7835. SEVILLA, capital. Diversos objetos de procedencia musulmana en la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7836. SEVILLA, capital. Zócalo de estuco almohade en la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7837. SEVILLA, capital. Tinaja musulmana en la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7838. SEVILLA, capital. Brocal de pozo poligonal musulmán en la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7839. SEVILLA, capital. Brocal de pozo cilíndrico musulmán en la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7840. SEVILLA, capital. Arco musulmán en la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7841. SEVILLA, capital. Pila de origen musulmán en la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7842. SEVILLA, capital. Epígrafe granítico musulmán de la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7843. SEVILLA, capital. Piezas cerámicas de la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7844. SEVILLA, capital. Epitafio musulmán en mármol, de la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
7845. SEVILLA, capital. Vasija musulmana de la sala XXVII del Museo Arqueológico. |
SEVILLA** (MLXXVIII), capital de la provincia y de la comunidad: 6 de junio de 2018.
EDAD MEDIA Y MODERNA
A principios del siglo VIII, el enfrentamiento entre los nobles partidarios de Agila, hijo de Witiza, y Rodrigo, elegido nuevo rey de los godos, tuvo como última consecuencia la islamización de Hispania, al llamar aquéllos en su ayuda a los musulmanes del otro lado del Estrecho.
El año 711 Tarik ben Ziyad desembarcó en Gibraltar dispuesto a ayudar a los witizanos y, en la batalla, que tiene lugar cerca del río Guadalete, es derrotado y muerto D. Rodrigo. No por ello, sin embargo, abandonan los musulmanes la Península, antes al contrario, aprovechando el vacío de poder provocado por la guerra civil y la muerte del rey, penetran hacia el interior. Al año siguiente Muza ben Nusayr pone sitio a Sevilla, que es conquistada con ayuda de las comunidades judías, duramente maltratadas por los visigodos.
A partir de este momento los musulmanes desplazan políticamente a los visigodos; y se organizan militarmente en torno a un emir, que es nombrado el califa omeya de Damasco. El primero de ellos, Abd-el-Aziz, hijo de Muza, establece la capital en Sevilla. Pero desde el año 719 el emir reside en Córdoba. A mediados del siglo VIII, con motivo de las luchas entre omeyas y abbasíes, en Damasco, un omeya logra huir y llega a España en el 755. Es Abderramán I (756-788); se proclama emir independiente del de la capital oriental y hace hereditario el emirato, hasta que Abderramán III, en el año 942, se hace llamar califa, príncipe de los creyentes y soberano absoluto. Y convierte a Córdoba en el centro político y cultural de Occidente.
Al califato suceden diversos periodos: el taifa, escisión del reinado anterior en pequeños estados (1035-1087); la invasión almorávide (1087-1122); el período almohade, la época de mayor esplendor para Sevilla (1122-1232), y el reino nazarí (1232-1492), reducido ya al de Granada.
El Islam proporciona una enorme cantidad de elementos al patrimonio cultural de la Humanidad. Tiene su fundamento en un libro, el Corán, que es la palabra de Dios revelada a Muhammad, según la creencia general del musulmán que orienta su vida guiado por sus mandatos. Su entrada en la Península interrumpe una tradición cultural que en la Bética había comenzado hacía casi mil años. Aportará, sin embargo, nuevas ideas y un espíritu nuevo que darán lugar a una de las más brillantes manifestaciones artísticas y culturales de Andalucía.
La arquitectura musulmana está dedicada al monarca como representante de Dios en la tierra. Su principal creación es la mezquita, núcleo de la vida pública de la ciudad; no es casa de Dios sino casa de oración, centro de enseñanza y foro.
En los primeros tiempos de la dominación musulmana, la arquitectura religiosa no hace sino adaptar a las necesidades de la comunidad las construcciones anteriores. El verdadero arte hispanomusulmán no comienza hasta la época omeya, con Abderramán I, y en sus edificios se reaprovechan materiales de edificios romanos y visigodos.
Múltiples influencias conforman este arte, que toma del romano basas, fustes, capiteles y sillares; del visigodo, el arco de herradura y el capitel de pencas; del bizantino, las representaciones figuradas y de los abbasíes, los arcos lobulados. Lo propiamente andalusí son las cúpulas nervadas, el ataurique y los capiteles de avispero.
Sevilla debió tener desde los primeros tiempos de la dominación varias mezquitas, pero apenas queda constancia de alguna de ellas. En tiempos de Abderramán II se construyó la primera, la de Ibn Adabbas. En el fuste de columna de mármol colocado horizontal en la sala, se conserva su inscripción fundacional en caracteres cúficos: "Dios tenga misericordia de Abd al-Rahman b. al -Hakam, el emir justo, el bien guiado por Dios, que ordenó la construcción de esta mezquita bajo la dirección de Umar b. Adabbas, cadí de Sevilla, en el año 214 (del 11 de marzo del 829 al 28 de febrero del 830). Y ha escrito esto Abd al-Barr b. Harum". La insrcipción tiene una importancia excepcional, ya que es la única fuente de información de la arquitectura religiosa emiral en Andalucía. Esta mezquita estaba donde hoy se alza la iglesia de El Salvador, de ella se conservan en el patio de los naranjos, una arquería con capiteles romanos y visigodos, la parte inferior del alminar y una inscripción de Al-Mutamid que se refiere a una restauración del mismo.
La corte de Córdoba, que había iniciado su relevancia cultural con Abderramán I, alcanza su cenit en el reinado de Abderramán III, el primer califa (912-961). La ciudad es el centro cultural de todo el occidente de Europa, brillando en las ciencias, las artes, las letras y el pensamiento. Reflejo del poder de Abderramán y de la riqueza de su reino, fue la ciudad palacio que mandó construir en las cercanías de Córdoba: Madinat al-Zahra, que conocemos por las fuentes árabes.
En su tiempo y con un estilo inconfundiblemente califal, se construyó la mezquita mayor de Baena. De ella procede el panel de mármol blanco que se exhibe junto a la puerta de entrada. Está decorado con labor de ataurique, con una composición vegetal simétrica consistente en un tallo central del que salen ramos ondulados, en una bella versión del antiguo árbol de la vida.
A comienzos del siglo XI, Al-Andalus se fragmenta en pequeños reinos o taifas. La de Sevilla sobresale en el aspecto cultural, que hereda de Córdoba. La nueva monarquía tiene su origen en la familia de los Banu Abbad, destacando entre sus miembros el rey poeta Al-Mutamid (1068-1091), que conquista Córdoba y convierte a Sevilla en un emporio cultural, cuyo florecimiento repercutió también en la arquitectura.. Testimonio de una de sus realizaciones es la inscripción en una lápida de mármol blanco, en caracteres cúficos, que se refiere a la erección del alminar de una mezquita, mandado construir en 1085 por la esposa favorita del rey, I'Timad al-Rumaykiyya. Esta inscripción estuvo hasta el año 1868 en un muro de la torre de la actual iglesia de San Juan de la Palma, donde se dice que pudo estar la mezquita mayor abbadí.
El pueblo almohade, de moral severa e intransigente en el aspecto religioso, dotó a la ciudad de importantes monumentos civiles, militares y religiosos, entre ellos, los dos simbólicos edificios por los que se la conoce actualmente en el mundo entero: la Giralda, alminar de la mezquita mayor, construida por orden del califa Abu Yacub Yusuf entre 1184 y 1195, y la Torre del Oro, una de las torres albarranas del Alcázar para defensa del puerto fluvial, que se edificó de 1220 a 1221. Esta lleva en su segundo cuerpo una decoración exterior de arcos ciegos, apeados en delgadas columnitas de cerámica rematadas por capiteles corintios también de cerámica. Uno de estos capiteles, que se quitó en 1899, en una de las restauraciones de la torre, se expone en la vitrina del centro de la sala.
Muy relacionados con la religión están los baños, que solían es formar parte de las mezquitas y, como es lógico, también en los palacios. Podían ser públicos y privados, desarrollándose en ellos parte de la vida social de la ciudad su antecedente son las termas romanas; seguían su mismo esquema funcional, pero eran de menor tamaño. En Sevilla se conservan restos de algunos, integrados en edificios modernos. Hace unos años se excavaron los conocidos como Baños de la Reina Mora, en la calle de su nombre. Se halló un patio con arquerías apoyadas sobre columnas de mármol, en torno al cual se disponen cuatro grandes salas cubiertas con bóvedas de cañón rebajadas, con lucernarios estrellados. Se pudo localizar el aljibe y la noria que surtían el agua. Esta excavación proporcionó abundante material cerámico, una selección del cual se expone en la vitrina; jarros, marmitas, ataifores, candiles, atanores, etc. Su cronología se extiende desde el siglo XI a la segunda mitad del siglo XIII, en épocas taifa y almohade.
El Corán impone la obligación del cuidado y limpieza del cuerpo, ya que el agua en el Islam tiene caracteres de bendición: purifica y regenera; y el ritual dicta la práctica de las abluciones antes de la oración. Para proporcionar el agua necesaria solía haber pozos en los patios de las mezquitas. A uno de ellos, o al de alguna casa noble, pudo pertenecer el brocal de mármol que vemos a la izquierda de la sala. De forma octogonal presenta en la parte superior una moldura trenzada, por debajo de la cual corre una inscripción que, en caracteres cúficos, desea una serie de bienes materiales y espirituales para su dueño. Fue realizado entre los siglos X y XI y procede de Sevilla.
En relación con el agua, pero con un carácter más estrictamente ornamental, está la pila que vemos exenta bajo el arco lobulado. Es de época califal y procede de Sevilla. De piedra caliza y forma prismática rectangular, está decorada en tres de sus caras con dos cenefas en relieve; la posterior es lisa. En su centro, en la parte alta, el orificio para la entrada de agua; otro, en el fondo, servía de desagüe. El relieve de la cenefa superior presenta en el centro un galápago sobre un disco, con la cabeza para arriba; hacia la cola del galápago van dos peces en sentido contrario y, a un lado y otro se acercan una fila de tres patos. Por debajo de esta cenefa y rellenando el resto de la superficie, corre otra con plantas acuáticas. Las misma decoraciones llenan las caras laterales. El interior está liso, excepto una franja junto al borde, limitada por dos líneas incisas.
Por debajo de esta pila vemos otra, de cerámica, almohade, vidriada en verde, en forma de artesa decorada con molduras y pequeñas jarritas adosadas, de las que solo se conserva el fondo. El borde, plano, va decorado con una inscripción en caracteres cúficos.
Los capiteles siguen los modelos romanos, más fielmente al principio y evolucionando a lo largo del periodo califal; en cuanto a la técnica, los artesanos emplean la talla bizantina, con mucho trabajo de trépano que da a las hojas apariencia de blonda, creando el ataurique a partir del acanto. En lso que se exponen en la sala, se puede apreciar la calidad de los talleres de canteros sevillanos del moento, que llegaron a conseguir una talla perfecta de un alto barroquismo. Aunque todos son de época califal, se puede apreciar la diferencia entre los más primitivos, que conservan los caracteres clásicos, y los más evolucionados con su primorosa labor de calado, que desaparece en los dos ejemplares almohades que se hallan a la entrada a la sala, procedentes del llamado Palacio de Altamira, en el centro de la ciudad.
Por debajo podemos ver dos basas, decoradas con trenzas, cintas, roleos, hojas y flores muy estilizadas. Una de ellas lleva una inscripción en caracteres cúficos: "En el nombre de Dios la bendición, la seguridad, el poder, la magnificencia y la grandeza de Dios único, todopoderoso". Proceden probablemente de Sevilla, y son muy semejantes a las de Madinat al-Zahra.
Otras tres piezas epigráficas están colocadas en la sala. Una, conmemorativa, está escrita en caracteres nesjíes, escritura introducida por los almohades: "Muharram del año 726. Ensalzado sea". Corresponde al año 1325 y procede, al parecer, de Granada. Las otras dos, en escritura cúfica, son funerarias y están dedicadas una, incompleta, a Fata Safi, "gran oficial que murió el día del comabate en Triana, al borde del río... el 24 de febrero de 1022", y la otra, de 1111, a Maryan, "que Allah tenga piedad de ella y de los musulmanes".
El desarrollo de las artes industriales en al-Andalus está ligado al esplendor de la producción de los países de Oriente. A través del comercio y de las relaciones con las cortes orientales, llegan a España objetos de cerámica, bronce, vidrio, orfebrería y tejidos, desde Irak, Egipto o Constantinopla y, en ocasiones, hasta desde la lejana China, con los cuales, al reproducirse en talleres hispanos, se introducen sus técnicas, estilos y motivos decorativos que influirán sobre los locales.
Una característica común a todas las artes menores del Islam es el deseo de dotar de belleza incluso a los objetos de uso doméstico más comunes. En el periodo emiral el avance fundamental es la generalización del vidrio o vidriado, con el que la pieza de cerámica adquiere belleza e impermeabilidad. El siglo X es periodo de descubrimientos: empieza la producción de cerámica verde y manganeso y los artesanos obtienen el reflejo metálico o cerámica dorada, que tiene una larga perduración en cerámicas posteriores. De época califal o taifa es el hallazgo de la técnica de la cuerda seca, que se puede explicar como similar a la del esmalte cloisoné, donde el manganeso mezclado con grasa hace las veces de tabique que separa los colores. Sobre la pared, a la izquierda de la sala, se han colocado algunos azulejos de cuerda seca, como ejemplo de la importancia que tuvo esta cerámica a partir de entonces aplicada a la arquitectura.
De la cerámica almorávide se conoce muy poco. Pero bajo el dominio almohade surge un esplendor decorativo y formal que no se había dado hasta entonces: se reincorporan los temas epigráficos en cursiva o cúfica; aparecen las técnicas del esgrafiado y, sobre todo, el estampillado, disponiéndose las estampillas a modo de bandas que cubrían toda la superficie de las piezas, por lo general brocales de pozo y grandes tinajas destinadas a almacenar líquidos y sólidos. Los temas de las estampillas son el ataurique y otros motivos florales, geométricos, inscripciones cúficas o nesjíes, arquillos y elementos arquitectónicos estilizados alternando con símbolos mágicos; manos de Fátima y sellos de Salomón. Cuando las tinajas se destinaban a contener agua, se colocaban debajo unos reposatinajas, provistos de pitorro con el que poder recoger el agua que rezumaba de ellas, como filtros. Este tipo de cerámica se difundió mucho; cada taller tuvo unas características específicas. Perduró en el arte mudéjar hasta el siglo XVI, siendo difícil a veces su identificación cronológica. En la sala se pueden ver varias de estas tinajas y soportes de talleres andaluces y toledanos.
Sevilla, en esta época, es un importante centro productor de cerámica vidriada. Los alfares árabes estaban situados en la zona de la Puerta de Jerez, entre la muralla y el arroyo Tagarete. Al realizarse allí en 1960 una zanja para acometida de servicios, quedaron al descubierto una gran cantidad de vasijas rotas, datadas en los siglos X al XII, que debían proceder de los vaciaderos o testares de las alfarerías. A partir de esa fecha se prohibió que los alfares estuvieran en el interior del recinto amurallado, a causa de las molestias que los humos causaban al vecindario. Probablemente se trasladarán a Triana, donde hasta hace pocos años perduraban todavía algunos hornos. En las vitrinas, dedicada una al periodo emiral y califal, y lastra al almohade, el de mayor esplendor en Sevilla, se pueden ver diversas vasijas procedentes de esos lugares: botellas, redomas, cuencos, ataifores, atifles, etc., así como una selección de distintos tipos de candiles. Se expone con ellos una figura de león, de época califal, procedente de una fuente, hallado en la calle Sierpes, y algunos vidrios lisos y decorados localizados en las recientes excavaciones de la Plaza de la Encarnación.
Aunque los textos árabes hablan de la abundancia de metales preciosos, especialmente plata, durante la dominación musulmana, son escasos los testimonios materiales que de ellos han llegado hasta nosotros, si exceptuamos su aplicación a la numismática, dinares o doblas de oro y dirhemes de plata, que pueden considerarse pequeñas obras de arte muchas de las cuales se harían en la propia ciudad, como atestiguan los moldes de piedra hallados en ella. Se ha hablado también de tesorillos de orfebrería de esta época, escondidos en momentos de peligro. Quizá el anillo de oro de la vitrina, de chatón hemiglobular con tres líneas de escritura, pueda proceder de alguno de esos tesoros.
Más abundantes son los de bronce, sobre todo los candiles, de cronología difícil, ya que, en los siglos XI y XII se continúan fabricando con formas semejantes a las del periodo califal. En la vitrina se han colocado dos ejemplares significativos. El primero, que procede de Osuna, con un recipiente para el aceite, mechero o piquera y un asa en forma de ave. El depósito tiene decoración dispuesta en dos fajas, la inferior con ataurique y la superior con una inscripción repetida alusiva a la bendición de Alá. El depósito del otro, que al parecer procede de Sevilla, lo forma el vientre de un ave adaptado para dar lugar a la piquera.
De Sevilla es también probablemente, y de época califal, el acetre de bronce, de cuerpo cilíndrico, que lleva como ornamentación un epígrafe cúfico entre dos líneas de puntos. A su lado se han colocado en la vitrina tres dedales de espartero, que presentan el borde decorado con la expresión al-mulik: "el poder".
Del período de las invasiones del Norte de África, podrían ser los amuletos, de plomo o bronce, en forma de placa cuadrada, circular o de cilindro hueco. Llevan anilla para colgar, posiblemente al cuello, con una inscripción en muy bajo relieve que hace alusión al mal de ojo o a la prevención contra el demonio.
Del trabajo en marfil o hueso, de los que tan bellos ejemplares produjo el arte andalusí, no quedan muy pocas cosas en Sevilla. En el Museo solo conservamos una flauta con decoración incisa vegetal e inscripciones nesjí, y un posible mango de algún objeto que no identificamos. Los dos son de época almohade. Lo, mismo que la estructura del tambor de cerámica cubierta de engobe rojizo procedente de La Puebla del Río. Almohade es también la espada de hierro de la vitrina y las dos pinturas murales, una con decoración de lacería y otra epigráfica, que podemos observar por detrás de ella.
Musulmanes, judíos y cristianos convivieron pacíficamente durante la mayor parte de la Edad Media, tal vez porque los primeros llevaron a buen fin las recomendaciones del Corán: "No discutáis con las gentes del Libro (cristianos y judíos), si no es de manera amable ... Nuestro Dios y vuestro Dios son uno y nosotros. Le estamos sometidos" (Sura 29, 45). Cuando entraron los árabes muchos hispanovisigodos continuaron viviendo bajo su dominación y practicando la religión cristiana y sus leyes, siendo una comunidad protegida mediante pactos con los conquistadores. Son los mozárabes. Su arte es un conjunto de elementos romanos, visigodos y árabes que se desarrolló desde el siglo X. En Andalucía, sin embargo, los monumentos mozárabes fueron destrozados por almorávides y almohades, que los expulsaron hacia el Norte, donde crearon edificios de una gran belleza que aún se conservan, como San Miguel de Escalada, San Cebrián de Mazote o San Baudelio de Berlanga. Gracias a las miniaturas de los libros decorados por ellos, los Beatos y Biblias, se conoce mejor el gusto y la cultura árabes. Testimonio de esta cultura es la inscripción colocada a la izquierda de la puerta de entrada, que señalaba la sepultura de una cristiana, Crismatis, que vivió en Córdoba en el año 1020.
Para los árabes también el judaísmo era una religión tolerada y los judíos constituyeron una minoría a su servicio desde los primeros tiempos de la conquista. A los árabes les eran necesarios puesto que se dedicaban al comercio y las tareas administrativas, entre éstas la recaudación de tributos que ellos no realizaban. Llegaron a ser una clase urbana importante y de gran influencia. Su mejor época fue el califato, llegando a alcanzar en los siglos X y XI el mayor bienestar y nivel cultural de toda la Edad Media y Moderna fuera de Israel. En este tiempo pasó el centro religioso y cultural del judaísmo a Córdoba y Lucena, desde donde se impartían directrices para los judíos de todo el mundo. Esta situación cambió con los almorávides, por su intolerancia religiosa, y empeoró con los almohades qu les impusieron la conversión al Islam, por lo que tuvieron que huir a Castilla, Aragón y Navarra.
De dos personajes influyentes son, sin duda, los sellos hebreos del siglo XIV que se exponen en la vitrina, junto a los materiales almohades. Uno es lobulado, con una flor de lis en el centro y una inscripción que aparece repartida en los cuatro lóbulos, en la que se lee el nombre de su propietario: Abraham bar Saadia. El otro es un sello oblongo, con inscripción bilingüe en hebreo y latín; en el centro lleva un árbol con siete ramas terminadas en frutos, quizá trasunto del candelabro de siete brazos.
A media que los cristianos iban reconquistando territorios, muchos musulmanes quedaron bajo la protección de las autoridades cristianas, profesando públicamente su fe. Son los mudéjares, que desarrollaron un arte de acuerdo con las tradiciones estéticas hispanomusulmanas, durante los siglos XIII al XVI. En la arquitectura se puede constatar su importancia en los numerosos edificios que se erigieron por toda la Península y concretamente en Sevilla, en sus bellas iglesias y en el deslumbrante alcázar del Rey D. Pedro. En las artes menores destacan por su trabajo sobre madera, la llamada carpintería de lo blanco, en la que realizaron vigas, zapatas, artesonados, celosías, etc., de las que se exponen algunos ejemplos sobre la pared, a la derecha de la sala.
También es muy importante su producción cerámica. En Andalucía perduran las formas, técnicas y decoraciones anteriores hasta el siglo XVI, por lo que es difícil distinguir las tinajas o brocales de pozo almohades de los realizados por los mudéjares. Además de estos grandes recipientes, figura en la sala una pila bautismal, procedente del Hospital de San Lázaro, de Sevilla. Está vidriada en verde con una decoración dividida en zonas en las que figuran un cordón franciscano y piñas y roleos vegetales con flores estilizadas, de influencia gótica, pues aquí el estilo gótico se mezcló con el mudéjar.
A partir de este momento los musulmanes desplazan políticamente a los visigodos; y se organizan militarmente en torno a un emir, que es nombrado el califa omeya de Damasco. El primero de ellos, Abd-el-Aziz, hijo de Muza, establece la capital en Sevilla. Pero desde el año 719 el emir reside en Córdoba. A mediados del siglo VIII, con motivo de las luchas entre omeyas y abbasíes, en Damasco, un omeya logra huir y llega a España en el 755. Es Abderramán I (756-788); se proclama emir independiente del de la capital oriental y hace hereditario el emirato, hasta que Abderramán III, en el año 942, se hace llamar califa, príncipe de los creyentes y soberano absoluto. Y convierte a Córdoba en el centro político y cultural de Occidente.
Al califato suceden diversos periodos: el taifa, escisión del reinado anterior en pequeños estados (1035-1087); la invasión almorávide (1087-1122); el período almohade, la época de mayor esplendor para Sevilla (1122-1232), y el reino nazarí (1232-1492), reducido ya al de Granada.
El Islam proporciona una enorme cantidad de elementos al patrimonio cultural de la Humanidad. Tiene su fundamento en un libro, el Corán, que es la palabra de Dios revelada a Muhammad, según la creencia general del musulmán que orienta su vida guiado por sus mandatos. Su entrada en la Península interrumpe una tradición cultural que en la Bética había comenzado hacía casi mil años. Aportará, sin embargo, nuevas ideas y un espíritu nuevo que darán lugar a una de las más brillantes manifestaciones artísticas y culturales de Andalucía.
La arquitectura musulmana está dedicada al monarca como representante de Dios en la tierra. Su principal creación es la mezquita, núcleo de la vida pública de la ciudad; no es casa de Dios sino casa de oración, centro de enseñanza y foro.
En los primeros tiempos de la dominación musulmana, la arquitectura religiosa no hace sino adaptar a las necesidades de la comunidad las construcciones anteriores. El verdadero arte hispanomusulmán no comienza hasta la época omeya, con Abderramán I, y en sus edificios se reaprovechan materiales de edificios romanos y visigodos.
Múltiples influencias conforman este arte, que toma del romano basas, fustes, capiteles y sillares; del visigodo, el arco de herradura y el capitel de pencas; del bizantino, las representaciones figuradas y de los abbasíes, los arcos lobulados. Lo propiamente andalusí son las cúpulas nervadas, el ataurique y los capiteles de avispero.
Sevilla debió tener desde los primeros tiempos de la dominación varias mezquitas, pero apenas queda constancia de alguna de ellas. En tiempos de Abderramán II se construyó la primera, la de Ibn Adabbas. En el fuste de columna de mármol colocado horizontal en la sala, se conserva su inscripción fundacional en caracteres cúficos: "Dios tenga misericordia de Abd al-Rahman b. al -Hakam, el emir justo, el bien guiado por Dios, que ordenó la construcción de esta mezquita bajo la dirección de Umar b. Adabbas, cadí de Sevilla, en el año 214 (del 11 de marzo del 829 al 28 de febrero del 830). Y ha escrito esto Abd al-Barr b. Harum". La insrcipción tiene una importancia excepcional, ya que es la única fuente de información de la arquitectura religiosa emiral en Andalucía. Esta mezquita estaba donde hoy se alza la iglesia de El Salvador, de ella se conservan en el patio de los naranjos, una arquería con capiteles romanos y visigodos, la parte inferior del alminar y una inscripción de Al-Mutamid que se refiere a una restauración del mismo.
La corte de Córdoba, que había iniciado su relevancia cultural con Abderramán I, alcanza su cenit en el reinado de Abderramán III, el primer califa (912-961). La ciudad es el centro cultural de todo el occidente de Europa, brillando en las ciencias, las artes, las letras y el pensamiento. Reflejo del poder de Abderramán y de la riqueza de su reino, fue la ciudad palacio que mandó construir en las cercanías de Córdoba: Madinat al-Zahra, que conocemos por las fuentes árabes.
En su tiempo y con un estilo inconfundiblemente califal, se construyó la mezquita mayor de Baena. De ella procede el panel de mármol blanco que se exhibe junto a la puerta de entrada. Está decorado con labor de ataurique, con una composición vegetal simétrica consistente en un tallo central del que salen ramos ondulados, en una bella versión del antiguo árbol de la vida.
A comienzos del siglo XI, Al-Andalus se fragmenta en pequeños reinos o taifas. La de Sevilla sobresale en el aspecto cultural, que hereda de Córdoba. La nueva monarquía tiene su origen en la familia de los Banu Abbad, destacando entre sus miembros el rey poeta Al-Mutamid (1068-1091), que conquista Córdoba y convierte a Sevilla en un emporio cultural, cuyo florecimiento repercutió también en la arquitectura.. Testimonio de una de sus realizaciones es la inscripción en una lápida de mármol blanco, en caracteres cúficos, que se refiere a la erección del alminar de una mezquita, mandado construir en 1085 por la esposa favorita del rey, I'Timad al-Rumaykiyya. Esta inscripción estuvo hasta el año 1868 en un muro de la torre de la actual iglesia de San Juan de la Palma, donde se dice que pudo estar la mezquita mayor abbadí.
El pueblo almohade, de moral severa e intransigente en el aspecto religioso, dotó a la ciudad de importantes monumentos civiles, militares y religiosos, entre ellos, los dos simbólicos edificios por los que se la conoce actualmente en el mundo entero: la Giralda, alminar de la mezquita mayor, construida por orden del califa Abu Yacub Yusuf entre 1184 y 1195, y la Torre del Oro, una de las torres albarranas del Alcázar para defensa del puerto fluvial, que se edificó de 1220 a 1221. Esta lleva en su segundo cuerpo una decoración exterior de arcos ciegos, apeados en delgadas columnitas de cerámica rematadas por capiteles corintios también de cerámica. Uno de estos capiteles, que se quitó en 1899, en una de las restauraciones de la torre, se expone en la vitrina del centro de la sala.
Muy relacionados con la religión están los baños, que solían es formar parte de las mezquitas y, como es lógico, también en los palacios. Podían ser públicos y privados, desarrollándose en ellos parte de la vida social de la ciudad su antecedente son las termas romanas; seguían su mismo esquema funcional, pero eran de menor tamaño. En Sevilla se conservan restos de algunos, integrados en edificios modernos. Hace unos años se excavaron los conocidos como Baños de la Reina Mora, en la calle de su nombre. Se halló un patio con arquerías apoyadas sobre columnas de mármol, en torno al cual se disponen cuatro grandes salas cubiertas con bóvedas de cañón rebajadas, con lucernarios estrellados. Se pudo localizar el aljibe y la noria que surtían el agua. Esta excavación proporcionó abundante material cerámico, una selección del cual se expone en la vitrina; jarros, marmitas, ataifores, candiles, atanores, etc. Su cronología se extiende desde el siglo XI a la segunda mitad del siglo XIII, en épocas taifa y almohade.
El Corán impone la obligación del cuidado y limpieza del cuerpo, ya que el agua en el Islam tiene caracteres de bendición: purifica y regenera; y el ritual dicta la práctica de las abluciones antes de la oración. Para proporcionar el agua necesaria solía haber pozos en los patios de las mezquitas. A uno de ellos, o al de alguna casa noble, pudo pertenecer el brocal de mármol que vemos a la izquierda de la sala. De forma octogonal presenta en la parte superior una moldura trenzada, por debajo de la cual corre una inscripción que, en caracteres cúficos, desea una serie de bienes materiales y espirituales para su dueño. Fue realizado entre los siglos X y XI y procede de Sevilla.
En relación con el agua, pero con un carácter más estrictamente ornamental, está la pila que vemos exenta bajo el arco lobulado. Es de época califal y procede de Sevilla. De piedra caliza y forma prismática rectangular, está decorada en tres de sus caras con dos cenefas en relieve; la posterior es lisa. En su centro, en la parte alta, el orificio para la entrada de agua; otro, en el fondo, servía de desagüe. El relieve de la cenefa superior presenta en el centro un galápago sobre un disco, con la cabeza para arriba; hacia la cola del galápago van dos peces en sentido contrario y, a un lado y otro se acercan una fila de tres patos. Por debajo de esta cenefa y rellenando el resto de la superficie, corre otra con plantas acuáticas. Las misma decoraciones llenan las caras laterales. El interior está liso, excepto una franja junto al borde, limitada por dos líneas incisas.
Por debajo de esta pila vemos otra, de cerámica, almohade, vidriada en verde, en forma de artesa decorada con molduras y pequeñas jarritas adosadas, de las que solo se conserva el fondo. El borde, plano, va decorado con una inscripción en caracteres cúficos.
Los capiteles siguen los modelos romanos, más fielmente al principio y evolucionando a lo largo del periodo califal; en cuanto a la técnica, los artesanos emplean la talla bizantina, con mucho trabajo de trépano que da a las hojas apariencia de blonda, creando el ataurique a partir del acanto. En lso que se exponen en la sala, se puede apreciar la calidad de los talleres de canteros sevillanos del moento, que llegaron a conseguir una talla perfecta de un alto barroquismo. Aunque todos son de época califal, se puede apreciar la diferencia entre los más primitivos, que conservan los caracteres clásicos, y los más evolucionados con su primorosa labor de calado, que desaparece en los dos ejemplares almohades que se hallan a la entrada a la sala, procedentes del llamado Palacio de Altamira, en el centro de la ciudad.
Por debajo podemos ver dos basas, decoradas con trenzas, cintas, roleos, hojas y flores muy estilizadas. Una de ellas lleva una inscripción en caracteres cúficos: "En el nombre de Dios la bendición, la seguridad, el poder, la magnificencia y la grandeza de Dios único, todopoderoso". Proceden probablemente de Sevilla, y son muy semejantes a las de Madinat al-Zahra.
Otras tres piezas epigráficas están colocadas en la sala. Una, conmemorativa, está escrita en caracteres nesjíes, escritura introducida por los almohades: "Muharram del año 726. Ensalzado sea". Corresponde al año 1325 y procede, al parecer, de Granada. Las otras dos, en escritura cúfica, son funerarias y están dedicadas una, incompleta, a Fata Safi, "gran oficial que murió el día del comabate en Triana, al borde del río... el 24 de febrero de 1022", y la otra, de 1111, a Maryan, "que Allah tenga piedad de ella y de los musulmanes".
El desarrollo de las artes industriales en al-Andalus está ligado al esplendor de la producción de los países de Oriente. A través del comercio y de las relaciones con las cortes orientales, llegan a España objetos de cerámica, bronce, vidrio, orfebrería y tejidos, desde Irak, Egipto o Constantinopla y, en ocasiones, hasta desde la lejana China, con los cuales, al reproducirse en talleres hispanos, se introducen sus técnicas, estilos y motivos decorativos que influirán sobre los locales.
Una característica común a todas las artes menores del Islam es el deseo de dotar de belleza incluso a los objetos de uso doméstico más comunes. En el periodo emiral el avance fundamental es la generalización del vidrio o vidriado, con el que la pieza de cerámica adquiere belleza e impermeabilidad. El siglo X es periodo de descubrimientos: empieza la producción de cerámica verde y manganeso y los artesanos obtienen el reflejo metálico o cerámica dorada, que tiene una larga perduración en cerámicas posteriores. De época califal o taifa es el hallazgo de la técnica de la cuerda seca, que se puede explicar como similar a la del esmalte cloisoné, donde el manganeso mezclado con grasa hace las veces de tabique que separa los colores. Sobre la pared, a la izquierda de la sala, se han colocado algunos azulejos de cuerda seca, como ejemplo de la importancia que tuvo esta cerámica a partir de entonces aplicada a la arquitectura.
De la cerámica almorávide se conoce muy poco. Pero bajo el dominio almohade surge un esplendor decorativo y formal que no se había dado hasta entonces: se reincorporan los temas epigráficos en cursiva o cúfica; aparecen las técnicas del esgrafiado y, sobre todo, el estampillado, disponiéndose las estampillas a modo de bandas que cubrían toda la superficie de las piezas, por lo general brocales de pozo y grandes tinajas destinadas a almacenar líquidos y sólidos. Los temas de las estampillas son el ataurique y otros motivos florales, geométricos, inscripciones cúficas o nesjíes, arquillos y elementos arquitectónicos estilizados alternando con símbolos mágicos; manos de Fátima y sellos de Salomón. Cuando las tinajas se destinaban a contener agua, se colocaban debajo unos reposatinajas, provistos de pitorro con el que poder recoger el agua que rezumaba de ellas, como filtros. Este tipo de cerámica se difundió mucho; cada taller tuvo unas características específicas. Perduró en el arte mudéjar hasta el siglo XVI, siendo difícil a veces su identificación cronológica. En la sala se pueden ver varias de estas tinajas y soportes de talleres andaluces y toledanos.
Sevilla, en esta época, es un importante centro productor de cerámica vidriada. Los alfares árabes estaban situados en la zona de la Puerta de Jerez, entre la muralla y el arroyo Tagarete. Al realizarse allí en 1960 una zanja para acometida de servicios, quedaron al descubierto una gran cantidad de vasijas rotas, datadas en los siglos X al XII, que debían proceder de los vaciaderos o testares de las alfarerías. A partir de esa fecha se prohibió que los alfares estuvieran en el interior del recinto amurallado, a causa de las molestias que los humos causaban al vecindario. Probablemente se trasladarán a Triana, donde hasta hace pocos años perduraban todavía algunos hornos. En las vitrinas, dedicada una al periodo emiral y califal, y lastra al almohade, el de mayor esplendor en Sevilla, se pueden ver diversas vasijas procedentes de esos lugares: botellas, redomas, cuencos, ataifores, atifles, etc., así como una selección de distintos tipos de candiles. Se expone con ellos una figura de león, de época califal, procedente de una fuente, hallado en la calle Sierpes, y algunos vidrios lisos y decorados localizados en las recientes excavaciones de la Plaza de la Encarnación.
Aunque los textos árabes hablan de la abundancia de metales preciosos, especialmente plata, durante la dominación musulmana, son escasos los testimonios materiales que de ellos han llegado hasta nosotros, si exceptuamos su aplicación a la numismática, dinares o doblas de oro y dirhemes de plata, que pueden considerarse pequeñas obras de arte muchas de las cuales se harían en la propia ciudad, como atestiguan los moldes de piedra hallados en ella. Se ha hablado también de tesorillos de orfebrería de esta época, escondidos en momentos de peligro. Quizá el anillo de oro de la vitrina, de chatón hemiglobular con tres líneas de escritura, pueda proceder de alguno de esos tesoros.
Más abundantes son los de bronce, sobre todo los candiles, de cronología difícil, ya que, en los siglos XI y XII se continúan fabricando con formas semejantes a las del periodo califal. En la vitrina se han colocado dos ejemplares significativos. El primero, que procede de Osuna, con un recipiente para el aceite, mechero o piquera y un asa en forma de ave. El depósito tiene decoración dispuesta en dos fajas, la inferior con ataurique y la superior con una inscripción repetida alusiva a la bendición de Alá. El depósito del otro, que al parecer procede de Sevilla, lo forma el vientre de un ave adaptado para dar lugar a la piquera.
De Sevilla es también probablemente, y de época califal, el acetre de bronce, de cuerpo cilíndrico, que lleva como ornamentación un epígrafe cúfico entre dos líneas de puntos. A su lado se han colocado en la vitrina tres dedales de espartero, que presentan el borde decorado con la expresión al-mulik: "el poder".
Del período de las invasiones del Norte de África, podrían ser los amuletos, de plomo o bronce, en forma de placa cuadrada, circular o de cilindro hueco. Llevan anilla para colgar, posiblemente al cuello, con una inscripción en muy bajo relieve que hace alusión al mal de ojo o a la prevención contra el demonio.
Del trabajo en marfil o hueso, de los que tan bellos ejemplares produjo el arte andalusí, no quedan muy pocas cosas en Sevilla. En el Museo solo conservamos una flauta con decoración incisa vegetal e inscripciones nesjí, y un posible mango de algún objeto que no identificamos. Los dos son de época almohade. Lo, mismo que la estructura del tambor de cerámica cubierta de engobe rojizo procedente de La Puebla del Río. Almohade es también la espada de hierro de la vitrina y las dos pinturas murales, una con decoración de lacería y otra epigráfica, que podemos observar por detrás de ella.
Musulmanes, judíos y cristianos convivieron pacíficamente durante la mayor parte de la Edad Media, tal vez porque los primeros llevaron a buen fin las recomendaciones del Corán: "No discutáis con las gentes del Libro (cristianos y judíos), si no es de manera amable ... Nuestro Dios y vuestro Dios son uno y nosotros. Le estamos sometidos" (Sura 29, 45). Cuando entraron los árabes muchos hispanovisigodos continuaron viviendo bajo su dominación y practicando la religión cristiana y sus leyes, siendo una comunidad protegida mediante pactos con los conquistadores. Son los mozárabes. Su arte es un conjunto de elementos romanos, visigodos y árabes que se desarrolló desde el siglo X. En Andalucía, sin embargo, los monumentos mozárabes fueron destrozados por almorávides y almohades, que los expulsaron hacia el Norte, donde crearon edificios de una gran belleza que aún se conservan, como San Miguel de Escalada, San Cebrián de Mazote o San Baudelio de Berlanga. Gracias a las miniaturas de los libros decorados por ellos, los Beatos y Biblias, se conoce mejor el gusto y la cultura árabes. Testimonio de esta cultura es la inscripción colocada a la izquierda de la puerta de entrada, que señalaba la sepultura de una cristiana, Crismatis, que vivió en Córdoba en el año 1020.
Para los árabes también el judaísmo era una religión tolerada y los judíos constituyeron una minoría a su servicio desde los primeros tiempos de la conquista. A los árabes les eran necesarios puesto que se dedicaban al comercio y las tareas administrativas, entre éstas la recaudación de tributos que ellos no realizaban. Llegaron a ser una clase urbana importante y de gran influencia. Su mejor época fue el califato, llegando a alcanzar en los siglos X y XI el mayor bienestar y nivel cultural de toda la Edad Media y Moderna fuera de Israel. En este tiempo pasó el centro religioso y cultural del judaísmo a Córdoba y Lucena, desde donde se impartían directrices para los judíos de todo el mundo. Esta situación cambió con los almorávides, por su intolerancia religiosa, y empeoró con los almohades qu les impusieron la conversión al Islam, por lo que tuvieron que huir a Castilla, Aragón y Navarra.
De dos personajes influyentes son, sin duda, los sellos hebreos del siglo XIV que se exponen en la vitrina, junto a los materiales almohades. Uno es lobulado, con una flor de lis en el centro y una inscripción que aparece repartida en los cuatro lóbulos, en la que se lee el nombre de su propietario: Abraham bar Saadia. El otro es un sello oblongo, con inscripción bilingüe en hebreo y latín; en el centro lleva un árbol con siete ramas terminadas en frutos, quizá trasunto del candelabro de siete brazos.
A media que los cristianos iban reconquistando territorios, muchos musulmanes quedaron bajo la protección de las autoridades cristianas, profesando públicamente su fe. Son los mudéjares, que desarrollaron un arte de acuerdo con las tradiciones estéticas hispanomusulmanas, durante los siglos XIII al XVI. En la arquitectura se puede constatar su importancia en los numerosos edificios que se erigieron por toda la Península y concretamente en Sevilla, en sus bellas iglesias y en el deslumbrante alcázar del Rey D. Pedro. En las artes menores destacan por su trabajo sobre madera, la llamada carpintería de lo blanco, en la que realizaron vigas, zapatas, artesonados, celosías, etc., de las que se exponen algunos ejemplos sobre la pared, a la derecha de la sala.
También es muy importante su producción cerámica. En Andalucía perduran las formas, técnicas y decoraciones anteriores hasta el siglo XVI, por lo que es difícil distinguir las tinajas o brocales de pozo almohades de los realizados por los mudéjares. Además de estos grandes recipientes, figura en la sala una pila bautismal, procedente del Hospital de San Lázaro, de Sevilla. Está vidriada en verde con una decoración dividida en zonas en las que figuran un cordón franciscano y piñas y roleos vegetales con flores estilizadas, de influencia gótica, pues aquí el estilo gótico se mezcló con el mudéjar.
Textos de:
FERNÁNDEZ GÓMEZ, Fernando y MARTÍN GÓMEZ, Carmen. Museo arqueológico de Sevilla. Guía oficial. Consejería de Cultura, Junta de Andalucía. Sevilla, 2005.
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