62. BARCELONA, capital. Pavimentación del Passeig de Gràcia.
BARCELONA** (V), capital de la provincia y de la comunidad: 17 de agosto de 2011.
El Eixample
Entre los siglos XIII y XV, época del apogeo social y económico de Barcelona, el cinturón amurallado romano resultó insuficiente. Mientras el pueblo abría calles entre torre y torre, los reyes medievales construyeron sus palacios sobre los robustos muros y fortificaron a su vez la pujante ciudad con una nueva muralla, cuyo rastro todavía puede seguirse en el plano actual a través de las Rondas (Sant Pau, Sant Antoni, Universitat y Sant Pere) que enmarcan perfectamente la ciudad antigua. Extramuros se extendía una gran zona agrícola y algunos municipios dispersos por el llano, situación que también puede observarse en el plano actual si se compara las medidas de las calles y el enrevesado urbanismo de esos núcleos antiguos, como Gràcia o Sant Andreu del Palomar, con la cuadrícula perfecta que ocupa toda la franja central del perímetro moderno de la urbe.
Todo este territorio, urbanizado racionalmente a partir del último cuarto del siglo XIX, recibe el nombre de Eixample (ensanche), término decimonónico que nombraba, en Barcelona pero también en otros muchos municipios, la acción de planificar el crecimiento urbano provocado por la revolución industrial. En el caso de Barcelona esta denominación provisional de carácter técnico no fue sustituida nunca por otra definitiva, tal vez por su rápido arraigo entre las gentes, también porque el ensanche barcelonés, resultó tan innovador, en su concepción y en su extensión, que supuso una verdadera refundación de la ciudad.
La historia del Eixample se inicia cuando, en 1854, el gobierno autoriza el derribo de la fortificación medieval y las autoridades municipales emprenden en seguida su demolición. Lo urbanístico y lo arquitectónico son los factores que han imprimido al Eixample de hoy esa atractiva singularidad que lo identifica. Por una parte el plano del ingeniero Ildefons Cerdà, pionero de la ciencia "urbanizadora", como a él le gustaba denominarla; y por otra parte la explosión del modernismo catalán, con las radicales propuestas de Antoni Gaudí que encabezaba una brillante generación de arquitectos, maestros de obra e incluso artesanos.
El itinerario por el Eixample parte también del corazón de la ciudad moderna, la plaza de Catalunya. Pero mientras la Ciutat Vella se extiende desde este punto hacia el mar y su columna vertebral es la Rambla, la urbe actual crece en dirección a la montaña, a ambos lados de su vía principal, el passeig de Gràcia**.
Según la peculiar orientación barcelonesa, el Eixample se divide en Dreta (derecha) y Esquerra (izquierda). Por este bulevar discurría el antiguo camino hacia la antigua villa de Gràcia, hoy convertida ya en un barrio barcelonés. Al empezar a caminar por el paseo, aunque su gran anchura permite que el viajero descubra hermosas perspectivas entre los árboles, las farolas, los edificios, el cielo y, a lo lejos, la montaña del Tibidabo, conviene que se fije también en el pavimento que está pisando, sin duda uno de los lujos de este paseo que tantos posee. Las baldosas hexagonales que lo conforman, recreando unas figuras sinuosas de diversas texturas, fueron diseñadas por Gaudí para la empresa Escofet, una de las empresas pioneras en la colaboración, tan fructífera en la época, entre la industria y el arte.
Tras contemplar las losas del pavimento, quien visite el Eixample no debe olvidar tampoco la empresa elevar la vista de vez en cuando hacia las partes más altas de los edificios, unas veces para admirarlas y otras para denostarlas; aunque siempre para conocer las intimidades de la historia de la ciudad. Habrá reparado el viajero en que las fachadas de los edificios, en esta zona, guardan una severa austeridad decorativa, salvo en las cornisas que los cierran. En muchas casas llaman la atención enormes jarrones u otros ornamentos, siempre de gran tamaño y con formas variadas. Responde este gusto decorativo a una moda de la época, gracias a la cual los dueños de los inmuebles pugnaban porque su cornisa destacara más que las vecinas. En otras ocasiones, sin embargo, se observará que en la parte alta de muchos edificios se han añadido dos o tres pisos más que no guardan relación con la obra original. Es esta práctica fruto de una moda tan extendida como la otra, pero mucho más perniciosa: la tremenda especulación que durante décadas destruyó parte del patrimonio arquitectónico de Barcelona.
En el número 48 del carrer Casp, la primera calle que nace del paseo a la derecha según se asciende por él, se encuentra el primer edificio que Gaudí proyectó en el Eixample, la casa Calvet, de 1900. De nuevo en el paseo, el estilo que domina en este primer tramo es el neogótico de dos edificios, ambos de enormes dimensiones, situados en los números 2 y 4 -casa Pons y Pascual, 1891- y del 6 al 14 -casa Rocanova, de 1917-. Las recreaciones de estilos históricos caracterizan la primera fase del Modernisme. El neorientalismo tuvo muchos adeptos, pero el modelo de mayor prestigio para los arquitectos y propietarios es el gótico, estilo que detenta una rica significación, pues es el símbolo de la edad dorada económica, social y política de la ciudad. También contribuyó al goticismo el deseo de dotar a la nueva urbe, en consonancia con el momento de auge que se vivía, de una monumentalidad inexistente en los terrenos agrícolas donde se construía.
Atravesando la Gran Vía de les Corts Catalanes, se gira hacia la derecha por la siguiente calle, el carrer Diputació, que conduce hacia la zona más antigua del Eixample. Al alcanzar la esquina con el carrer de Pau Claris el visitante se halla ante la manzana de la cuadrícula que primero se construyó en su totalidad (1864), la que encuadran las calles Diputació, Consell de Cent, Roger de Llúria y Pau Claris, y que aparece dividida longitudinalmente por el passatge Permanyer*, que se abre en el número 114 de la última calle citada. El paseo por este pasaje de aire decimonónico es una buena excusa para recordar los rasgos más característicos del urbanismo de Cerdà y contrastarlos con la realidad actual.
Esta callecita es el eslabón perdido entre la idea original y el resultado al cabo de las décadas. Una vez levantadas las dos caras de esta isla se permitió la construcción de casas bajas en la zona intermedia. El sosiego y la vistosidad vegetal del pasaje proporcionan un leve indicio de la solución que Cerdà pensó para los barceloneses, aunque éstos renunciaran a ella muy pronto.
Todo este territorio, urbanizado racionalmente a partir del último cuarto del siglo XIX, recibe el nombre de Eixample (ensanche), término decimonónico que nombraba, en Barcelona pero también en otros muchos municipios, la acción de planificar el crecimiento urbano provocado por la revolución industrial. En el caso de Barcelona esta denominación provisional de carácter técnico no fue sustituida nunca por otra definitiva, tal vez por su rápido arraigo entre las gentes, también porque el ensanche barcelonés, resultó tan innovador, en su concepción y en su extensión, que supuso una verdadera refundación de la ciudad.
La historia del Eixample se inicia cuando, en 1854, el gobierno autoriza el derribo de la fortificación medieval y las autoridades municipales emprenden en seguida su demolición. Lo urbanístico y lo arquitectónico son los factores que han imprimido al Eixample de hoy esa atractiva singularidad que lo identifica. Por una parte el plano del ingeniero Ildefons Cerdà, pionero de la ciencia "urbanizadora", como a él le gustaba denominarla; y por otra parte la explosión del modernismo catalán, con las radicales propuestas de Antoni Gaudí que encabezaba una brillante generación de arquitectos, maestros de obra e incluso artesanos.
El itinerario por el Eixample parte también del corazón de la ciudad moderna, la plaza de Catalunya. Pero mientras la Ciutat Vella se extiende desde este punto hacia el mar y su columna vertebral es la Rambla, la urbe actual crece en dirección a la montaña, a ambos lados de su vía principal, el passeig de Gràcia**.
Según la peculiar orientación barcelonesa, el Eixample se divide en Dreta (derecha) y Esquerra (izquierda). Por este bulevar discurría el antiguo camino hacia la antigua villa de Gràcia, hoy convertida ya en un barrio barcelonés. Al empezar a caminar por el paseo, aunque su gran anchura permite que el viajero descubra hermosas perspectivas entre los árboles, las farolas, los edificios, el cielo y, a lo lejos, la montaña del Tibidabo, conviene que se fije también en el pavimento que está pisando, sin duda uno de los lujos de este paseo que tantos posee. Las baldosas hexagonales que lo conforman, recreando unas figuras sinuosas de diversas texturas, fueron diseñadas por Gaudí para la empresa Escofet, una de las empresas pioneras en la colaboración, tan fructífera en la época, entre la industria y el arte.
Tras contemplar las losas del pavimento, quien visite el Eixample no debe olvidar tampoco la empresa elevar la vista de vez en cuando hacia las partes más altas de los edificios, unas veces para admirarlas y otras para denostarlas; aunque siempre para conocer las intimidades de la historia de la ciudad. Habrá reparado el viajero en que las fachadas de los edificios, en esta zona, guardan una severa austeridad decorativa, salvo en las cornisas que los cierran. En muchas casas llaman la atención enormes jarrones u otros ornamentos, siempre de gran tamaño y con formas variadas. Responde este gusto decorativo a una moda de la época, gracias a la cual los dueños de los inmuebles pugnaban porque su cornisa destacara más que las vecinas. En otras ocasiones, sin embargo, se observará que en la parte alta de muchos edificios se han añadido dos o tres pisos más que no guardan relación con la obra original. Es esta práctica fruto de una moda tan extendida como la otra, pero mucho más perniciosa: la tremenda especulación que durante décadas destruyó parte del patrimonio arquitectónico de Barcelona.
En el número 48 del carrer Casp, la primera calle que nace del paseo a la derecha según se asciende por él, se encuentra el primer edificio que Gaudí proyectó en el Eixample, la casa Calvet, de 1900. De nuevo en el paseo, el estilo que domina en este primer tramo es el neogótico de dos edificios, ambos de enormes dimensiones, situados en los números 2 y 4 -casa Pons y Pascual, 1891- y del 6 al 14 -casa Rocanova, de 1917-. Las recreaciones de estilos históricos caracterizan la primera fase del Modernisme. El neorientalismo tuvo muchos adeptos, pero el modelo de mayor prestigio para los arquitectos y propietarios es el gótico, estilo que detenta una rica significación, pues es el símbolo de la edad dorada económica, social y política de la ciudad. También contribuyó al goticismo el deseo de dotar a la nueva urbe, en consonancia con el momento de auge que se vivía, de una monumentalidad inexistente en los terrenos agrícolas donde se construía.
Atravesando la Gran Vía de les Corts Catalanes, se gira hacia la derecha por la siguiente calle, el carrer Diputació, que conduce hacia la zona más antigua del Eixample. Al alcanzar la esquina con el carrer de Pau Claris el visitante se halla ante la manzana de la cuadrícula que primero se construyó en su totalidad (1864), la que encuadran las calles Diputació, Consell de Cent, Roger de Llúria y Pau Claris, y que aparece dividida longitudinalmente por el passatge Permanyer*, que se abre en el número 114 de la última calle citada. El paseo por este pasaje de aire decimonónico es una buena excusa para recordar los rasgos más característicos del urbanismo de Cerdà y contrastarlos con la realidad actual.
Esta callecita es el eslabón perdido entre la idea original y el resultado al cabo de las décadas. Una vez levantadas las dos caras de esta isla se permitió la construcción de casas bajas en la zona intermedia. El sosiego y la vistosidad vegetal del pasaje proporcionan un leve indicio de la solución que Cerdà pensó para los barceloneses, aunque éstos renunciaran a ella muy pronto.
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