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martes, 20 de agosto de 2019

2711. TOLEDO** (XXVII), capital: 17 de junio de 2018.

349. TOLEDO, capital. La capilla de San Ildefonso de la catedral.
350. TOLEDO, capital. Bóveda y parte superior de la capilla de San Ildefonso de la catedral.
351. TOLEDO, capital. La capilla de Santiago de la catedral.
352. TOLEDO, capital. Sepulcros de Don Álvaro de Luna y su esposa en la capilla de Santiago de la catedral.
353. TOLEDO, capital. Acceso a la capilla de los Reyes Nuevos de la catedral.
354. TOLEDO, capital. Órgano de la capilla de los Reyes Nuevos de la catedral.
355. TOLEDO, capital. La capilla de los Reyes Nuevos de la catedral.
356. TOLEDO, capital. El Transparente en la girola de la catedral.
357. TOLEDO, capital. El Transparente de la catedral.
358. TOLEDO, capital. Zona superior del Transparente de la catedral.
359. TOLEDO, capital. Bóveda y remate del Transparente de la catedral.
TOLEDO** (XXVII), capital de la provincia y de la comunidad: 17 de junio de 2018.
Catedral**
Interior
   Capillas de la girola. La girola, por ser doble, ofrece un amplísimo espacio para las deambulaciones. Al recorrerla, puede verificarse la ingeniosa solución ideada por el maestro Martín para resolver el problema de cubrición de la bóveda: se van alternando los tramos triangulares con los rectangulares para llenar la superficie. También se puede contemplar otro elemento mudéjar introducido en esta catedral: el triforio, de la segunda mitad del siglo XIII y formado por la galería de arcos pentalobulados.
   Como ya dijimos, la amplitud de la girola permitió construir en su perímetro exterior muchas capillas. Comenzando desde el brazo derecho del crucero, analizaremos las más sobresalientes.
   La capilla de San Ildefonso fue edificada en el siglo XIV por el arzobispo Gil Carrillo de Albornoz como recinto sepulcral para él y su familia. Configuración octogonal, bóveda de crucería y relieves en los muros. El actual retablo neoclásico situado en el centro, obra de Ventura Rodríguez, sustituyó en 1780 a otro del siglo XV que ejecutó el artífice Rodrigo Alemán.
   Por cuatro ventanales sin vidrieras entra una luz que despierta los frisos de esculturas que duermen entre la fronda de pináculos. También la luz vivifica la imagen yacente del fundador de la capilla y realza su figura sobre el censo de nobles y eclesiásticos que le hacen compañía. En total son cinco. Entre ellos sobresale don Alonso Carrillo de Albornoz, que yace en el muro derecho gozando de la belleza que encierra el notable trabajo plateresco de Vasco de la Zarza.
   En el centro de la estancia duerme su largo sueño de siglos el cardenal Gil Carrillo de Albornoz, fundador del Colegio Español en Bolonia y ministro de Alfonso XI. Lo hace en un sepulcro gótico esculpido en la segunda mitad del siglo XIV, que se apoya en seis leones y se adorna en los lados con un tropel de plañideras y santos.
   Adosada a la anterior, con ínfulas de superarla en magnificencia y dimensiones, se levanta la capilla de Santiago. Su erección fue iniciada no por un hombre de iglesia, sino por un ministro plenipotenciario: el poderoso don Álvaro de Luna, que llegó a ser maestro de Santiago, condestable de Castilla y valido de Juan II. Acumuló mucho poder, pero, tras diversos avatares, cayó en desgracia y murió decapitado. Antes de su ocaso, promovió la construcción de esta solemne capilla funeraria y le encargó el inicio de las obras a Hanequín de Bruselas, pero tuvieron que ser su esposa Juana Pimentel y su hija, María de Luna, quienes la terminaron.
   Gótico flamígero en su versión más pura. Bóveda estrellada en la cubierta, con luces que penetran por arcos apuntados. Profusión de gabletes en los muros.
   Solemnes, dando muestras del poder y la riqueza acumulados, hieráticos a pesar de una muerte ignominiosa, reposan ambos fundadores en el centro de la estancia, encerrados en dos sepulcros que fueron terminados en 1498 y han sido atribuidos a Pablo Ortiz y a Sebastián de Almonacid. Además de su valor artístico, los sepulcros ofrecen la peculiaridad de la escolta que los guarda: cuatro frailes franciscanos, apostados en los ángulos, oran por la salvación eterna de la principal señora mientras, simultáneamente, cuatro caballeros de Santiago hacen lo mismo por el señor que fue decapitado.
   Notable es el retablo gótico que ocupa el fondo del recinto. La mazonería de madera dorada alberga tablas de estilo hispanoflamenco pintadas por Juan de Segovia y Sancho de Zamora.
   Sigue a continuación la llamada capilla de los Reyes Nuevos. Con trazas de Alonso de Covarrubias y con objeto de convertirse en el panteón de reyes de la familia Trastamara, que habían sido sepultados en otro lugar de la catedral, se levantó en 1534 este espacio catedralicio de arquitectura gótica y ornamentación plateresca. 
   Apostados en los muros interiores de la portada de acceso, dos reyes de armas, que portan mazas y se atavían con dalmáticas, llaman la atención del visitante apresurado que deparan estos tiempos. Suplican que se detenga a examinar la policromía de atuendos, escudos y grutescos, así como la belleza y reciedumbre que atesora la reja de hierro forjada en 1532 por Domingo de Céspedes.
   La reja impedirá al curioso penetrar en la capilla propiamente dicha, pero si consigue sortear este obstáculo podrá admirar una bóveda de crucería, un coro de nogal del siglo XVII, tallado para acoger a los 32 capellanes con que estaba dotada, y también los sepulcros de algunos miembros de la dinastía Trastamara: Enrique II y su esposa Juana Manuel, Enrique III y Catalina de Lancaster, y la estatua orante de Juan II, quien no está enterrado aquí sino en la Cartuja de Miraflores. También podrá examinar un retablo neoclásico que conserva un lienzo de la Descensión pintado por Maella.

El Transparente. Situado frente a las rejas de San Ildefonso, tras el altar mayor y en mitad de la girola, un retablo barroco rompe con estrépito la armonía estilística de los muros que cierran la capilla mayor. Se trata del Transparente.
   En su tiempo, este retablo respondió a una necesidad y supuso una audacia cercana al desafío. Consistía la necesidad en hacer llegar la luz a una estancia oscura que, ubicada tras el altar mayor, guardaba la Eucaristía. Nada mejor que abrir la bóveda para traer iluminación del exterior y emboscar, con las frondas grandilocuentes del lenguaje barroco, el orificio por el que debía penetrar el rayo salvífico a la sala. Tal audacia encerraba el peligro de romper el equilibrio de siglos conseguido por la arquitectura gótica cuando se abriera el muro de la capilla mayor para empotrar el retablo.
   Todo lo hizo y resolvió Narciso Tomé, quien inauguró la obra en 1732 y se responsabilizó no sólo del retablo, sino también de la linterna y la ornamentación. Entra la claridad a raudales por el cimborrio que hace de tragaluz, el cual tiene las paredes decoradas con pinturas al fresco y un cerco de ángeles en la base.
   El retablo propiamente dicho presenta tres cuerpos esculpidos en mármol. En el inferior, la imagen de la Virgen de la Leche; en el central, un carrusel de nubes y ángeles que adoptan diversas posturas alrededor de unos rayos dorados convergentes en el óculo central. Para ver el relieve de la Última Cena que ocupa el tercer cuerpo, el observador tiene que echarse atrás, hasta casi rozar la reja de San Ildefonso. Estatuas de las virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad) rematan la composición.
   A pesar de su aparotosidad y grandilocuencia –o precisamente por ello- se considera una obra destacada del barroco europeo.
Textos de:
GILES, Fernando de, y RAMOS, Alfredo. Guía Total: Castilla-La Mancha. Anaya Touring. Madrid, 2002.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Toledo. Anaya Touring. Madrid, 2008.

Enlace a la Entrada anterior de Toledo**:

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