1. BARCELONA, capital. Plaça de Catalunya.
2. BARCELONA, capital. Espadaña de la igl. del mon. de Sta. Anna.
3. BARCELONA, capital. Claustro del mon. de Sta. Anna.
4. BARCELONA, capital. Cúpula de la igl. del mon. de Sta. Anna.
5. BARCELONA, capital. Igl. de Betlem.
6. BARCELONA, capital. Palau de la Virreina.
7. BARCELONA, capital. Escalera geminada del patio central del Palau de la Virreina.
8. BARCELONA, capital. El mercat de Sant Josep o de la Boqueria.
9. BARCELONA, capital. Uno de los puestos del mercat de Sant Josep o de la Boqueria.
10. BARCELONA, capital. Casa Bruno Quadros.
11. BARCELONA, capital. Dragón de la fachada de la casa Bruno Quadros.
12. BARCELONA, capital. Acceso al hospital de la Sta. Creu.
13. BARCELONA, capital. Patio del hospital de la Sta. Creu.
14. BARCELONA, capital. Naves góticas del hospital de la Sta. Creu.
15. BARCELONA, capital. Fachada principal de la igl. del Pi.
16. BARCELONA, capital. Interior de la igl. del Pi.
17. BARCELONA, capital. Plaza Reial.
18. BARCELONA, capital. Un rincón de la plaza Reial.
BARCELONA** (I), capital de la provincia y de la comunidad: 17 de agosto de 2011.
Capital social, cultural y económica de la autonomía catalana, la gran urbe de Barcelona se encuentra enclavada entra la sierra litoral de Collserola y la costa mediterránea.
Barcelona es, en primer lugar, la suma de las muchas ciudades que ha sido en el curso de los siglos: la urbe romana, defendida por sus rotundos muros; la ciudad antigua, gótica y señorial; la refundación geométrica del Eixample; o la Barcelona Olímpica, que ha acumulado en una década las transformaciones que hubieran necesitado un siglo.
El centro de la ciudad
El corazón de la ciudad es siempre su plaza. Desde principios del siglo pasado el papel de la encrucijada de vidas y caminos lo desempeña la plaça de Catalunya*, frontera y enlace entre la ciudad antigua, construida intramuros durante los muchos siglos de su historia, y la nueva ciudad, refundada en el siglo XIX sobre un trazado geométrico. Iniciemos, pues, la visita de Barcelona partiendo de su corazón actual. El origen de la plaça de Catalunya, y también de su nombre, es popular. Una vez derribada la muralla, en la urbanización de la nueva Barcelona no estaba prevista una plaza de tal envergadura en ese lugar, y sólo la hicieron posible el hábito de los ciudadanos, con sus paseos por el descampado, y las quejas de la prensa. Su aspecto definitivo no se logró hasta 1927. La planta circular de la plaza comprende una zona central descubierta, donde tradicionalmente los niños echan de comer a las palomas y los barceloneses quedan citados, y un cinturón ajardinado que culmina en la parte alta con un conjunto ornamental formado por dos frentes simétricos y grupo escultórico en el que destaca el Pastor tocant el flabiol (instrumento típico catalán) de Pau Gargallo (1881-1934), esculpida en piedra de Montjuïc. El mosaico de la parte central dibuja una suerte de rosa de los vientos que señala los puntos por los que la ciudad se orienta de un modo muy peculiar (montaña, mar, izquierda y derecha) que no coincide con los cuatro cardinales; así el eje mar-montaña que vertebra la urbe corresponde a la dirección sureste-noroeste.
A través de un pequeño pajase, el carrer Rivadeneyra, en la parte inferior de la plaza, se accede al monasterio de Santa Anna*, cuya iglesia románica, fundada en el siglo XII, se ha conservado intacta a dos pasos de la urbe moderna, aunque a sus espaldas. Un jardincito preserva el lugar del fenomenal ajetreo desde el que se llega. La puerta principal es gótica (1300) y en su interior puede visitarse el claustro y la sala capitular.
La Rambla**
En la plaça de Catalunya confluyen las dos grandes vías que vertebran Barcelona, una por su zona moderna, el passeig de Gràcia, y otra por la antigua, la Rambla.
Descendiendo por este paseo, columna vertebral de la ciudad antigua, en primer término se encuentra, a mano derecha, la iglesia de Betlem. Su fachada lateral da a la Rambla, aunque su puerta principal se abre en la esquina con la calle del Carme. El templo y su torre es lo único que se conserva del convento fundado por los jesuitas en el siglo XVI. La iglesia actual, que sustituye a la primitiva incendiada cien años más tarde, se construyó entre 1681 y 1732 según el proyecto del barcelonés Josep Juli. Las columnas salomónicas que flanquean las imágenes de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja, junto a la profusión de volutas, dan razón de su carácter barroco.
En la acera de enfrente de la iglesia de Betlem puede admirarse un ejemplo de arquitectura civil de finales del siglo XVIII, construido en el más puro estilo neoclásico, el Palau Moja. El corredor porticado de la planta baja fue abierto en 1934 para facilitar el tránsito peatonal. Una vez rebasada la calle del Carme se alza, a la derecha, el suntuoso Palau de la Virreina*, edificado por Manuel Amat, virrey del Perú. El palacio recibe el nombre de su esposa por el fallecimiento prematuro del virrey en 1779, apenas un año después de concluidas las obras. Se sabe que dirigió las obras Carles Grau, autor también de la decoración escultórica. De la fachada vale la pena destacar la enorme cornisa que sostiene una balaustrada coronada de jarrones, y, el patio central, la escalera geminada. Actualmente alberga una oficina de información sobre los actos culturales que organiza la ciudad, así como varias salas de exposiciones itinerantes.
También a la derecha de la Rambla, según se desciende, puede visitarse el mercado más célebre de la ciudad, el mercat de Sant Josep* o, popularmente, de la Boqueria.
El mercado se halla cubierto por una estructura de hierro de una interesante plaza porticada anterior (1840). Junto a los productos habituales, en la Boqueria se venden los alimentos más raros y exóticos, dispuestos en ocasiones de un modo bastante imaginativo. El argot que los dependientes utilizan para atraer a los posibles compradores resulta también pintoresco. En la misma acera del mercado hay varios comercios que conservan en sus escaparates una vistosa decoración modernista.
El Pla de la Boqueria, punto central de la Rambla, aún conserva claros vestigios del urbanismo medieval. Confluyen en esta pequeña plaza cuatro calles que se cruzan en aspa, signo de que en este lugar se abría una de las puertas de la muralla medieval que flanqueaba todo trazado del paseo. A esta puerta llegaban las calles de la ciudad interior y en ella nacían los diversos caminos. En el actual Pla cabe observarse cómo conviven conjuntos decorativos de distintas épocas y de estilos antagónicos; una fuente neoclásica (1824), un gran dragón chino de hierro fundido en la esquina de la casa Bruno Quadros, de estilo neoegipcio (1896), y un mosaico en el centro del paseo del pintor Joan Miró. Prácticamente frente a la casa Bruno Quadros está la antigua casa Figueres, otro excelente ejemplo del modernismo barcelonés de inicios del siglo XX. Una de las cuatro calles que se cruzan en el Pla, según se desciende por la Rambla a la derecha, es la calle de l'Hospital.
A través de una puerta plateresca existente en el número 56 de esta calle se accede a las instalaciones del antiguo hospital de la Santa Creu**, hoy sede de varias instituciones culturales. En 1401 se fundieron en éste los cuatro hospitales que había en la Barcelona medieval. El edificio, de estilo gótico, consta de tres naves de doble planta que cierran un gran patio rectangular, dividido en dos ámbitos: el nuevo dominado por una cruz barroca, y el gótico formado por las tres alas del claustro construido en 1417 por Guillem Abiell. En las dependencias del hospital murió, el 7 de junio de 1926, el genial arquitecto Antoni Gaudí.
En el patio está instalada la biblioteca de Catalunya. A través de ésta se puede acceder a las naves góticas del hospital, donde están instaladas sus salas de lectura. Este edificio da a la calle del Carme, que se ha de seguir en dirección de nuevo hacia la Rambla.
Una vez en el paseo, el visitante puede atravesarlo y continuar por la calle Portaferrissa, cuyo nombre evoca la existencia de otra puerta, claveteada de hierro o bronce, en la muralla medieval. Girando a la derecha se encuentra el carrer Petritxol, angosta pero muy animada. Es costumbre barcelonesa merendar en sus acogedoras "granjas", sobre todo cuando se va de compras.
La calle desemboca en la plaça del Pi, frente a la cual se alza la iglesia del Pi*, consagrada en 1453. El templo presenta una única nave con siete capillas laterales; pero lo más sobresaliente es el enorme rosetón que preside la fachada principal. La vidriera actual es fiel reconstrucción de la que un incendio destruyó en 1936. Junto a la fachada lateral hay una segunda plaza dedicada a Sant Josep Oriol, cuyos restos descansan en la iglesia. Ambas plazas configuran uno de los espacios más bellos y animados de la Ciutat Vella, con algunos cafés muy tradicionales y siempre repletas de pintores y artistas.
Al reanudar el descenso, a la derecha, en seguida aparece el Gran Teatre del Liceu*, inaugurado en 1848. El proyecto inicial pertenece a Miquel Garriga, aunque fue reconstruido en 1862, tras un incendio que lo devastó, por Josep Orio Mestres. Tras sufrir un nuevo incendio en 1994, fue inaugurado en octubre de 1999. Turandot fue la ópera elegida para su triunfal y deseado estreno.
La segunda travesía a la izquierda conduce directamente a la Plaza Reial*, hermosa plaza porticada construida a mediados del siglo XIX. Son muy interesantes los pasajes (de Madoz y Bacardí) que la conectan con las calle adyacentes, así como los restos de la urbanización que para la plaza pensó Antoni Gaudí, la fuente de los tres brazos y la farola diseñados por él. La plaza Reial es hoy uno de los rincones más animados, cosmopolitas y emblemáticos de la ciudad. Bajo sus pórticos, las terrazas de restaurantes, bares y cafeterías se llenan de turistas durante el día, y por la noche la plaza cambia su fisonomía. Su entorno es una sucesión de locales históricos de la noche barcelonesa: desde la mítica sala de jazz Jamboree, la vecina sala Tarantos (referencia del flamenco en la ciudad), el espíritu rockero y alternativo del Karma, el histórico Glaciar o el escondido Pipa Club, han hecho de la plaza un espacio fundamental, casi mítico, de la Barcelona noctámbula. Durante algunos años fue un rincón conflictivo, bazar incontrolado para un intercambio muy poco disimulado entre camellos y yonquis, y escaparate de algunas formas de diversión mal entendidas. Pero ello ya sólo forma parte del mito, y la plaza sigue siendo aquel bullicioso punto de encuentro de las gentes más diversas hasta altas horas de la madrugada.
Barcelona es, en primer lugar, la suma de las muchas ciudades que ha sido en el curso de los siglos: la urbe romana, defendida por sus rotundos muros; la ciudad antigua, gótica y señorial; la refundación geométrica del Eixample; o la Barcelona Olímpica, que ha acumulado en una década las transformaciones que hubieran necesitado un siglo.
El centro de la ciudad
El corazón de la ciudad es siempre su plaza. Desde principios del siglo pasado el papel de la encrucijada de vidas y caminos lo desempeña la plaça de Catalunya*, frontera y enlace entre la ciudad antigua, construida intramuros durante los muchos siglos de su historia, y la nueva ciudad, refundada en el siglo XIX sobre un trazado geométrico. Iniciemos, pues, la visita de Barcelona partiendo de su corazón actual. El origen de la plaça de Catalunya, y también de su nombre, es popular. Una vez derribada la muralla, en la urbanización de la nueva Barcelona no estaba prevista una plaza de tal envergadura en ese lugar, y sólo la hicieron posible el hábito de los ciudadanos, con sus paseos por el descampado, y las quejas de la prensa. Su aspecto definitivo no se logró hasta 1927. La planta circular de la plaza comprende una zona central descubierta, donde tradicionalmente los niños echan de comer a las palomas y los barceloneses quedan citados, y un cinturón ajardinado que culmina en la parte alta con un conjunto ornamental formado por dos frentes simétricos y grupo escultórico en el que destaca el Pastor tocant el flabiol (instrumento típico catalán) de Pau Gargallo (1881-1934), esculpida en piedra de Montjuïc. El mosaico de la parte central dibuja una suerte de rosa de los vientos que señala los puntos por los que la ciudad se orienta de un modo muy peculiar (montaña, mar, izquierda y derecha) que no coincide con los cuatro cardinales; así el eje mar-montaña que vertebra la urbe corresponde a la dirección sureste-noroeste.
A través de un pequeño pajase, el carrer Rivadeneyra, en la parte inferior de la plaza, se accede al monasterio de Santa Anna*, cuya iglesia románica, fundada en el siglo XII, se ha conservado intacta a dos pasos de la urbe moderna, aunque a sus espaldas. Un jardincito preserva el lugar del fenomenal ajetreo desde el que se llega. La puerta principal es gótica (1300) y en su interior puede visitarse el claustro y la sala capitular.
La Rambla**
En la plaça de Catalunya confluyen las dos grandes vías que vertebran Barcelona, una por su zona moderna, el passeig de Gràcia, y otra por la antigua, la Rambla.
Descendiendo por este paseo, columna vertebral de la ciudad antigua, en primer término se encuentra, a mano derecha, la iglesia de Betlem. Su fachada lateral da a la Rambla, aunque su puerta principal se abre en la esquina con la calle del Carme. El templo y su torre es lo único que se conserva del convento fundado por los jesuitas en el siglo XVI. La iglesia actual, que sustituye a la primitiva incendiada cien años más tarde, se construyó entre 1681 y 1732 según el proyecto del barcelonés Josep Juli. Las columnas salomónicas que flanquean las imágenes de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Borja, junto a la profusión de volutas, dan razón de su carácter barroco.
En la acera de enfrente de la iglesia de Betlem puede admirarse un ejemplo de arquitectura civil de finales del siglo XVIII, construido en el más puro estilo neoclásico, el Palau Moja. El corredor porticado de la planta baja fue abierto en 1934 para facilitar el tránsito peatonal. Una vez rebasada la calle del Carme se alza, a la derecha, el suntuoso Palau de la Virreina*, edificado por Manuel Amat, virrey del Perú. El palacio recibe el nombre de su esposa por el fallecimiento prematuro del virrey en 1779, apenas un año después de concluidas las obras. Se sabe que dirigió las obras Carles Grau, autor también de la decoración escultórica. De la fachada vale la pena destacar la enorme cornisa que sostiene una balaustrada coronada de jarrones, y, el patio central, la escalera geminada. Actualmente alberga una oficina de información sobre los actos culturales que organiza la ciudad, así como varias salas de exposiciones itinerantes.
También a la derecha de la Rambla, según se desciende, puede visitarse el mercado más célebre de la ciudad, el mercat de Sant Josep* o, popularmente, de la Boqueria.
El mercado se halla cubierto por una estructura de hierro de una interesante plaza porticada anterior (1840). Junto a los productos habituales, en la Boqueria se venden los alimentos más raros y exóticos, dispuestos en ocasiones de un modo bastante imaginativo. El argot que los dependientes utilizan para atraer a los posibles compradores resulta también pintoresco. En la misma acera del mercado hay varios comercios que conservan en sus escaparates una vistosa decoración modernista.
El Pla de la Boqueria, punto central de la Rambla, aún conserva claros vestigios del urbanismo medieval. Confluyen en esta pequeña plaza cuatro calles que se cruzan en aspa, signo de que en este lugar se abría una de las puertas de la muralla medieval que flanqueaba todo trazado del paseo. A esta puerta llegaban las calles de la ciudad interior y en ella nacían los diversos caminos. En el actual Pla cabe observarse cómo conviven conjuntos decorativos de distintas épocas y de estilos antagónicos; una fuente neoclásica (1824), un gran dragón chino de hierro fundido en la esquina de la casa Bruno Quadros, de estilo neoegipcio (1896), y un mosaico en el centro del paseo del pintor Joan Miró. Prácticamente frente a la casa Bruno Quadros está la antigua casa Figueres, otro excelente ejemplo del modernismo barcelonés de inicios del siglo XX. Una de las cuatro calles que se cruzan en el Pla, según se desciende por la Rambla a la derecha, es la calle de l'Hospital.
A través de una puerta plateresca existente en el número 56 de esta calle se accede a las instalaciones del antiguo hospital de la Santa Creu**, hoy sede de varias instituciones culturales. En 1401 se fundieron en éste los cuatro hospitales que había en la Barcelona medieval. El edificio, de estilo gótico, consta de tres naves de doble planta que cierran un gran patio rectangular, dividido en dos ámbitos: el nuevo dominado por una cruz barroca, y el gótico formado por las tres alas del claustro construido en 1417 por Guillem Abiell. En las dependencias del hospital murió, el 7 de junio de 1926, el genial arquitecto Antoni Gaudí.
En el patio está instalada la biblioteca de Catalunya. A través de ésta se puede acceder a las naves góticas del hospital, donde están instaladas sus salas de lectura. Este edificio da a la calle del Carme, que se ha de seguir en dirección de nuevo hacia la Rambla.
Una vez en el paseo, el visitante puede atravesarlo y continuar por la calle Portaferrissa, cuyo nombre evoca la existencia de otra puerta, claveteada de hierro o bronce, en la muralla medieval. Girando a la derecha se encuentra el carrer Petritxol, angosta pero muy animada. Es costumbre barcelonesa merendar en sus acogedoras "granjas", sobre todo cuando se va de compras.
La calle desemboca en la plaça del Pi, frente a la cual se alza la iglesia del Pi*, consagrada en 1453. El templo presenta una única nave con siete capillas laterales; pero lo más sobresaliente es el enorme rosetón que preside la fachada principal. La vidriera actual es fiel reconstrucción de la que un incendio destruyó en 1936. Junto a la fachada lateral hay una segunda plaza dedicada a Sant Josep Oriol, cuyos restos descansan en la iglesia. Ambas plazas configuran uno de los espacios más bellos y animados de la Ciutat Vella, con algunos cafés muy tradicionales y siempre repletas de pintores y artistas.
Al reanudar el descenso, a la derecha, en seguida aparece el Gran Teatre del Liceu*, inaugurado en 1848. El proyecto inicial pertenece a Miquel Garriga, aunque fue reconstruido en 1862, tras un incendio que lo devastó, por Josep Orio Mestres. Tras sufrir un nuevo incendio en 1994, fue inaugurado en octubre de 1999. Turandot fue la ópera elegida para su triunfal y deseado estreno.
La segunda travesía a la izquierda conduce directamente a la Plaza Reial*, hermosa plaza porticada construida a mediados del siglo XIX. Son muy interesantes los pasajes (de Madoz y Bacardí) que la conectan con las calle adyacentes, así como los restos de la urbanización que para la plaza pensó Antoni Gaudí, la fuente de los tres brazos y la farola diseñados por él. La plaza Reial es hoy uno de los rincones más animados, cosmopolitas y emblemáticos de la ciudad. Bajo sus pórticos, las terrazas de restaurantes, bares y cafeterías se llenan de turistas durante el día, y por la noche la plaza cambia su fisonomía. Su entorno es una sucesión de locales históricos de la noche barcelonesa: desde la mítica sala de jazz Jamboree, la vecina sala Tarantos (referencia del flamenco en la ciudad), el espíritu rockero y alternativo del Karma, el histórico Glaciar o el escondido Pipa Club, han hecho de la plaza un espacio fundamental, casi mítico, de la Barcelona noctámbula. Durante algunos años fue un rincón conflictivo, bazar incontrolado para un intercambio muy poco disimulado entre camellos y yonquis, y escaparate de algunas formas de diversión mal entendidas. Pero ello ya sólo forma parte del mito, y la plaza sigue siendo aquel bullicioso punto de encuentro de las gentes más diversas hasta altas horas de la madrugada.
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