1. RASCAFRÍA, Madrid. Acceso al conjunto monacal de Sta. Mª del Paular.
3. RASCAFRÍA, Madrid. Portada de la igl. del mon. de Sta. Mª del Paular.
4. RASCAFRÍA, Madrid. Nave de la igl. del mon. de Sta. Mª del Paular.
5. RASCAFRÍA, Madrid. Retablo mayor de la igl. del mon. de Sta. Mª del Paular.
6. RASCAFRÍA, Madrid. Detalle del retablo mayor de la igl. del mon. de Sta. Mª del Paular.
7. RASCAFRÍA, Madrid. El transparente del Sagrario de la igl. del mon. de Sta. Mª del Paular.
RASCAFRÍA* (I), provincia de Madrid: 4 de septiembre de 2009.
En uno de los más bellos parajes de la comunidad madrileña, bajo las cumbres de la sierra de Guadarrama y en el valle del Lozoya, se conserva la antigua cartuja castellana, aún esplendorosa a pesar de los despojos y ruinas sufridas el siglo XIX. Lugar de paz y naturaleza, muy apropiado para el descanso o para una interesante excursión de fin de semana.
A unos 2 km de Rascafría, en la carretera que va a Los Cotos, se alza el complejo del monasterio, la iglesia y, separado de la parte eclesial, el hotel de El Paular, en una zona de frondosos árboles: olmos centenarios, sauces, fresnos y robles. Una cruz de término, colocada en el siglo XVII, indica la entrada al lugar. Enseguida se llega a la capilla de los Reyes, construida en el siglo XIV sobre la antigua ermita de Santa María, con portada de finales del siglo XV en gótico isabelino. Frente a la capilla se abre la portada plateresca, obra de Gil de Hontañón, que da paso al patio del Ave María, al que rodeaban las dependencias monacales que hoy forman, restauradas, el hotel.
El monasterio tiene una entrada independiente y, antes de llegar a ella, se ve un pequeño claustro gótico de finales del siglo XIV y que corresponde a la primera época de los cartujos. Una portada con escalones nos lleva al atrio, de planta cuadrada, cubierto con bóveda gótica debida con toda seguridad a Juan Guas. Hay un relieve que estuvo policromado que representa a San Bruno con sus compañeros, del siglo XVI, y una puerta gótica florida que da acceso al claustro. Lo más evidente y monumental es la puerta de la iglesia de estilo isabelino, que ocupa casi todo el muro de poniente; es obra de Juan Guas y en el tímpano presenta una Piedad policromada de factura hispano-flamenca de gran belleza y sobriedad. La iglesia es de una sola nave y se nos presentan desnudas sus paredes blancas, que antes estuvieron cubiertas de cuadros y retablos, echándose también en falta los ventanales góticos que tuvo y que se suprimieron durante la dudosa restauración del siglo XVIII que llenó de barroco el templo. Llama poderosamente la atención la espléndida reja de hierro policromado de estilo isabelino, debida al monje rejero del monasterio fray Francisco de Salamanca. Faltan muchas cosas en el templo que fue rico en obras de arte: el coro de conversos, la sillería plateresca, que se encuentra hoy en la iglesia de San Francisco el Grande de Madrid junto a la sillería también del coro de los monjes ... Sin embargo, sí podemos admirar el extraordinario retablo** de 12 m de alto por 9 de ancho que ocupa todo el fondo del presbiterio, tallado en alabastro y posteriormente policromado. Mucho se ha especulado sobre la autoría del retablo y se ha dicho durante tiempo que se trajo de Génova en la época de Juan II. Hoy está demostrado que se talló en el monasterio a finales del siglo XV por artistas de la escuela de Juan Guas, como lo prueba la cantidad de trozos de alabastro, algunos con restos de labra, y un fragmento totalmente tallado encontrados hace unos años en el patio de Matalobos al hacer unas obras. Además de la perfección y calidad de las tallas, el retablo es también una crónica de costumbres de la época de los Reyes Católicos en la que se pueden estudiar los usos en el vestir, los peinados femeninos o el decorado de interiores en las casas. En la parte de atrás del altar se encuentra una obra que representa el contraste delirante del Sagrario o Transparente, una obra barroca de dos estancias profusamente decoradas con columnas, ángeles, apóstoles, alegorías, etc., realizados con mármoles y pinturas de imaginación desbordante. Todo ello se halla actualmente en restauración. El autor de la obra, de 1719, fue Francisco Hurtado, siendo las tallas de Pedro Duque Cornejo y Pedro Alonso de los Ríos y las pinturas, prácticamente perdidas las originales, de Antonio Palomino realizadas en 1723.
La sacristía, la sala capitular y el refectorio de los monjes conservan piezas de arte interesantes que son descritas, como toda la visita, por un guía, monje benedictino. Pero sin duda, el claustro es lo más bello junto con el retablo de la iglesia. El jardín tiene en el centro un templete octogonal con un pilón el interior, las bóvedas de las crujías y los ventanales tienen arcos conopiales y los arcos formeros son ojivales de estilo isabelino, con algunos detalles de aire mudéjar que nos dicen que la obra es con toda seguridad de Juan Guas. No está ya en El Paular la extraordinaria colección de cuadros que poseía: una serie de 52 grandes obras de Vicente Carducho que decoraban el claustro, o las obras de artistas como Sánchez Cotán, que fue cartujo en el monasterio; Van der Hame, Mateo Cerezo, Alonso Cano o Herrera el Viejo.
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