempo de los Reyes Católicos y un alfarje morisco de finales del siglo XVI.
Arco de la Sangre
Al final de la calle de Santa Fe se levanta el arco de la Sangre. Era una de las puertas de la cerca amurallada que protegía el Alficén. Según la tradición, esta puerta califal fue reconstruida por Alfonso VI tras la conquista. En el verano de 1936 y durante el asedio del Alcázar, resultó completamente destruida. Se rehízo más tarde, tratando de recuperar su forma original.
Con la idea de que pudieran oír misa los días de mercado los comerciantes que tenían sus puestos en la plaza de Zocodover, fue abierta en el siglo XV la capilla del Cristo de la Sangre, que se ubicó sobre el arco. El incendio que en 1589 arrasó la plaza también acabó con la capilla, rehecha en el siglo XVII según los planos de Herrera.
Veneraba la imagen del Cristo de la Sangre y cuidaba la capilla una cofradía que, además, consolaba a los reos que habrían de morir en Zocodover. Una lamparilla iluminaba la faz de los presos que iban a ser ejecutados al amanecer.
Ya no existe la célebre posada de la Sangre, establecimiento que hasta la Guerra Civil estuvo abierto en el actual número 4 de la calle Santa Fe y que sirvió como lugar de alojamiento para muchos miembros de la generación del 27. En una lámina de 1926 se puede ver su patio adintelado, amplio y recorrido por balaustradas. Como dice Alberti en La arboleda perdida, la posada “conservaba entonces toda la atmósfera española de esas ventas o mesones para alto de arrieros y trajinantes”.
El no menos famoso mesón del Sevillano, típica hostería toledana del siglo XVI, se encontraba al final de la calle Cervantes, en la casa donde una placa recuerda su memoria. Como es sabido, el autor del Quijote sitúa gran parte de la acción de la novela ejemplar La ilustre fregona en el mesón del Sevillano, el cual, según las palabras del escritor, era “una de las mejores y más frecuentadas que hay en Toledo”. Para honrar el recuerdo de Cervantes, autor que frecuentó la ciudad y conoció estos lugares, se levantó en diciembre de 2005 una estatua realizada por el escultor Óscar Alvariño. Se sitúa frente al arco de la Sangre y mira con mucha apostura y desafío los misterios del aire.
Plaza de Zocodover*
Este corazón urbano que ha palpitado con fuerza a lo largo de la historia nació como explanada de acceso al Alficén. Era entonces una especie de lugar de encuentro entre los vecinos de la alcazaba islámica y el resto de los habitantes de la ciudad, de atrio despejado donde acaso ya se celebraba un zoco de caballerías. El nombre musulmán Suq-al-dawad significa precisamente mercado de las bestias. La inclinación de la plaza hacia las transacciones comerciales se acentuó en tiempos del rey Enrique IV cuando, en 1465, este monarca concedió a Toledo el privilegio de celebrar en Zocodover un mercado semanal todos los martes, mercado que se mantuvo hasta los años 60 del pasado siglo.
Tras el incendio de 1589, Juan de Herrera proyectó construir un espacio porticado de formas regulares, pero no pudo llevarse a cabo por la oposición del cabildo catedralicio, que poseía varias casas generadoras de rentas.
Lugar de cita, reunión y paseo desde los tiempos islámicos, esta plaza toledana ha sido siempre uno de los principales escenarios urbanos a lo largo de la historia. Aquí se celebraban corridas de toros, autos de fe, ejecuciones. Aquí tenían lugar actos religiosos, mítines políticos y fiestas populares. Aquí se proclamaban reyes, se acogía con júbilo a las personalidades y se festejaba el ascenso al cardenalato de algún miembro del clero.
Los balcones asomados a la plaza estaban muy solicitados para contemplar los espectáculos públicos que en ella se representaban. En el cadalso levantado al efecto se ejecutaba a los reos condenados a muerte, que pasaban sus últimas horas en la capilla de la Sangre en compañía de los beneméritos cofrades que procuraban proporcionales algo de consuelo en tan amargo trance.
Museo de Santa Cruz*
Saldremos de Zocodover por el arco de la Sangre para acercarnos al palacio de Santa Cruz. Antiguo hospital de huérfanos y niños expósitos, museo provincial a partir de 1930 y en la actualidad centro cultural y museístico de primer orden, acoge tanto exposiciones temporales como otras de notable relevancia.
El hospital de Santa Cruz fue fundado por el cardenal Mendoza con el amparo de la bula papal obtenida en 1494. La temprana muerte del prelado no fue obstáculo para que se cumplieran sus deseos, pues en las disposiciones testamentarias se nombraba albacea a la reina Isabel la Católica y quien fuera su sucesor en la sede metropolitana, cargo que correspondió al cardenal Cisneros. Así pues, sobre el solar que había ocupado el convento de San Pedro de Dueñas, se inició la construcción del centro asistencial bajo la dirección de Enrique Egas, maestro mayor de la catedral, y de su hermano Antón, quienes se ocuparon del interior y de uno de sus patios, y prosiguió con la intervención de Alonso de Covarrubias a partir de 1515. Este último arquitecto se ocupó de introducir los elementos renacentistas visibles en el inmueble: el patio principal, la fachada, el zaguán y la escalera.
El edificio, que exhibe en Toledo las primeras manifestaciones platerescas sobre una arquitectura gótica, tiene planta de cruz griega inscrita en un cuadrado. Teóricamente, las dos naves perpendiculares que se cruzan al centro generan cuatro ámbitos distintos (uno para cada brazo de la nave) y deberían haber proporcionado cuatro patios. Pero el palacio solo tiene dos, uno de ellos no visitable. Esta distribución cruciforme del espacio pretendía crear un punto central en la intersección de los brazos, para desde allí atender mejor las funciones asistenciales y facilitar el seguimiento de los oficios litúrgicos.
La portada principal, concebida a modo de retablo, combina elementos góticos renacentistas. Presenta una puerta adintelada sobre la que se asienta un primer cuerpo que cobija entre sus arcos el grupo escultórico de la Invención de la Cruz. El cardenal Mendoza se arrodilla ante Santa Elena y el símbolo sagrado. Con escolta de ventanas simétricas, el segundo cuerpo escenifica el abrazo de San Joaquín y Santa Ana. Sobre un último cuerpo de huecos adintelados entre columnas aparece un frontón triangular con el escudo del fundador. Gran despliegue de ornamentación.
Convento de la Concepción Francisca
Adosados a los muros del palacio de Santa Cruz se hallan los pertenecientes al convento de la Concepción, al que se llega siguiendo la calle del mismo nombre.
Las monjas concepcionistas, congregación fundada por doña Beatriz de Silva a finales del siglo XV, se instalaron en el convento de la Concepción después de que éste fuera desalojado en 1501 por una comunidad de monjes franciscanos que había permanecido en él desde mediados del siglo XIII y que en el año citado aceptó trasladarse a San Juan de los Reyes.
Doña Beatriz de Silva fue una dama portuguesa que llegó a España entre los miembros de la corte de Juan II y trocó las galas y requiebros de los ambientes cortesanos por el cilicio y el hábito de estameña. Tras hacer voto de castidad, fundó una congregación de religiosas en honor de la Concepción de Nuestra Señora que se instaló en los primeros años en el convento de Santa Fe para pasar más tarde al que dejaron libre los monjes franciscanos.
El convento de la Concepción, que llega con sus muros desde el palacio de Santa Cruz hasta el borde de la plataforma rocosa sobre la que se asienta la ciudad, ocupa una considerable extensión de terreno y esconde obras de arte de indudable interés, tanto las relacionadas con el primer cenobio franciscano como las que fueron fruto de las reformas introducidas en el siglo XVI por las monjas.
Del primer recinto monacal, que se extendió desde el siglo XIII al XV, se conservan un ábside, la torre, el claustro bajo y dos capillas a las que se accede desde un patio: la de Santa Catalina y la de San Jerónimo. La primera (siglo XIV) se cubre con una hermosa bóveda de crucería y se engalana con pinturas del siglo XV. La segunda, reconocible desde el exterior por su casquete esférico, es la estancia funeraria que un acaudalado mercader de paños fundó en 1422. Presenta una bóveda original y sorprendente, pues se compone de piezas de barro cocido y azulejos de Manises. En esta capilla se guarda el arco mudéjar (siglo XIV), decorado con pámpanos y pavos reales, que se trasladó desde el palacio del rey don Pedro.
Claustro bajo de ladrillo, con bóveda de crucería y sepulcros mudéjares, adornado con pinturas del siglo XV. La torre, del XIV, no sobresale en demasía por encima de las tejas. Construida en ladrillo y mampostería, muestra una lámina sobria y sencilla, aunque no carente de arcos de herradura ni del habitual friso de arquillos ciegos y polilobulados.
Entre las obras realizadas en el siglo XVI deben citarse el claustro alto (con yeserías y pinturas murales), el refectorio, el coro bajo, el patio de los Aljibes (también enriquecido con yeserías platerescas y moriscas) y la iglesia. Templo conventual de una sola nave, con capillas laterales y coro sustentado sobre un bosque de columnas. A la derecha se abre la capilla de los Francos, rehabilitada en el año 2002, que exhibe un conjunto de sepulcros y una bóveda nervada. En el templo se pueden admirar diversas obras de arte.
Textos de:
GILES, Fernando de, y RAMOS, Alfredo. Guía Total: Castilla-La Mancha. Anaya Touring. Madrid, 2002.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Toledo. Anaya Touring. Madrid, 2008.
Enlace a la Entrada anterior de Toledo**:
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