100. TOLEDO, capital. Acceso a la Sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
101. TOLEDO, capital. Portada de acceso a la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
102. TOLEDO, capital. Interior de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
103. TOLEDO, capital. Uno de los capiteles de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
104. TOLEDO, capital. Otra perspectiva del interior de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
105. TOLEDO, capital. Una de las capillas de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
106. TOLEDO, capital. La nave central, hacia los pies, de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
107. TOLEDO, capital. Cúpula sobre una de las capillas de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
108. TOLEDO, capital. Otra perspectiva del interior de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
109. TOLEDO, capital. La nave central de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
110. TOLEDO, capital. Otro detalle del interior de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
111. TOLEDO, capital. Vista del exterior de la sinagoga de Sta. Mª la Blanca. |
112. TOLEDO, capital. La Escuela de Artes y Oficios |
113. TOLEDO, capital. El escudo de los Reyes Católicos en la Escuela de Artes y Oficios. |
TOLEDO** (XI), capital de la provincia y de la comunidad: 16 de junio de 2018.
Sinagoga de Santa María la Blanca**
Llamada por algunos estudiosos sinagoga Nueva de Yosef ben Susán y por otros sinagoga Mayor, no se ponen de acuerdo los especialistas sobre el nombre ni sobre la fecha de erección, aunque no parece descabellado suponer que ya existiera a mediados o finales del siglo XIII.
Lo que sí se sabe con precisión es que dejó de ser templo judío en 1411, cuando arreciaron las predicaciones antisemitas de san Vicente de Ferrer. Este clérigo encabezó una manifestación de seguidores que invadió la sinagoga, expulsó a sus moradores y la convirtió en iglesia cristiana.
En 1550 sufrió una reforma arquitectónica impulsada por el cardenal Silíceo, que consistió en incluir una cabecera con tres capillas platerescas. Y también un cambio de orientación y funciones, pues pasó a convertirse en beaterio o refugio para acoger a aquellas mujeres descarriadas que se habían arrepentido de sus extravíos. Extinguido en el año 1600 este servicio de acogida, el templo continuó abierto al culto con categoría de ermita y advocación de Santa María (el sobrenombre de la Blanca le vino del color de los muros encalados). A finales del siglo XVIII alojó tropas procedentes del Alcázar y en el XIX se convirtió en almacén del Ejército. Hasta que en 1850 fue cedido a la Comisión de Monumentos para proceder a su restauración.
Templo de cinco naves, más parecido a una mezquita que a una sinagoga, carente de inscripciones hebreas, que se cubre con un artesonado de madera de alerce. Un haz de columnas octogonales de piedra –pintadas de color blanco, así como los arcos y los muros de las naves- sustentan los arcos de herradura que separan las naves. Capiteles de yeso representando piñas enlazadas por tallos. En la nave central, por encima de los arcos, se suceden las fajas ilustradas con yeserías decorativas que desarrollan motivos vegetales y geométricos. Sobre las fajas, una galería de arcos ciegos y polilobulados –que se apoyan sobre columnas- permite elevar la altura de la nave central. El estilo de la ornamentación responde a los esquemas del arte almohade, sorprendentemente plasmados en un edificio judío.
En la cabecera de la sinagoga se encuentra un estimable retablo debido a Juan Bautista Vázquez y Nicolás de Vergara el Viejo (segunda mitad del siglo XVI).
Es visible en este templo una triple coincidencia, que pone de manifiesto la convivencia de culturas, religiones y estilos artísticos. La decoración característica del arte almohade se encuentra en una sinagoga judía, que a su vez carece de inscripciones hebreas y, además, parece una mezquita. Todo ello se halla en una ciudad que es –y era, en el momento de las coincidencias- sede primada.
También Santa María la Blanca puede ser contemplada como una obra de arte. Recorriendo sus naves se advierte la sucesión de ritmos que forman las pilastras, que se mueven en un baile mágico, cambiante y ordenado, y van proporcionando nuevos ángulos, perspectivas y enfoques.
Escuela de Artes y Oficios
La Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos constituye un magnífico ejemplo de integración de un edificio moderno en una ciudad histórica, sin romper por ello la armonía estética del entorno. Este milagro, tan infrecuente en la geografía española, fue posible gracias a la habilidad del arquitecto Arturo Mélida.
A comienzos del siglo XX se levantó este interesantísimo edificio neogótico y neomudéjar, que utiliza el ladrillo como elemento constructivo y se adorna con azulejos y forjados de hierro. Está lleno de detalles acertados, algunos sorprendentes, y presenta en sus dos fachadas principales un gran blasón de los Reyes Católicos que un águila sostiene sobre un friso de rombos enlazados.
No sólo su exterior es subyugante, sino también su interior, que mantiene los rasgos mudéjares en ventanas, techos, pasillos, puertas, escaleras y patios.
En el salón de actos se conserva el artesonado del siglo XVI que perteneció a la capilla del convento de Santa Ana, conjunto monástico sobre el que se levantó la escuela.
En los sótanos del edificio se ha instalado el Museo de Artes Aplicadas de Toledo. Este centro, inaugurado en marzo de 2004, recoge, debidamente contextualizadas, las obras de arte producidas por los distintos talleres de la escuela a lo largo de sus cien años de historia. En una armoniosa sucesión de espacios se exponen trabajos de cerámica, de forja y metalistería, de modelado y vaciado, de bordados y encajes, de ebanistería y escultura en piedra, de damasquinado y esmaltes.
Textos de:
GILES, Fernando de, y RAMOS, Alfredo. Guía Total: Castilla-La Mancha. Anaya Touring. Madrid, 2002.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Toledo. Anaya Touring. Madrid, 2008.
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