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114 - TOLEDO, capital. San Juan de los Reyes. |
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115. TOLEDO, capital. Acceso a San Juan de los Reyes. |
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116. TOLEDO, capital. Detalle de la portada de acceso a San Juan de los Reyes. |
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117. TOLEDO, capital. Detalle del acceso al claustro de San Juan Juan de los Reyes. |
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118. TOLEDO, capital. Una de las estancias anexas al claustro de San Juan de los Reyes. |
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119. TOLEDO, capital. Una de las pandas del claustro bajo de San Juan de los Reyes. |
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120. TOLEDO, capital. El claustro de San Juan de los Reyes. |
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121. TOLEDO, capital. Cúpula sobre la caja de la escalera del claustro de San Juan de los Reyes. |
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122. TOLEDO, capital. Artesonado sobre el claustro alto de San Juan de los Reyes. |
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123. TOLEDO, capital. Otra visión del claustro de San Juan de los Reyes. |
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124. TOLEDO, capital. El vestíbulo de acceso al claustro de San Juan de los Reyes. |
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125. TOLEDO, capital. Zona absidial de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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126. TOLEDO, capital. La iglesia de San Juan de los Reyes. |
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127. TOLEDO, capital. Ante la portada de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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128. TOLEDO, capital. Interior de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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129. TOLEDO, capital. El retablo mayor de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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130. TOLEDO, capital. Cimborrio sobre el crucero de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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131. TOLEDO, capital. Detalle de la decoración escultórica de los muros de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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132. TOLEDO, capital. Uno de los retablos marmóreos de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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133. TOLEDO, capital. El sotocoro de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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134. TOLEDO, capital. El interior de la igl. de San Juan de los Reyes, desde el sotocoro de la misma. |
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135. TOLEDO, capital. Una última visión del interior de la igl. de San Juan de los Reyes. |
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136. TOLEDO, capital. Murallas en la plaza de San Juan de los Reyes. |
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137. TOLEDO, capital. Interior de la puerta del Cambrón. |
TOLEDO** (XII), capital de la provincia y de la comunidad: 16 de junio de 2018.
San Juan de los Reyes**
Es un edificio de grandes dimensiones y mucha solemnidad arquitectónica, que refleja el poder y la riqueza de los monarcas que lo mandaron construir. Fueron los Reyes Católicos quienes lo hicieron, para conmemorar la victoria alcanzada en Toro –el año 1476- frente a las tropas portuguesas que defendían las pretensiones al trono de Juana la Beltraneja, victoria que le aseguró a Isabel la Católica la corona de Castilla. Los reyes no sólo perseguían celebrar un triunfo militar y político, sino también disponer de un panteón. Pero esta segunda parte de las intenciones reales no pudo culminarse por la oposición del clero catedralicio a que se constituyera un segundo cabildo y porque, además, tras la conquista de Granada, los Reyes Católicos prefirieron ser enterrados en la ciudad que acababan de tomar. Una vez terminado, el monasterio fue cedido a los monjes franciscanos.
El arquitecto Juan Guas tenía finalizada gran parte de la obra a finales del siglo XV, aunque el claustro se dio por concluido en 1504, año que, curiosamente, coincidió con la muerte de la reina Isabel.
La riqueza bibliográfica acumulada por los moradores (manuscritos y códices) fue arrasada por el saqueo y el incendio perpetrados en 1808 por las fuerzas napoleónicas que, no satisfechas con haber convertido el recinto monástico en cárcel y cuartel, utilizaron el retablo mayor como leña para alimentar las hogueras que ardían en el templo. Además de la biblioteca y diversas obras de arte, se perdió en el incendio un patio adicional que se había construido en el siglo XVI y una crujía completa del claustro primitivo. Bécquer, que tan profundamente conoció y tanto amó esta ciudad y este lugar, menciona en su libro Historia de los templos de España las “derruidas alas del claustro”. Tras la Desamortización, la iglesia conventual fue destinada a parroquia. A partir de 1846, se instaló en el claustro un museo provincial que acogía las obras de arte procedentes de los conventos desamortizados. A finales del siglo XIX, Arturo Mélida dirigió una profunda restauración, sobre todo del claustro, cuyas obras se prolongaron hasta 1967.
El viajero que se acerca al monasterio por la calle de los Reyes Católicos ve el ábside robusto y los grandes contrafuertes, coronados por pináculos labrados con la delicadeza de las flores. Luego, en la fachada norte, contempla la portada que, a comienzos del siglo XVII, remató Juan Bautista Monegro. Y, como detalle curioso, unas cadenas colgadas en el muro. Son los grilletes con los que los esbirros musulmanes sujetaban a los presos cristianos en las mazmorras de Granada. Y, antes de entrar al vestíbulo, acepta gustoso la sugerencia de examinar el Calvario situado sobre la puerta de acceso. Se compone de la Virgen y San Juan, imágenes de estilo flamenco (siglo XV), y de una cruz decorada con motivos vegetales (siglo XVI).
Obra maestra de Juan Guas y edificio representativo del gótico flamígero, el monasterio de San Juan de los Reyes consta de una iglesia y un claustro de dos plantas. La iglesia, de una sola nave complementada con pequeñas capillas laterales y coro a los pies, es un prodigio de equilibrios y belleza. Nave muy esbelta, diáfana en su altura, libre de obstáculos en la línea ascensional que marcan las pilastras y los arcos apuntados. Un pequeño cimborrio se levanta en el centro del crucero, en cuyos extremos se acumulan los escudos de armas soportados por águilas tenantes y acompañados de ángeles, reyes y santos. Dado que el retablo original alimentó las hogueras prendidas por el ejército galo, para vestir las paredes desnudas se trajo un retablo que pertenecía al hospital de Santa Cruz. Fue realizado por el escultor Felipe Vigarny y el pintor Francisco Comontes a mediados del siglo XVI. Abundan los escudos de los fundadores.
En el claustro se manifiesta en todo su esplendor la belleza del gótico flamígero. Profusión de adornos (motivos vegetales, seres fantásticos, escenas satíricas), riqueza de arcos mixtilíneos y abundancia de filigranas. Se sube a la galería alta por una escalera renacentista trazada por Alonso de Covarrubias. Artesonados de estilo mudéjar, aunque colocados en la restauración que se hizo a finales del siglo XIX.
En el claustro bajo, las figuras apostadas en los muros de la galería o al lado de los arcos leen, conversan, escriben, portan cálamos, meditan, muestran los atributos de su santidad o martirio. Acompañan al paseante en su recorrido, le sugieren reflexiones y proponen modelos de conducta. Ya no existen los sepulcros que vio Bécquer y que le inspiraron esas imágenes de guerreros o prelados que se levantaban de sus tumbas a luchar eternamente o se disponían a oficiar liturgias incesantes. Sólo los arcos silenciosos y las imágenes de piedra, que hablan para siempre el eterno lenguaje de sus símbolos.
En el claustro alto se suceden los arcos mixtilíneos, entre la fantasía de las gárgolas y la verticalidad de los pináculos. Desde aquí se percibe el silencio mineral de las piedras flamígeras, el zureo de las palomas y el trasfondo sonoro de los coches que cruzan la calle. Llega con fuerza la luz a la galería alta, luz bienvenida para apreciar los detalles cromáticos del artesonado.
Una fina crestería remata los lados del rectángulo. Así como la crestería y los pináculos muestran una uniformidad constante, las gárgolas encierran mucha variedad y fantasía. Adoptan formas de animales, unos reconocibles (águila, león) y otras configuradas con un aderezo de imaginación que les hace aparecer como creaciones inquietantes. Algunas se aproximan a la figura humana y se asemejan a un fraile rezador, un gaitero estrafalario, un niño, un doncel o un ángel.
Plaza de San Juan de los Reyes
El itinerario finaliza frente a la puerta del Cambrón. Un poco antes de llegar a ella, en la cuesta ajardinada, se encuentra la portada mudéjar (siglo XIV) del que fue palacio de los duques de Maqueda, edificio que perteneció a la familia Cárdenas, cuyos miembros fueron alcaldes mayores de Toledo y ostentaron el título citado. Hasta este espacio llegaba la cerca amurallada que definía el barrio judío. Hubo aquí una puerta de entrada, llamada de Assuica, que congregó un minúsculo mercado. Tanto la primera como el segundo dieron nombre al barrio de Assuica.
Hoy, frente a los restos mudéjares abre sus puertas la tienda Cerámica artística Lancha. En el local se pueden admirar las obras de los hermanos Lancha, artesanos que se proclaman miembros de una especie en peligro de extinción y luchan con denuedo por dignificar su labor. Pueden adquirirse en el taller piezas elaboradas con la técnica de “cuerda seca”.
Textos de:
GILES, Fernando de, y RAMOS, Alfredo. Guía Total: Castilla-La Mancha. Anaya Touring. Madrid, 2002.
IZQUIERDO, Pascual. Guía Total: Toledo. Anaya Touring. Madrid, 2008.
Enlace a la Entrada anterior de Toledo**:
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