138. TOLEDO, capital. Casa en la plaza de Sta. Teresa. |
139. TOLEDO, capital. Fachada del convento de carmelitas descalzas. |
140. TOLEDO, capital. El Nuncio Nuevo, actual Consejería de Hacienda de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. |
141. TOLEDO, capital. Ante la torre y portada de la igl. de Sta. Leocadia. |
142. TOLEDO, capital. El ábside y la torre de la igl. de Sta. Leocadia. |
143. TOLEDO, capital. Portada de acceso al Cvto. de Sto. Domingo el Antiguo. |
TOLEDO** (XIII), capital de la provincia y de la comunidad: 16 de junio de 2018.
Calle Real
Conviene recordar que esta zona de Toledo, la comprendida entre las murallas y la calle Real, estaba en el siglo XVI poblada de espléndidos palacios.
Uno de ellos era el erigido a mediados del siglo XVI por don Hernando de Silva, pariente de los condes de Cifuentes. En el dibujo que sobre la ciudad hizo en 1563 Antón van den Wyngaerde se aprecia la prestancia y dimensiones de la gran mansión, que contaba con una elegante escalera de tipo claustral.
A continuación se encontraba la casa de Vargas, la mejor de todas, que pertenecía a don Diego de Vargas, secretario de Felipe II. En 1558 Francisco de Villalpando comenzó las obras de este palacio, que acabó teniendo una estructura cuadrada con torres en las esquinas y magnífico patio. Dañada en un incendio provocado en 1710 por el ejército austríaco, se arruinó definitivamente a causa de otro incendio, éste desatado un siglo más tarde por las tropas francesas.
Nuncio Nuevo
Sobre la casa que fue de don Hernando de Silva se inició en 1790 la construcción de un nuevo hospital para dementes que sustituía al que había sido fundado en 1483 –en unas casas de su propiedad- por don Francisco Ortiz, nuncio apostólico, protonotario y canónigo de la catedral. El cardenal Lorenzana, cuyo espíritu ilustrado siempre procuró extender los beneficios de la asistencia social a los más necesitados, fue el impulsor del proyecto. Las obras de este edificio neoclásico comenzaron en 1790 y se terminaron en 1795. Ignacio Haan fue el arquitecto.
Bajo el escudo del fundador que campea en el ático de la fachada sostenida por dos ángeles, se presenta un pórtico con columnas superpuestas del que nace la soberbia escalera. Cuatro patios cuadrados se articulan alrededor de una crujía central. Son patios luminosos, de grandes ventanales, circundados de pasillos con suelos de mármol. En el interior se aprecia el gusto por la simetría y un tratamiento racionalista del espacio que se enmarca dentro de los postulados de la Ilustración.
Desde 1985 y tras una restauración respetuosa, alberga la Consejería de Hacienda de la Comunidad Autónoma.
Plaza de Santa Teresa
Definen el ámbito de la plaza un lienzo de muralla, el muro del convento de Carmelitas Descalzas y la fachada de una casa.
El convento, fundado en 1607 por santa Teresa de Jesús, se levanta en el solar ocupado por el palacio renacentista que perteneció a don Francisco de la Cerda, cuya fachada todavía se conserva asomándose al paseo de Recaredo. Capilla conventual de 1626, quizás trazada por el padre carmelita fray Alberto de la Madre de Dios. Interior de una sola nave, espacioso y sencillo, luminoso de cal, que se adorna con cuadros y retablos.
La casa que cierra el lado izquierdo de la plaza muestra en su fachada una lápida que conmemora el tercer centenario de la muerte del poeta toledano Baltasar Elisio de Medinilla, acaecida el 30 de agosto de 1620. Portada con dintel desnudo y arquivolta que cobija un lacónico blasón. Apartándose del número habitual, luce tres flameros, uno de ellos sobre la arquivolta. Guarda un hermoso pario adintelado, de dos plantas, y madera en las balaustradas.
En esta casa fue asesinado el poeta citado, que nació en 1585 y recibió grandes elogios de Lope de Vega en su epístola El jardín de Lope de Vega y fue citado en El laurel de Apolo. Jerónimo de Andrada y Rivadeneira, señor de Olías, fue el responsable de poner fin a la vida de este escritor cuyos manuscritos se guardan en la Biblioteca Nacional y en la biblioteca del conde de Villaumbrosa. Fue autor, entre otras obras, de un Discurso del remedio de las cosas de Toledo y del poema titulado Descripción de Buenavista.
Plaza de Santa Eulalia
En la plaza de Santa Eulalia se levanta la fachada de la iglesia del mismo nombre, tan encajada entre las casas adyacentes que apenas se las ve. Abriéndose paso entre las tejas, sin pretensiones de altivez o adornos de belleza, una torre mudéjar melancólica y sencilla se asoma a la empinada cuesta de Garcilaso de la Vega, justamente en el lugar donde tiene su entrada de torno el convento de Santo Domingo. Es la torre de Santa Eulalia.
Según la tradición, la iglesia fue fundada en el siglo VI. La invasión árabe no impidió que se continuara celebrando allí el culto cristiano y la conquista de Alfonso VI tampoco obligó que dejara de utilizarse el rito mozárabe y fuera reemplazada por el romano. Junto a la capilla catedralicia del Corpus Christi, es el único centro religioso donde todavía se oficia la liturgia de acuerdo con el rito mozárabe.
Planta basilical de tres naves, con arcos de herradura –de ladrillo- que se enmarcan en alfiz y se apoyan en capiteles visigodos. Sólidas columnas –romana alguna de ellas- sostienen el peso de la bóveda, que se cubre con alfarje de par y nudillo. Un friso de arquillos ciegos se extiende sobre el arco toral. El templo constituye una excelente muestra del mudéjar toledano del siglo XII, siendo uno de los pocos que conserva la estructura visigoda original. Mantiene intacta su belleza.
Convento de Santo Domingo el Antiguo*
Llamado “el Antiguo” para diferenciarlo de “el Real”, es uno de los primeros edificios conventuales que se erigieron en Toledo. Fundado por Alfonso VI aprovechando la existencia de un cenobio presente desde tiempos visigodos, se instalaron en sus dependencias las monjas benedictinas, que más tarde abrazarían la regla cluniacense.
Presumiblemente, a finales del siglo XII las religiosas habitaban un recinto románico-mudéjar que, a comienzos del XIV, se amplió gracias a la donación que hizo el infante don Juan Manuel de un palacio construido por su padre.
La iglesia actual se edificó de nueva planta a expensas de doña María de Silva, dama portuguesa que, a la edad de trece años, llegó a Castilla acompañando a la emperatriz Isabel de Portugal, y de don Diego de Castilla, deán de la catedral, quien también contribuyó con sus bienes y hacienda. Se levantó de acuerdo con un proyecto de Nicolás de Vergara el Mozo, que Juan de Herrera modificó y ejecutó en 1579.
Don Diego de Castilla, albacea testamentario de doña María de Silva, eligió los servicios de El Greco para realizar el retablo mayor de la nueva iglesia y dos retablos laterales, siendo éste el primer trabajo que recibía en Toledo el artista cretense. Aunque varios de los lienzos se vendieron y fueron sustituidos por copias, todavía hoy pueden contemplarse algunos originales: un San Juan Bautista y un San Juan Evangelista en el retablo mayor y la Resurrección de Cristo ante san Ildefonso en uno de los laterales.
En la capilla de doña María de Silva, también llamada de los Gómara, se exhibe un cuadro del siglo XVI, del círculo de Correa de Vivar, y sobre él la imagen gótica del llamado Cristo de la Victoria, talla de un Crucificado que parece dibujar un trazo de sonrisa aún en la antesala de la muerte. Por un hueco enrejado se ve la sala capitular, de estilo morisco, construida en el primer tercio del siglo XVI, con artesonado que combina elementos mudéjares y aportaciones renacentistas. Luce vistosa azulejería.
Desde 1982, las monjas bernardas han aderezado un interesante museo en las partes visitables del convento: iglesia, coro y antecoro. El coro, terminado a mediados del siglo XVI, luce una bella armadura con casetones, similar a la que existe en la sala capitular. Entre las obras que guarda, destacaríamos una talla de Santo Domingo de Silos (siglo XIII), un retablo plateresco de la primera mitad del siglo XVI, un frontal del Agnus Dei en terciopelo rojo bordado (siglo XVI) y una Piedad gótica sobre tabla, pintura hispano-flamenca de finales del siglo XV.
Desde una ventana abierta en el coro se puede ver el patio de los Laureles, finalizado en tiempo de Cisneros. Tiene dos pisos de ladrillo, con arcos de medio punto en el primero y arcos conopiales mixtilíneos de notable singularidad en el segundo. Decoración con yeserías moriscas y azulejos.
En el antecoro, cámara donde se guardan dos piedras visigodas, destaca el sepulcro gótico, esculpido en el siglo XIV, de don Juan Alfonso de Ajofrín, caballero toledano que murió en la batalla de Aljubarrota. Detalles de exquisita labra se advierten en la imagen, sobre todo en su cabello, cinturón, mango de espada y guanteletes. Don Juan Alfonso de Ajofrín esboza una sonrisa algo enigmática, no se sabe si de gozo o desafío, mientras con sus manos sujeta una espada floreada que se interrumpe a mitad del recorrido. Viste el caballero cota y armadura, y protege sus manos con recios y vistosos guanteletes.
Desde el actual coro de las monjas se ve el sepulcro de El Greco, depositado en la cripta que él compró para fijar allí su sueño eterno.
No saldremos del convento sin antes adquirir los famosos mazapanes artesanos que elaboran las religiosas. Gozan de tanta fama y reconocimiento como las obras de arte guardadas en el museo.
Iglesia de Santa Leocadia
De los tres templos que se alzaron en Toledo en honor de Santa Leocadia, joven toledana que, según la leyenda, recibió cárcel y martirio el año 304 en una cueva situada cerca del Alcázar, éste es el único que se conserva. Aunque fundado en el siglo XI en el lugar donde nació y vivió la santa, el edificio es del siglo XIII. Numerosas reformas han contribuido a desdibujar su imagen primitiva, conservando la impronta del estilo mudéjar toledano sólo la torre, la portada y el ábside. Puerta de entrada con arco de herradura que se enmarca en otro polilobulado. Encima, un friso de arquerías ciegas de mucha originalidad.
Interior modificado a finales del siglo XVI por Juan Bautista Monegro y también en el siglo XVIII, a expensas de doña María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV y devota de la mártir toledana. Conserva un cuadro que preside el altar mayor, obra de Eugenio Cajés, y una imagen del Nazareno, del siglo XVII, que ejecutó Germán López. En la sacristía se conservó hasta la Guerra Civil una bella custodia de plata y pedrería que algún benefactor donó a la parroquia en tiempos del cardenal Cisneros y se conocía con el nombre de Sol de Orán. Narciso Tomé, autor del Transparente, trabajó también para este templo. Suyo es el retablo barroco de la Virgen de la Salud.
A los pies de la iglesia se encuentra una pila bautismal del siglo XIV, rodeada de cuatro óleos que el artista toledano Manuel Romero Carrión pintó en 1972. Muestran una misteriosa definición de los cuerpos mediante el recurso de la luz. Junto al presbiterio se halla una cripta donde se cree que oraba Santa Leocadia. Esta cripta formaba parte de la casa donde la mártir toledana nació.
Una vez vista la iglesia, conviene acercarse a examinar la Casa del Maestro, así llamada por haber sido alojamiento de docentes, que se levanta en el número 4 de la cuesta de Santa Leocadia. Según el cronista del siglo XVI Hurtado de Toledo, la zona estaba habitada por “herederos y hombres de granjería de campo” habiéndose fundado alrededor de la parroquia muchas casas de de caballeros y mayorazgos. La mansión que citamos es perfectamente representativa de la arquitectura civil toledana del siglo XVI. Posee portada adintelada, un gran blasón entre flameros –quizá desvanecido-, mínimo zaguán y patio.
Don Diego de Castilla, albacea testamentario de doña María de Silva, eligió los servicios de El Greco para realizar el retablo mayor de la nueva iglesia y dos retablos laterales, siendo éste el primer trabajo que recibía en Toledo el artista cretense. Aunque varios de los lienzos se vendieron y fueron sustituidos por copias, todavía hoy pueden contemplarse algunos originales: un San Juan Bautista y un San Juan Evangelista en el retablo mayor y la Resurrección de Cristo ante san Ildefonso en uno de los laterales.
En la capilla de doña María de Silva, también llamada de los Gómara, se exhibe un cuadro del siglo XVI, del círculo de Correa de Vivar, y sobre él la imagen gótica del llamado Cristo de la Victoria, talla de un Crucificado que parece dibujar un trazo de sonrisa aún en la antesala de la muerte. Por un hueco enrejado se ve la sala capitular, de estilo morisco, construida en el primer tercio del siglo XVI, con artesonado que combina elementos mudéjares y aportaciones renacentistas. Luce vistosa azulejería.
Desde 1982, las monjas bernardas han aderezado un interesante museo en las partes visitables del convento: iglesia, coro y antecoro. El coro, terminado a mediados del siglo XVI, luce una bella armadura con casetones, similar a la que existe en la sala capitular. Entre las obras que guarda, destacaríamos una talla de Santo Domingo de Silos (siglo XIII), un retablo plateresco de la primera mitad del siglo XVI, un frontal del Agnus Dei en terciopelo rojo bordado (siglo XVI) y una Piedad gótica sobre tabla, pintura hispano-flamenca de finales del siglo XV.
Desde una ventana abierta en el coro se puede ver el patio de los Laureles, finalizado en tiempo de Cisneros. Tiene dos pisos de ladrillo, con arcos de medio punto en el primero y arcos conopiales mixtilíneos de notable singularidad en el segundo. Decoración con yeserías moriscas y azulejos.
En el antecoro, cámara donde se guardan dos piedras visigodas, destaca el sepulcro gótico, esculpido en el siglo XIV, de don Juan Alfonso de Ajofrín, caballero toledano que murió en la batalla de Aljubarrota. Detalles de exquisita labra se advierten en la imagen, sobre todo en su cabello, cinturón, mango de espada y guanteletes. Don Juan Alfonso de Ajofrín esboza una sonrisa algo enigmática, no se sabe si de gozo o desafío, mientras con sus manos sujeta una espada floreada que se interrumpe a mitad del recorrido. Viste el caballero cota y armadura, y protege sus manos con recios y vistosos guanteletes.
Desde el actual coro de las monjas se ve el sepulcro de El Greco, depositado en la cripta que él compró para fijar allí su sueño eterno.
No saldremos del convento sin antes adquirir los famosos mazapanes artesanos que elaboran las religiosas. Gozan de tanta fama y reconocimiento como las obras de arte guardadas en el museo.
Iglesia de Santa Leocadia
De los tres templos que se alzaron en Toledo en honor de Santa Leocadia, joven toledana que, según la leyenda, recibió cárcel y martirio el año 304 en una cueva situada cerca del Alcázar, éste es el único que se conserva. Aunque fundado en el siglo XI en el lugar donde nació y vivió la santa, el edificio es del siglo XIII. Numerosas reformas han contribuido a desdibujar su imagen primitiva, conservando la impronta del estilo mudéjar toledano sólo la torre, la portada y el ábside. Puerta de entrada con arco de herradura que se enmarca en otro polilobulado. Encima, un friso de arquerías ciegas de mucha originalidad.
Interior modificado a finales del siglo XVI por Juan Bautista Monegro y también en el siglo XVIII, a expensas de doña María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV y devota de la mártir toledana. Conserva un cuadro que preside el altar mayor, obra de Eugenio Cajés, y una imagen del Nazareno, del siglo XVII, que ejecutó Germán López. En la sacristía se conservó hasta la Guerra Civil una bella custodia de plata y pedrería que algún benefactor donó a la parroquia en tiempos del cardenal Cisneros y se conocía con el nombre de Sol de Orán. Narciso Tomé, autor del Transparente, trabajó también para este templo. Suyo es el retablo barroco de la Virgen de la Salud.
A los pies de la iglesia se encuentra una pila bautismal del siglo XIV, rodeada de cuatro óleos que el artista toledano Manuel Romero Carrión pintó en 1972. Muestran una misteriosa definición de los cuerpos mediante el recurso de la luz. Junto al presbiterio se halla una cripta donde se cree que oraba Santa Leocadia. Esta cripta formaba parte de la casa donde la mártir toledana nació.
Una vez vista la iglesia, conviene acercarse a examinar la Casa del Maestro, así llamada por haber sido alojamiento de docentes, que se levanta en el número 4 de la cuesta de Santa Leocadia. Según el cronista del siglo XVI Hurtado de Toledo, la zona estaba habitada por “herederos y hombres de granjería de campo” habiéndose fundado alrededor de la parroquia muchas casas de de caballeros y mayorazgos. La mansión que citamos es perfectamente representativa de la arquitectura civil toledana del siglo XVI. Posee portada adintelada, un gran blasón entre flameros –quizá desvanecido-, mínimo zaguán y patio.
Textos de:
GILES, Fernando de, y RAMOS, Alfredo. Guía Total: Castilla-La Mancha. Anaya Touring. Madrid, 2002.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Toledo. Anaya Touring. Madrid, 2008.
Enlace a la Entrada anterior de Toledo**:
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