1. CALAHORRA, La Rioja. Portada principal y torre de la catedral.
2. CALAHORRA, La Rioja. Puerta de San Jerónimo de la catedral.
3. CALAHORRA, La Rioja. Interior de la catedral.
4. CALAHORRA, La Rioja. Uno de los retablos de la catedral.
5. CALAHORRA, La Rioja. Retablo del Xto. de la Pelota, en la catedral.
6. CALAHORRA, La Rioja. Bóveda estrellada de la catedral.
7. CALAHORRA, La Rioja. Pila bautismal de la catedral.
8. CALAHORRA, La Rioja. Palacio episcopal.
9. CALAHORRA, La Rioja. Torre de la igl. de San Andrés.
10. CALAHORRA, La Rioja. Portada gótica de la igl. de San Andrés.
11. CALAHORRA, La Rioja. Interior de la igl. de San Andrés.
12. CALAHORRA, La Rioja. Portada de la igl. de San Francisco.
13. CALAHORRA, La Rioja. Fachada y torre de la igl. de Santiago.
CALAHORRA** (I), provincia de La Rioja: 6 de agosto de 2010.
La capital de La Rioja Baja fue ciudad importante en la época de la dominación romana y posteriormente sobresalió como sede de una extensa e influyente diócesis episcopal. Provista de numerosas huellas de su pasado y de un notable templo catedralicio, en la actualidad destaca como centro de distribución de los productos vegetales de la fértil comarca regada por el Ebro y el Cidacos.
Las principales vías de acceso a la ciudad desembocan en el paseo de Mercadal, un espacioso bulevar ajardinado presidido por la estatua de Quintiliano y un antiguo rollo jurisdiccional, popularmente conocido como la Moza, ambos situados frente el moderno edificio del Ayuntamiento.
Aquí existió en época romana un teatro acuático, o naumaquia, para la celebración de combates navales.
Desde este punto puede bordearse el casco antiguo para ir en busca del principal monumento de la ciudad, la catedral**, que excepcionalmente no se encuentra en el centro urbano, sino desplazada a orillas del Cidacos, en el lugar donde la tradición sitúa el martirio de los santos patronos Emeterio y Celedonio. Erigida entre los siglos XV y XVII sobre templos anteriores, se trata de un edificio con porte exterior predomiantemente renacentista, aunque su fachada principal, decorada con figuras de alabastro, es barroca. En el lado norte se abre una hermosa portada plateresca, la llamada puerta de San Jerónimo, profusamente esculpida. Culmina el edificio una torre acabada en 1532.
Nada más penetrar en el interior, compuesto por tres naves góticas cerradas por bóvedas estrelladas, sale al paso del visitante, en el trascoro, la capilla del Cristo de la Agonía, que alberga un crucifijo barroco de Juan de Bazcardo. En los laterales y en la girola, tras buenas rejerías, se suceden numerosas capillas, provistas todas ellas de carteles informativos que reseñan sus peculiaridades, incluidas algunas curiosas leyendas como la referida al Cristo de la Pelota, situado en una capilla de la girola. El coro posee una notable sillería del siglo XVI tallada en nogal por Guillén de Holanda. A ambos lados del altar mayor están las urnas con las reliquias de los mártires. Pieza destacada del conjunto es la hermosa sacristía* barroca, dividida en tres tramos y decorada con pinturas, frescos y excelente mobiliario. Tiene también gran valor artístico la pila bautismal, gótica.
En la sacristía y en el contiguo claustro plateresco se encuentra instalado el Museo Catedralicio y Diocesano, que reúne valiosas pinturas de Tiziano y Zurbarán, y piezas de orfebrería. Destaca entre estas últimas, una magnífica custodia del siglo XV denominada El Ciprés, donada por Enrique IV y realizada en oro, plata y piedras preciosas. Además se puede ver una Biblia sacra del siglo XII (conocida como La Biblia de Calahorra, y que es importante por los comentarios que incorpora al texto sagrado), una Torá judía y el llamado Palio del Pelícano, del siglo XVII.
La catedral, cuyas obras de restauración concluyeron en 1996, acogió entre abril y septiembre de 2000 la gran exposición La Rioja: tierra abierta, sobre la historia de la comunidad.
Saliendo del templo, frente al que se encuentra el Palacio Episcopal, a la izquierda arranca el paseo de las Bolas, que prosigue con el río a la vista, y a la derecha la tortuosa calle del Arrabal. Uno y otra conducen hasta el convento de las Carmelitas, edificio del siglo XVI que cobija un Cristo atado a la columna de Gregorio Fernández. Muy próximo se encuentra un mirador con espléndidas panorámicas del valle del Cidacos.
La cuesta de las Monjas, tras atravesar un arco romano, lleva a la iglesia de San Andrés, del siglo XVI, precedida por una portada gótica que tiene en el tímpano un curioso relieve escultórico. Un dédalo de estrechas calles, donde no faltan notables casas de ladrillo, algunas de ellas en avanzado estado de deterioro, se extiende entre esta zona y el corazón del casco antiguo, mucho mejor conservado.
En la pequeña plazuela conocida como Rasillo de San Francisco, antigua acrópolis romana y ciudadela medieval, se alza una iglesia barroca de grandes proporciones perteneciente a un antiguo convento franciscano. Las vías principales, entre ellas la Calle Mayor, en cuyo inicio se encuentra la popular plaza de la Verdura, confluyen en la plaza del Raso, amplio e irregular espacio correspondiente al antiguo foro y centro todavía de la vida comercial de la ciudad. Está presidida por la iglesia de Santiago, de los siglos XVII-XVIII, con geométrica fachada neoclásica coronada por una torre, interior barroco y buen retablo del artista local Diego de Camporredondo (siglo XVIII).
Las principales vías de acceso a la ciudad desembocan en el paseo de Mercadal, un espacioso bulevar ajardinado presidido por la estatua de Quintiliano y un antiguo rollo jurisdiccional, popularmente conocido como la Moza, ambos situados frente el moderno edificio del Ayuntamiento.
Aquí existió en época romana un teatro acuático, o naumaquia, para la celebración de combates navales.
Desde este punto puede bordearse el casco antiguo para ir en busca del principal monumento de la ciudad, la catedral**, que excepcionalmente no se encuentra en el centro urbano, sino desplazada a orillas del Cidacos, en el lugar donde la tradición sitúa el martirio de los santos patronos Emeterio y Celedonio. Erigida entre los siglos XV y XVII sobre templos anteriores, se trata de un edificio con porte exterior predomiantemente renacentista, aunque su fachada principal, decorada con figuras de alabastro, es barroca. En el lado norte se abre una hermosa portada plateresca, la llamada puerta de San Jerónimo, profusamente esculpida. Culmina el edificio una torre acabada en 1532.
Nada más penetrar en el interior, compuesto por tres naves góticas cerradas por bóvedas estrelladas, sale al paso del visitante, en el trascoro, la capilla del Cristo de la Agonía, que alberga un crucifijo barroco de Juan de Bazcardo. En los laterales y en la girola, tras buenas rejerías, se suceden numerosas capillas, provistas todas ellas de carteles informativos que reseñan sus peculiaridades, incluidas algunas curiosas leyendas como la referida al Cristo de la Pelota, situado en una capilla de la girola. El coro posee una notable sillería del siglo XVI tallada en nogal por Guillén de Holanda. A ambos lados del altar mayor están las urnas con las reliquias de los mártires. Pieza destacada del conjunto es la hermosa sacristía* barroca, dividida en tres tramos y decorada con pinturas, frescos y excelente mobiliario. Tiene también gran valor artístico la pila bautismal, gótica.
En la sacristía y en el contiguo claustro plateresco se encuentra instalado el Museo Catedralicio y Diocesano, que reúne valiosas pinturas de Tiziano y Zurbarán, y piezas de orfebrería. Destaca entre estas últimas, una magnífica custodia del siglo XV denominada El Ciprés, donada por Enrique IV y realizada en oro, plata y piedras preciosas. Además se puede ver una Biblia sacra del siglo XII (conocida como La Biblia de Calahorra, y que es importante por los comentarios que incorpora al texto sagrado), una Torá judía y el llamado Palio del Pelícano, del siglo XVII.
La catedral, cuyas obras de restauración concluyeron en 1996, acogió entre abril y septiembre de 2000 la gran exposición La Rioja: tierra abierta, sobre la historia de la comunidad.
Saliendo del templo, frente al que se encuentra el Palacio Episcopal, a la izquierda arranca el paseo de las Bolas, que prosigue con el río a la vista, y a la derecha la tortuosa calle del Arrabal. Uno y otra conducen hasta el convento de las Carmelitas, edificio del siglo XVI que cobija un Cristo atado a la columna de Gregorio Fernández. Muy próximo se encuentra un mirador con espléndidas panorámicas del valle del Cidacos.
La cuesta de las Monjas, tras atravesar un arco romano, lleva a la iglesia de San Andrés, del siglo XVI, precedida por una portada gótica que tiene en el tímpano un curioso relieve escultórico. Un dédalo de estrechas calles, donde no faltan notables casas de ladrillo, algunas de ellas en avanzado estado de deterioro, se extiende entre esta zona y el corazón del casco antiguo, mucho mejor conservado.
En la pequeña plazuela conocida como Rasillo de San Francisco, antigua acrópolis romana y ciudadela medieval, se alza una iglesia barroca de grandes proporciones perteneciente a un antiguo convento franciscano. Las vías principales, entre ellas la Calle Mayor, en cuyo inicio se encuentra la popular plaza de la Verdura, confluyen en la plaza del Raso, amplio e irregular espacio correspondiente al antiguo foro y centro todavía de la vida comercial de la ciudad. Está presidida por la iglesia de Santiago, de los siglos XVII-XVIII, con geométrica fachada neoclásica coronada por una torre, interior barroco y buen retablo del artista local Diego de Camporredondo (siglo XVIII).
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